domingo, 31 de julio de 2016

Occidente, víctima de su corrección política

Occidente, víctima de su corrección política con el islamismo radical
Por George Chaya
Más allá de cualquier debate ideológico y lejos de rozar la sensibilidad hipócrita de aquellos que se escudan en una supuesta islamofobia victimizante, es un hecho concreto la influencia del islam en los asesinatos que las organizaciones extremistas ejecutan sin piedad. Sobran ejemplos en los que el accionar y la presencia de la religión son un factor desencadenante de estos crímenes. Como es lógico, ante la brutalidad que ejerce el extremismo, el desconocimiento sobre él y las excusas que provienen del propio islam ayudan a que las cosas parezcan ponerse cada vez más difíciles para funcionarios, analistas políticos y periodistas occidentales.
Esto es notorio frente a la creciente expansión del terrorismo, más aún cuando se trata de abordar y lidiar con algo que nunca han podido entender. Sin embargo, es tiempo de frenar a los asesinos y desenmascarar sus falacias victimistas. Para ello, la comunidad internacional debe enfrentar esta endemia en la forma correcta y sin temblor de mano. Sólo así se podrá detener la expansión del terrorismo islámico, pues está demostrado que el propio islam no lo hace ni lo hará. En consecuencia, es tiempo para el mundo libre de  vestirse con pantalones largos y poner fin a esta situación. El éxito o el fracaso de los criminales está conectado con la corrección política y el doble discurso de Occidente, y ya no puede ocultarse. Ya no es relevante que el mundo árabe islámico sindique de enfermos, locos o malos creyentes a sus propios fieles. Ellos matan en nombre del mismo Dios que une a todos los musulmanes. Por ello, lo que definitivamente debe entenderse es que estamos frente a una guerra contra el mismo enemigo que no duda en asesinar inocentes en nombre de su Dios. El nazismo hoy está prohibido por ser una ideología supremacista, extremista y fascista que representa una amenaza directa a la humanidad. Su historial sangriento es relativamente reciente, y el odio de su fuego aún quema bajo las cenizas de la destrucción, como los crímenes que generó en el siglo pasado.
En este tiempo, se percibe el comienzo de un camino hacia un tipo similar de destrucción que proviene del islamismo, y ello ocurre porque la comunidad internacional y muchos gobiernos árabes han permitido que los extremistas impongan sus agendas. Años atrás, éramos pocos los que alertábamos sobre este fenómeno. Hoy, el mundo es plenamente consciente de la gravedad de la situación a la que los terroristas musulmanes nos han arrastrando. Los extremistas han tenido éxito en las percepciones de personas confundidas respecto de lo que es justo y lo que es injusto, sobre quién es amigo y quién, enemigo.
También, están tratando de dividir a la gente de acuerdo con su secta, grupo étnico y pertenencia. Así definen las cosas entre el bien y el mal en la medida en que las ideas de la identidad alternativa supera la lealtad a su país, algo que se supone que debe tener prioridad sobre la propia fidelidad, incluso a la tribu o a la secta, y que debería asegurar que todo el mundo tenga los mismos derechos e iguales responsabilidades. En medio de esta atmósfera ponzoñosa, el concepto del islamismo y la religiosidad son las mayores amenazas para la destrucción de las estructuras civiles para dividir las sociedades, y los discursos del islam pretenden quebrar y violentar la columna vertebral del mundo libre y de su estructura jurídica y normativa. No se debe, ni se puede, concesionar ya nuestros valores occidentales, nuestros derechos ni libertades ante quienes mienten y asesinan con falsos discursos que han demostrado ampliamente que –de paz y hermandad– sus creencias religiosas no tienen nada.
Visto en:


miércoles, 27 de julio de 2016

Waugh y la misa latina tradicional

¿Qué tiene que ver uno de los mayores novelistas ingleses con la Latin Mass Society?

Evelyn Waugh, autor de Brideshead Revisited ("Retorno a Brideshead") y un católico prominente, tuvo graves preocupaciones en la década de 1960 acerca del Vaticano II y las reformas litúrgicas. Publicó muchos artículos y registró en sus diarios y correspondencia qué tan agraviado se sentía por la reforma de la Semana Santa en 1955, la misa dialogada y la misa en ingles.

En un artículo para el Spectator al comienzo del Concilio, escribió:
"Participación" en la Misa no quiere decir escuchar nuestras propias voces. Sino que significa que Dios escuche nuestras voces. Sólo Él sabe quién está "participando" en Misa. Creo, comparando cosas pequeñas con grandes, que "participo" en una obra de arte cuando la estudio y la amo silenciosamente. No necesito gritar .[...] Si los alemanes quieren ser ruidosos, dejémoslos. ¿Pero por qué deben perturbar nuestras devociones? 
Ésa es la idea clave: las respuestas, el inglés, el saltar para pararse o sentarse, los saludos, etc. "perturban nuestras devociones": el asunto serio de comprometerse orando en la Misa. 

En 1965 se hicieron varios ensayos con el fin de conformar una organización para Inglaterra y Gales en defensa de la Misa latina. Luego de que se publicara una carta en The Catholic Herald el 22 de enero de 1965, escrita por un banquero llamado Hugh Byrne, que sugería la formación inmediata de una organización, se conformó un grupo que puso a rodar la idea.

Quedó registrado en la prensa en 1965:

Esta semana se realizaron esfuerzos para dar inicio a una sociedad de la Misa latina a nivel nacional en Gran Bretaña. El Sr. Evelyn Waugh, uno de los más duros oponentes del vernáculo, recibió la oferta para convertirse en presidente de esta sociedad, la cual tendrá como meta hacer campaña para conservar al menos una Misa latina rezada en cada iglesia todos los domingos.

Evelyn Waugh fue instrumental, junto a Sir Arnold Lunn y Hugh Ross Williamson, en la fundación de la Latin Mass Society en la Pascua de 1965. Rechazó el ofrecimiento de la presidencia de la LMS, posiblemente por sus problemas de salud, pero continuó apoyando la organización hasta su muerte en 1966.

Para conmemorar los 50 años desde su muerte, el viernes 8 de julio pasado la Latin Mass Society organizó unas vísperas pontificales en la iglesia católica St. Mary Magdalen de Wandsworth, Londres en memoria de Evelyn Waugh, celebradas por el arzobispo Gullickson, nuncio apostólico en Suiza, con música renacentista de Asola y Palestrina, y del contemporáneo de Waugh Edward Elgar. 


En este otro enlace se puede leer un artículo sobre el mismo asunto aparecido el día 8 de julio 2016 en The Catholic Herald, escrito por Clare Bowskill, "Evelyn Waugh's forgotten battle to preserve the Latin Mass".




lunes, 25 de julio de 2016

Miguel Ayuso en Buenos Aires


El presidente del Consejo de Estudios Hispánicos Felipe II, Prof. Miguel Ayuso, disertará el próximo martes 26 de julio a las 19 horas sobre "El problema de la democracia cristiana. Una perspectiva hispanoamericana" en el salón Brown del Centro de Oficiales de las Fuerzas Armadas, Av. Quintana 161, Buenos Aires.
Presentará al Prof. Ayuso el Dr. Miguel Juan Ramón de Lezica.
Estarán a la venta ejemplares de la revista Fuego y Raya, publicación semestral hispanoamerica de historia y política del Consejo de Estudios Hispánicos Felipe II.

Rogamos su difusión.

jueves, 21 de julio de 2016

¿Mirada parusiaca o quietismo apocalíptico?


Tal vez el aporte más notable del P. Castellani haya sido llamar la atención sobre la centralidad del dogma escatológico como especificativo del ser cristiano. Con acribia teológica y gran talento literario, Castellani nos recordó la importancia de ampliar el horizonte con la mirada parusiaca. Y de vivir en eso que se ha dado en llamar tensión escatológica. Lo cual nos previene de los mesianismos temporales que cifran la perfección en algún bien intramundano. Pero hay grandes verdades que, cuando se sacan de quicio, enloquecen. Veamos algunos peligros:
1. Curiosidad indiscreta. Lo seguro es que el Señor vendrá. Pero la Escritura enseña que nadie sabe el día ni la hora (cfr. Mc 13,33-37). Cristo reveló lo que era necesario y conveniente; y a la vez quiso mantener la incertidumbre acerca del momento preciso en que acontecerá la Parusía. Es un error ponerse a buscar revelaciones privadas que complementen la Revelación pública para remediar una incertidumbre querida por el Señor.
La indeterminación del momento temporal de la Segunda Venida no debe ser obstáculo para una vida cristiana auténtica, ni fuente de desasosiego. Como lo hizo notar San Atanasio:
“No conocer cuándo será el fin ni cuándo será el día del fin es útil a los hombres. Si lo conocieran, despreciarían el tiempo intermedio, aguardando los días próximos a la consumación. En efecto, sólo entonces alegarían motivos para pensar en ellos mismos. Por esto guardó silencio sobre la consumación de la muerte de cada uno para que los hombres no se enorgullecieran con tal conocimiento y no comenzaran a pasar la mayor parte del tiempo irreflexivamente. Ambas cosas, la consumación de todo y el final de cada uno, nos lo ocultó el Verbo (pues en la consumación de todo se halla la consumación de cada uno y en la de cada uno se contiene la del todo) para que siendo incierto y siempre esperado, cada día avancemos como llamados, tendiendo hacia lo que está delante de nosotros y olvidando lo que está detrás (Flp 3, 13)” (Contra Arrianos 3,49).
2. Parálisis moral. Cristo enseñó que para entrar en la vida eterna hay que cumplir los Mandamientos (Mt 19,16-17). De ningún modo dijo que ante la inminencia de la Parusía algunos cristianos -creyéndose superiores a los demás por su mirada parusiaca- estarían dispensados de cumplir los Mandamientos y de practicar las virtudes. Por el contrario, se deben cumplir todos los Mandamientos; practicar todas las virtudes. Dentro de las cuales se incluyen virtudes sociales como la piedad patriótica, la justicia legal y la caridad social. Jamás se puede pensar que ante la inminencia de la Segunda Venida los cristianos deban "congelarse" en una suerte de "ataque de pánico".
3. Descuido de los deberes de estado. La palabra deber ha sufrido un desprestigio, por lo cual pareciera que hablar de deber de estado implica solidarizarse con la ética kantiana. Pero esto no es correcto: los deberes de estado no son otra cosa que la concreción de los Mandamientos y de las virtudes a las distintas situaciones en las que se encuentra un ser humano: familia, profesión, sociedad, comunidad política. “Nadie puede, pues, santificarse sin guardar los […] deberes de su estado; descuidarlos, so pretexto de dedicarse a obras de supererogación, es ilusión perniciosa, y una verdadera aberración; no hay que decir que el precepto es antes que el consejo.” (Tanquerey).
San Pablo tuvo que enfrentarse con este modo particular de parálisis moral que es el descuido de los deberes del propio estado (cfr. cf. 1 Tes 5:14; 2 Tes, 3:6-15). Así describe la actitud de algunos cristianos el comentario bíblico de la BAC a los textos del Apóstol:
“…ante la persuasión de una próxima parusía, descuidaban el trabajo, con los consiguientes trastornos para la vida de la comunidad…”.
“…la preocupación escatológica de los tesalonicenses, quienes andaban agitados y algunos ni trabajaban, pensando en que todo iba a terminar muy pronto.”
Estos tesalonicenses descuidaron sus deberes de estado profesionales. Pero la enseñanza paulina vale también para otros deberes familiares, sociales y políticos.
En suma, la mirada parusiaca no justifica un quietismo apocalíptico, ni tampoco debe causar en los seglares la fiebre desordenada por una fuga del mundo específica del estado religioso. Hay que “vivir el momento actual pensando en la eternidad” (Garrigou-Lagrange), en tensión escatológica, tanto personal como colectiva, sin que esta última se convierta en opio para los laicos o implique una rebaja en su vocación.

sábado, 16 de julio de 2016

Pacifismo

En el pasado publicamos en nuestra bitácora una entrada sobre el belicismo. Hoy toca decir algo sobre el pacifismo.
Para el pacifismo nunca hay derecho a derramar la sangre de otro. Sólo se puede resistir a la violencia con medios no violentos. Los pacifistas cristianos se apoyan en el Decálogo y en el Evangelio. La modalidad más seria del pacificismo se funda en argumentos morales: en la guerra mueren inocentes, personas que no son combatientes. Dado que matar al inocente es un acto intrínsecamente malo, intervenir en una guerra implica descalificación moral para el que lo realiza. Quien participa en una guerra se involucra en numerosos homicidios, de funestas repercusiones para la humanidad, pecando contra el Quinto Mandamiento. Lo hace como agente principal, causando el resultado letal, o bien como cooperador, consintiendo el homicidio que cometen otros. En todo caso, además, quien toma parte de un conflicto bélico, se expone a una ocasión próxima de pecado, al insertarse en una estructura pecaminosa. Consecuentes con estos argumentos los pacifistas son objetores de conciencia. Dado que consideran a la guerra como algo intrínsecamente deshonesto, la única opción legítima para el cristiano sería negarse a prestar cualquier cooperación con las fuerzas armadas, por lo cual estiman ilícito el servicio militar voluntario u obligatorio.
En estos argumentos pacifistas hay varios errores de juicio moral. En primer lugar, una concepción “fisicalista” del objeto, que identifica el objeto físico con el objeto moral. En una guerra se mata al enemigo y tal resultado es físicamente idéntico al de un homicidio, pero en el plano ético no se da tal confusión. En segundo lugar, el pacifismo no llega a distinguir adecuadamente entre matar a un enemigo (o injusto agresor) y matar a un inocente. En tercer lugar, es intrínsecamente malo matar directamente a un inocente. Esta última precisión se comprenderá mejor con un ejemplo clásico, conocido como tormenta bélica:
Para atacar el centro de operaciones del enemigo se puede bombardear con precisión determinadas zonas, lo que otorgaría la victoria. Sin embargo, se ha detectado la presencia de civiles no combatientes en la zona de bombardeo.
El caso recibió tratamiento explícito por parte de Francisco de Vitoria. Y tiene una solución pacífica y secular en la doctrina católica: es lícito en una guerra justa dirigir la tormenta bélica (cañones, aviación, etc.) contra los objetivos militares de una ciudad, aunque acaso tengan que perecer inocentes.
La solución no es más que una aplicación del principio de doble efecto (denominado como mal menor). Lo cual supone que la guerra no es intrínsecamente perversa; que la defensa de la patria es un bien objetivo; que ello es lo que se intenta directamente y no la muerte de los civiles, que es un efecto malo no querido de modo directo; que dicha muerte no es un medio para conseguir el fin; y que hay una razón grave para actuar.
En cuanto al argumento de la ocasión de pecar que usan los pacifistas, se debe reconocer que una guerra puede ser ocasión de pecado, ya que implica un cúmulo de circunstancias exteriores que son facilidades e incitaciones muy poderosas para pecar; circunstancias que no se buscan directamente sino que se presentan o imponen desde fuera. Pero este argumento tiene una respuesta tradicional: es legítimo colocarse en ocasión de pecar mediando causa justa y proporcionada. Y el bien de la patria ciertamente es causa justa y proporcionada para hacerlo.
Al margen de las buenas intenciones de los pacifistas, el pacifismo está equivocado.

jueves, 7 de julio de 2016

Malvinas, ¿guerra justa? (y 3)

4ª Último recurso.
La guerra tiene que ser necesaria para obtener el restablecimiento de la justicia. Esto implica que se hayan probado todos los medios pacíficos posibles para resolver las diferencias y que se haya fracasado por causa de la mala voluntad del adversario.
Bernardino Montejano ha dado cuenta de las dificultades que entraña esta condición de último recurso:
“...pensamos hoy, en perspectiva, por más que antes del combate se sucedieran años de reclamos pacíficos, [...] que no fue el último remedio. Se pudieron dar otros pasos como cortar las relaciones diplomáticas, prohibir el intercambio, efectuar presiones económicas, bloqueos, etc.”
No obstante, cabría objetar que si se diera a esta exigencia de último recurso un valor absoluto, se llegaría al extremo de una diplomacia perpetua, a un diálogo sin término, que jamás haría justicia. Es bastante difícil sostener que este requisito se cumplió plenamente. Pero, con algunas dudas, parece que se cumplió en un mínimo suficiente.
5ª Proporcionalidad.
Se pide con esta condición medir los previsibles males derivados de la guerra y compararlos con los bienes que se seguirán de ella. La prudencia debe atemperar el uso del derecho a la guerra en función de las exigencias del bien común nacional y del orbe. Así lo expresaba Vitoria:
“Ninguna guerra es justa, si consta que se sostiene con mayor mal que bien y utilidad de la república, por más que sobren títulos y razones para una guerra justa… Porque si la república no tiene poder de declarar la guerra sino para defenderse a sí y a sus intereses, y para protegerse, está claro que cuando ella con el hecho mismo de la guerra, más bien pierde y se agota que se acrecienta, la guerra será un desatino, declárela el rey o la república.”
“Una guerra es injusta por la sola razón de que, a pesar de su utilidad para una provincia, causaría perjuicio al universo y a la cristiandad”
No vemos que el conflicto implicara un daño político desproporcionado para la Argentina ni una lesión importante del bien de la comunidad internacional. Nos parece que se cumplió esta condición.
Probabilidad de éxito.
Este requisito es casi una aplicación del anterior, ya que se trata sencillamente de no meterse en una guerra cuyas probabilidades de éxito son nulas. No se exige certeza de la victoria; basta con una fundada probabilidad de éxito.
En contra de la existencia de esta condición se han expuesto objeciones de peso. Tal vez el Informe Ratenbach sea la exposición más extensa (17 volúmenes) sobre la mala praxis militar argentina. Dicho informe calificó a la guerra de las Malvinas como una “aventura militar”. Y una aventura, a pesar del heroísmo de muchos combatientes, mal puede cumplir con el requisito de probabilidad de éxito.
Pero a estos argumentos se oponen declaraciones de altos militares británicos que intervinieron en el conflicto, en las cuales reconocen que en determinado momento existió gran probabilidad de una victoria argentina. Así, el comandante Sir John Woodward, declaró que “si ellos [los argentinos] hubieran resistido una semana más la historia hubiera podido terminar de manera muy diferente. Imagínense qué diferente podría haber sido nuestra historia política reciente”.
A nuestro modo de ver, la guerra de 1982 cumplió con este requisito de modo suficiente.

lunes, 4 de julio de 2016

Malvinas, ¿guerra justa? (2)



2ª Causa justa.
Este requisito consiste en restablecer el orden justo y pacífico que ha sido turbado. Para Vitoria la guerra es un acto de justicia penal, en el cual el beligerante justo obra en calidad de juez por delegación del orbe. Lo cual incluye la recuperación de lo que se ha quitado injustamente.
La guerra de Malvinas tuvo justa causa. Probablemente se trate de la condición de legitimidad más plenamente cumplida en este conflicto bélico. En efecto,
 “Hace casi 150 años Inglaterra tomó por asalto las Islas Malvinas. Su gran poder le permitió gozar de impunidad pero no sanear sus títulos. La Argentina reclamó con firmeza y paciencia. Soportó los agravios. Exigió por la vía pacífica de las negociaciones que se le restituyera lo suyo.
Y ante nuevas injurias […] buscando no causar bajas ni daños en el enemigo se dispuso a recuperar lo que siempre le perteneció” (Bernardino Montejano)
Exponer los fundamentos del derecho de la Argentina sobre las Malvinas y responder a las objeciones británicas excede los límites de una bitácora.
3ª Recta intención.
Para que una guerra sea justa se requiere  que la intención sea recta: promover el bien y remediar el mal. 
Sin embargo, se objeta la presencia de intenciones torcidas de parte del gobierno argentino. Algunos sostienen que la guerra de Malvinas fue “una maniobra de Galtieri y su Junta para coronar su guerra sucia interna con los laureles de una guerra convencional”; otros, que se empleó la guerra para encubrir la decadencia del gobierno militar; o bien que se trató de un recurso populista para ganar una aceptación social que facilitara la continuidad en el poder.
En Santo Tomás el requisito de la recta intención se toma en sentido objetivo como el fin de la comunidad política beligerante. La recuperación de las islas, en cuanto remedio a una usurpación, fue un fin bueno suficiente para asegurar la justicia objetiva de la guerra a la luz del Derecho Natural. En cuanto a la presencia de finalidades subjetivas torcidas, se debe decir que no se puede juzgar de lo interno. Las expresiones del gobierno argentino destacaron siempre como finalidad central el poner término a la injusta usurpación de las islas. De modo que si hubo otras finalidades desordenadas, pero quedaron confinadas en la subjetividad del gobernante, no podemos saberlo; y si en algún momento pudieran conocerse dichas finalidades, habría que precisar su relación con el fin principal buscado por el Estado. Ya que la torcedura del fin podría ser pecado para el gobernante sin afectar la justicia objetiva del conflicto para la comunidad argentina. En este supuesto, precisará Luis de Molina, el gobernante pecaría contra la caridad pero no contra la justicia. Además, el derecho cumple su finalidad cuando se da la conducta justa, aunque el sujeto no lo haga con intención virtuosa o actúe con voluntad contraria a su acto. Así, por ejemplo, lo justo objetivo se satisface cuando el deudor paga, aunque llegue hasta el punto de hacerlo con odio hacia el acreedor.