El «caso Washington»
Vengamos a un
caso concreto, antes aludido, muy especialmente significativo. George Weigel,
famoso por su biografía de Juan Pablo II, cuenta detalladamente cómo fue la
crisis de la Humanæ vitæ en la archidiócesis de
Washington, y concretamente en su Catholic
University of America, donde, ya antes de publicarse la encíclica, se
había centrado la impugnación del Magisterio (El coraje de ser católico, Planeta, Barcelona 2003,73-77).
«Tras varios
avisos, el arzobispo local, el cardenal Patrick O’Boyle, sancionó a
diecinueve sacerdotes. Las penas impuestas por el cardenal O’Boyle variaron
de sacerdote a sacerdote, pero incluían la suspensión del ministerio en
varios casos». Los sacerdotes apelan a Roma, y la Congregación del
Clero, en abril de 1971, recomienda «urgentemente» al arzobispo de Washington
que levante las aludidas sanciones, sin exigir de los sancionados una previa
retractación o adhesión pública a la doctrina católica enseñada por la
encíclica. Esta decisión, inmediatamente aplicada, fue precedida de largas
negociaciones entre el Cardenal O’Boyle y la Congregación
romana. «Según los recuerdos de algunos testigos presenciales, todos los
implicados [en la negociación] entendían que Pablo VI quería que el “caso
Washington” se zanjase sin retractación pública de los disidentes, pues el
papa temía que insistir en ese punto llevara al cisma, a una fractura formal
en la Iglesia
de Washington, y quizá en todo Estados Unidos. El papa, evidentemente, estaba
dispuesto a tolerar la disidencia sobre un tema respecto al que había hecho
unas declaraciones solemnes y autorizadas, con la esperanza de que llegase el
día en que, en una atmósfera cultural y eclesiástica más calmada, la
verdadera enseñanza pudiera ser apreciada».
La disidencia
tolerada
Casos como éste, y muchos otros análogos producidos sobre otros
temas en la Iglesia
Católica, enseñaron a los Obispos, a los Rectores de
seminarios y de Facultades teológicas, así como a los Superiores religiosos,
que en la nueva situación creada no era necesario aplicar las sanciones
previstas en la ley canónica (Código de Derecho Canónico c.1371) a quienes en
la docencia o en la predicación pastoral y catequética se opusieran a la enseñanza
de la Iglesia. Más
aún, todos entendieron que era positivamente inconveniente defender del error
al pueblo cristiano con estas sanciones, si ello podía traer escándalos o
aunque solo fuere tensiones y conflictos en la convivencia eclesial. También
los profesores de teología, religiosos y laicos líderes aprendieron con estos
acontecimientos que era posible impugnar públicamente temas graves de la
doctrina católica sin que ello trajera ninguna consecuencia negativa. […].
La disidencia privilegiada
En pocos años
la disidencia teológica, al menos dentro de ciertos límites, pasó de ser
tolerada a ser privilegiada en bastantes medios eclesiales. Es la situación
actualmente vigente en no pocas Iglesias del Occidente. En ellas es difícil
que un teólogo sea prestigioso si no tiene algo o mucho de disidente respecto
de «la doctrina oficial» de la
Iglesia. El teólogo fiel a la doctrina y a la tradición de la Iglesia será
generalmente estimado como adherente a una teología caduca, superada,
meramente repetitiva, ininteligible para el hombre de hoy, creyente o
incrédulo. Por el contrario, el haber tenido «conflictos con la Congregación de la Fe, el antiguo Santo Oficio»,
marcará en el curriculum de los
autores un punto de excelencia. El P. Häring (1912-1998), por citar el
ejemplo de un disidente próspero, se jubiló como profesor de la Academia Alfonsiana en 1987. Todavía en 1989,
exigía que la doctrina católica sobre la anticoncepción se pusiera a consulta
en la Iglesia,
pues acerca de la misma «se encuentran en los polos opuestos dos modelos de
pensamiento fundamentalmente diversos» («Ecclesia» 1989, 440-443). Efectivamente,
fundamentalmente diversos e irreconciliables. Y aún tuvo ánimo para arremeter
con todas sus fuerzas contra la encíclica Veritatis
splendor (1993), especialmente en lo que ésta se refiere a la regulación
de la natalidad: «no hay nada [...] que pueda hacer pensar que se ha dejado a
Pedro la misión de instruir a sus hermanos a propósito de una norma absoluta
que prohíbe en todo caso cualquier tipo de contracepción» («The Tablet»
23-X-1993). En la conmovedora página-web que la Academia Alfonsiana dedica a Bernard Häring
como memorial honorífico, mientras se escucha el canon de Pachelbel, puede
conocerse que a este profesor «le llovieron honores y premios» de todas
partes, y que «es considerado por muchos como el mayor teólogo moralista
católico del siglo XX». […]
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El
discernimiento es el elemento clave: la capacidad de discernimiento. Y estoy
notando precisamente la carencia de discernimiento en la formación de los
sacerdotes. Corremos el riesgo de habituarnos al «blanco o negro» y a lo que
es legal.
Estamos bastante
cerrados, en general, al discernimiento. Una cosa es clara: hoy en una cierta
cantidad de seminarios ha vuelto a reinstaurarse una rigidez que no es
cercana a un discernimiento de las situaciones.
Y eso es
peligroso, porque nos puede llevar a una concepción de la moral que tiene un
sentido casuístico. Con diferentes formulaciones, se estaría siempre en esa
misma línea. Yo le tengo mucho miedo a esto.
Eso ya lo
dije en una reunión con los jesuitas de Cracovia, durante la Jornada Mundial
de la Juventud. Allí
los jesuitas me preguntaron qué creía que podía hacer la Compañía y respondí que
una tarea importante de la
Compañía era la de formar a los seminaristas y sacerdotes
en el discernimiento. Nuestra generación, quizás los más jóvenes no, pero mi
generación y alguna de las sucesivas también, fuimos educados en una
escolástica decadente. Estudiábamos con un manual la teología y también la
filosofía.
Era una
escolástica decadente. Para explicar el «continuo metafísico», por ejemplo —
me causa risa cada vez que me acuerdo —, nos enseñaban la teoría de los
«puncta inflata ». Cuando la gran Escolástica empezó a perder vuelo,
sobrevino esa escolástica decadente con la cual han estudiado al menos mi
generación y otras. Ha sido esa escolástica decadente la que provocó la
actitud casuística.
Y, es
curioso: la materia «sacramento de la penitencia», en la facultad de
teología, en general — no en todos lados — la daban profesores de moral
sacramental. Todo el ámbito moral se restringía al «se puede», «no se puede»,
«hasta aquí sí y hasta aquí no». En un examen de «audiendas», un compañero
mío, a quien le hicieron una pregunta muy intrincada, con mucha sencillez
dijo: «Pero Padre, por favor, eso no se da en la realidad! Y el examinador
respondió: «Pero está en los libros».
Era una moral
muy extraña al discernimiento. En aquella época estaba el «cuco», el fantasma
de la moral de la situación… Creo que Bernard Häring fue el primero que
empezó a buscar un nuevo camino para hacer reflorecer la teología moral.
Obviamente en nuestros días la teología moral ha hecho muchos progresos en
sus reflexiones y en su madurez; ya no es más una «casuística»
En el campo
moral hay que avanzar sin caer en el situacionalismo; pero por otro lado hay
que hacer surgir la gran riqueza contenida en la dimensión del
discernimiento; lo cual es propio de la gran escolástica.
Cuando uno
lee a Tomás o a san Buenaventura, se da cuenta de que ellos afirman que el
principio general vale para todos, pero — lo dicen explícitamente —, a medida
que se baja a los particulares la cuestión se diversifica y se dan muchos
matices sin que por eso cambie el principio.
Ese método
escolástico tiene su validez. Es el método moral que usó el «Catecismo de la Iglesia Católica».
Y es el método que se utilizó en la última exhortación apostólica Amoris
Laetitia, después del discernimiento hecho por toda la Iglesia a través de los
dos Sínodos.
La moral
usada en Amoris Laetitia es tomista, pero del gran santo Tomás, no del autor
de los «puncta inflata». Es evidente que en el campo moral hay que proceder
con rigor científico, y con amor a la Iglesia y discernimiento. Hay ciertos puntos de
la moral sobre los cuales solo en la oración se puede tener la luz suficiente
para poder seguir reflexionando teológicamente.
Y en esto, me
permito repetirlo, y lo digo para toda la teología, se debe hacer «teología
de rodillas». No se puede hacer teología sin oración. Esto es un punto clave
y hay que hacer así.
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Precisamente, "Amoris laetitia" y su "discernimiento" llevan al casuísmo total.
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