Pedro Hispano, un amigo de nuestra bitácora, nos ha enviado un correo que reproducimos a continuación.
La intervención de Don José Antonio Sayés Prieto en post titulado: ¿Objeción de conciencia? Me parece que merece una ampliación ya que no es que lo que dice no sea fundamentalmente cierto pero, a pesar de eso, hay un fallo fundamental en la exposición de tan benemérito teólogo: no va a la raíz de los problemas.
Que se invite a dimitir a políticos corruptos es una ingenuidad. Otra cosa es que se trate simplemente de incompetentes, que, además de incompetentes, sean del número, desgraciadamente escaso, de católicos que se confiesan. ¿Pero es esa la solución a los males de España? Algunas correcciones muy atendibles le ha hecho en su comentario Juanito Neocón pero yo creo indispensable añadir que el fondo de los problemas de la aún en parte católica España no está en los malos políticos sino en los malos eclesiásticos. Es a ellos, por muy encumbrados que estén, a los que habría que exigir la dimisión porque son ellos el fondo del problema y lo que paraliza cualquier intento de solución.
Ellos y la crisis que ellos llevan consigo y que ni siquiera con frecuencia quieren reconocer ni mucho menos afrontar sino que se limitan a tratar de ocultar con castillos de fuegos artificiales como el que preparan próximamente para Barcelona siguiendo las directrices del impresentable Fisichella.
Me resulta embarazoso corregir aquí a alguien como Don José Antonio Sayés pero creo que si los eclesiásticos no se atreven a llamar las cosas por su nombre y se limitan a dirigir los tiros, por otra parte más que justificados, a los malos políticos pueden dar una impresión de corporativismo a ultranza que sólo puede traerle descrédito a la Iglesia.
Y por aquello de donde se confirma lo dicho con algunos ejemplos remito a quien le interese al documentado artículo que el 03.09.09 nos ofrecía Germinans sobre la corrupción de los Kennedy -¡y de cuantos más Dios mío!- por obra de teólogos progresistas. Es claro que ese ejemplo concreto no se puede aplicar sólo a USA sino que es perfectamente trasladable a cualquiera de los países otrora católicos. Es la crisis de la Iglesia la que corrompe a la sociedad y si de verdad se quiere el remedio hay que comenzar por casa.
APENDICE:
Cómo teólogos modernistas desviaron la carrera de un político católico.
El pasado 25 de agosto, murió Edward Moore Kennedy, más conocido por su diminutivo Ted, a sólo dos semanas del fallecimiento de su hermana Eunice Kennedy Shriver. De esta manera, ha vuelto a saltar a la actualidad el clan más famoso de los Estados Unidos, al cual siempre se lo ha considerado lo más cercano a una familia real que tiene ese país. Lástima que, como sucede con gran parte de las antiguas dinastías europeas, la irlando-americana de los Kennedy haya perdido la consciencia de sus obligaciones históricas y morales, cuyo cumplimiento fue en otro tiempo su timbre de gloria y la razón de su encumbramiento. ¿Cómo es posible que los que llegaron a ser hijos predilectos de la Iglesia se hayan convertido en promotores de causas contrarias a las enseñanzas del magisterio católico? El propio senador Kennedy, que fuera en la primera época de su vida un firme defensor de la vida desde el instante mismo de la concepción terminó sus días apoyando la opción que en los Estados Unidos se llama “pro-choice”, es decir la que defiende la completa libertad de la mujer para controlar su fertilidad y decidir la continuación o la interrupción de su embarazo (lo cual implica el aborto libre). Desgraciadamente, la tercera generación Kennedy sigue sus pasos: el gobernador de California Arnold Schwarzenegger, marido de Maria Owings Shriver (hija de Eunice Kennedy Shriver), es también un abanderado de la opción “pro-choice”, y Caroline Kennedy Schlossberg, hija del asesinado presidente Kennedy, ambiciona el puesto de senadora por Nueva York, dejado vacante por Hillary Clinton, defendiendo, entre otras cosas, el aborto y los “matrimonios” homosexuales.
Ted Kennedy escribió poco antes de morir una carta a Benedicto XVI, que Barack Obama entregó personalmente al Papa durante su visita del 10 de julio pasado. En ella, el senador afirmaba: “Siempre traté de ser un católico fiel, Su Santidad, y aunque mis debilidades me hicieron fallar, nunca dejé de creer y respetar las enseñanzas fundamentales de mi fe”. Todos los Kennedy se confiesan igualmente católicos, pero no parecen tener escrúpulos de conciencia por su defensa de ciertos principios contrarios al magisterio de la Iglesia. Se les ve en misa, en compañía de prelados y clérigos, presiden obras de caridad y beneficencia católicas… ¿cómo se compadecen conductas tan contradictorias? Quizás la respuesta esté en una reciente declaración de la ya citada Maria Shriver, que dijo considerarse una “Cafeteria Catholic” (“católica a la carta”). Es ésta una expresión que define a aquellos fieles que seleccionan las enseñanzas de la Iglesia en las que quieren creer y rechazan otras, normalmente las relativas a la Moral (que suelen ser las más incómodas porque exigen una coherencia de fe y vida, una traducción de las creencias en las conductas, cosa no siempre fácil, sobre todo cuando se es un personaje público, sujeto a la atención de la opinión pública y a los discutibles imperativos de los políticamente correcto).
El “catolicismo a la carta” no es sino el resultado del llamado “progresismo”, que hizo fortuna en el catolicismo norteamericano desde mediados de los años Sesenta del siglo pasado, época de grandes cambios en lo religioso, político y cultural y de importantes convulsiones sociales, propicia a los activismos de toda clase. Lo explica muy bien Patrick W. Carey en su libro Catholics in America: a history. La aplicación del Concilio Vaticano II y sus reformas comenzó a transformar la conciencia de la comunidad católica, pero su impacto se vio amplificado por los movimientos reivindicativos de aquellos años: las protestas radicales contra la guerra del Vietnam, los disturbios raciales, la rebeldía estudiantil, las campañas para la emancipación sexual y la liberación de la mujer, etc. Sacerdotes, religiosos, monjas y seglares se vieron involucrados en ellos. Se dio un verdadero giro a la izquierda en las élites católicas. ¿Cómo se llegó a esto?
Cuando en 1960 John Fitzgerald Kennedy llegó al poder, convirtiéndose en el 35º presidente de la Unión, se rompió un prejuicio reinante en la sociedad norteamericana: “en una América democrática una religión autoritaria como la católica es cosa extraña”. Fue realmente un gran impacto el que un católico romano pudiera gobernar un país de mayoría protestante, impacto incluso mayor que el que ha tenido la elección de Barack Obama, un afroamericano, como presidente de un país en el que hasta hace cuarenta años se practicaba el segregacionismo. Kennedy era, sin embargo, el resultado del gran desarrollo experimentado por la Iglesia Católica desde el último tercio del siglo XIX y durante la primera mitad del XX, gracias, sobre todo, a dos factores fundamentales: la importante inmigración católica y una sabia organización, que la convirtieron en la minoría religiosa más influyente y eficaz de la sociedad norteamericana. Buena parte del mérito corresponde al cardenal Gibbons, arzobispo de Baltimore, que supo aprovechar inteligentemente a favor de la Iglesia el principio de libertad religiosa consagrado en la Constitución norteamericana. Roma vio con gran complacencia el crecimiento de la Iglesia en los Estados Unidos, que pudo comprobar personalmente el entonces cardenal Pacelli (futuro papa Pío XII) en viaje privado a todo lo largo y ancho del país en 1936, durante el cual, por cierto, trabó conocimiento y amistad con Joseph P. Kennedy, el patriarca del clan Kennedy.
Durante el pontificado pacelliano la jerarquía católica estadounidense fue un ejemplo de fidelidad a Roma y de gobierno ejemplar: en este capítulo quedan nombres como el del cardenal Edward Mooney, arzobispo de Detroit (gran benefactor de las clases trabajadoras); el del cardenal Samuel Stritch, arzobispo de Chicago (para quien Pío XII tenía importantes planes, truncados por una prematura e inesperada muerte); el del cardenal Francis Spellman, arzobispo de Nueva York (gran amigo del papa Pacelli) y su obispo auxiliar Fulton J. Sheen (excelente comunicador de masas); el del cardenal James Francis McIntyre, arzobispo de Los Angeles (decisivo impulsor de las escuelas católicas); en fin, el del arzobispo (más tarde cardenal) Richard Cushing de Boston (amigo de la familia Kennedy, a varios de cuyos miembros bautizó). Pero esto era el panorama externo del catolicismo estadounidense. En esos mismos años, ya antes del Concilio Vaticano II, se incubaba el germen del cambio.
El jesuita John Courtney Murray (1904-1967), profesor de Filosofía de la Universidad de Yale, lanzó durante el curso 1951-1952, en colaboración con Robert Morrison MacIver, de la Universidad de Columbia, un proyecto para garantizar la libertad académica y la enseñanza religiosa en las universidades públicas. El principio era en sí positivo y pretendía contribuir a una mejor preparación de las élites católicas para la acción (típico objetivo jesuita), pero la libertad académica se tradujo en la realidad en un progresivo distanciamiento del magisterio oficial de la Iglesia. El mismo Murray tuvo problemas con el Santo Oficio, siendo interpelado por el cardenal Ottaviani por sostener que una nueva verdad moral había emergido fuera de la Iglesia y que todo ciudadano, por su dignidad como persona, tenía derecho a asumir el control moral sobre sus propias creencias. El jesuita renunció en 1954 a seguir escribiendo sobre libertad religiosa, pero ya había creado escuela. Su principio de libertad académica sería más tarde invocado por teólogos como Charles Curran, Robert Drinan y Hans Küng para justificar su oposición a la doctrina católica oficial, a la cual oponían su “fiel disenso”. Ahora se puede comprender cómo pudo ser posible el giro a la izquierda de las élites católicas en los años Sesenta al que nos referíamos líneas atrás.
La postura del P. Murray –según la cual se ha de distinguir entre los aspectos morales de una cuestión y la viabilidad de promulgar legislación acerca de tal cuestión– fue decisiva durante el coloquio que tuvo lugar en Hyannisport (Massachusetts), en el cuartel general de verano de los Kennedy, en el verano de 1964. En él participaron los ya mencionados Charles Curran y Robert Drinan, como también los jesuitas Joseph Fuchs, John Giles Milhaven, Richard A. McCormick y Albert R. Jonsen. El momento era importante porque Robert Kennedy, que no gozaba de la confianza de Lyndon B. Johnson, iba a dejar en septiembre la Fiscalía General de los Estados Unidos para presentarse como candidato a senador por Nueva York en las elecciones de noviembre, con la perspectiva de presentarse a las presidenciales de 1968. Por su parte, Ted, que había cobrado mayor importancia en la familia tras el asesinato de su hermano el Presidente, era senador por Massachusetts desde noviembre de 1962 y se preparaba a mayores responsabilidades. Ahora bien, ambos Kennedy, si querían que sus carreras políticas prosperasen, debían contar con el apoyo del electorado demócrata y del electorado católico liberal, ambos favorecedores de las reivindicaciones más en contraste con el magisterio oficial de la Iglesia, especialmente la del aborto. Los teólogos reunidos en Hyannisport dieron a los Kennedy y a sus asesores y aliados la justificación para poder aceptar, dado el caso, la promoción de una política abortista con tranquilidad de conciencia.
Robert Kennedy se ocupó preferentemente de los derechos civiles y los derechos humanos (de los que ya se había ocupado como Fiscal General) siendo asesinado en plena campaña para las elecciones presidenciales en junio de 1968. No se sabe qué actitud iba a adoptar frente al aborto. Su hermano Edward, convertido en jefe de la familia (su anciano padre Joseph se hallaba impedido por una parálisis), veía así ante él desplegado el camino hacia la presidencia, pero en julio del año siguiente ocurrió el accidente de Chappaquidick con resultado de muerte para su secretaria Mary Jo Kopechne, cuyas extrañas circunstancias suscitaron una controversia que acabó con las posibilidades de elección del senador, al menos por el momento. El hecho es que todavía en 1971, Ted Kennedy se manifestaba contrario al aborto, como queda documentado por una carta de respuesta al activista de la Liga Católica de New York Tom Dennelly, en la cual se leen frases como las siguientes:
“Creo que la vida humana, incluso en sus etapas más tempranas, tiene ciertos derechos que deben ser reconocidos: el derecho a nacer, el derecho a amar, el derecho a envejecer”.
“Una vez la vida ha empezado, sin importar en qué estadio de desarrollo se encuentre, creo que no se puede decidir que termine por un mero deseo”.
“Cuando la Historia vuelva los ojos hacia esta época, debería reconocer a esta generación como la que se preocupó por los seres humanos lo suficiente como para acabar con la práctica de la guerra, para ofrecer una vida decente a cada familia y para cumplir con sus responsabilidades frente a sus hijos desde el momento mismo de la concepción”.
Sin embargo, en los Ochenta el senador Kennedy emprendió una activa campaña contra la política de Ronald Reagan, haciéndose abanderado del feminismo y de los derechos de los homosexuales. ¿Y el aborto? El P. Milhaven, que había participado en el coloquio de Hyannisport de 1964, informó que veinte años después, en 1984, hubo otra reunión de teólogos en la misma localidad. Se trataba de una sesión informativa para el grupo Catholics for Free Choice (Católicos para la libre elección), en la que participaron varios miembros del clan Kennedy (entre ellos Ted y su cuñado Sargent Shriver, esposo de Eunice), a cuyas preguntas sobre varios puntos controvertidos respondieron los teólogos. Éstos, en palabras del P. Milhaven, “aunque disintieron en muchos puntos, coincidieron en uno básico y fue éste: que un político católico podía en buena conciencia votar a favor del aborto” (citado por Ann Hendershott en la edición del The Wall Street Journal del 2 de enero de 2009). Desde entonces fue cuando Edward Kennedy se mostró abiertamente favorable a la política pro-choice, de la cual no se distanció el resto de su vida, ni siquiera en la carta a Benedicto XVI a la que hemos hecho referencia.
Sin pretender disminuir la innegable responsabilidad personal de este político en la promoción del aborto hay que decir que, en última instancia, la culpa es del “catolicismo a la carta” propiciado por los que tenían la grave responsabilidad de educar a las élites católicas norteamericanas. Y es que cuando los guías son ciegos, ¿a dónde van los guiados? Es una pena que una familia católica como la de los Kennedy, que pudo haber influido decisivamente en la sociedad estadounidense a favor de los valores predicados por la Iglesia, perdiera tan tristemente el rumbo. Y es tanta más lástima si se considera que tuvieron el excelente ejemplo de su devota matriarca: Rose Fitzgerald Kennedy, que llegó a sacrificar su afecto maternal antes de aprobar la unión ilícita desde el punto de vista católico de su hija Kathleen y que nunca desmintió su profunda religiosidad. Ted Kennedy, además, tuvo el privilegio de recibir la primera comunión de un santo: Pío XII (fue durante un viaje con su familia a Roma, siendo su padre embajador de los Estados Unidos en el Reino Unido). Quiera Dios en su Misericordia que la intercesión de Eugenio Pacelli y la de Rose Fitzgerald Kennedy, en unión de las plegarias que pidió a Benedicto XVI hayan logrado que el senador Edwrad Moore Kennedy, contrito de sus pasados errores, tuviera una buena muerte
21 comentarios:
por los que tenían la grave responsabilidad de educar a las élites católicas norteamericanas.
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Y al pueblo que le parta un rayo...
¿No merece ser educado el pueblo fiel sin distinción de élites o no élites?
Con eso ya me dice todo sobre la mentalidad que no va a solucionar nada de este problema.
Ahora lo que ocurre es que las élites del catolicismo dejan hacer lo que les da la gana a las élites de la política católica, porque así manda la cosa para seguir siendo eso mismo: élite.
Merecen una revolución. Lástima que en la Iglesia y contra la jerarquía esto sea pecado, pero la merecen. Ya la hará el Espíritu Santo en las almas de los fieles.
A mí también me ha hecho pensar uno de los comentarios del post anterior al respecto de lo que dice Miles, sobre que en 10 años tendremos ardiendo Iglesias y que parte de la culpa será la complicidad con la clase política que defiende el neoliberalismo a ultranza. Y en linea con el artículo de Prada en Religionenlibertad:http://www.religionenlibertad.com/articulo.asp?idarticulo=21095
que es más sobre lo mismo y me recuerda mucho a lo que dijo el Papa en Fátima, de que el enemigo de la Iglesia no está fuera sino dentro
Recomiendo el artículo de J. M. de Prada en el ABC sobre "El fariseísmo", tomando como referencia un "famoso" artículo del P. Castellani, "Sobre tres modos católicos de ver la guerra española" (Criterio, 1937).
Miles, no seas resentido social. Al pueblo se lo educa desde las elites, que son la cabeza del pueblo. Son parte integral de él, aunque ese concepto no le guste a los fascistas / nazis, que en el fondo, son hermanitos marxistas del comunismo.
Jerónimo
Estos,como el anónimo de cadencia infocatólica, son los que dicen defender la familia y se la cargan en beneficio de la élite. La institución educativa por antonomasia es la familia y el principio a aplicar es subsidiario de ella. En primer lugar la escuela católica, que antaño era escuela parroquial (otra aplicación más del principio subsidiario). Es curioso como la escuela católica es hoy la escuela de las élites ateas que trabajan contra la Iglesia. Como esa perversión se dio en el albro de la modernidad de la mano de las fundaciones elitistas está muy trillado.
Solo las mentes hegelianas pueden decir que son las élites las que deben educar al pueblo y mientras lo dicen insisten en separar a una élite para ser educada aparte y perpetuarse como tal.
Lo dicho, merecen una revolución o simplemente como decía San Juan Bosco: no deis al pueblo lo que es suyo y en breve vais a ver como el mismo lo toma por la fuerza y eso hace referencia a los valores espirituales (y no solo los meramente materiales) que hoy día se les está robando.
MILES una vez más ha irrumpido aquí para ejercer su actividad favorita: echar balones fuera.
PEDRO HISPANO
No creo que haya echado balones fuera. El problema de la política es el que le pongo. Unos jerarcas obtusos en tratarse y retratarse con la nueva nobleza que substituyó a la nobleza del antiguo régimen.
Y es que el principal problema radica en que la Iglesia no está para hacer de pepito grillo del poderoso. Porque rápidamente se pasa de confesor a confidente y de confidente a consejero privilegiado que, en el mejor de los casos, aplica el principio moral de fomentar el pecado menor para evitar el mayor en alguien decidido a pecar. Eso es mortal para la Iglesia, cuya función es otra, como vimos en la serie de la obra "Para que Él Reine".
Pero resulta que en lugar de formar espiritualmente al pueblo y dotarle con medios culturales adecuados solo habrá una élite formada que además es la descendencia de la élite actual. El "populacho" -la chusma como gusta insultar a Luis Fernando en esa misma mentalidad- no cuenta nada, salvo cuando está a las puertas con las antorchas para prender fuego a todo.
El mal eclesiástico es el que se mete en política y los clérigos en España llevan metidos en política desde tiempos de los visigodos. Esa fue la ruina de España como lo es ahora.
Un caso ejemplar de clérigo metido en política es el de MOnseñor Ruoco. ¿quien es para decir que el político o funcionario católico que no esté de acuerdo con una ley ilegítima debe dimitir de sus cargos o hacer tal o cual cosa?
Ya sabrá un hombre si es hombre lo que debe hacer cuando los inicuos llaman a la puerta de sus obligaciones. Le basta con decir, como obispo y pastor, lo que es moralmente inadmisible: la iniquidad de una ley.
Sigue la carrera española hasta el bisbet: metido a ensalzar la nación catalana en puro aprendizaje de sus mayores en la mitra.
Cuando las élites dejan de cumplir con el deber que Dios les ha asignado en la Jerusalén terrestre, dejan de servir a Dios para servir al Diablo. Las "élites católicas" han dejado de ser tales. Hoy sólo son grupos al servicio de sí mismos. "Élites" a secas.
En esas condiciones, su lugar en la Jerusalén terrestre pasa a ser automáticamente ocupado por aquellos que, despreciados por todos, muy especilamente por esas "élites" a secas, no tienen miedo a predicar la Palabra de Dios porque, sencillamente, no tienen nada que perder.
Este estado de cosas habría sido imposible sin la traición por acción y por omisión, de palabra y por medio de silencios, unas veces con actos de rebeldía y otras con actos de servilismo, pero siempre, siempre, siempre, en la misma dirección, de la inmensa mayoría del colegio episcopal.
Y eso, claro está, nos lleva a la inevitable responsabilidad de aquellos que crearon, que mantuvieron y que mantienen, década tras década, un colegio episcopal prácticamente unánime en la disolución de la Tradición, tal y como Romano Amerio explica en su Iota Unum.
PS1: Ya sé que lo que digo no es algo chachi-chupi-guay. Pero no es dogma de fe que la verdad sólo pueda ser chachi-chupi-guay.
PS2: El artículo de Pedro Hispano es muy bueno. Y los comentarios de Miles Dei también. Ambos tienen razón. Lo que pasa es que Miles Dei siempre mira más allá, y eso es bueno porque hace que, además de lograr una perspectiva más general, uno logre profundizar en el asunto, aún a riesgo de alejarse del meollo de la cuestión. Sin embargo, la advertencia de Pedro Hispano sirve para evitar esa dispersión.
Gracias a los dos.
Cougar.
En linea con el último artículo de Juan Manuel de Prada, siguiendo al genial P.Leonardo Castellani, se encuentra este pequeño texto del profesor Rafael Gambra:
http://elmatinercarli.blogspot.com/2012/02/conservadores-revolucionariosy_131.html
Para meditar profundamente...
La existencia de élites es un hecho sociológico que viene dado.
Aunque le pese a los cultores de utopías de distinto signo, la sociedad siempre tendrá una forma piramidal, porque el hombre es hombre y porque los bienes vienen dados en forma desigual.
La desigualdad del hombre, que es un derivado de la antropología de la persona, no es mala, sino, por el contrario, apunta a la complementariedad y correcta solidaridad entre los hombres.
En un orden natural y cristiano, la desigualdad imipulsa a los hombres a la colaboración y a la ayuda, puesto que unos se destacan en unas tareas y otros en otra.
El problema es que, por la naturaleza caída, esta desigualdad natural tiende a quedar opacada por desigualdades de otro tipo, muchas veces injustas.
En una sociedad católica, la élite es la aristocracia. Pero lamentablemente, cuando la sociedad no puede decirse católica, las élites son oligarquías usurpadoras.
Aún sin saberlo concientemente, las masas lo intuyen y, alentadas por los ideólogos de la utópica igualdad, que fogonean la envidia, pretenden "revolver" la sociedad, darla vuelta, para ubicarse ellos en ese lugar.
Es la condena de la eterna Revolución, tal cual fue reflejada magistralmente por Orwell en su fábula novelada "Rebelión en la granja" (Animal Farm).
Cuando la Iglesia se niega a formar una aristocracia (aristocracia que, en primer lugar, lo será del espíritu), deja actuar a las oligarquías o, peor, cuando se hace cómplice de ellas, lleva su misma condena.
En un orden natural cristiano el aristócrata recibe su poder no de la posesión de bienes, sino del voto de confianza otorgado por las familias que subsidiariamente le dan el poder al aristócrata por sus cualidades. De lo contrario tenemos no ya la oligarquía, sino la plutocracia.
Olvidar ese principio subsidiario es la causa de tantos males.
Mais le tragique de l’histoire, c’est qu’aujourd’hui comme autrefois au temps de l’exil d’Avignon, une grande majorité du clergé, surtout du haut clergé, se satisfait de cet exil, de cette rupture.
Athanasius Schneider lo refiere a la liturgia, pero bien podría aplicarse a otros muchos aspectos. Surtout du haut clergé, esto es la las élites del catolicismo parece que se encuentran tan contentas en ese exilio, en ese alejamiento del hombre común y del cristiano corriente.
ivan durak
Luego otra cosa es el tema de la gracia y la política, que da lugar a los diversos milenarismos. Es mejor ese nombre que el de utopías y mucho más correcto desde el punto de vista de la doctrina cristiana.
Y el que me quiera enmendar mucho tiene que saber... tiene mucho que rumiar el que me quiera entender.
No necesariamente utopía y milenarismo son lo mismo, aún sub specie aeternitatis. Y no necesariamente derivan de confundir gracia y política... que es lo que no hago; sino todo lo contrario.
Los bienes a los que me refiero no son bienes "materiales", sino dones en sentido amplio. Algunos son más inteligentes, otros hablan más, otros son más fuertes, otros son más débiles, otros tienen buen oído, otros son más sensibles...
Esta diversidad de la creación que según el Aquinate habla de la inmensidad de Dios y que en el hombre va mucho más allá de lo meramente animal (natural), para extenderse en lo espiritual (racional).
Aquí el voto, aún tácito, no tiene nada que ver. Eso estará bien en Locke, o en Hobbes. No en correcta doctrina cristiana.
Los hombres se unen, más allá de sus familias, porque necesitan los unos de los otros. No creo que necesite recordarle lo del ζῷον πολιτικόν de Aristóteles. Remito a La política.
In Dómino.
Bueno, sí ¿pero cuál ha sido y sigue siendo el papel del alto y bajo clero en la situación en la que se encuentra el pueblo fiel? Porque de eso va el post, no de nobleza y élites tradicionales análogas.
Cougar.
Es que no creo que nadie dude de lo que bien dice Pedro Hispano.
Como bien se ha recordado en este blog con la publicación de esos textos de Jean Ousset, no deben confundirse los distintos ámbitos para no caer en alguna forma de clericalismo. Pero, aún así, la Iglesia tiene un papel subsidiario en las cosas de los hombres.
Claro que la prudencia política de los clérigos debe estar afiladísima para no caer en los excesos que bien nos recuerda el contertulio Miles Dei. Prudencia que debe tener a la subsidiariedad de guía para saber en qué momento retraerse y dejar ser a los seglares en las cosas del mundo.
En general, sin embargo, los clérigos deberán sí apuntar a los principios del Magisterio social de la Iglesia y de sus santos doctores. Pero todos sus principios y no sólo aquéllos que son más atractivos para los oídos del mundo.
La Iglesia deberá educar a la verdadera aristocracia para saber gobernar según aquellos principios eternos y al pueblo para saber obedecer también con esos principios en la mira.
Lamentablemente, la Iglesia al renunciar a este papel pedagógico, deja que las oligarquías se formen en los "métodos" de Maquiavelo y sus discípulos contemporáneos. Al mismo tiempo que el pueblo no se forma, no sabe obedecer... y, paradójicamente, se deja llevar de las narices, creyéndose libre y soberano.
Al final de cuentas, la Iglesia renunciante coopera a la crisis del principio de autoridad. La verdadera autoridad, aquella que es autoría de bien, queda entonces opacada por el ejercicio arbitrario del poder. Si toda autoridad viene de Dios, todo poder ejercido arbitrariamente es don del demonio.
El Estado moderno, en cuanto entelequia que hace derivar su poder de la masa informe manejada por los demagogos, se convierte así --esencialmente-- en instrumento de dominación demoníaca.
La sociedad política tradicional, en cuanto conciente de que su autoridad le venía de lo alto, nos dio un Derecho positivo que miraba en el orden natural y cristiano --el decálogo y el derecho romano-- en busca de inspiración. El Estado contemporáneo, en cuanto se cree fuente de todo deber y derecho, aprovecha de los despojos del orden político cristiano, mientras dure. Pero ya ni eso, pretende crear sus propias leyes aún en contra de la naturaleza de las cosas.
Es el katejón que está siendo retirado por nuestras Legislaturas. El viejo orden de la Románitas (cristianizada) se cae a pedazos bajo las topadoras de las leyes antinaturales.
Y nuestros obispos tocan el violín mientras Roma arde.
Qué de acuerdo estoy con Miles:
El mal eclesiástico es el que se mete en política y los clérigos en España llevan metidos en política desde tiempos de los visigodos. Esa fue la ruina de España como lo es ahora.
¿No es infocatólica y en general todo el movimiento Neocón un capítulo más de esto ( y tal vez bienintencionado)?
Me recuerda mucho esto a otro comentario que me impresiono bastante en el que se decía que el clero (y laicos afines) en España recuerda a la forma de entender la religión en el Islam, y que muchas webs católicas parecen más bien propagandistas, y ayer viendo como elegían A Jamenei en Iran, me volvía a acordar de esto.
Salo
Bueno, sí ¿pero cuál ha sido y sigue siendo el papel del alto y bajo clero en la situación en la que se encuentra el pueblo fiel? Porque de eso va el post, no de nobleza y élites tradicionales análogas.
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El papel del alto y bajo clero es el mismo con la nobleza que con el pueblo fiel, que no es otro que recordarnos que tanto unos como otros formamos parte de la Familia Real por adopción, y que en consecuencia tenemos que comportarnos como tales.
Lo de si luego en esta vida a uno lo quisieron noble y al otro plebeyo es lo de menos, porque el objetivo es que nos dejemos uncir como reyes.
Me parece que ese es el problema de los curas. En vez de vernos como reyes ven a una minoría como aristócratas y a la gran mayoría como plebeyos, reservándose la reyecía para sí mismos.
MILES ha conseguido Vd que aquí se hable del milenarismo, de los visigodos y de cualquier cosa menos el tema del post. Es Vd nefasto. ¿Lo hace a posta o es un peculiar tipo de troll? En cualquier caso hay que reconocerle una eficacia destructiva digna de mejor causa.
PEDRO HISPANO
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