Para los interesados en la "islamología", ofrecemos un libro de Rubén Calderón Bouchet El Islam. Una ideología religiosa :
sábado, 29 de diciembre de 2012
jueves, 27 de diciembre de 2012
Dos mierdas
Nuestros lectores conocen de sobra
las diferencias de opinión que nos separan de Luis Fernando Pérez de Bustamante. También saben
de los encontronazos y conflictos que con él hemos tenido.
Pero nada de lo anterior impide que
repudiemos vivamente las expresiones de César Vidal y Federico Jiménez
Losantos sobre la vida privada de Luis Fernando y su esposa. No existe el más mínimo
interés público en divulgar cuestiones referidas a su intimidad. Como dos
mierdas se han comportado estos neocones acatólicos. Y no tenemos reparo en
decirlo abiertamente, porque es de justicia hacerlo.
Aquí hemos criticado muchas veces
a Luis Fernando y seguiremos haciéndolo, en la medida en que lo consideremos
necesario. Pero no es posible transgredir ciertos límites sin entrar en el más
sucio maquiavelismo.
miércoles, 26 de diciembre de 2012
Müller ¿martillo de herejes?
Publicamos un artículo que ha traducido un lector de nuestra bitácora a quien mucho agradecemos el trabajo que se ha tomado.
La falsa acusación de herejía a quien critica las nuevas y ambiguas
doctrinas del pastoral Vaticano II.
Por Paolo Pasqualucci
Criticar las nuevas y ambiguas doctrinas del pastoral Concilio Ecuménico
Vaticano II ¿significa comportarse como protestantes, como herejes?
Ciertamente, no. Sin embargo así se ha dicho y se ha vuelto a repetir, incluso
en sede autorizadísima. Es ya conocido el artículo aparecido recientemente en
el Observatore Romano, el 29 de
noviembre de 2012, en la p. 5, firmado por S.E. el arzobispo Gerhard Ludwig
Müller, Prefecto de la
Congregación para la
Fe , a propósito de la “hermenéutica de la reforma en la
continuidad” invocada –como sabemos- por S.S. Benedicto XVI como única clave
legítima para la lectura del Concilio: “Esta interpretación es la única posible
según los principios de la teología católica, es decir, considerando el
conjunto indisoluble formado entre la Sagrada Escritura ,
la completa e íntegra Tradición y el Magisterio, cuya más alta expresión es el
Concilio presidido por el Sucesor de San Pedro como Cabeza de la Iglesia visible. Al margen
de esta única interpretación ortodoxa existe lamentablemente una interpretación
herética, a saber, la hermenéutica de la ruptura, sea en su vertiente
progresista, sea en la tradicionalista. Ambos participan en el rechazo del
Concilio; los progresistas al querer dejarlo atrás, como si se tratase de una
estación que hay que abandonar para llegar a otra Iglesia; los tradicionalistas
al no querer llegar a él, como si se tratase del invierno de la Iglesia Católica ”.
No sé si es justo poner en el mismo orden las dos opuestas interpretaciones
críticas del Concilio. Los “tradicionalistas” quieren sanar la ambigüedad y
eliminar los errores, planteando también, implícitamente, el problema de la
validez del Concilio. Estarían encantados de ver un Concilio revisado y corregido
por el Papa sobre la base de la doctrina de siempre de la Iglesia. Los “progresistas” no
se plantean ciertamente el problema de la validez del Concilio, ni lo que se
refiere a la ambigüedad y a los errores que se deben eliminar por estar en
contradicción con la doctrina de siempre, que para ellos no existe, por cuanto conciben
todo el Cristianismo en clave histórico-evolutiva. Para ellos, el Concilo no
debe ser reformado ni mucho menos invalidado. Por su parte critican los
compromisos a los que la mens progresista impostada en el Concilio ha debido
someterse, esperando que en la actuación práctica tales compromisos finalmente
sean por completo abandonados, para hacer emerger de modo completo la “Iglesia
del Espíritu” insuflada en las partes modernizantes de los documentos
conciliares; la Igesia
soñada por los defensores de la Nueva
Pentecostés , Iglesa de un Nuevo Advenimiento, sin jerarquía y
totalmente ecuménico-comunitaria, abierta a todas las instancias de la Modernidad , también en
el plano ético y de las costumbres. Iglesia
de Satanás, hay que recordarlo, para los Católicos que permanecen fieles a
la enseñanza perenne de la Iglesia.
A los comentarios de Monseñor Müller ya ha contestado de manera egregia el
prof. Roberto de Mattei en este mismo lugar, el 5 de diciembre de 2012. Por mi
parte querría sólo añadir alguna cosa. En primer lugar, recordar que, en
general, los herejes contraponen a la enseñanza de la Iglesia su versión personal del Cristianismo. Y esto es lo
que están haciendo hoy los “progresistas” (o neomodernistas). Aquellos que hoy,
por la amarguísima y perdurable crisis de la Iglesia , se ven constreñidos a criticar el
Vaticano II en nombre de la
Tradición , no albergan deseo alguno de tener una versión personal propia del Cristanismo, para
proponerla como una alternativa a la enseñanza actual de la Jerarquía , a la cual por
su parte oponen, donde no hay concordancia con ella, la Tadición , es decir, la
enseñanza de la Iglesia
consolidada tras casi veinte siglos de inmutable magisterio. En segundo lugar,
que el Concilio enseña declaradamente cosas
nuevas y en documentos no dogmáticos sino pastorales. Con toda seguridad
este hecho vuelve lícito el examen sobre la conformidad de estas novedades con
la doctrina tradicional de la
Iglesia por parte del creyente que se sienta capacitado para
ello. Veamos este último punto.
1. Por primera vez en la historia de la Iglesia , un Concilio
ecuménico se propone enseñar “novedades”. En el art. 1 de la Declaración conciliar Dignitatis humanae sobre la libertad
religosa, se encuentra la famosa declaración según la cual, “este Concilio
Vaticano reconsidera la tradición sagrada y la doctrina de la Iglesia , de la cual toma
elementos nuevos en constante armonía con aquellos que ya posee [haec
Vaticana Synodus sacram Ecclesiae traditionem doctrinamque scrutatur, ex quibus
nova semper cum veteribus congruentia profert]”(DH 1). El Concilio declara,
por lo tanto, que enseña “nuevos elementos” o “cosas nuevas” (nova) tomados de “escrutar” o de
“remeditar” la Tradición
y la Escritura. No
dice que vuelve a proponer la misma tradición y doctrina de un modo nuevo (nove), como se acostumbraba decir en
tiempos, cuando se hablaba de progreso
extrínseco del dogma o de una profundización y de un mejor conocimiento de
alguna verdad de fe, que quedaba sin embargo absolutamente inmutable en cuanto
a su noción. La sustitución de nove
con nova podía naturalmente hacer
nacer muchas aprensiones, razón por la que el texto precisó explícitamente que
era intención del Concilio “tratar las cosas nuevas” siempre en armonía con las
viejas, con el Depósito de la Fe. Pero ya
la idea de “traer cosas nuevas” de la “sagrada tradición y de la doctrina de la
glesia”, ¿no era, de por sí, completamente revolucionaria?
A mi
enteder es significativo que esta admisión de la existencia de novedades en la
enseñanza del Concilio se haga en el “proemio” de un texto ampliamente
innovador como es éste sobre la “libertad religiosa”, concepto que, según sus
críticos, parece prestado casi íntegramente del principio laico de la misma,
siempre vigorosamente rechazado en el pasado por el Magisterio. Como han
demostrado ampliamente Mons. Gherardini y otros estudiosos, ninguna de las
“novedades” propuestas por el Concilio está provista del sello de la definición
dogmática. Y las novedades no las encontramos con seguridad en aquellos
fragmentos conciliares en los que se reafirman dogmas precedentes o se remite a
la infabilidad del Magisterio ordinario de la Iglesia. Como han señalado en
varias ocasiones los estudiosos competentes, la “congruentia” de las “cosas
nuevas” propuestas, con las “viejas” queda sin demostrar por las referencias
del Concilio a los dogmas del pasado o a las enseñanzas del Magisterio ordinario
infalible o por las declaraciones del principio de fidelidad al dogma. Tal
“congruentia” debe ser demostrada debidamente,
caso por caso, poniendo en parangón lo nuevo con lo viejo que aquello viene
específicamente a sustituir. Por poner ejemplos: confrontrando entre sí la
nueva definición de la Iglesia
de Cristo, aquella del famoso “subsistit in” de la Lumen Gentium 8, con la
vieja, la que aparecía, finalmente, en el esquema de la constitución dogmática De Ecclesia, convertido en papel mojado
por los Progresistas; el novísimo principio de la creatividad litúrgica con
aquello que el Magisterio preconciliar había pensado siempre sobre esto; la
nueva definición de la
Inerrancia biblíca con la vieja; la nueva definición de la
colegialidad con la vieja, es decir, con toda la enseñanza precedente de la Iglesia a propósito de
ella, y así con todo.
2. El fiel está legitimado a indagar la
“congruentia” de las “novedades” profesadas por un Concilio ecuménico que es
sólo pastoral. Establecido este punto fundamental, a saber, que el Concilio
enseña conscientemente “cosas nuevas”, debemos preguntarnos: ¿el simple fiel
está autorizado o no, a contrastar
todas estas “novedades” con la enseñanza tradicional de la Iglesia , según la comentan
y explican los teólogos ortodoxos, para ver si las novedades están todas “en
constante armonía con ésta”? Si se responde que no entonces se obliga de hecho
al fiel a creer en la existencia de esta “armonía” porque se dice así: a creer
porque se dice así, sin discutir, como si nos encontrásemos en presencia de un
Concilio dogmático, infalible sobre las verdades de fe y sobre las costumbres
al modo del Tridentino o del Vaticano I. Pero negar a los fieles el derecho de
confrontar la nueva pastoral y la nueva doctrina del no dogmático Vaticano
II con la enseñanza perenne de la
Iglesia constituye una patente contradicción, porque implica
atribuir al Vaticano II un caracter dogmático expresamente negado por el mismo
Concilio, en las bien conocidas Notificationes
puestas al pie de las dos constituciones “dogmáticas” Dei Verbum sobre la divina Revelación y Lumen Gentium sobre la
Iglesia , en esta última junto con una importante Nota explicativa previa. Así en apéndice
a estas dos constituciones, llamadas dogmáticas,
se ha debido añadir una Notificatio
sobre la calificación teológica de las enseñanzas conciliares, en la que se
explica que no son en absoluto dogmáticas. En efecto, “dado el fin pastoral del
presente Concilio”, ¡en ellas no se define ningún dogma ni se condena ningún
error!
¿Como
simple creyente, no tengo el derecho –sólo por poner un ejemplo- de contrastar
la doctrina de la
Encarnación de la Constitución pastoral Gaudium et spes 22 con aquella que siempre ha sido enseñada por la Iglesia ? Cuando me
encuentro de frente con una frase como esta: “De hecho, con la Encarnación el Hijo de
Dios se ha unido en cierto modo a todo hombre”, mi primera impresión es la de
un texto que dice una cosa extraña, nunca antes escuchada y al mismo tiempo
ambigua. Ambigua, ya que no se
entiende porqué la
Encarnación deba haber tenido lugar “en todo hombre” ni qué
cosa quiere decir efectivamente “en cierto modo” (el famoso quodammodo). Después me encuentro que en el artículo 432 del
Catecismo de la Iglesia
católica y en la primera Encíclica de Juan Pablo II (Redemptor hominis 13) el inciso “en cierto modo” se ha eliminado.
¿Que debo concluir, entonces? El Papa y el CIC [Catecismo, n. del t.]
proporcionan la interpretación auténtica de la frase en cuestión. Por lo tanto
el sentido propio de la frase es el de decir que la Encarnación no se
limita al Cristo encarnado en el hebreo Jesús de Nazareth, individuo que tuvo
existencia histórica, sino que ha tenido lugar efectivamente “en todo hombre”.
¡El
resultado, sin embargo, es que, con o sin el quodammodo, el pastoral Vaticano II, un Concilio que debería en
teoría limitarse a exponer las verdades de fe de un modo más acorde con la
mentalidad moderna, modifica la noción de la Encarnación de Nuestro
Señor, para incluir a “todo hombre”! He aquí, pues, una de las grandes y
extraordinarias novedades. Que se
trata de algo negativo para el dogma, no hace falta ser teólogo para
comprenderlo. No podemos dejar de preguntarnos: ¿Cómo habría podido el Verbo,
consustancial al Padre según la divinidad, unirse a la naturaleza pecaminosa de
cada uno de nosotros? Y, ¿conservaría todavía sentido el dogma de la Inmaculada Concepción ?
¿Y el del pecado original? ¿Y en qué “hombre” se habrá encarnado el Hijo de
Dios? ¿Sólo en los hombre y en las mujeres de su generación? ¿Y los otros? Todo
el planteamiento de GS 22 ¿no implica acaso la idea de que esta “encarnación en
todo hombre” tiene significado ontológico, constituyendo una verdadera y propia
impronta divina perenne en la naturaleza de cada uno de nosotros? Lo implica sin decirlo abiertamente,
contribuyendo en tal modo a la ambigüedad de un discurso que arroja en la
confusión la doctrina ortodoxa de la Encarnación , volviéndola insegura y divinizando
al hombre.
Entonces,
si procediendo siempre con el método debido, el simple creyente confronta GS
22.2 con la enseñanza anterior de la
Iglesia , ¿con qué se encuentra? ¿Tal vez con algún indicio
que lo insinúe? Como han explicado teólogos ortodoxos, hay alguna expresión de
los Padres de la Iglesia ,
con significado prevalentemente simbólico, que pudiera prestarse al equívoco,
si se interpreta incorrectamente. En realidad, en el pensamiento de los Padres
no hallamos ningún concepto semejante, a la vista de como entienden en general la Encarnación en su
relación con el hombre. El hombre se presenta siempre como un pecador que debe
ser salvado y la posibilidad de salvación
se le ofrece en la
Encarnación del Unigéntito en Jesús de Nazareth, en este
único individuo, cuya misión terrenal es la de “llamar a los pecadores, no a
los justos” (Mc. 2, 17), para que pudiesen salvar su alma gracias a la Iglesia por El mismo
fundada.
En vez
de esto, situada la célebre frase de GS 22.2 en el contexto de todo el
artículo, un análisis diligente demuestra que la misma viene a coronar un
razonamiento que anuncia la “altísima misión del hombre”, al cual Cristo habría
“restituido la semejanza con Dios deformada con el pecado original”, de tal
modo que “desvela al hombre a sí mismo” y ensalza la naturaleza humana, en
general, a una “dignidad sublime”, en todo hombre. A parte del hecho de que,
como ha recordado el desaparecido teólogo alemán prof. Johannes Dörmann, el
pecado original nos ha hecho perder la “semejanza con Dios” (Tridentino), toda
esta concepción (que refleja notoriamente la peculiar teología personal de
Henri de Lubac S.I.) manifiesta un antropocentrismo completamente desconocido
en los Padres de la Iglesia. En
la “Carta teológica” de S. León Magno adoptada por unanimidad en el Concilio de
Calcedonia, que, en el A.D. de 451, como sabemos, definió perfectamente las dos
naturalezas de Cristo, no hay traza de la idea de una encarnación “en todo
hombre”. Y que una idea semejante representa una desviación doctrinal, lo
demuestra el hecho de que fuese combatida por S. Juan Damasceno (muerto en el
749), cuya crítica fue retomada y teológicamente profundizada por Sto. Tomás.
3. Negar la “congruentia” doctrinal de un texto
ambiguo del Concilio, no comporta ningún pecado de herejía. En este
análisis de GS 22, sucintamente expuesto, ¿acaso me he comportado como un
protestante, como un hereje? ¿He dejado traslucir “la obstinada negación de
alguna verdad que se debe creer por fe divina y católica [es decir, como un
dogma] o la duda obstinada sobre la misma”, como reza la definición canónica de
herejía (CIC 1983, c.751; CIC 1917, c.1325 & 2)? Nada de eso, como
cualquiera puede ver. Analizando con la debida diligencia la “novedad”
contenida en GS 22.2 he llegado a la conclusión, con los textos en la mano, de
que la misma no parece de ningún modo en armonía con la enseñanza tradicional
de la Iglesia. Los
textos hablan claro. Si luego se demostrase que mi interpretación es errónea,
no tendré nada que objetar. Quedo por tanto disciplinadamente a la espera de
una refutación, debida y documentada,
según las reglas del discurso racional, rechazando toda condena apriorística,
infligida bajo el supuesto de un inexistente carácter dogmático del Vaticano II
o de su presupuesta armonía con el Magisterio de siempre. Y si esta refutación
no llegase, entonces deberé concluir que los apologetas del Vaticano II no
tienen verdaderos argumentos que oponer y esconden este hecho tras la cortina
de humo de una acusación de herejía completamente inconsistente.
Y ya
que se ha querido traer el discurso al terreno de lo herético, me pregunto: ¿qué
es en realidad lo herético o, mejor, lo sospechoso de herejía? ¿Quién ha osado
escribir y los que lo aceptan: “Ipse enim, Filius Dei, incarnatione sua cum
omni homine [quodammodo] se univit” o quien se atreve rebatir, con los textos
en la mano, que esta nueva noción de
Encarnación no parece de ningún modo conforme con el dogma de la Encarnación tal como
por siglos lo ha enseñado la
Iglesia católica? Y ¿no debe considerarse hereje quien niega
o pone en duda el dogma según el cual la Beatísima Virgen
permaneció siempre virgen, también después del parto milagroso del Niño Jesús
(DS 256/503; 993/1880)? ¿Es verdad que en el pasado Mons. Müller ha manifestado
dudas sobre la validez de este dogma, sin nunca retratarse públicamente de
ellas? Y si criticar el no dogmático Vaticano II es propio de herejes, también
Benedicto XVI vendría a ser entonces imputable de herejía por haber osado
recientemente criticar (desde un punto de vista ciertamente no “progresista”) la Gaudium et spes y la Declaración conciliar Nostra aetate, la primera por haber dado
una noción de modernidad que está lejos de ser satisfactoria, la segunda por
haber ignorado completamente las formas “enfermas y perturbadas de religión”
presentes en las religiones no cristianas.
Fuente:
lunes, 24 de diciembre de 2012
viernes, 21 de diciembre de 2012
La hipótesis y sus diversas formas
1. Hemos visto que el
estado confesional católico propiamente dicho parte de una premisa dogmática cuyas consecuencias fundamentales son dos: que la
existencia de Dios reclama actos de la virtud de la religión, por los que se
reconoce a la Iglesia como sociedad perfecta de naturaleza divino-positiva; y, dado
que Dios es el ordenador del Universo, el orden pensado y querido en la Ley Eterna
incluye una organización de la comunidad política, por lo que el Estado debe
formular y aplicar el derecho de acuerdo con la ley divina.
En toda confesionalidad católica es esencial el dualismo: dos sociedades perfectas
(autónomas, independientes), dos potestades (supremas en su orden), dos órdenes
distintos (eclesial y estatal).
2. Es necesario considerar ahora la denominada hipótesis que está por debajo
de las exigencias de la confesionalidad
propiamente dicha y puede asumir múltiples formas. Una enumeración no
exhaustiva la encontramos en Pío XII: “los Estados se dividirán en cristianos,
no cristianos, religiosamente indiferentes o conscientemente laicizados, y aun abiertamente ateos” (Ci riesce, n.
5).
Conviene insistir aquí en un punto sobre el que
existe cierta confusión. Todas las formas
impropias de confesionalidad católica se ubican en el plano de la hipótesis. Cuando por motivos históricos
(religión vinculada a los orígenes de una comunidad política) o sociales (confesión
religiosa mayoritaria) se da a la Iglesia católica un tratamiento jurídico
especial, pero no se la reconoce como única religión verdadera, estamos ante
formas impropias de confesionalidad, que son objetivamente inferiores a la tesis en grado variable según los casos.
En estas formas impropias de confesionalidad debe existir un mínimo de dualismo: los jefes de Estado no son a
la vez jerarcas de la religión estatal, ni la Iglesia deviene en una iglesia
nacional. Estas formas de especial reconocimiento se han realizado de muchas maneras:
monoconfesional (Costa Rica), biconfesional (Alemania, hasta la
primera guerra mundial, luterana y católica, según las regiones) y triconfesional (Rumania, hasta la
segunda guerra mundial, era ortodoxa, católica y protestante).
Además, existen estados
confesionales acatólicos con los que la Iglesia puede entrar en relación a
título de confesión no oficial. El elemento típico de estos estados respecto de
su religión estatal es monismo que
tiende a la confusión en una única sociedad y potestad. Dentro de este grupo hay
estados confesionales cristianos pero no católicos (ortodoxos, luteranos y
anglicanos) y no cristianos (musulmanes y budistas).
También existen los estados aconfesionales (Estados Unidos, España), que no reconocen a
ninguna confesión religiosa como oficial, sin perjuicio de que puedan cooperar
con ellas de diversas formas.
Finalmente, se ha dado el caso de estados oficialmente ateos (Unión Soviética).
3. Las múltiples formas que asume la hipótesis
demuestran que la tesis de confesionalidad católica propiamente dicha, en su
integridad objetiva, no es un absoluto moral, sino que obliga semper, sed non pro semper.
En las décadas de 1940 y 1950, los debates sobre
confesionalidad y laicidad del Estado tuvieron mucha intensidad entre los
católicos. Pío XII se aludió al tema, con perspectiva histórica: “La Iglesia no
disimula que en principio considera… como ideal la unidad del pueblo en la
verdadera religión y la unanimidad de acción entre ella y el Estado. Pero sabe
también que desde cierto tiempo los acontecimientos evolucionan más bien en
otro sentido, es decir, hacia la multiplicidad de confesiones religiosas y de
concepciones de vida dentro de la misma comunidad nacional en que los católicos
constituyen una minoría más o menos fuerte. Puede ser interesante e incluso
sorprendente para el historiador encontrar en los Estados Unidos de América un
ejemplo, entre otros, de la forma en que la Iglesia llega a expandirse en medio
de las más diversas situaciones.” (7 –IX- 1955,
n. 21).
Unas palabras que se anticiparon al proceso de
descomposición de la unidad religiosa católica en su faz cuantitativa
(por creciente número de acatólicos) y cualitativa (por la defección en la profesión
y práctica de la fe). En nuestra opinión, esta descatolización de sociedades compuestas
por bautizados ha multiplicado las situaciones de hipótesis y es uno de los factores –aunque no el único- que explica
la política concordataria posterior a 1955.
martes, 18 de diciembre de 2012
Quinientas entradas
Para festejar las quinientas entradas publicadas
en nuestra bitácora, les presentamos a Warren Sánchez.
Un retrato humorístico de los sujetos de la ecumanía imperante.
Más allá de la parodia, el vídeo contiene un mensaje
relacionado con los temas de nuestro blog.
Qui potest capere, capiat.
viernes, 14 de diciembre de 2012
La tesis de la confesionalidad
Retomamos ahora un tema tratado con anterioridad
al que dedicaremos cuatro entradas: dos sobre las relaciones
Iglesia-Estado y otras dos referidas a la tolerancia en materia
religiosa.
1. No hay que confundir la Iglesia con la
Cristiandad. La Iglesia es la depositaria de la doctrina de Cristo y la
santificadora del hombre a través de los sacramentos, que comunican la gracia.
La Cristiandad es la organización temporal sobre la base de los principios
cristianos. Sin la Iglesia, no podría existir Cristiandad; en cambio, aunque no
haya Cristiandad, no por ello la Iglesia deja de existir. Siempre ha existido el
peligro y la tentación de confundir a la Iglesia, sociedad sobrenatural, con la
Cristiandad, sociedad temporal iluminada por la doctrina de Cristo. Dicha
confusión estuvo en el origen de las grandes luchas doctrinales e incluso
políticas que sacudieron a la Edad Media, y pervive en la actualidad en algunos
mesianismos políticos. La Iglesia es indefectible y durará hasta el fin del
mundo sin sufrir ningún cambio sustancial en virtud de la promesa de Cristo (cfr.
Mt. 28,20). Pero la Cristiandad no posee tal garantía y su destrucción es hoy una
realidad patente.
2. ¿Qué se entiende por confesionalidad católica del
Estado stricto sensu? De acuerdo con Jiménez Urresti, en la confesionalidad católica
propiamente dicha el Estado reconoce y acepta a la religión católica sub ratione religionis, de modo que se
da a la Iglesia católica no un reconocimiento jurídico especial, por razones históricas
(como la confesión religiosa que históricamente ha plasmado un país) o sociales
(a la que la mayoría de los ciudadanos del mismo pertenece), sino el
reconocimiento de que la Iglesia es una institución pública religiosa de
derecho divino-positivo. Es decir, el Estado reconoce a la Iglesia como una sociedad
perfecta sobrenatural en la que se encuentra la única religión verdadera en la
que se puede tributar a Dios el homenaje de un culto aceptable y toda la
doctrina para estructurar la comunidad política conforme a los planes divinos.
3. Siendo clara para el Magisterio tradicional la legitimidad de la confesionalidad del Estado queda por tratar la cuestión de su obligatoriedad en
concreto. Como es una cuestión mixta, además del juicio prudencial del
gobernante católico, resulta imprescindible contar con el parecer favorable de
la Jerarquía eclesiástica, razón por la cual Pío XII señaló –en alusión a los idealizadores
del modelo norteamericano– que es competente en última instancia sólo el Romano
Pontífice (Cfr. Ci
riesce, 6.XII.1953).
La doctrina ha procurado explicar las condiciones
para que exista, en concreto, la obligación de la confesionalidad católica. El
supuesto de hecho que resume esas condiciones se ha denominado muchas veces
como unidad religiosa de la sociedad,
en un doble aspecto cuantitativo y cualitativo. Jiménez Urresti lo explicaba
así: “el momento en el cual comienza en una sociedad política y en un Estado la
obligación de la confesionalidad propiamente dicha depende de su estado
sociológico. Ciertamente se da tal obligación cuando una sociedad es
unánimemente católica, entendida más que en el concepto estadístico, en el
sentido vital, en cuanto que el pueblo vive un estilo de vida católico”. Otros hablaban del hecho
socio-político de una sociedad homogénea en lo religioso, en la que pesa lo cuantitativo, pero debe pesar también lo cualitativo, las
instituciones, la mentalidad, el estilo de vida, el alma nacional, etc.
El caso de España durante el régimen de Franco es un
ejemplo ilustrativo. En el aspecto cuantitativo,
en la década de 1950, era uno de los países más homogéneos en materia religiosa:
había unos 30 mil protestantes, y unos 5 mil judíos, sobre una base de 32 millones de
habitantes católicos. En cuanto al aspecto cualitativo,
difícil de medir en sí mismo, la historia da cuenta de una genuina primavera eclesial
regada por la sangre de los mártires de la guerra civil y de una situación
política favorable, liderada por un jefe de Estado sinceramente católico. Compárese
con el caso de Portugal, un país también mayoritariamente
católico, con un dirigente como Salazar, y se podrá apreciar por qué no es
suficiente el aspecto cuantitativo para que surja de modo automático el deber
de la confesionalidad católica propiamente dicha.
Hasta aquí hemos tratado de explicar mejor la tesis de la confesionalidad en sentido
estricto. En otra entrada diremos algo más acerca de la hipótesis y sus diversas modalidades.
martes, 11 de diciembre de 2012
Trigo y cizaña
"No, es decir, no quiero
que la arranquéis todavía... No
sea que, aquí pone la razón.
Y ante todo debéis notar que el bien es grande y victorioso sobre el mal,
porque el bien puede existir sin el mal, en cambio el mal no sin el bien; por
eso el Señor soporta muchos males, para que vengan o también para que no se
pierdan muchos bienes. Por eso dice No
sea que al recoger la cizaña, es
decir, los malos o los herejes, etc., desarraiguéis
también al mismo tiempo el trigo.
Por cuatro causas ocurre el que los malos no puedan ser
desarraigados a causa de los
buenos (propter bonos)…
1) Porque por medio de los malos se ejercitan los buenos (1 Cor. XI, 19; Prov. XI, 29). Si no hubiese habido herejes, no habría esclarecido la ciencia de los santos, de Agustín y de los otros. Por donde quien quiera desarraigar a los malos, desarraigaría también muchos buenos.
2) Igualmente ocurre que quien de momento es malo, después se hace bueno, como Pablo. Por donde si hubiese sido matado Pablo, careceríamos de la doctrina de tan gran maestro, lo cual no se puede admitir (quod absit). Luego si quieres desarraigar, desarraigarás también al mismo tiempo el trigo, o sea a aquel que será trigo.
1) Porque por medio de los malos se ejercitan los buenos (1 Cor. XI, 19; Prov. XI, 29). Si no hubiese habido herejes, no habría esclarecido la ciencia de los santos, de Agustín y de los otros. Por donde quien quiera desarraigar a los malos, desarraigaría también muchos buenos.
2) Igualmente ocurre que quien de momento es malo, después se hace bueno, como Pablo. Por donde si hubiese sido matado Pablo, careceríamos de la doctrina de tan gran maestro, lo cual no se puede admitir (quod absit). Luego si quieres desarraigar, desarraigarás también al mismo tiempo el trigo, o sea a aquel que será trigo.
3) Porque algunos parecen malos y no lo son; luego si quisieras
eliminar a los malos, juntamente extirparías a muchos buenos. Y esto se
evidencia porque no quiso Dios que se cogieran hasta que llegaran a perfecta
sazón; por donde en 1 Cor. IV, 5 (se dice): no
queráis juzgar antes de tiempo.
4) Porque a veces hay alguno de gran influencia y así, si se le excluye, arrastra a muchos consigo, de modo que con ese malo perecen muchos. De ahí que no se excomulgue a una comunidad ni al príncipe de un pueblo, para que con uno no caigan muchos..."
4) Porque a veces hay alguno de gran influencia y así, si se le excluye, arrastra a muchos consigo, de modo que con ese malo perecen muchos. De ahí que no se excomulgue a una comunidad ni al príncipe de un pueblo, para que con uno no caigan muchos..."
N. de R.: agradecemos a José A. por el envío de esta traducción.
sábado, 8 de diciembre de 2012
Las Casas visto por Anzoátegui
Con ocasión de un homenaje al escritor argentino Ignacio Braulio Anzoátegui ofrecemos a nuestros lectores un fragmento del autor.
No interesa que Colón fuera
italiano o español o que el descubridor se llamara Colón o se llamara Pinzón,
porque, de todas maneras, el descubrimiento de América fué hecho por España. Y
para España. No se debió, por cierto, al cacareado genio del navegante
supuestamente genovés ("para la esecución de la impresa de las Indias
—declara él mismo— no me aprovechó razón ni matemáticas ni mapamundos"),
sino a la generosidad española, que obligó a Dios a concederle —por aquello de
"nobleza obliga"— la gloria y la responsabilidad del Descubrimiento.
Dios tiene una lógica propia que a veces escandaliza a los propietarios de la
lógica. Pero no puede negarse que la lógica de Dios es terriblemente lógica. El
puede suscitar en el más alto o en el más insignificante de los seres —un
español o un genovés judío— la más gloriosa de las empresas para hacerlo
servil' como instrumento de sus designios; pero en la economía de cada uno de
esos designios está lógicamente implícita la necesidad de que aquel instrumento
sirva a un fin divinamente trascendental. Porque es indudable que para Dios
—aunque se espanten los liberales de todos los credos— el fin justifica los
medios: desde el rayo de luz que derriba a Saulo en el camino de Damasco hasta
la oscura sed que mueve a tal o cual conquistador a la conquista áurea. A tal o
cual conquistador, he dicho, porque la conquista de América no fué una empresa
comercial, aunque en ella hayan intervenido determinados comerciantes indiscutiblemente
heroicos, utilizados por Dios para que también ellos sirvieran a la caballeresca
aventura. La Conquista debía ser hecha por héroes que abrieran el camino a los
santos, aunque tal o cual héroe pensara más en su provecho terrenal que en el
provecho celestial. Siempre el medio se cree fin; siempre nos preocupa más
nuestro objetivo inmediato que nuestro fin último. Lanzado a la suerte del mar,
desembarcado en la suerte de la tierna, el aventurero debía sostener la primera
lucha de su campaña, que era la de su yo contra su yo: la del yo que le impulsaba
a vencerse contra el yo que le impulsaba a vencer; la del yo que soñaba con el
cielo contra el yo que soñaba con El Dorado; la del yo que aspiraba a la eterna
juventud de la Gracia contra el yo que aspiraba a la fuente de Juvencia. Y siempre,
irremediablemente, en el campo de lo perecedero como en el de lo imperecedero,
solicitado y levantado por el mismo viento de sacrificio y de entrega de la
propia personalidad; siempre el mismo paisaje de heroísmo que alienta todas
nuestras virtudes y todas nuestras iniquidades. Es difícil ser grande; pero
mucho más difícil es dejar de serlo. Por eso el conquistador es grande aun
cuando es inicuo; pero también le resulta fácil ser inicuo.
Ello no significa que el
conquistador fuera necesariamente inicuo. Significa simplemente que el pequeño
panfletista llamado Bartolomé de las Casas no comprendió la grandeza; que si
tuvo vocación de proselitista no la tuvo de misionero: porque para ser
misionero se requiere poseer ese agudo sentido político y religioso que obliga
al hombre a conocer no sólo la materia sobre la cual ha de recaer su apostolado,
sino también conocer los instrumentos con los cuales ha de llevarlo a cabo. Las
Casas comprendía a los indios, pero no conocía a los conquistadores. Sabía que
el indio era un ser física, moral e intelectual- mente inferior al europeo y
que por eso mismo era acreedor a un trato compasivo. Pero no comprendía que el
europeo era también acreedor a un trato humanitario. Y Bartolomé de las Casas,
todo compasión frente al indio, fué todo inhumanidad frente al conquistador.
Todo inhumanidad frente a la religión que él había prometido solemnemente
servir, y que en aquel momento jugaba en América una de las más audaces
ofensivas de su historia y en Europa se defendía de una de las más prestigiosas
contraofensivas, como era la de la Reforma Protestante.
Las Casas, demagogo de los
Derechos del Indio, olvida los Derechos del Hombre al perdón. Y por defender
los primeros atenta contra los segundos. Es el Calvino hispanoamericano, que de
puro protestador parece protestante. Y por protestador sirve al Protestantismo.
Se había alzado con el cargo de
Apóstol de los Indios sin reparar en las consecuencias devsu postura. La vara
de la virtud florecía en sus manos, pero era una vara de tendero de la
Justicia, hecha para "dar a cada uno lo suyo" siempre que fuera a uno
de los suyos. Porque conviene recordar que el Apóstol energuménico era la
negación de lo ecuménico, y que para salvar de la supuesta esclavitud a los indios
americanos propiciaba la importación a América de esclavos africanos. El libertador
se transformaba en negrero; el fraile evangélico en un vulgar maniático del
indigenismo.
Gustavo Gutiérrez |
Mientras, España sufría la
consecuencia de su propia grandeza. Recobrada apenas de la tiranía de Mahoma,
se lanzó a la lucha contra la tiranía de Lutero que amenazaba a la cristiandad.
Y, acechada de turcos y protestantes, se atrevió todavía a intentar la
conquista de un continente ignorado: de un continente monstruosamente pesado de
sacrificios humanos al que ella iba a servir, en limpio sacrificio, portadora
del Evangelio que culminó con el Sacrificio por excelencia.
Contra esa España escribió y
mintió uno de sus hijos, que además era sacerdote del Crucificado: Fray Bartolomé
de las Casas, obispo de los indígenas, reportero honorario de los liberales de
entonces y patrono de los enemigos de la España misionera. Consciente o
ignorante de su responsabilidad histórica —yo no lo sé; Dios lo sabe—, la
Casas sirvió con su panfleto a la leyenda negra antiespañola, cuidadosamente
organizada por los enemigos protestantes para anular en Europa —y especialmente
en Flandes, nudo de la neuralgia religiosa—, la acción de la España anti-protestante.
Indiscutiblemente, es triste ser
traidor; pero ha de ser aun mucho más triste ser traidor sin serlo.
Desde el limbo de los payasos, el
obispo de Chiapas añorará sin duda la oportunidad que tuvo de no ser un payaso.
Y la añorará sobre todo sufriendo la compañía de tantos payasones sonoros como
en América han nacido de él y han medrado con sus enseñanzas.
viernes, 7 de diciembre de 2012
martes, 4 de diciembre de 2012
De islamología
Cuando
afirmamos una cosa mediante una proposición esta puede ser verdadera o falsa.
Verdadera si lo afirmado se ajusta a lo real y falsa si no lo hace. Y así, la
afirmación “todo hombre es mortal” es verdadera, mientras que la contraria, es
falsa.
En el
ámbito de la fe, también existen afirmaciones o negaciones por medio de
proposiciones que pueden ser verdaderas o falsas. Y el criterio de verdad es el
ajuste de la proposición con la Revelación. La proposición “Cristo no es Dios”
es falsa, porque no se ajusta a la realidad que Dios ha revelado de sí mismo,
contenida en la Escritura y la Tradición, atestiguadas por el Magisterio de la
Iglesia.
La
función del Magisterio es exponer y custodiar lo que Dios ha revelado. Se dice
que su objeto directo es fe y
costumbres, y que su objeto indirecto
son las cuestiones conexas con el primero. Para cumplir con su función el
Magisterio goza de la asistencia del Espíritu Santo que a veces llega a la
infalibilidad.
El
objeto indirecto es un ámbito en el que se han dado controversias debidas a una extensión abusiva de su materia. En efecto, ¿qué sucedería si, de hecho, el Magisterio
tratase cuestiones filosóficas, científicas, históricas, técnicas, etc., que no
tienen conexión con lo revelado? El magisterio puede dar un juicio moral sobre
un tratamiento médico, pero ¿es competente para decir cuál es la terapia más
eficaz para remediar la tuberculosis?; la Iglesia puede decir que el sistema filosófico
de Hegel no es compatible con la Revelación, pero ¿puede dilucidar puntos controvertidos
entre hegelianos?
En sí
mismas las religiones falsas pueden ser objeto de estudio desde una
perspectiva fenoménica, filosófica o teológica. Además, las religiones no
cristianas pueden tener conexión con lo revelado y dar lugar a juicios
magisteriales (v.g. la reencarnación es incompatible con la fe) de diverso valor.
Pero también puede suceder –como lo ha reconocido Ocáriz respecto del Vaticano
II- que el Magisterio sobre las religiones falsas contenga “elementos no
propiamente doctrinales, de naturaleza más o menos circunstancial”, como
descripciones, sugerencias, exhortaciones, que no requieren una adhesión
intelectual.
Dentro
de esta categoría de lo no-doctrinal se pueden colocar razonablemente las descripciones de las creencias propias
de las religiones no católicas. Al ser afirmaciones
fenoménicas sobre lo que cree un grupo de personas, el criterio de verdad
no es su correspondencia con la Revelación pública, sino con lo que de hecho
cree dicho grupo. Así, por ejemplo, es un lugar común decir que los musulmanes veneran a Mahoma
pero que no lo adoran. Sin embargo, los “islamólogos” sostienen que eso es
exacto respecto de la “ortodoxia islámica”, que ha mantenido siempre el
carácter humano del profeta, pero que después de la aparición del sufismo (s. XII),
tratándose de las masas populares, existe la divinización del profeta.
Para Ocáriz, estos “elementos no propiamente doctrinales”
deben acogerse con respeto y gratitud. Sin embargo, en nuestra modesta opinión, debe hacerse
una importante distinción: se debe siempre respeto al Papa y al Concilio en
cuanto órganos eclesiales docentes; pero no a sus expresiones no magisteriales, que
describen creencias no católicas; así como se debe respeto a
Santo Tomás de Aquino en cuanto santo y doctor de la Iglesia, pero no a sus
opiniones biológicas hoy superadas.
En
1972 el jesuita Damboriena ubicaba en el plano descriptivo varios
pasajes del Vaticano II sobre las religiones no cristianas (cfr. La salvación en las religiones nocristianas, BAC, Madrid, página 420, nota 64) y reconocía que “para los
estudiosos de las religiones comparadas, la declaración Nostra aetate resulta decepcionante” (Ídem, página 428) por
incompleta. Una crítica perfectamente legítima sobre textos que no requieren adhesión intelectual propiamente dicha.
Una
vez más hay que recordar que la asistencia del Espíritu Santo a la Iglesia
docente es relativa a cuestiones reveladas y conexas, pero no equivale a omnisciencia.
lunes, 3 de diciembre de 2012
Santo Tomás de Aquino: Ecce Rex tuus veniti
He aquí tu Rey que viene hacia ti con mansedumbre - Santo Tomás de Aquino
Traductor: Andrés Esteban López Ruiz
[Mateo 21, (1-10)ii Cuando se aproximaron a Jerusalén, al llegar a Betfagé, junto al monte de los Olivos, entonces envió Jesús a dos discípulos, diciéndoles: «Id al pueblo que está enfrente de vosotros, y enseguida encontraréis un asna atada y un pollino con ella; desatadlos y traédmelos. Y si alguien os dice algo, diréis: El Señor los necesita, pero enseguida los devolverá.» Esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del profeta: Decid a la hija de Sión: He aquí que tu Rey viene a ti, manso y montado en un asna y un pollino, hijo de animal de yugo. Fueron, pues, los discípulos e hicieron como Jesús les había encargado: trajeron el asna y el pollino. Luego pusieron sobre ellos sus mantos, y él se sentó encima. La gente, muy numerosa, extendió sus mantos por el camino; otros cortaban ramas de los árboles y las tendían por el camino. Y la gente que iba delante y detrás de él gritaba: «¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!» Y al entrar él en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió. «¿Quién es éste?» decían. Y la gente decía: «Este es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea.»]
Primera Parte
He aqui que viene a ti el Rey Manso. Muchas son las maravillas de las obras divinas. Así dice el salmo: Admirables son tus obras. Pero ninguna obra de Dios es tan admirable como lo es la venida de Cristo en la carne y la razón es la siguiente: en las demás obras de Dios, él mismo ha impreso su semejanza en la creatura, pero en la obra de la encarnación, imprimióse y unióse a sí mismo a la naturaleza humana en la unidad de su persona o lo que es lo mismo unió nuestra naturaleza a sí.
Si bien algunas obras de Dios no son escrutables con perfección, esta obra, a saber, la encarnación es por encima de todas, sobre-racional. De ahí que dice el santo Job: Lo que haces es grande, admirable, inescrutable y no puede contarse. Es una obra que no podemos ver: "Si viene hacia mi no lo veo". Y Malaquías dice: "He aquí que viene el Señor de los ejércitos y quién puede imaginar el día de su venida". Como si dijera que aquello excede al conocimiento humano. Pero el apóstol enseña quién puede pensar el día de su venida diciendo: "No sea suficiente pensar algo para nosotros desde nosotros, sino que toda nuestra suficiencia nos viene de Dios. Así que, al principio, rogamos al Señor para que él mismo me de algo que decir.
Segunda Parte
He aquí que tu Rey viene a ti, manso. Estas palabras son tomadas desde el Evangelio que hoy es leído para nosotros. Son tomadas del profeta Zacarías y es justo que sobre otras palabras éstas sean recitadas. En estas palabras se manifiesta como fue preanunciado a nosotros la venida de Cristo. Para no proceder ambiguamente, al conocer [el misterio del adviento], debemos interpretar la venida de Cristo de cuatro maneras: primeramente su venida es en la carne; en segundo lugar su venida es en nuestro espíritu; en tercer lugar su adviento es cuando viene al encuentro en la muerte de los justos; En cuarto lugar es el adviento que viene para juzgar.
Primeramente digo que el adviento de Cristo es en la carne, y no se debe entender que vino en la carne moviendo su lugar, ya que dice el profeta Jeremías, los cielos y la tierra yo los lleno. ¿De qué modo, entonces, vino en la carne? Digo que vino en la carne descendiendo del cielo, no dejando el cielo, sino asumiendo nuestra naturaleza. De ahí que dice San Juan: Hacia lo suyo viene. ¿Y de qué modo dice como fue en el mundo? Cuando dice: Y el verbo se hizo carne. Y vean que esta venida induce otra venida de Cristo que es en la mente. Nada nos aprovecharía a nosotros que Cristo haya venido en la carne sino con ello haya venido a nuestro espíritu, es decir, santificandonos. Por eso dice San Juan: si alguno me ama y atiende a mis palabras, mi padre lo amará y hacia él vendremos y sobre él haremos una mansión.
En el primer adviento, viene sólo el Hijo. En el segundo adviento viene el Hijo con el Padre para inhabitar el alma. Por este adviento que es a través de la gracia justificante, el alma es liberada de la culpa, no de toda la pena, ya que confiere la gracia y no confiere la gloria, que para esto es necesaria la tercera venida de Cristo cuando a ellos mismos los reciba en sí mismo. Por eso dice San Juan "si me voy", en la pasión, "es para preparar a vosotros un lugar",quitando el obstáculo, "desde allí vendré a vosotros", a saber en la muerte del justo, "y los tomaré hacia mí mismo", es decir, en la gloria, "para que donde yo esté allí esten también vosotros". Seguidamente Juan dice: "Yo he venido para que ustedes tengan vida", a saber, con su presencia en las almas "y vida en abundancia", a saber a través de la participación de la gloria. La cuarta venida de Cristo es para juzgar, a saber, cuando el señor viene hacia el jucio, y, entonces, la gloria de los santos redundará hasta los cuerpos y resucitarán los muertos. De ahí que San Juan dice: "viene la hora y ahora es cuando todos aquellos que están en las tumbas escucharán la voz del Hojo de Dios y procedera que los buenos serán llevados hacia la resurrección de la vida." Y sobre estos cuatro advientos de Cristo celebra fuertemente la Iglesia cuatro domingos del adviento de Cristo.
En este domingo se celebra el primer adviento de Cristo y podemos ver en las palabras de la proposición cuatro cosas: Primero, se da lugar la demostración del adviento de Cristo; Segundo, las condiciónes en que se da: "Es tu Rey"; Tercero la utilidad y finalidad de su venida: "Vino para ti"; cuarto el modo de su venida: "La mansedumbre".
Sobre el primero podemos ver ahí la demostración del adviento de Cristo en la palabra “He aquí y ahora" -ecce-. Y nótese que a través de este “ecce” solemos entender cuatro cosas. Primero la certificación de la cosa: de las cosas que nos constan decimos “ecce”. Segundo entendemos por “ecce” determinación temporal. Tercero entendemos por “ecce” manifestación de la cosa. Cuarto entendemos por “ecce” confortación, fortalecimiento, consuelo para el hombre.
Primero digo que por “ecce” solemos entender la certeza o verificación de la cosa. En efecto cuando alguien quiere certificar dice “ecce”. De ahí que en el Génesis el Señor dice: “Ecce” "He aquí que establezco mi pacto contigo y con tu descendencia. Pongo mi arcoíris entre tu y yo", a saber, el signo de la paz. Por el arcoiris es significado el Hijo de Dios, porque así como el arcoiris es generado desde el reflejo del sol hacia la nube llena de agua, Cristo es generado desde el Verbo de Dios y desde la naturaleza humana que es como las nubes, y así como el alma y la carne unidas esel hombre, del mismo modo Dios y el hombre unidos es Cristo; Y de Cristo es dicho que asciende sobre las nubes ligeramente, esto es sobre su naturaleza humana uniendo [la divina].
Y viene a nosotros Cristo en signo de paz, y era necesario que así fuera para que en modo alguno, algunos dudaran del segundo adviento de Cristo. Sobre esta duda dice el apóstol: "En los últimos tiempo vendrán farsantes y disidentes de la fe, unidos a sus propias concupiscencias caminando y diciendo: ¿donde está ahora la promesa y su venida?"Dirán esto tales personas ya que su alma no está dominando el cuerpo. Para ratificar la certeza del adviento de Cristo dice el profeta “ecce” y todo lo demás. Y en Habacuc dice también: "se aparecerá el Señor hacia el fin y no será fingimiento". Y por otro lado, Isaías, también dice: "El Señor de los ejércitos viene".
En segundo lugar por “ecce” solemos entender determinación temporal. En la venida de Cristo para juzgar no hay para nosotros un tiempo determinado. Job dice: "Desconozco cuanto tiempo viviré y cuando me tomara mi hacedor". Y Lucas dice: "El reino de Dios no viene con vistosidad". ¿Y por qué no fue determinado, en esto [el adviento de la muerte y del juicio], para nosotros el tiempo de la venida de Cristo? Fuertemente decimos que no fue así porque el Señor quiso que nosotros estuviésemos siempre vigilantes. Pero en el adviento de Cristo en la carne fue para nosotros un tiempo determinado [hecho histórico].
Por eso dice Jeremías: “ecce” "he aquí que vienen días en los que suscitaré de la descendencia de David un justo que reinará y será sabio". En tercer lugar por “ecce” solemos entender la manifestación de la cosa. Ya que la venida de Dios hacia nosotros permanece oculta, a saber, la venida por la que viene a la mente que no puede ser conocida por verificación. De ahí que dice el profeta Job: " si viene a mí, yo no le veo, si se desliza, no le advierto". Pero en la llegada en la carne de Cristo ha venido manifiesto y visible. De ahí que dice Isaías: "Por esto mi pueblo conocerá mi nombre porque yo mismo soy quién dirá: Aquí estoy" “ecce adsum”. Y el dedo de Juan el bautista demostró como presente su venida: "He aquí el cordero de Dios". Zacarías por el contrario señalaba este “ecce” para el futuro, en espera.
Cuarto, por “ecce” podemos entender la confortación (consuelo) del hombre y esto en dos modos. Si el hombre padece molestias por sus enemigos y sus enemigos lo subyugan, puede decir: “ecce”, He aquí. [Él dijo] estando en el trono: "abrieron su boca mis enemigos, y vinieron los días que deseaba". Del mismo modo cuando el hombre lo imita dice “ecce”. De ahí que el salmo dice: "que bueno y que alegre es convivir los hermanos unidos" y otras cosas. Pues en esto dos cosas alcanzamos con la venida de Cristo: el hombre es liberado de los insultos del demonio y se alegra de la esperanza asumida. El profeta Isaias dice también: "Decid a los pusilánimes que serán consolados; no teman: he aquí que tu Dios viene a traer la venganza de tus enemigos, él mismo viene y los salvará".
Veamos ahora las condiciones necesarias del adviento de alguien. Para el adviento de una persona se requiere que sea esperado o preanunciado con solemnidad según la magnitud de la persona, si es rey o un delegado del papa o según la amistad y afinidad. Y aquí el que viene es rey y el que se acerca a nosotros es nuestro amigo.
Por eso con gran solemnidad debemos esperarlo. Sabiendo que el rey impera con autoridad de Señor, ya que nadie que no tiene autoridad de Señor es llamado rey, pues se requieren cuatro cosas para que alguno sea tenido por rey que si alguien no las tuviera no sería considerado rey.
Debe en primer lugar el rey tener unidad en su reinado, en segundo lugar, potestad plenaria, en tercer lugar, amplia jurisdicción y, en cuarto lugar, equidad de justicia. Sobre lo primero digo que el rey debe tener unidad, puesto que si en el reino hubieran muchos dominadores y no tendieran todos a un señor, ninguno sería considerado rey. Por esto el reino es como alguna monarquía y Cristo tiene la unidad. Se encuentra en Eezquiel: "un solo rey será para todos nosotros". Y dice, "un sólo rey" para significar que ni un extranjero, ni otro Señor, sino un sólo Señor, el Hijo con el Padre es nuestro Rey. Esto ya que Cristo dice: "mi padre y yo somos uno", lo que es contrario a lo que dice Arrio, que uno es el Padre y otro es el hijo. Pero el apostol dicce: "y si [para algunos] hay muchos dioses y muchos señores, para nosotros hay un sólo Dios y señor".
En segundo lugar para el rey es necesario que haya plenitud de potestad. Quien no gobierna con plena potestad sino según leyes impuestas no es tenido por rey sino por cónsul o canciller. Sería hasta el advenimiento de Cristo que la ley dada por Dios mutaría en cuanto a las leyes ceremoniales. Esto sólo porque el mismo Cristo es quien puede legislar. Por esto pudo decir: “habéis oído que si dijo antiguamente no matarás; yo por otro lado digo,” casi como diciendo: tengo potestad y puedo promulgar o derogar leyes. Isaías dice: "El Señor nuestro juez, nuestro legislador, él mismo vendrá y nos salvará." Léase que el padre le ha dado al hijo todo el juicio, y ya que el Señor es nuestro legislador por consecuencia es nuestro rey. Ester dice: "Señor rey omnipotente, en tu autoridad se detiene" Y el hijo dice: "me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra".
En tercer lugar es necesario que el rey tenga amplitud de jurisdicción. El pater familias tiene plenitud de potestad en su casa, pero no por eso es llamado rey. Del mismo modo quien tiene un pueblo no por eso es considerado rey sino quien tiene dominio sobre muchas tierras y sobre muchas grandes ciudades, se le considera rey. Vemos desde aquello, que viene a nosotros aquél del cual toda ser creado es su súbdito, ya que "El rey de toda la tierra es Dios", y conviene que aquél que viniera tuviera tal potestad, ya que alguna vez la ley sólo fue dada a los judíos y se decía que los Judíos era el pueblo elegido de Dios, pero era necesario que todos fueran llevados a la salvación e igualmente necesario que fuera rey de todos aquél que a todos pudiera salvar. Tan excelente fue este que viene a nosotros. El salmo dice: "pídemelo y te daré en herencia las naciones y la posesión de los confines de la tierra".
En cuarto lugar es necesario que el rey tenga equidad, porque de lo contrario sería un tirano, puesto que el tirano maneja a todos los que están en su reino según su propia utilidad; pero el rey ordena a su reino hacia el bien común. Dice el libro de proverbios: "El rey justo edifica la tierra, el hombre avaro la destruye". Pero Cristo no viene buscando su propia utilidad sino la tuya, puesto que "no viene el hijo del hombre a ser servido sino a servir". Y el que viene a servir, en verdad viene a dar su vida para la redención de muchos, y, a los redimidos, conducirlos a la gloria eterna hacía la cual nos conduce.
Tercera parte
"He aquí que viene tu rey." Ya se ha dicho que en esta palabra podemos ver la demostración del adviento cuando dice: “ecce”; en segundo lugar la utilidad del advenimiento está en el “venit”; en tercer lugar y en cuarto lugar el modo en el que él viene: manso. Se ha dicho, también, que cuando digo “ecce” por esto solemos entender cuatro cosas: Primero la verificación de la cosa. Segundo la determinación temporal. Tercero la manifestación. Cuatro la confortación o el consuelo. De las condiciones que se contemplan del que viene, puesto que dice "tu rey", se ha dicho que el advenimiento requiere que la persona sea esperada o anunciada con solemnidad según su magnitud si es un rey o un delegado o según la amistad y afinidad de la persona, y estas cosas se dieron en aquél que viene. Ha sido considerado también que Cristo es Rey de toda criatura como dice Judith, "creador del agua y rey de toda criatura",especialmente cuando dice "tu rey", a saber de los hombres por cuatro motivos: Primero por la semejanza de su imagen, segundo por un amor especial, tercero por un especial cuidado y solicitud, cuarto por la sociedad con la naturaleza humana.
Sobre lo primero digo que de Cristo se ha dicho "tu rey” esto es de los hombres, por la semejanza de su imagen. Sabiendo que especialmente al rey le compete ser considerado tal cuando porta las insignias regias que son como su imagen y que todas las criaturas son de Dios, de un modo eminente aquella criatura de Dios de la que se dice que porta la imagen de Dios, y esta es el hombre. Ya que en el Génesis dice "hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza". ¿Y en qué consiste esta semejanza? Sugiero que no se considere según la semejanza corporal, sino según a luz intelictual de la mente. En Dios, está la fuente de la luz intelectual y nosotros tenemos el signo de esta luz. Por ello dice el salmo "significada está sobre nosotros la luz de tu rostro Señor". Esta luz ha puesto en el hombre un sello, y de ahí que en el hombre haya sido creada la imagen divina, aunque ésta misma se desvanece ya que ha sido oscurecida por el pecado. El salmo dice: "y las imágenes de ellos a la nada reduces". Por este motivo envió Dios a su hijo para que esta imagen por el pecado deformada fuera reformada. Deseamos, entonces, ser transformados según lo que dice el apóstol: "despojados del hombre viejo, revestíos del hombre nuevo que ha sido creado según Dios, para que sea renovado en la imagen de aquél que lo creó." ¿Y de que modo nos transformamos? Ciertamente cuando imitamos a Cristo. En esto se ve pues que la imagen que en nosotros se ha deformado, en Cristo es perfecta. Debemos, entonces, portar la imagen de Cristo. De ahí que diga el apóstol a los corintios: "como portamos la imagen terrena, así portemos la imagen celestial", y en la epístola de hoy se lee "revestíos de Cristo", esto es imitad a Cristo. En esto consiste la perfección de la vida cristiana.
Segundo, cuando se dice de Cristo, "tu rey", esto es de los hombres, se dice que es rey por el amor especial que les tiene. Se acostumbra en el colegio de los clérigos, cuando el obispo ama de un modo más especial a algunos que a otros se dice que es obispo de aquellos predilectos. Dios ama a todo lo que es, pero de modo más especial y eminente ama a los hombres. Dice Isaías: "donde esta tu celo y tu fuerza, ahí la multitud de tus entrañas sobre mí".Ved que Dios ama muy especialmente la naturaleza humana.
Encontramos, pues diversos grados de naturaleza, pero no encontramos que Dios a grados inferiores de naturaleza los transfiera a grados superiores de naturaleza como del grado del planeta al grado del sol, o de grados inferiores de los ángeles a grados superiores de los ángeles; pero al hombre lo transforma y lo lleva a un grado en igualdad a los ángeles. Lucas dice: "hijos de la resurrección, santos, iguales serán a los ángeles". Dios, entonces, ama a los hombres de un modo especial. En consecuencia, no debemos ser ingratos a tanta dilección, sino que debemos llevar a él mismo todo nuestro amor. Si amara a algún pobre, miserable se vería aquél si no recompensara al rey por su poder con su amor. El Señor desde la infinitud de su amor ha dicho al hombre: "mi delicias son estar con los hijos de los hombres". Por esto debemos a él recompensar este amor.
En tercer lugar se dice de Cristo “tu rey”, esto es, de los hombres, según el cuidado singular y solicitud que tiene de ellos. En verdad es que Dios tiene cuidado de todos. El libro XII de la sabiduría dice: "él mismo es el cuidado de todos".No hay cosa tan pequeña que esté por ello substraída a la divina providencia, puesto que así como la cosa es por causa de Dios, así el ordenamiento de la cosa es por causa de Dios y la providencia es éste mismo ordenamiento. Especialmente los hombres están puestos bajo la divina providencia. Dice el salmo: "a los hombres y a las bestias salvará el Señor", a saber por medio de la salud corporal, "a los hijos de los hombres en la protección de tus alas esperarán". ¿Y de qué modo esperan? Digo que no sólo los bienes espirituales, por el contrario, también los bienes eternos son preparados a ellos por Dios que los conduce a la vida eterna. Y cuánto más por esto se ve que Dios loscuida. El apóstol dice: "No es Dios guarda de las vacas". Dios no deja los actos de los hombres sin consideración. El libro de la sabiduría dice: "tu Señor juzgas el pecado con gran tranquilidad".
En cuarto lugar se dice de Cristo "tu rey", a saber de los hombres, según la sociedad humana a la que ha accedido. Pues dice en el libro del Deuteronomio: "No podrás a alguno de otro pueblo que no sea tu hermano hacer tu rey". En esta profecía de Cristo el Señor disponía qué rey de los hombres constituiría. No quizo que fuera "alguno de otro pueblo", esto es de otra naturaleza que no fuera nuestro hermano. Por esto, el apóstol dice de Cristo: "nunca a los ángeles se unió, sino a la descendencia de Abrahan", en lo que se ve que el hombre tiene un privilegio sobre los ángeles. Cristo es rey de los ángeles y es hombre no ángel. Y de este modo los ángeles sirven al hombre. El apóstol dice: "todos son siervos del espíritu". Era necesario, pues, que Cristo fuera [se hiciera] hombre y en ocasión de esto salvara puesto que dice el apóstol a los hebreos: "el que santifica y el santificado son uno", según que nos moviera, a sus hermanos, al arrepentimiento diciendo: "he dicho mi nombre a mis hermanos".
Consta el modo de la demostración del adviento y las condiciones del que adviene. Se sigue el ver la utilidad del que viene, lo que se muestra cuando dice: "vine para ti"; a saber, no movido por su utilidad sino para la nuestra. Vino, pues, por cuatro motivos. Primero vino para manifestar la majestad divina. Segundo para reconciliarnos con Dios. Tercero para liberarnos del pecado y cuarto para darnos la vida eterna.
Primero digo que Cristo vino para manifestar a nosotros la divina majestad. El hombre había deseado sobre todo el conocimiento te la verdad y especialmente la verdad considerada es aquella sobre Dios. Los hombres estaban en tan gran ignorancia que desconocían lo qué era Dios. Algunos decían que era un cuerpo, otros dijeron que no tenía cuidado de cada uno, y por esta razón vino el hijo de Dios para enseñarnos la verdad. Él mismo dijo: "Para esto he nacido y he venido al mundo para dar testimonio de la verdad." Y en Juan se lee: "A Dios nadie lo ha visto jamás", y para esto el Hijo de Dios vino, para que tuconocieses la verdad.Nuestros padres en tantos errores estuvieron que la divina verdad ignoraron. Pero nosotros, por el advenimiento del Hijo de Dios hemos sido llevados hacia la verdad de la fe.
En segundo lugar Cristo vino para reconciliarnos con Dios. Podría decirse: Dios era mi enemigo a causa del pecado; mejor era para mi mismo ignorarlo que conocerlo. Por este motivo Cristo vino no solo para manifestarnos la divina majestad, sino para reconciliarnos con Dios. El apóstol a los efesios: "y viniendo evangelizaba la paz a aquellos que estaban cercanos y a aquellos que estaban lejanos". Y en otro lado dijo el apóstol: "Hemos sido reconciliados con Dios por la muerte de su hijo", y por esto en la natividad de Cristo cantaban los ángeles: "gloria a Dios en lo alto", y después de la resurrección el Señor llevaba la paz a sus discípulos diciendo: "la paz con vosotros".
En tercer lugar ha venido para liberarnos de la servidumbre del pecado. El apostol dice: "Jesucristo vino al mundo para hacer salvos a los pecadores. Quien comete pecado es siervo del pecado", es necesario que sea dicho: "si el hijo os ha liberado, verdaderamente serás libre". Y también: "el hijo del hombre viene a buscar y hacer salvo lo que estaba muerto".
En cuarto lugar vino Cristo para que nos diera en el presente la vida de gracia y en el futuro la vida de gloria. Dice Juan: "He venido para que tengan vida", a saber la vida de gracia en el presente, ya que "el justo vive por la fe" y "que la tengan en abundancia", a saber, la vida de gloria en el futuro por la caridad. Dice Juan también: "nosotros sabemos que hemos sido llevados de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos", y vivimos por las buenas obras. También Juan dice: "esta es la vida eterna que te conozcan Dios verdadero y a aquél que enviaste Jesucristo". Consta el modo de la utilidad del adviento.
Pero, ¿de qué modo vino? Digo que vino manso y esto por muchas razones. En proverbios dice: "así como el rugido del león, así es la ira del rey y su benevolencia como el rocío sobre la yerba". La mansedumbre es la ira mitigada. El modo en el que Dios vino ha sido con mansedumbre, pero en el futuro vendrá con ira. Dice Isaías: "He aquí que el nombre del Señor vendrá de lejos como ardiendo en su furor". Y Job dice también: "ahora, pues, no trae furor ni procede con gran celo". El modo, pues, en el que vino Cristo ha sido en mansedumbre y nosotros con mansedumbre debemos recibirlo.
Por eso dice el beato Santiago: "reciban con mansedumbre la palabra sembrada que puede salvar vuestras almas".Vean que la mansedumbre de Cristo la podemos considerar por cuatro razones: en primer lugar en su conversación [enseñanzas], en segundo lugar en su corrección, en tercer lugar su amable recibimiento del hombre y en cuarto lugar su pasión.
En primer lugar digo que podemos ver la mansedumbre de Cristo en su conversación debido a que toda su conversación fue pacífica; no ha buscado materias de disputa, sino que ha evitada aquello que pudiera inducirlo en pleito. Por eso dice: "venid a mi que soy humilde y humilde de corazón". Y en esto debemos imitarlo. Cristo ascendió a Jerusalén sentado sobre un asno que es un animal manso, no sobre un caballo, y el hijo fue subyugado. Debemos, entonces, ser mansos. Como dice el eclesiastico: "hijo en mansedumbre completa tu obra y alcanza la gloria para el hombre". Del mismo modo la mansedumbre de Cristo aparece en su corrección. Muchos oprobios por sus perseguidores soportó, y aún así, no respondió con ira o pleito. Y para esto dice: "según la verdad y la mansedumbre", y demás cosas. Dice San Agustín en su exposición que "cuando Cristo hablaba, la verdad era conocida; con sus enemigos pacientemente respondía y con mansedumbre era alabado". El salmo dice: "Ya llega la mansedumbre y seremos alcanzados". Y también Isaías dice: "no contendió ni clamó".
En tercer lugar aparece la mansedumbre de Cristo en su amable recibimiento del hombre. Algunos hombre no supieron recibir con mansedumbre. Pero Cristo a los pecadores benignamente recibía y con ellos comía. A ellos mismos admitía en sus convivios o a sus banquetes iba, por eso es que era visto por los fariseos que decían: "¿por qué vuestro maestro come con los publicanos?" Fue pues manso. Por ello puede la Iglesia decir de él lo que dice en el segundo libro de reyes: "tu mansedumbre me ha acrecentado". Por esto otros quienes tienen que reinar deben ser manos.
En cuarto lugar aparece la mansedumbre de Cristo en su pasión pues "como cordero a la pasión avanzó, y cuando era maldecido no maldecía"; todos aún sí, fueron capaces de entregarlo a la muerte. Por eso dice en el libro de Jeremías: "yo como cordero que es llevado al sacrificio". Verdaderamente, en mansedumbre, bien ha imitado a Cristo, el mismo beato Andrés quién cuando habiendo sido puesto en la cruz y al encontrarse con que el mismo pueblo quería bajarlo, por sus súplicas se mantuvo en ella y rogaba que no fuera bajado de la cruz, sino que a través de la pasión siguiera a Cristo. De ahí que hubiera plenitud en él: "este hombre sumamente manso apareció en el pueblo".La mansedumbre hizo que heredara la feliz tierra. En Mateo: "felices los mansos porque ellos heredaran la tierra", que nosotros nos dignamos ensalzar que aquél que con Dios padre y el Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
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