Septiembre es el mes de la Biblia. Dedicaremos varias entradas de este mes a la Sagrada Escritura.
En la década de 1940, Straubinger se preguntaba si «¿puede haber todavía católicos que crean quela Biblia es un libro
protestante que no le es permitido leer a un hijo de la Iglesia católica? ¡Qué
daño tan inmenso para la espiritualidad resultó de ese infundado temor!». Y recordaba que «Pío XII exhorta con todo ardor apostólico, como sus predecesores
Pío XI y Benedicto XV, a la lectura diaria de la Sagrada Escritura
en las familias cristianas»; al tiempo que animaba al apostolado de «difundir entre los fieles las ediciones de la Biblia y en especial de los
Evangelios». Para justificar sus afirmaciones Straubinger citaba cien testimonios autorizados (aquí).
Reproducimos unas páginas de Garrigou-Lagrange sobre la conveniencia de una lectura asidua de la Sagrada Escritura.
Después
de haber hablado de las fuentes de la vida interior y del fin que con ella
perseguimos, la perfección cristiana, vamos a considerar la ayuda exterior
que se encuentra en la lectura de los libros de espiritualidad y en la
dirección. Entre los principales
medios de santificación que están al alcance de todos, se ha de contar la
lectura espiritual, sobre todo la de En la década de 1940, Straubinger se preguntaba si «¿puede haber todavía católicos que crean que
Reproducimos unas páginas de Garrigou-Lagrange sobre la conveniencia de una lectura asidua de la Sagrada Escritura.
LA SAGRADA ESCRITURA Y LA VIDA
DEL ALMA
Así
como el error, la herejía y la inmoralidad se deben con frecuencia a la
influencia de los malos libros, "la lectura de las Sagradas Letras es
la vida del alma", como dice San Ambrosio (1); el mismo Señor lo declara
cuando dice: Las palabras que yo os he dicho,
espíritu y vida son" (Joan., vi, 64).
Esta
lectura fué disponiendo a San Agustín a volver a Dios, cuando escuchó
aquellas palabras: Tolle et lege; un pasaje
de las Epístolas de San Pablo (Rom., XIII, 13) le comunicó la luz decisiva
que le arrancó del pecado y le llevó a la conversión.
San
Jerónimo, en una carta a Eustoquio, cuenta de qué manera fué llevado por
una gracia extraordinaria a la lectura asidua de la Sagrada Escritura.
Era en la época en que comenzaba a hacer vida monástica cerca de Antioquía; la
elegancia de los autores profanos le atraía mucho todavía, y leía con
preferencia las obras de Cicerón, Virgilio y Plauto. Entonces recibió esta
gracia: durante el sueño, vióse trasportado al tribunal de Dios, que le
preguntó con gran severidad quién era. "Soy cristiano",
respondió Jerónimo. "Mientes", le replicó el soberano Juez;
"tú eres ciceroniano; porque donde está tu tesoro, allí está tu
corazón." Y dió orden de que le azotasen. "Comprendí muy bien,
al despertar", continúa el santo, "que aquello había sido más
que un sueño, pues aun llevaba marcados en mis espaldas los golpes de
látigo que había recibido. Desde aquella fecha comencé a leer las Santas Escrituras
con más entusiasmo que el que había puesto en la lectura de los autores
profanos." Por eso en una carta al mismo Eustoquio dice: "Que el
sueño no te sorprenda sino leyendo, y no te duermas sino sobre la Sagrada Escritura. "
¿En qué libro, en efecto, podemos
encontrar la vida mejor que en la Escritura santa, que tiene a Dios por autor? El
Evangelio, sobre todo, las palabras del Salvador, los
hechos de su vida oculta, de su vida apostólica, de su vida dolorosa deben
ser para nosotros vivientes enseñanzas que nunca hemos de perder de vista.
Jesús sabe hacer las cosas más elevadas y divinas, accesibles a todas las
mentes, por la sencillez con que habla. Sus palabras no quedan en el
terreno de lo abstracto y teórico, sino que conducen inmediatamente a la verdadera
humildad y al amor de Dios y del prójimo. Se ve en cada palabra que no
busca sino la gloria de Aquel que le envió y el bien de las almas.
Deberíamos hojear sin descanso el Sermón de la Montaña (Mat., v-vii), y
el discurso después de la cena (Joan., xit-xvni).
Si leemos con las debidas
disposiciones, con humildad, fe y amor, esas palabras
divinas que son espíritu y vida, encontraremos que para nosotros contienen
la especialísima gracia de atraernos cada vez más a la imitación de las
virtudes del Salvador, de su dulzura, su paciencia, y su amor heroico y
sublime en la cruz. Ése es, junto con la Eucaristía , el verdadero alimento de los
santos: la palabra de Dios, enseñada por su único Hijo, el Verbo hecho
carne. Debajo de la corteza de la letra se encuentra el pensamiento vivo
de Dios, que los dones de inteligencia y de sabiduría nos harán penetrar y
gustar más y más.
Después
del Evangelio, nada más sabroso que su primer comentario, escrito por
inspiración del Espíritu Santo: Los hechos de los
Apóstoles y las Epístolas. Se trata de las propias
enseñanzas del Salvador vividas por sus primeros discípulos, que
recibieron la misión de formarnos a nosotros; enseñanzas explicadas y
adaptadas a las necesidades de los fieles. Se cuenta, en los Hechos, la
vida heroica de la Iglesia naciente, su difusión en medio de las mayores
dificultades; lección de confianza, de valor, de fidelidad y de abandono en
el Señor.
¿Dónde
encontrar páginas más profundas y animadas que en las Epístolas, acerca de
la persona y la obra de Jesucristo (Colos., i), acerca de los esplendores
de la vida de la Iglesia y
la inmensidad de la ternura del Salvador por ella (Efes., I-III), sobre la justificación por la fe en Cristo (Rom., i-xi), sobre
el sacerdocio eterno de Jesús (Hebr., I-IX)?
Y
si paramos mientes en la parte moral de dichas Epístolas, ¿dónde encontrar
exhortaciones más apremiantes a la caridad, a los deberes de estado, a la
perseverancia, a la paciencia heroica, a la santidad, a las reglas de
conducta más justas para con todos los hombres: superiores, iguales, e
inferiores; para con los débiles, los culpables y los falsos doctores? ¿Dónde
encontrar más vivamente expuestos los deberes de los cristianos para con la Iglesia ? (I Petr., iv-v).
Existen
igualmente lugares del Antiguo Testamento que todo cristiano debe conocer,
particularmente los Salmos, que
son la oración de la Iglesia
en el Oficio divino; palabras de adoración reparadora para el pecador
contrito y humillado, de ardiente súplica y de acción de gracias. Las
almas interiores deben asimismo leer las más bellas páginas de los Profetas,
que la liturgia de Adviento y de Cuaresma pone ante nuestros
ojos; y en los libros sapienciales las
exhortaciones de la increada Sabiduría a la práctica de los deberes
fundamentales para con Dios y el prójimo.
Leyendo y releyendo sin cesar, con
respeto y amor, la Escritura santa, sobre todo el Evangelio, cada día
encontraremos nueva luz y fuerzas renovadas.
Ha puesto Dios en sus palabras virtud inagotable; y cuando, al fin de la
vida, después de haber leído mucho, siéntese hastío de casi todos los libros,
uno se vuelve al Evangelio como a un anuncio y preludio de la luz que
ilumina a las almas en la vida eterna.
Tomado de:
Garrigou-Lagrange, R. Las tres edades de la vida interior (aquí).
La bastardilla nos pertenece.