El rinoceronte, la pieza de Ionesco, constituye, por su
parte, la más profunda y aguda sátira del conformismo ambiental en nuestra
época y de los mecanismos psicológicos de adaptación incondicional a cualquier género
de situación o de cambio de mentalidad.
Sátira también del proceso de masificación y de trivialización
que se opera en las
almas por efecto de la tecnocracia y de las grandes concentraciones urbanas.
Imagen, en fin, de ese estado de ánimo colectivo que se
revela capaz de aceptarlo todo rápidamente, con resignation préatable, por
una voluntaria perdida del sentido de los límites y de la consistencia de las
cosas.
En el primer
cuadro, Juan, hombre "de su tiempo", con sus puntos de vista
"eficaces" y filisteos, dialoga con Berenger, espíritu sencillo de
abatida sinceridad. Sus frases sonoras y la vacuidad de sus actitudes siempre
circunstanciales está como reclamando la exteriorización de un interno proceso
de rinoceritis, es decir, de insensibilización humana. Es entonces
cuando irrumpe impetuoso el primer rinoceronte por las calles de la población.
Y desde ese mismo momento entra en juego para aquel ambiente humano un
mecanismo psicológico encaminado a la elusión subconsciente del hecho, a la
conformidad embozada con el mismo, movido siempre por actitudes previas de
pereza mental, de cobardía interior y de abandonismo profundamente arraigadas.
Así, a los pocos momentos de la extraordinaria sorpresa, ya nadie habla de lo
inconcebible de la aparición, sino del número de cuernos o de las razas de rinocerontes.
En seguida comienza la absurda transformación de los
hombres en rinocerontes, esos paquidermos extraños e insensibles, que parecen
nativos del planeta más alejado de éste en que habita la raza humana.
El mecanismo mental por el cual los hombres "se
sitúan" ante la rinoceritis, y la actitud que los rinoceriza seguidamente,
es siempre la misma: aceptación del hecho como algo irremediable, como una
evolución necesaria (es "el viento de la Historia"); ensayo de
universalización del fenómeno buscándole antecedentes y similares en otros
países o en otra época; puesta en discusión de los principios teóricos o
morales en virtud de los cuales el fenómeno resulta inaceptable (en este caso,
la superioridad de la humanidad sobre la animalidad, los límites de la cordura
y de la demencia, etc.); en fin, exaltación de los aspectos en que
pueda sobresalir el hecho o realidad do que se trate (en este caso, de la
fuerza, salud y poderío del rinoceronte).
Ante el hecho consumado, la epidemia de rinoceritis se
extiende incontenible; el mecanismo mental se pone en movimiento para el hombre
masificado, previamente dispuesto para cualquier género de adaptación dirigida:
"Siempre hubo cosas así", “Salgamos al encuentro de lo que nace y
seamos sus pioneros" “En otros sitios están peor”, "Tiene esto cierta
grandeza”…
Parece indudable que el autor rumano ha conocido algunos de
los diversos "hechos rinocéricos" que han sufrido las diversas
naciones, con la consiguiente degradación de la personalidad de sus miembros:
la irrupción en tantos países de un ejército de ocupación extranjero, con la
creación de absurdos gobiernos "Quisling"; la aparición en este otro
de un barbudo demencial que impone su ley; la entrega de aquel otro a bandas
rivales de negros antropófagos; la erección más allá de la arbitrariedad como
modo permanente de gobierno... En el horizonte final, la universal rinoceritis
letárgica que, en nombre de la Democracia y la Humanidad, anula la
personalidad de los humanos frente al "viento de la Historia".
Lo más profundo de El rinoceronte quizá sea la
elección del tipo humano que resiste a la adaptación rinocérica y se salva —él
solo— entre los demás hombres.
No se trata de ningún puritano u hombre de claros y
declarados principios; antes, al contrario, son los hombres de esta clase los
que se muestran más dóciles y vulnerables a la epidemia, los que con mayor
facilidad encuentran argumentos de transición para adaptarse. Berenger,
el protagonista, es un hombre humilde, sencillo y un tanto bohemio. Un hombre
respetuoso ante los sabios y eficaces que le rodean, que no afirma nada
con énfasis ni contraría la opinión de los demás. Berenger sabe, sin embargo,
que la humanidad es superior a la animalidad, que entre la cordura y la locura
hay un límite, y que convertirse en rinoceronte es absurdo. Y sabe todo esto
"intuitivamente", aunque no sepa definir la intuición más que como un
saber "por las buenas".
Pienso que en nuestra sociedad masificada y estatista donde
la rinoceritis alcanza hoy a los más altos niveles, esta pieza de Ionesco
debe producir la misma impresión que si a los tripulantes de una vieja y
carcomida embarcación se les mostrara al vivo cómo empieza a hacer agua y a
hundirse una vieja y carcomida embarcación.
Tomado de:
Gambra, R. El
silencio de Dios. Ed. Huemul, Buenos Aires, 1981, pp. 18-21.
7 comentarios:
Tengo para mí que la más evidente muestra del masificado es la cobradía y la debilidad profunda que lo aqueja.
Detrás de la tecnología, un buen pasar y una cara simpática se me hace evidente el carácter estúpido y un sufrido si todo no le sale perfecto. Piénsese nada más, todo lo que tiene el hombre hoy y lo que tenía el de ayer y cuánto se queja el de hoy y cuánto o hacía el de ayer. Pero no hablo de la Edad Media. ¡Hablo de 1980!
Hoy, con cosas en exceso y con muy pocas responsabilidades (por empezar sin hijos o con muy pocos) son quejosos.
No pueden soportar a Nietzche o a Spengler, no por lo profano y relegador/negador de la Gracia, sino porque éstos ven en el fuerte a un "facho" que los muestra pelmazos y no le gusta al hombre moderno que le hagan notar que tras la construcción que él mismo se creó hay un tonto. Tal vez con alguna erudición o ntalento lo disimule, pero el tipo es débil. Es casi ontológico.
Lo opuesto al indio Matías. Indio alto, godo, mal encarado y que andaba alzado contra los libertadores de la América Hispana. "Una plenitud de vida. Trenzados, como los dedos sobre el asta, estrangulando la carne, sus nervios vibran. La acometividad lo empuja. Con el arma en la mano siente hervir la vida. Su fuerza lo asegura. Vital, nervudo, ensañado arremete. Entre sus piernas el animal está cubierto de espuma y de sangre, el brazo y la piel del pecho están rojos, los cuábulos hacen resbalar el puño en el asta. La tierra es para que los hombres guerren sobre ella".
El problema no es menor: la Gracia supone la naturaleza y hoy ya no se encuentra al Eneas naturaliter christiano por ningún lado. De Matías sacás un cristiano, de mi vecino no.
El más inteligente de mis amigos, tomista y rejense como el que más, días atrás, por esto mismo, me dijo pelagiano. Bueno, mala suerte entonces y que los sacramentos me arreglen, porque es lo que pienso.
El Carlista.
PD. Thibon es ese paradigma de individuo anti masa y cristiano en plena modernidad. Y viene a cuento citarlo, que mucho inspiró (y prologó) esta gran obra de don Rafael Gambra.
Y su Amanda, "mujer fuerte" si las hay.
¿Rinoceritis?
Ahí lo lleváis:
http://www.irishcatholic.ie/content/church-prepares-priestless-parishes
Como dicen los de Secretum meum mihi, ""Nueva primavera" en Irlanda".
Y llegados al estado nihílico ¿que hemos de hacer?
No es nihilismo (a pesar de Miles) ni pelagianismo (a pesar de su amigo) lo que hay si se confía en la gracia y los sacramentos. Castallani, también con bemoles, gustaba de Nitche.
No creo que haya entendido lo de que hemos llegado al estado nihílico, pero no obstante responde con el principio de afirmación católica: actos de fe, esperanza y caridad. Bien. Confíar en la gracia y los sacramentos es eso. Pero aparte de eso ¿que hemos de hacer? ¿O simplemente insinua que dejemos hacer mientras nos santificamos en el dolce far niente?
Por lo menos habrá que levantar acta ¿no?
Miles Davis no quiere nada a Nietzche. En general, tampoco otros trompetistas.
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