El célebre Dictionnaire de Théologie Catholique, conocido por como el DTC, está disponible en 30 volúmenes gracias al sitio de Brasil Obras católicas. Se trata de una obra de consulta para los interesados en profundizar en cuestiones teológicas y afines. Al parecer, por razones de derechos de autor, no pueden consultarse todavía los índices. La obra se encuentra aquí.
domingo, 30 de septiembre de 2012
viernes, 28 de septiembre de 2012
La intelectualidad en la TFP
Reproducimos aquí dos entradas de una bitácora que trae interesantes testimonios acerca de Tradición, Familia y Propiedad y los Heraldos del Evangelio.
I. Salvando la figura del Dr. Plinio y su
constante esfuerzo por darle al grupo un fundamento doctrinario, intelectual,
racional, se puede afirmar que las bases de la institución son mayoritariamente
sentimentales y pasionales: su racionalidad es sometida a su apasionamiento, a su entusiasmo,
esto es: no es necesario
entender mucho, es necesario ser entusiasmado. El grupo no está interesado
en adeptos que piensen sino en adeptos que se entusiasmen. A mayor entusiasmo
menos críticas ni disidencias, quien está entusiasmado no puede, ni quiere, ver
ni aceptar otras opciones. El grupo le teme al desarrollo intelectual ya que es
con él que salen a la luz las grandes contradicciones internas.
Así, la vida intelectual en las sedes ha sido
siempre prácticamente inexistente, incluso se podría decir que casi no hay
intelectuales en el grupo. El grupo fundado y liderado por el Dr. Plinio se fue
transformando, con el pasar del tiempo, en un círculo cada vez más cerrado
sobre sí mismo, en un ejercicio creciente de auto contemplación, llegando a los
extremos del aislamiento los últimos años antes de su muerte, cuando se va
abandonando cualquier actividad pública.
Unos pocos, llevando una vida de camaldulenses, hacían estudios
más serios sobre algunos temas, pero al margen del común del grupo. Algunos de
estos se reunían una vez por semana en la llamada “comisión médica” donde
exponían sus estudios según los lineamientos que el Dr. Plinio les iba dando.
Lamentablemente los miembros de esta "comisión médica" no eran ni
bien vistos, ni apreciados por los entusiasmados quienes veían en ellos personas sin
valor, perdiendo el tiempo y haciéndole perder tiempo al Dr. Plinio, sin
embargo eran estos intelectuales quienes se dedicaban a proporcionar material
para la publicación de los diferentes libros que a lo largo de la existencia de
la TFP iban apareciendo. Una entidad como esta dedicada en parte a la lucha
ideológica no puede justificar esa laguna tan grande, es decir que el único
autor era el Dr. Plinio y esporádicamente un par mas. Pero, nuevamente,
dedicarse a algún estudio o a alguna actividad intelectual era muy algo muy mal
visto internamente, incluso el estudiar al Dr. Plinio y su obra era
desestimulado: no hay que
entender, hay que amar.
Por otro lado en el grupo se desalentaba
cualquier estudio extramuros por diferentes razones: La bagarre llega este año, no tiene
sentido estudiar una carrera que no tendrá utilidad en el Reino de María. El Grand Retour nos infundirá la Ciencia y Sabiduría
Divina. Las universidades están llenas de mujeres (fassuras) y los compañeros serán todos filhos das trevas, que nos
incitarán al pecado y a la Revolución. Estudiar nos generará "carrerosa" (mundanismo)
y uno podría terminar queriendo más su carrera que la vida del grupo.
El Dr. Plinio en innúmeras ocasiones se quejó de
la falta de formación de los miembros del grupo y las pocas e inconsistentes
iniciativas de Joao Clá para intentar mejorar esa situación entre los jóvenes a
su cargo tuvieron resultados prácticamente nulos. Es que la formación académica
o intelectual no era ni de lejos una cuestión que le preocupase a Joao. Desde
que en las diferentes reuniones se dejasen la garganta gritando “ooohhh!”,
"fenomenaaaaal!" cada
cinco minutos por cualquier bobada estaba todo bien, y cuando terminaba la
reunión y uno rataba de comentar algo era como si esta se hubiera evaporado de
sus mentes. No era otra cosa que participar en una histeria colectiva, como en
un concierto de rock, en el que se grita sin saber siquiera de qué va lo que se
está escuchando.
Esa misma vida que hacíamos en la TFP continua
exactamente igual en los HE. Los primeros sacerdotes de los ahora Heraldos del
Evangelio vienen justamente de ese vacío intelectual (salvo poquísimas
excepciones), y no han asistido a un seminario con un currículum apropiado, sus
ordenaciones han sido a las carreras, improvisadas, en general apenas si
estudian algo metódicamente. Algunos recién empiezan a ir a universidades a
estudiar filosofía y teología (finalmente, a pesar de no ser sino un mero
trámite a cumplir). Sin embargo la tendencia es, al transformarse en una
congregación sacerdotal, intentar que todos los posibles estudios sean dentro
de la propia institución afín de evitar que se contaminen con doctrinas ajenas
a ella y con ambientes normales.
Los gustos personales del Dr. Plinio marcan la
vida del miembro del grupo. Cuando PCO era joven y estaba en las Congregaciones
Marianas asistía a las reuniones en los salones parroquiales junto a las "velhotas" y los "carolas",
inmerso en un ambiente de sebo, polvo y mediocridad asfixiante como él mismo
describía esos años de su vida. Era común servir arroz con leche en esas
reuniones, así el Dr. Plinio asoció ese postre con mediocridad. Eso no es nada
raro en cualquier ser humano, la asociación de determinados gustos y
situaciones construyen nuestros recuerdos. Pero nosotros, como sus discípulos,
debíamos también rechazar ese postre por nuestra obligación de imitar al
fundador, nunca se serviría arroz con leche en alguna sede, quien manifieste
agrado por él estará en la rampa de la apostasía pues eso sería un "nódulo" de conflicto con el Fundador tal como
nos enseña Joao Clá.
"El pescado es una excusa para comer una
buena salsa" sentenció el Dr. Plinio. De ahí en adelante
nadie en el grupo osaría elogiar un pescado por miedo a no estar en los pasos
del Fundador. Al Dr. Plinio le gusta comer sesos de vaca, a mí no, entonces yo
tengo un serio problema. Al Dr. Plinio no le gusta J. S. Bach, a mí sí, debo
rectificar mis gustos pues si no estoy en el camino al infierno. El Dr. Plinio
afirma que en el Reino de María no habrá chocolate,
hay que dejar de gustar de él.
Estos son apenas un par de ejemplos de cómo era "la vida cotidiana en los
tiempos de Plinio". Pero esa dependencia en gustos culinarios es
apenas la punta del iceberg una vez que PCO opinaba sobre absolutamente todo,
pasaba horas en reuniones, pequeñas conversaciones, comidas, traslados en coche
y todos sus comentarios eran grabados para luego ser dactilografiados y dados a
conocer a todos los miembros del grupo en el mundo entero. Joao Clá en sus
reuniones los sábados y domingos, llamadas jour-le-jour,
nos daba el resumen semanal de actividades y comentarios de Plinio, pero ni
siquiera las seis horas que duraba cada reunión eran suficientes para digerir
completa la semana de Plinio. De esa manera eran formados nuestros gustos en
música, arquitectura, pintura, historia, culinaria, colores y sabores, en una
palabra: todo, según el gusto particular de nuestro fundador.
Y como a Plinio le considerábamos como el mayor
santo después de la propia Virgen María -la propia encarnación del
Inmaculado Corazón de María (sic!)-
sus comentarios los teníamos como sentencias divinas, imposibles de no seguir
fielmente sin exponernos a la condenación de nuestras almas. Joao es el gran apóstol de esta
peculiar unión con el fundador, ninguno de nosotros podía sospechar en
aquellos no tan remotos años que él mismo se convertiría en un nuevo Plinio (a
profeta muerto, profeta puesto) y sería considerado por unos como el co-fundador del Reino de María,
por otros simplemente como el continuador de Plinio, sin embargo lo que no se
podría sospechar jamás era que sus nuevos discípulos caerían en las mismas
actitudes de servil alienación e imitación al nuevo jefe.
Para los nuevos adeptos que no conocieron a PCO, Joao es el modelo a imitar (¿si no me aman a mí que me conocen, como amarán al Dr. Plinio a quien no conocen?) y así volvemos al comienzo de la historia: si a nuestro papito le gusta el Guaraná Champagne, será mandatorio elogiar este refresco brasileiro. Si papitodice que hay que ocultar a Plinio y separase de él hasta que venga la bagarre, nadie protestará. Ayer papito despreciaba en público el sacerdocio y la jerarquía de la Iglesia, hoy se hace ordenar y le gusta mostrarse como "monseñor". Todo eso me hace reflexionar que para ser miembro del grupo hay que definitivamente dejar de pensar por sí mismo, abandonar todo raciocinio, apagar el cerebro y estar dispuesto a ser completamente manipulable.
Para los nuevos adeptos que no conocieron a PCO, Joao es el modelo a imitar (¿si no me aman a mí que me conocen, como amarán al Dr. Plinio a quien no conocen?) y así volvemos al comienzo de la historia: si a nuestro papito le gusta el Guaraná Champagne, será mandatorio elogiar este refresco brasileiro. Si papitodice que hay que ocultar a Plinio y separase de él hasta que venga la bagarre, nadie protestará. Ayer papito despreciaba en público el sacerdocio y la jerarquía de la Iglesia, hoy se hace ordenar y le gusta mostrarse como "monseñor". Todo eso me hace reflexionar que para ser miembro del grupo hay que definitivamente dejar de pensar por sí mismo, abandonar todo raciocinio, apagar el cerebro y estar dispuesto a ser completamente manipulable.
miércoles, 26 de septiembre de 2012
lunes, 24 de septiembre de 2012
Algo más sobre la prudencia
Jean Madiran. |
El dominio de la virtud de la
prudencia.
Este territorio escamoteado, mal conocido, olvidado, que incluso
no se nombra más, es el de la prudencia, de la virtud cardinal de la prudencia.
Casi todo el mundo, aun los más eruditos y sabios, omiten el
rol cardinal de la prudencia, o no se habla de ella sino como si se tratase de
tomar un paraguas cuando el cielo se cubre, o bajar el tono de voz delante de
los agentes de la fuerza pública, o tratar de huir precipitadamente cuando se
oye gritar "socorro" en un barrio incierto después de la caída de la
noche.
El primero de estos tres ejemplos representa la forma más anodina
de la virtud de la prudencia; el segundo peligra de ser ya una extrapolación;
el tercero es una vergonzosa perversión. Pero es sobre todo bajo estas tres
formas que se conoce ordinariamente la "prudencia" hoy en día.
El catecismo dice otra cosa. Después de las tres
"virtudes teologales" de fe, de esperanza y de caridad, enumera
"las virtudes morales" de las cuales cuatro son cardinales: la
justicia, la fortaleza, la templanza y la prudencia. Es cierto que los
catecismos para chicos, al menos los que tenemos a la mano, enumeran estas
virtudes sin más; y sin siquiera definirlas; reservando su insistencia a la
descripción de los vicios que se les oponen. Hay sin duda en esto una razón
pedagógica. Tomemos un catecismo para adultos: inspirándose en una fórmula de
San Agustín enseña que la prudencia es la virtud que "hace que para todas
las cosas juzguemos correctamente lo que es necesario buscar de lo que es
necesario evitar". No es ni la doctrina obligatoria por sí sola, ni
ninguna opción libre de orden "técnico" las que puedan bastarnos para
dirigir de este modo nuestra conducta.
Haciendo uso de una comparación automovilística, Marcel Clement
enseña graciosamente, aunque no sin exactitud, que si la justicia es la virtud
"ordenanza" (ordenanza de tráfico), la fortaleza es la virtud motor y
la templanza la virtud "frenoi".
Pero la prudencia, que no es la templanza, y que no es tampoco
un freno, como lo creen los ignorantes cuando usan sonoramente la palabra, la
prudencia es la virtud "volante" (en términos automovilísticos).
Si se quiere una definición más elaborada de la prudencia y
menos imaginativa, diremos con Santo Tomás que el rol propio de esta virtud
intelectual y moral es el de "hacer derivar las conclusiones particulares,
es decir las acciones prácticas, de las reglas morales universales". Santo
Tomás precisa: "La prudencia no designa su fin propio a las virtudes, no
razona reglas de moralidad que ella supone conocidas y queridas, sino discierne
y dicta solamente las acciones que le convienen".
La prudencia no elige pues el fin a conseguir: este fin es teóricamente
propuesto por la doctrina y prácticamente buscado por las virtudes. No inventa
tampoco los medios prácticos: su elaboración es del orden que hoy llamamos
"técnico".
La prudencia —el juicio prudencial— es lo que decide en
cada caso concreto que para trabajar en dirección al fin propuesto por la
doctrina, es necesario elegir éste y no aquél camino entre los medios honestos
puestos a disposición por la técnica. (Es también ella la que decide en cada
caso concreto lo que conviene hacer para que la doctrina sea mejor conocida).
Es también ella la que decide para cada circunstancia que esta regla moral de
la doctrina, y no aquella otra, conviene aplicar: "La prudencia aplica los
principios universales a las conclusiones particulares en materia de
acción" (Suma Teológica, II-II).
La prudencia no es un juicio aislado, sino una virtud, es decir
una actitud permanente. En resumen, se puede decir: "La prudencia es la
disposición permanente para aplicar de modo experimentado los principios de la moral a las
circunstancias particulares" (M. Clement: Catéchisme de sciences sociales, fascicule I, Nouvelles Editions
Latines, 1959, p. 27).
Lo que no es ni doctrinal ni
técnico.
Podemos ahora darnos cuenta por qué la distinción corriente
entre "doctrina" y "opciones" no basta para esclarecer y apaciguar
las divisiones entre católicos.
Es bien evidente que todos los católicos deben o deberían estar
de acuerdo en la doctrina obligatoria: y pasa sin duda, que se diverge sobre la
doctrina, imperfectamente o desigualmente conocida. Es también evidente que
sería inmoral y absurdo dividirse mortalmente por imperdonables querellas sobre
la elección técnica de la mejor manera de construir submarinos o de favorecer
el estacionamiento en París: aunque llega a suceder que una pasión excesiva y
el amor propio dan a estos desacuerdos técnicos una importancia exagerada.
Pero, lo más frecuente, es que no sea sobre este punto que nazcan terribles
oposiciones.
El principal campo de enfrentamientos de las tendencias contrarias
no es ni doctrinal ni técnico: se sitúa en el punto donde es necesario decidir
el modo de llevar a la práctica, en circunstancias dadas, las decisiones
técnicas conformes a las reglas doctrinales; es de orden prudencial y se sitúa
en este tercer plano del cual no se habla y ante el cual se cierran los ojos.
Ahí donde existen, como ocurre hoy en día, graves deficiencias doctrinales, es
raro que se manifiesten en cuanto tales: aparecen sobre todo por sus
consecuencias a nivel de la virtud de la prudencia.
No disponiendo más que de una distinción en dos términos, doctrina
y técnica (o doctrina y opciones libres), uno es llevado a considerar el
conjunto del campo prudencial:
1. sea como derivando pura y simplemente de la doctrina, lo
cual es abusivo y termina por originar un autoritarismo, un rigorismo
caricaturesco;
2. sea como perteneciendo a las opciones de orden técnico, lo
cual es una blandura generadora de escepticismo y de anarquía.
Se pone entre paréntesis, se suprime el campo de acción, la
zona propia de la virtud que es "en términos absolutos, la principal de
las virtudes morales." (Suma Teológica II-II).
Tomado de:
Madiran, J. Doctrina,
prudencia y opciones libres. En rev. Verbo, Buenos Aires, n. 70, mayo de
1967, ps. 6 y ss.
viernes, 21 de septiembre de 2012
En torno al Evangelio de San Juan
- Jack Tollers ha concluido con su monumental su Catena Argentea. Cuatro años de trabajo encadenando citas de autores logran un completo comentario al Evangelio de San Juan. Textos de Maurice Baring, Hilaire Belloc, Jean Borella, Raymond-Leopold Bruckberger, Leonardo Castellani, G.K. Chesterton, Etiénne Gilson, Ronald Knox, C.S. Lewis, John Henry Newman, Albert Frank-Duquesne, Sören Kierkegaard, Peter Kreeft, Jacques Maritain, Malcolm Muggeridge, Charles Péguy, Josef Pieper, Joseph Ratzinger, Antoine de Saint Exupéry, Gustave Thibon, Vladimir Volkoff, Simone Weil...
Una obra de 1038 páginas, "de consulta, no para leer de corrido" como dice el autor. Se descarga, gratuitamente, en nueve formatos distintos, aquí.
- Como complemento, un lector de nuestra bitácora nos envía el Evangelio de San Juan en versión trilingüe, con traducción y notas de Juan Straubinger.Puede consultarse aquí.
jueves, 20 de septiembre de 2012
Novell en el disparadero
El pasado martes comentamos entre
amigos el último artículo del p. Iraburu. ¿Cómo explicar semejante muestra de confusión
entre lo espiritual y lo temporal, distorsión histórica, nacionalcatolicismo
liberal y clericalismo politiquero? Porque el artículo es una muestra patente
del método neoconservador: armar un discurso ideológico y luego forzar la
realidad para encuadrarla en el discurso. Es el mismo procedimiento empleado en
la serie “filolefebvrianos”: dispara primero y después a apunta.
Tal vez una de las afirmaciones más
absurdas del artículo de Iraburu sea: "La Iglesia... valora las grandes
estructuras nacionales". Si la afirmación fuese verdadera China y la
extinta URSS, grandes estructuras, serían más valoradas que el mismo Vaticano,
Suiza, Liechtenstein y la casi totalidad de los estados centroamericanos; la
independencia de Polonia habría sido una desgracia para la gran estructura
estatal en la que estaba integrada la nación de Juan Pablo II; y Juana de Arco
habría frustrado la posibilidad de una gran nación anglo-francesa...
Como apuntaba lúcidamente un
amigo, la entrada de Iraburu tiene como destinatario claro el obispo de Solsona
hoy caído en desgracia en la vecina Infocatólica. Novell ha dejado de ser santo
de la devoción neoconservadora no por sus vacilaciones en temas doctrinales tan
importantes como la exclusión de las mujeres del sacramento del Orden, sino por
sus simpatías independentistas. Porque el joven obispo, con notable imprudencia
pastoral, ha sucumbido a la tentación clerical-catalanista y se ha distanciado de la posición clerical-españolista de Iraburu y su séquito. En definitiva, un
problema de celos clericales, que tiene poco que ver con las exigencias de la
política real, las complejidades del orden prudencial y las dificultades históricas.
Un tanto cansados del magisterialsmo clerical, ofrecemos un fragmento
que trata el tema del denominado principio de las nacionalidades desde la perspectiva del derecho natural.
2. El principio de las nacionalidades.
Recién en la Edad Moderna comienzan a adquirir muchos estados, con
claridad, el carácter de nacionales. Anteriormente la organización política de
los pueblos era en absoluto ajena al hecho nacional, salvo muy contadas excepciones. Este principio puede
definirse como "el derecho a la unificación y a la independencia estatales
de elementos nacionales dispersos o subyugados" y "fue en el
orden jurídico-internacional un factor revolucionario, que modificó
profundamente el mapa de Europa en los siglos XIX y XX". En efecto, en su
nombre cayeron los Estados Pontificios bajo el ejército revolucionario de Garibaldi
y se produjeron diversos movimientos de independencia en América y en Europa
(en esta última cabe citar el caso de Bélgica, Grecia, etc.). En su nombre,
también, y después de guerras internacionales, se dividieron estados multinacionales
como el Imperio Austrohúngaro y se promovieron, ya en pleno siglo XX, los
principales movimientos orientados a la descolonización (en este último caso
este principio se aplica bajo el rótulo de "autodeterminación de los
pueblos"; lo que no se indica, con ser de la mayor importancia, es qué se
entiende exactamente por "pueblo")…
Ahora bien, cabe preguntarse: ¿es justo este principio en el orden
internacional? La respuesta parece que tiene que ser negativa, por lo menos en cuanto
auténtico principio internacional de aplicación generalizada. Esta negativa se
explica si se piensa que los pueblos, a lo largo de la historia, pueden
descubrir en concreto que es más fácil alcanzar el bien
común posible para ellos unidos en una unidad política que no sea precisamente
nacional, y no separados o atomizados…
Establecer como regla general a priori que los estados deben ser nacionales,
sin atender a las características históricas peculiares de cada uno, es injusto
por ser arbitrario y carente en absoluto de fundamento razonable; porque en tal caso cabe hacer
esta pregunta: ¿por qué? Y desde la perspectiva del bien común no puede
darse, seguramente, ninguna respuesta válida para una generalidad de casos.
Tomemos el ejemplo de la descolonización en
nuestros días, en la que ni siquiera se han respetado las diferencias étnicas,
culturales y religiosas de los pueblos (es decir, en nombre de la autodeterminación,
ni siquiera se respetaron las unidades que podrían entenderse como nacionales,
como tampoco las unidades políticas históricas). ¿Es siempre justo que se le dé
la independencia a un pueblo, aunque ello redunde en contra del bienestar de
ese mismo pueblo, amén del pueblo del estado al que estaba integrado? ¿Es acaso
justo que tal responsabilidad se le otorgue aunque tal pueblo no pueda en rigor
ser autosuficiente, es decir, que librado a sí mismo no pueda dar a sus
miembros el nivel de vida material, cultural, moral y religioso que tenía
integrado en un estado más grande? ¿Es justo, sobre todo, que merced a la
descolonización o a la aplicación del principio de las nacionalidades, quede a
merced de las "otras" influencias políticas, la de las potencias
imperialistas, para hablar con claridad? La historia contemporánea nos ilustra
de una manera exhaustiva con ejemplos de países que adquirieron su
independencia para entrar en largos períodos de guerra civil, en procesos de
empobrecimiento progresivo, en procesos de involución cultural, para caer en la
pulverización de su régimen jurídico-político y, finalmente, en la dependencia de
nuevos y peores amos imperialistas.
La justicia de cualquier forma de descolonización, o de cualquier forma de
independencia o reunificación nacional, dependerá de las circunstancias concretas
de cada caso y de cada pueblo. Dependerá, por ejemplo, de que se
rompa así una verdadera forma de explotación, sin caer en otra peor, de la aptitud
política previsible del nuevo estado y, en definitiva, de que sea para una
mayor realización del bien común de ese pueblo, sin olvidar el bien común
internacional, que incluye un margen de seguridad y de orden. En este tema
las generalizaciones conducen a violentar la realidad, o bien son meros
justificativos ideológicos.
El principio de las nacionalidades, pues, no vale como principio
internacional justo de aplicación general; y lo mismo podría decirse de su derivado, el
de la autodeterminación de los pueblos. Pretender imponerlo como principio es
fruto de un esquematismo incorrectamente abstractista o interesadamente
ideológico, que no respeta las peculiaridades de la concreta realidad social e
histórica.
Tomado de:
Lamas, F. Los
principios Internacionales (desde La perspectiva de lo justo concreto).
Buenos Aires, Forum, 1974. Ps. 110-113.
lunes, 17 de septiembre de 2012
La desesperación pagana (y II)
Esa
desesperación pagana hace irrupción actualmente en el mundo neopagano a través
de la literatura de los países protestantes; y su siniestro glas es el toque de sálvese quien pueda
para toda una civilidad descristianada.
Tenemos delante
tres libros de vacaciones recientemente publicados en una primorosa colección
llamada "La Pajarita de Papel". El director de la colección, supremo
catador de elixires poéticos, ha juzgado que ellos son lo más fino y lo más
"allá" que se puede brindar al público argentino, que despierta de su
ensueño analfabeto para convertirse en lector ferviente. David Lawrence,
Katherine Mansfield, Franz Kafka. Los tres poetas indiscutiblemente genuinos
representan en tres formas distintas, bastante paralelas a las de Ovidio,
Catulo y Lucrecio, un terrible testimonio de la desesperación pagana, mil veces
más acre y sacrílega actualmente que en el paganismo precristiano, pues entre
éstos y aquéllos ha pasado nada menos por el mundo la Esperanza hecha Carne; y,
voto al cielo, no ha pasado en vano.
Katherine
Mansfield, para empezar por la más amable del trío, es una niña neozelandesa o
australiana transportada al más refinado ambiente londinense, y de cuya vida,
devastada rápidamente como una flor exótica o un ave del paraíso, nos quedan
unas cuantas narraciones breves, una novela, unas memorias truncas y una
colección de cartas, que no son todos sino poemas autobiográficos y elegíacos
de tan delicada calidad literaria y tan profunda, sutil y penetrante tristeza
que la comparación con el ruiseñor de Verona es obligatoria.
Las novelitas
de la Mansfield (traducidas las mejores por Leonor Acevedo con un resultado si
traidor, admirable) son narraciones sin argumento ni materia casi, descripciones
de escenas familiares y caseras hechas con una técnica impresionista y
puntillista que parece que juega con líneas graciosas y colores vivos, pero que
tienen una solidez y una convicción irrecusables, un soplo de realidad poética
que imponen a la fe como sustancias macizas esos cuadritos hechos de aire y
tules. Todo lo que se diga para caracterizar este arte entre paisaje y minuetto, de toque tan seguro y leve, es
inútil: hay que leerlo. Lo que me interesa ahora es el contenido filosófico y
teológico de estos cuadritos tan femíneamente frívolos. Diríase que no hay
dello absolutamente nada. Y sin embargo están allí tímidamente las patéticas
confesiones del inexorable amustiarse de un alma niña indefensa que las
"Cartas" y el "Diario" de Catalina balbucea en forma
directa pero confusa, y sus novelas en forma implícita pero lúcida, como es
propio del poeta épico. Dios está allí actuando por su ausencia; y la
desesperación penetra como un gas venenoso las escenas de acuarela donde toda
ternura, delicia y confort que la vida puede dar juguetean; la desesperación
como un rojo letrero de remate sobre un parque en primavera. No es la inquietud
propiamente, sino el fatal quietismo: no es la fiebre sino la indolora
gangrena, la necrosis. No es la agitación de Agustino:
"hicístenos,
¡Oh! Dios para Vos, inquieto está nuestro pecho hasta descansar en Vos".
Es una muerta calma chicha, una inexpresable desolación sin lucha. Lo espantoso
del caso es que al alma (allí llamada Beryl Fairfield o Laura Sheridan) no le falta
nada: familia, amor, comodidad, diversiones, quehaceres, el arte, la natura, el
cielo y el mar inmenso, fresco y sublime de La
Bahía. Pero hay un malentendido íntimo e irreparable entre todas esas cosas
y el íntimo del alma, tan sutil y total que no se puede expresar (y de hecho
nunca está expresado) ni siquiera con un suspiro que un bostezo fuera. ¡Oh
Alma! ¿Qué quieres? -No lo sé. -¿Qué te falta? -Nada. -¿Qué te duele? -Todo
esto, todo esto. -¿Dónde vas? -Por ahí. -¿Eres feliz? -¿Feliz?...
Los tres poetas
éstos fueron tuberculosos. Es decir, seres intimados temprano de la invitación
al viaje, con esa desesperada ansia de felicidad del incurable, esa
sensibilidad afinada del tísico y esa capacidad terrible de recepción de lo
malo, feo y triste de la vida, propia del infortunado. Franz Kafka fue un
pequeño judío de Praga que murió a los 45 años dejando un lote de manuscritos
inéditos entre los cuales dos novelas y unos cuantos cuentos y croquis. La
desesperación que en Catalina constituye el aire de la obra, sale afuera en
Kafka en pesadillas de una fría y minuciosa horripilez. Todos sus cuentos son
pesadillas simbólicas. "Kafka se especializó en la confección de
situaciones intolerables" (Borges): intolerables, minuciosas, tranquilas,
verosímiles y convincentes, o sea la definición misma del desespero.
Ni un rechinar de dientes ni un grito que me venda
¿Blasfemar? ¿Para qué? ¿Para ser Tu irrisión?
Ya no hay lucha, es la calma tremenda
De la desesperación.
(Poema de los
Novísimos, J. del Rey)
Borges dice que
la interpretación teológica que se ha dado a Kafka no tiene importancia;
"el pleno goce de la obra de Kafka no depende de ella". Me parece que
no es admisible. Si se entiende por pleno goce la curiosidad diletante de la
"literatura", entonces quizá. Pero es una actitud que no entendemos
esa de ponerse a apreciar los colores (mortecinos por otra parte y opacos) de
estos espirituales cadáveres; es el análisis clínico y el cuadro
fisiopatológico con disección y anatomía, lo que aquí puede dar pleno goce. El
cadáver para otra cosa no sirve. El pobre pulmonaria no se deshaló deshilando
estos fatigosos relatos sino para aludir teológicamente: para comunicarnos que
el infierno existe y que ya está en el mundo. La metamorfosis es la familia convertida en un ente infernal; la
familia honesta y compuesta, no una familia desavenida, que ésa ya sabemos que
es un infierno, sino una familia burguesa, respetable y normal = infierno. En
la Muralla China es el Estado, y en
parte también la Religión a quien se asesta el mismo trabucazo. Un artista del hambe, la Ascética y la
Mística están visadas. Los otros cinco
croquis, Una cruza, El Buitre, El escudo de la ciudad, Prometeo, Una confusión
cotidiana, son cinco desgarradores lamentos para expresar el íntimo del
alma definitivamente aridecida. "Dos obsesiones rigen la obra de Kafka
-dice Borges en el breve y compacto prólogo que le dedica-, la subordinación es
la primera el infinito es la segunda". ¿Y luego no hay teología en Kafka?
Esas dos notas son teológicamente las que definen a la creatura como creatura:
y psicológicamente definen el sentimiento de la religiosidad, que no es sino
"el sentimiento de lo Infinito" (Max Müller) o "un sentimiento
de dependencia" (Santo Tomás) o en suma "una sensación de dependencia
infinita" (Schleiermacher). Lo malo para Kafka (y para Borges) es que en
ellos esas notas definen la "religiosidad perdida", y sin embargo
"exigida", o sea la "privación de la religiosidad".
Privación es carencia de algo debido.
En Lawrence encontramos el tercer grado del desespero, la privación de la religiosidad con un sustituto grotesco y horrible, que vamos a nombrar derecho con perdón de los lectores, porque sí no, vale más no hablar de Lawrence: en vez de Dios el acto carnal, al cual se le exigen los efectos maravillosos del éxtasis de los místicos, cosa que no ha sido evidentemente inventada para eso. Es la esperanza dada vuelta al revés, la religiosidad contra natura retorcida hacia abajo, la abominación de la desolación, la quietud incestuosa del alma asentada sobre su género próximo.
Entregado a orgías continuas del pecado estúpido que los teólogos llaman "delectatio morosa" (poco fuerte físicamente para mucha lujuria efectiva), Lawrence fue elegido por Astaroth para dar expresión poética moderna a esa aberración que los psiquiatras llaman "sentimiento mixto", colusión barrosa de la religiosidad con el instinto sexual, de la cual están llenos los manicomios y por desgracia anda también suelta bastante. La resurrección de los nefandos "misterios" paganos de que San Agustín y Lactancio hablan con vergüenza y disimulo, la fornicación espiritualizada ("spíritus fornicatiomis") de que la Iglesia pide en las letanías mayor resguardo al cielo como del terremoto, la peste y la guerra. Lawrence se hizo tarea de su vida convertirla en una especie de religión monstruosa, afín de la teosofía y última etapa de la corrupción de la teología protestante. "La salvación del hombre y su felicidad está en el sexo, pero en el sexo exacerbado por todo lo que hay de más profundo y de más activo en el espíritu". Este es el "mensaje" de Lawrence, como lo apellida D. Guillermo de Torre, mensaje propalado con gran fuerza por un real talento de novelista; y es fácil encontrarlo sin revolver toda su repulsiva obra para el que materialmente no pueda hacerlo (como me pasa a mí, gracias a Dios) en el cuento llamado "Overtone" por ejemplo, o en la más abominable de todas sus obras, The Man who Died, novela póstuma que las resume todas, en la cual el desdichado obseso, como una especie de sello de precinto, no vaciló en ensuciar la figura del Redentor de los Hombres en una relación frenética medio simbólica, medio arqueológica, medio teosófica y medio pornográfica. A Lawrence habría que haberle dado los exorcismos.
No contento pues con haber hallado la receta de mezclar imágenes sutil o brutalmente impuras a todas las imágenes serenas de la vida y la naturaleza, como una especie de fumigación nefanda, Lawrence mezcló también imágenes religiosas y se atrevió con la más suprema de todas (anathema sit), teniendo como hemos dicho gran talento de imaginero, aunque malogrado, a nuestro juicio. Su obra -todas esas novelas inconclusas, esos cuentos sin desenlace, morosa y osadamente obscenos- es una especie de cuarto evangelio de la lujuria, como esas torpes y extrañas herejías que pulularon en los siglos III y IV, cuyo casi incomprensible increíble fantasma conocíamos a través de los escritos de los Santos Padres. Para su debilidad de tísico, el amor físico fue toda la vida la cosa imponente y gigantesca de que no se pudo liberar, que no pudo enseñorear, el ídolo tremante que alojó en su imaginación rumiante y desproporcionada, para adornarlo con caireles de todos colores y una desesperada "proyección al infinito", como dicen los geómetras.
Lo triste del caso para el mundo anglosajón es que el "testimonio" de Lawrence (el "mensaje" de Lawrence que dice Guillermo de Torre), salido del puritanismo, es decisivo contra el puritanismo. La prueba está hecha, sólo la Iglesia Católica posee la solución a lo que llaman feamente "problema sexual". Lawrence es la última descomposición del puritanismo, el purín color crema veteado de verde y café donde el Protestantismo se volvió Teosofía. El hombre del Norte, religioso y austero por temperamento climático, sobrio y duro por una temporada, da suelta al fin a la carne rebelada (¡y cómo se burlaban de la incontinencia de los Papistas esos ingleses victorianos!) pero quiere conservarla religiosa, volverla religiosa, quiere hacer con ella una religión, investir (con v corta) los más elementales impulsos animales con las luces más entrañables y sutiles del espíritu puesto a su servicio. En suma, para ese hombre normal y neto que es el latino más vicioso, todo esto es "una porquería", que se puede rechazar o consentir sabiendo empero lo que se hace; pero para este inglés sofisticado todo ello se vuelve olla podrida (entendiendo por olla el "mate" o sea la cabeza), donde a ratos y con disgusto puede asomar la cabeza, por obligación de oficio, el estudioso de teología y psicología, bañándose luego.
Y basta. El decorador A. Rossi ilustró La Mujer que se fue a Caballo (The Woman that rode off) con figuras futuristas desencuadernadas, en lo cual acertó. Berdiaeff designa el futurismo ("descomposición de la forma humana") como uno de los síntomas más flagrantes de esta descomposición de la época humanista que nos toca vivir, en que todo un mundo dejado de la mano de Dios da las boqueadas y se muere a las patadas por que le falta razón de vivir, para volver a la sabia idea de mi tío el canónigo.
Para dar lugar a un mundo nuevo, aunque sea bárbaro, que lleve en su seno, aunque sea oculta, la Razón suprema del vivir.
Tomado de:
Castellani, L. Las ideas de mi tío el cura. P. 16 y ss.
Castellani, L. Las ideas de mi tío el cura. P. 16 y ss.
viernes, 14 de septiembre de 2012
Castellani: la desesperación pagana (I)
Mi tío el cura
solía decir que cuando algo muere es porque se le ha acabado la razón de vivir.
Goethe decía que morimos cuando se nos agota la voluntad de vivir. Esto no
parece concordar mucho con esos viejitos que no quisieran morirse por nada y
mueren igual; así como lo primero no casa con los jóvenes que mueren
malogrados. Pero Goethe entendía por voluntad el conjunto de todas las fuerzas
biológicas positivas (incluso la voluntad consciente o "albedrío"),
que resisten en nosotros el asedio de la descomposición. Un burlón de oficio
supo decir que en tal caso Goethe venía a decir en puridad que morimos cuando
se nos acaba la vida, cosa que ya Perogrullo había descubierto y patentado. Así
es. Pero cumple advertir aquí que, talmente como toda la ciencia matemática se
resuelve en última instancia en la ecuación A=A, así toda ciencia filosófica
llevada a su culmen consiste en contemplar el inmenso mundo de ecuaciones
extrañas y evidentes contenidas en cada una de las 33 Verdades de Pero grullo,
empezando por ésta: "El Ser es".
Cuando un
hombre acaba su vida por mano propia, es porque no encuentra más motivo para el
esfuerzo de vivir. No son situaciones de padecimiento intolerable las que dan
los suicidios; o mejor dicho, lo que hace intolerable un padecimiento no es
sino una convicción, o bien una falta de convicción racional. Ningún
padecimiento hay intolerable cuando el padeciente cree firme que un día acabará
el sufrir y que todo va a acabar en bien. La cualidad de infinito comunicada al
dolor proviene de una disposición de ánimo llamada desesperación, que es un
pecado gravísimo contra la segunda de las virtudes teologales; y esa
desesperación es la raíz del suicidio [Hablamos del suicidio completamente "deliberado"
(consciente y voluntario) que de hecho creemos no se da siempre, ni quizá
muchas veces. El suicidio de Kiriloff en Dostoievsky.]
Hillaire Belloc
ha dado en el blanco cuando, elevándose por encima de las vacuas y miopes
consideraciones de Gibbon, ha apuntado como causa profunda del "Ocaso y
Caída del Imperio Romano" esa nota psicológica de la desesperación, que
empezando por dominar los espíritus más videntes o más sensitivos acaba por
teñir a través de la literatura y las costumbres a toda una masa humana,
haciéndola no sólo impotente al esfuerzo vital, mas aun poseída de una sorda
sed de destrucción. Gibbon, el "erudito vocinglero" como lo calificó
Napoleón, escribió su vasta y minuciosa historia a para explicar la veloz
disolución después de Augusto de aquel inmenso y pujante organismo
aparentemente eterno y la no menos estupefaciente propagación fulmínea del
cristianismo sobre sus ruinas. En sus famosos capítulos XV y XVI del libro
primero, con aquel sistema hipócrita y pérfido de acariciar para matar, que
Renán había de llevar a la perfección, el erudito inglés recoge la vieja
acusación de Celso y Juliano contra los cristianos como destructores del
sistema político-cultural de la antigüedad y propone como explicación de la
enérgica vigencia de la Iglesia las siguientes causas:
1) El celo
exclusivista heredado de la Sinagoga por los cristianos.
2) La
convicción de un inmediato fin del mundo.
3) La
pretensión de los milagros.
4) La práctica
de una conducta rigurosa.
5) La hábil
constitución política de la primitiva Iglesia y la ambición política de sus
primeros jefes.
Gibbon llama
con hipocresía a estos factores "causas segundas"; pero su intención
real es explicar con ellos totalmente el hecho histórico-teológico de la
Iglesia y cerrar el camino a toda explicación de orden superior.
Este intento
racionalista de explicación es endeble aun históricamente hasta clamar él mismo
por explicación: y sus cinco presuntas "causas" demandan para tenerse
en pie una primera causa psicológica, dejando aparte una primera causa
teológica.
Esta causa
psicológica es la DESESPERACION -hecho de la historia antigua enorme y poco
visto, quizá de puro enorme-, la cual justifica a la vez los dos fenómenos
paralelos o recíprocos del derrumbe del Imperio y el universal confusión a la
nueva fe religiosa, o digamos a la única fe religiosa ". El hombre,
misterioso animal de tres patas del enigma de la Esfinge, no puede caminar sin
"afirmarse", es decir, sin apoyarse en algo. Desesperación es el
sentimiento profundo de que todo esto no vale nada y el vivir no paga el gasto
y es un definitivo engaño; y este sentimiento es fatalmente consecuente a la
convicción de que no hay otra vida. De la religión romana se había retirado
entera mente la fe cuando Virgilio la hubo transformado en una cantera de
grandes símbolos nacionales (modernismo teológico) y Ovidio la estaba haciendo
escenografía y vestuario de teatro erudito, material literario de Las
Metamorfosis. Inmediatamente aparecen los poetas de la desesperanza, a saber:
el mismo Ovidio (Tristium), Catulo y Lucrecio; y las masas romanas oyen resonar
el siniestro grito de sus corazones en las lúgubres y netas Habas que
establecen un dogma infernal en el medio de un delicado madrigal anacreóntico,
el Poema de los besos de Catulo:
Vivamus, mea
Lesbia, atque amenus...
Soles occidere
et redire possunt;
Nobis
cum semel occidit brevis lux,
Nox est perpetua una
dormienda.
[Vivamos, Lesbia mía,
¡amémonos!...
Los soles seguirán muriendo y
volviendo a nacer;
Pero, una vez que nuestra breve luz se apague,
Sólo nos quedará una noche eterna
Que habremos de dormir.]
Tomado de:
Castellani, L. Las ideas de mi tío el cura. P. 16 y ss.
Castellani, L. Las ideas de mi tío el cura. P. 16 y ss.
miércoles, 12 de septiembre de 2012
Biblia versión Straubinger
Gracias a Panorama Católico ofrecemos a nuestros lectores la posibilidad de acceder a la Biblia en la versión de Monseñor Juan Straubinger. Para descargar hay que pinchar en los enlaces:
lunes, 10 de septiembre de 2012
En pocas palabras...
Nada mejor que recordar a un maestro con su propio magisterio. A continuación reproducimos uno de sus muchos textos que guardan relación con los temas de esta bitácora.
Por Rubén Calderón Bouchet (Mendoza, República Argentina).
He leído sobre "El Opus Dei" la obra que escribió Jean Saunier en 1973 y traducida al español por ediciones Roca de Méjico. El libro es ya un poco viejo y especialmente en todo cuanto se refiere a la situación política de España, que cambió bastante a la muerte del Caudillo y especialmente durante el período en que gobernó el socialismo bajo la conducción de Felipe González. El libro está escrito con claridad y tiene un desarrollo periodístico fácil de seguir. Sin lugar a dudas su autor no es católico y esto se hecha de ver en los primeros trazos de la obra por ciertas alusiones inequívocas que muestras su ignorancia de la teología y una manera de comprender el curso de la historia europea que coloca a Saunier en un radicalismo más bien zurdón y probablemente marxistoide, aunque esto último no parezca con indiscutible evidencia.
Como esta afirmación proviene de un crítico que carece totalmente de vitaminas religiosas, diríamos que adolece de lo esencial: la aptitud para ver en la "praxis" del Opus Dei los auténticos errores que una mirada un poco más teológica puede percibir. El libro, proveniente de un buen francés, está escrito con soltura y en ningún momento cae en el denuesto grosero en el que cae el mejicano autor de un fogoso apéndice, donde se nos sirve de postre una retahíla de lugares comunes del más incontrolable "odium fidei". Hay que reconocer que su autor Walter Beller Taboada no ha hecho ningún esfuerzo para ponerse al día con la crítica anti-clerical a la página que suele ser mucho más edulcorada y contemplativa. El suyo es un libelo del más hosco estilo "tragacuras" que podría causar repugnancia si su anacronismo petulante no lo hiciera casi cómico. Le reprocha al Opus Dei que cuide la castidad de las niñas puestas bajo su cuidado y se preocupe de la conducta sexual de sus afiliados sin tomar en consideración todo lo que puede habernos enseñado Freud con respecto a la liberación de los tabúes. Sus reproches al Opus pueden hacerse extensivos a toda la Iglesia y es muy difícil hallar una diatriba que hable tan bien de la proyección moral e intelectual del Opus Dei.
Frente a una crítica de esta naturaleza el buen católico puede pensar que la organización religiosa y social del Opus es una inteligente y metódica defensa de la fe, especialmente adecuada a los tiempos que corren. Su orientación a captar las clases dirigentes de una nación y prepararlas moral y técnicamente para el desempeño de sus funciones de comando, no sería tanto un reproche como una alabanza, al fin de cuenta los que más necesitan los recaudos religiosos son los que mandan, porque son ellos los que sufren las tentaciones más fuertes hacia el pecado de codicia y los que están más expuestos a cometerlo.
El Opus Dei hace todo lo que puede para prepararnos para el triunfo en éste y en el otro mundo, es muy cierto que nos advierte contra el humor triunfalista, pero lo hace para que podamos triunfar, no sea que una vanidosa ostentación del éxito nos haga fracasar ante los ojos de la sociedad a la que debemos destinar nuestros esfuerzos. La humildad es una carta jugada y tenemos que ponerla siempre en evidencia, aunque no sea, necesariamente, una actitud muy auténtica. Por supuesto el socialista de turno nos dice que en la Edad Media la Iglesia Católica supo captar la adhesión de las clases superiores y prepararlas para ejercer su efectivo comando sin perder de vista la efectiva prelacía espiritual de la Santa Sede. No olvidemos que su influencia sobre la nobleza tuvo un efecto más correctivo que exaltante y si comparamos el comportamiento del noble bárbaro y del noble cristiano, observaremos en primer lugar la disposición servicial del segundo y, luego, cuando la preocupación religiosa predominaba, su abandono do todas las pompas para consagrar su vida a la fe ¿Bernardo de Claraval, Santo Tomás de Aquino no fueron nobles? Pero su santificación les impuso el abandono de sus privilegios nobiliarios y su ingreso en la vida conventual. Por cierto el Opus no le niega al banquero adherente la posibilidad de tomar un hábito religioso, pero no lo anima demasiado en esta línea y lo prefiere en su condición de financiero para que colabore mejor con las obras de la fundación.
Rafael Termes. |
De cualquier modo el libro de Saunier nos informa con bastantes detalles acerca de la actuación del Opus y aunque haya un poco de exageración en lo que dice, no se presta sino a los que tienen, nos encontramos frente a una asociación católica que ha tenido un éxito clamoroso y ha despertado la furia de los enemigos de la Iglesia, lo que no deja de ser una nota favorable para el Opus.
La Revolución, en su sentido lato y cabal, ha hecho del financiero, el comerciante y el industrial, los hombres que marcan los rumbos de la sociedad moderna, captarlos para la edificación de la Ciudad Cristiana parece, a primera vista, un propósito apostólico perfectamente válido y digo bien: a primera vista, porque una segunda mirada más atenta, revelaría dos aspectos de la empresa que resultan un poco discutibles. Se trata de una clase dirigente que ha medrado en el descalabro de un régimen sostenido por el Magisterio de la Iglesia Católica y montado a horcajadas sobre la influencia espiritual del protestantismo, porque si hilamos con un poco de fineza la mentalidad liberal que reina también en los países sedicentes católicos, es de origen protestante. Como afirmábamos más arriba, las virtudes o los hábitos, no siempre virtuosos, de esta clase dirigente la hace bastante impermeable al influjo de la fe y ¿ en qué medida una conversión verdadera conservaría sus aptitudes para el comando en la sociedad actual ? Porque una cosa es una conversión auténtica, a la manera de San Roderico de Finchala que abandonó su comercio de cabotaje para dedicarse a hacer penitencia, y otra, bastante diferente, poner cara de santo para afilar mejor el anzuelo conque se pesca a río revuelto.
Se me puede reprochar el que condene, sin ninguna intención de mejorarla la espiritualidad de nuestra civilización y en lugar de enfrentarla, con los medios previstos por la fe de Cristo, la condene a un oprobio definitivo sin intentar el esfuerzo de instaurarla para siempre en el ámbito salvífico de la Iglesia. ¿Se puede salvar a un rufián sin pedirle que abandone el oficio? Es cierto, el dinero es un instrumento y su bondad o su maldad depende del uso que se haga de él, pero las condiciones que hace falta tener para conseguirlo en gran escala ¿no son siempre pecaminosas o por lo menos, peligrosas para la salud del alma?
Como todos los que no tienen un céntimo suelo ser un poco riguroso para los que ganan demasiado y en esta condenación perentoria, alguien puede leer la envidia inevitable del pobre. Pero en fin, Nuestro Señor no fue muy suave para con los ricos y a no ser que se adelgace mucho a los camellos o se agrande en exceso el agujero de las agujas, la posibilidad de que un rico entre en el Reino de los Cielos, va a resultar siempre un poco difícil. Se me recuerda que se trata del "espíritu de riqueza" y que se pueden poseer todos los tesoros del mundo, sin estar profundamente ligados a ellos. Lo admito, pero insisto, no se puede ser un excelente y exitoso banquero sin poseer algunas aptitudes espirituales para la posesión del dinero y perder algún tiempo en la adquisición de conocimientos bursátiles que nos harán depender demasiado de las fluctuaciones del dólar, del marco o del yen. No hablo de las maniobras dolosas en las que hay que ser experto, aunque más no sea para evitar sus coletazos y salir a flote de una crisis financiera en la que se juega el dinero de la Obra.
La clase dirigente moderna, nacida en la ruptura revolucionaria de una sociedad de orden, no es la más adecuada para ponernos en las fronteras del Reino de los Cielos y me temo que los esfuerzos apostólicos del Opus Dei tropiecen con una naturaleza humana muy refractaria a las insinuaciones del Espíritu Santo y bastante más apta para adquirir el talante y las costumbres de un fariseísmo "up to date" sin antecedentes en la historia de nuestra civilización. No olvidemos que Mateo tiró su mesa de cambista o preceptor de impuestos para seguir a Cristo y Este no dijo: "Trata de ser el más serio e irreprochable de los publicanos y sígueme desde lejos sin abandonar tu escritorio".
_____________________________
Nota. Un criterio puramente pragmático de verdad suele ponernos en irremediable oposición con la enseñanza tradicional de la Iglesia. Es muy cierto que hoy, en todas partes del mundo civilizado se impone el sistema democrático y liberal de gobierno, no importa el carácter muy discutible de su manera de obtener el consenso popular. Nadie que lea los diarios y tenga su mente forjada por los medios de comunicación masiva duda de la bondad del sufragio universal y aunque los más avisados piensan que se trata de un "camelo publicitario" sostenido a base de una propaganda que los financieros pagan de su bolsillo para mantener el anonimato de los "mandamases", ninguno se atreve a criticarlo publicamente para evitar el oprobio de ser considerado un fascista. La Iglesia debe enseñar la verdad, sólo la verdad nos hará libres y no aceptar una mentira y mucho menos adquirir una preparación idónea para ayudar a sostenerla en su mendaz utilidad. El hombre que vive de las mentiras ideológicas y las acepta descaradamente para medrar con ellas no es, lo que yo llamaría, un miembro vivo de la Iglesia de Cristo, es un camandulero más de los muchos que engordan a la sombra de los plebiscitos democráticos. La Obra no adhiere a una ideología determinada, pero las acepta a casi todas como caminos viables por donde el hombre cristiano puede transitar sin tropiezos morales.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)