El pasado martes comentamos entre
amigos el último artículo del p. Iraburu. ¿Cómo explicar semejante muestra de confusión
entre lo espiritual y lo temporal, distorsión histórica, nacionalcatolicismo
liberal y clericalismo politiquero? Porque el artículo es una muestra patente
del método neoconservador: armar un discurso ideológico y luego forzar la
realidad para encuadrarla en el discurso. Es el mismo procedimiento empleado en
la serie “filolefebvrianos”: dispara primero y después a apunta.
Tal vez una de las afirmaciones más
absurdas del artículo de Iraburu sea: "La Iglesia... valora las grandes
estructuras nacionales". Si la afirmación fuese verdadera China y la
extinta URSS, grandes estructuras, serían más valoradas que el mismo Vaticano,
Suiza, Liechtenstein y la casi totalidad de los estados centroamericanos; la
independencia de Polonia habría sido una desgracia para la gran estructura
estatal en la que estaba integrada la nación de Juan Pablo II; y Juana de Arco
habría frustrado la posibilidad de una gran nación anglo-francesa...
Como apuntaba lúcidamente un
amigo, la entrada de Iraburu tiene como destinatario claro el obispo de Solsona
hoy caído en desgracia en la vecina Infocatólica. Novell ha dejado de ser santo
de la devoción neoconservadora no por sus vacilaciones en temas doctrinales tan
importantes como la exclusión de las mujeres del sacramento del Orden, sino por
sus simpatías independentistas. Porque el joven obispo, con notable imprudencia
pastoral, ha sucumbido a la tentación clerical-catalanista y se ha distanciado de la posición clerical-españolista de Iraburu y su séquito. En definitiva, un
problema de celos clericales, que tiene poco que ver con las exigencias de la
política real, las complejidades del orden prudencial y las dificultades históricas.
Un tanto cansados del magisterialsmo clerical, ofrecemos un fragmento
que trata el tema del denominado principio de las nacionalidades desde la perspectiva del derecho natural.
2. El principio de las nacionalidades.
Recién en la Edad Moderna comienzan a adquirir muchos estados, con
claridad, el carácter de nacionales. Anteriormente la organización política de
los pueblos era en absoluto ajena al hecho nacional, salvo muy contadas excepciones. Este principio puede
definirse como "el derecho a la unificación y a la independencia estatales
de elementos nacionales dispersos o subyugados" y "fue en el
orden jurídico-internacional un factor revolucionario, que modificó
profundamente el mapa de Europa en los siglos XIX y XX". En efecto, en su
nombre cayeron los Estados Pontificios bajo el ejército revolucionario de Garibaldi
y se produjeron diversos movimientos de independencia en América y en Europa
(en esta última cabe citar el caso de Bélgica, Grecia, etc.). En su nombre,
también, y después de guerras internacionales, se dividieron estados multinacionales
como el Imperio Austrohúngaro y se promovieron, ya en pleno siglo XX, los
principales movimientos orientados a la descolonización (en este último caso
este principio se aplica bajo el rótulo de "autodeterminación de los
pueblos"; lo que no se indica, con ser de la mayor importancia, es qué se
entiende exactamente por "pueblo")…
Ahora bien, cabe preguntarse: ¿es justo este principio en el orden
internacional? La respuesta parece que tiene que ser negativa, por lo menos en cuanto
auténtico principio internacional de aplicación generalizada. Esta negativa se
explica si se piensa que los pueblos, a lo largo de la historia, pueden
descubrir en concreto que es más fácil alcanzar el bien
común posible para ellos unidos en una unidad política que no sea precisamente
nacional, y no separados o atomizados…
Establecer como regla general a priori que los estados deben ser nacionales,
sin atender a las características históricas peculiares de cada uno, es injusto
por ser arbitrario y carente en absoluto de fundamento razonable; porque en tal caso cabe hacer
esta pregunta: ¿por qué? Y desde la perspectiva del bien común no puede
darse, seguramente, ninguna respuesta válida para una generalidad de casos.
Tomemos el ejemplo de la descolonización en
nuestros días, en la que ni siquiera se han respetado las diferencias étnicas,
culturales y religiosas de los pueblos (es decir, en nombre de la autodeterminación,
ni siquiera se respetaron las unidades que podrían entenderse como nacionales,
como tampoco las unidades políticas históricas). ¿Es siempre justo que se le dé
la independencia a un pueblo, aunque ello redunde en contra del bienestar de
ese mismo pueblo, amén del pueblo del estado al que estaba integrado? ¿Es acaso
justo que tal responsabilidad se le otorgue aunque tal pueblo no pueda en rigor
ser autosuficiente, es decir, que librado a sí mismo no pueda dar a sus
miembros el nivel de vida material, cultural, moral y religioso que tenía
integrado en un estado más grande? ¿Es justo, sobre todo, que merced a la
descolonización o a la aplicación del principio de las nacionalidades, quede a
merced de las "otras" influencias políticas, la de las potencias
imperialistas, para hablar con claridad? La historia contemporánea nos ilustra
de una manera exhaustiva con ejemplos de países que adquirieron su
independencia para entrar en largos períodos de guerra civil, en procesos de
empobrecimiento progresivo, en procesos de involución cultural, para caer en la
pulverización de su régimen jurídico-político y, finalmente, en la dependencia de
nuevos y peores amos imperialistas.
La justicia de cualquier forma de descolonización, o de cualquier forma de
independencia o reunificación nacional, dependerá de las circunstancias concretas
de cada caso y de cada pueblo. Dependerá, por ejemplo, de que se
rompa así una verdadera forma de explotación, sin caer en otra peor, de la aptitud
política previsible del nuevo estado y, en definitiva, de que sea para una
mayor realización del bien común de ese pueblo, sin olvidar el bien común
internacional, que incluye un margen de seguridad y de orden. En este tema
las generalizaciones conducen a violentar la realidad, o bien son meros
justificativos ideológicos.
El principio de las nacionalidades, pues, no vale como principio
internacional justo de aplicación general; y lo mismo podría decirse de su derivado, el
de la autodeterminación de los pueblos. Pretender imponerlo como principio es
fruto de un esquematismo incorrectamente abstractista o interesadamente
ideológico, que no respeta las peculiaridades de la concreta realidad social e
histórica.
Tomado de:
Lamas, F. Los
principios Internacionales (desde La perspectiva de lo justo concreto).
Buenos Aires, Forum, 1974. Ps. 110-113.
18 comentarios:
Perdida la Unidad Católica, España está volviendo "al cantonalismo de los arévacos y de los vetones, o de los reyes de taifas".
Los neocones quieren una unidad política democrática y liberal sin restaurar la Unidad Católica. Es un proyecto destinado al naufragio.
" los ingleses, que no pudieron conquistarla militarmente en 1806 y 1807, consiguieron por el arte de las influencias "emancipadoras" imponer al país un sometimiento económico peor al anterior, con el agravante de que antes de la independencia los argentinos no estábamos sometidos sino integrados en un Imperio."
Interesante frase "nacinalista" si las hay, para terminar un artículo que demuestra lo relativo del nacionalismo.
Pero ahí tenéis los textos pontificios que trae el P. Iraburu.
"Roma locuta causa finita!"
¿Quién es este tal Lamas o vosotros para arrogaros la voz cantante en temas ya definidos por el Magisterio vivo de la Iglesia?
"Y ahí tenemos el ejemplo de nuestra Argentina: los ingleses, que no pudieron conquistarla militarmente en 1806 y 1807, consiguieron por el arte de las influencias "emancipadoras" imponer al país un sometimiento económico peor al anterior, con el agravante de que antes de la independencia los argentinos no estábamos sometidos sino integrados en un Imperio".
El día que el Nacionalismo Católico Argentino entienda esto, tiramos cuetes.
Rompeportones.
Blas, ese párrafo es lo menos nacionalista que he leído en años...
¿Iraburu clerical-españolista? Si por algo se caracterizan estos neocones es por la falta de fervor patriótico.
Anónimo:
Si fuese español, creo que sería contrario a la posibilidad de romper la unidad política actual de España.
¿Por qué? Por diversas razones, pero de orden político prudencial. No estaría en contra de la ruptura inventándome un magisterio de la Iglesia que no existe, ni tergiversando textos juanpablistas de ocasión.
La Iglesia tiene una doctrina social -parte de la moral- que obliga a todos sus fieles, pero no da la solución a todos los problemas políticos, ni suprime el ámbito de la política prudencial. Y no da solución a todo no porque la Iglesia no quiera sino porque Dios ha establecido un orden por el cual hay una potestad temporal distinta de la eclesiástica.
El magisterio de la Iglesia no puede descubrir la vacuna contra el Sida porque Dios no lo ha creado para tal fin. Sí puede emitir -bajo determinadas condiciones- un juicio moral concreto sobre las investigaciones médicas que darán lugar a la vacuna contra el Sida.
Algo semejante debe decirse de las formas de estado (federal, unitaria) o de las uniones de estados (como las confederaciones). Son legítimas si realizan el bien común y los católicos en cuanto tales no están obligados a preferir tal forma como la "solución católica".
Saludos.
Iraburu es como Novell, sólo que en plan nacional conservador. El anticristo los etenderá bien a los dos para montarse el cotarro.
Y para entendernos. La unidad política es articulable de diversas maneras y no compete a la potestad eclesiástica el determinarla. Pero la unidad patria es independiente de dicha articulación política y anterior a ella y es obligación de las autoridades eclesiásticas el recordar los principios de ley natural y moral católica que mandan conservarla y guardarla y elevarla a Cristo.
Y en lo particular de España y su articulación política tan novedoso y lejo de los principios católicos es el nacionalismo provinciano amparado en las "nacionalidades históricas" de la Constitución como el modelo nacionalista centralizador que ahoga toda articulación política de la patria. Si miraran de verdad a la familia entenderían lo que es la patria.
Les pido, por favor, que pidan a www.gratisdate.org este libro:
RIFÁN, Mons. Fernando Arêas, Obispo-Adm. Apostólico
–Tradición y Magisterio vivo de la Iglesia, 76 p., 2,25 €
No se preocupen porque tengo entendido los envían gratuitamente a aquellas tierras hermanas de América. A lo mejor hasta se abren los ojos cerrados de más de uno.
Verán qué equivocados están viviendo su en mundo paralelo.
Un abrazo.
Me tomo la libertad de citar a Iraburu con interpolaciones
"Por eso es grave error sacralizar [el Estado unitario] y satanizar [Estado complejo (federal, confederal, regional)]. o adorar [Estado complejo (federal, confederal, regional)] y considerar ilícita cualquier otra forma de [Estado]. Es éste un error que produce enormes daños a la vida de la Iglesia y de los pueblos; pienso, por ejemplo, en el culto presente a la [Constitución Española de 1978]..."
El Padre Iraburu, es navarro, donde el separatismo vasco ha causado mucho dolor y la sociedad está muy polarizada, creo que su juicio está desviado a causa de esto, y hace, en mi opinión, un flaco favor a la causa de la Unidad de España, y de la defensa de la religión al envolver, una vez más, el crucifijo con la bandera rojigualda pues esto produce el rechazo automático a la religión de muchos separatistas, y casi me atrevo a decir el rechazo de Dios ( o no está condenada la herejía del Americanismo?
La "unidad patria" no tiene por qué darse dentro de un "estado-nación", concepto modernista si los hay.
Tenía entendido que nacionalismo es diferente a patriotismo. Pero por las dudas lean el catecismo de la Realeza social de NSJC.
Una aclaración importante: en la Argentina "nacionalismo" tienen un significado político muy diferente a España. Los nacionalistas argentinos no cuestionan la unidad jurídica actual del estado argentino y son contrarios a cualquier forma de ruptura de esa unidad.
Saludos.
Martin Ellinhgan: ¿El nacionalismo argentino vendría a ser como el nacionalcatolicismo de Franco?
Anónimo: se parecen bastante. Siempre hubo coincidencias y simpatías por Maurras, José Antonio y también por Franco.
Saludos.
El nacionalismo argentino es netamenta liberal.
El que algunos le añaden el "católico" detrás no vale de mucho, luego no tienen problema en ponerle simbología masónica a la Virgen de Luján.
Oiga, che, su blog es muy bueno y dice cosas acertadísimas, pero algunos de sus comentaristas son muy insolentes con la Argentina, prueba de que o son argentinos mal nacidos o gallegos mal paridos.
Sugiérales, le ruego encarecidamente, el poner sus nombres a sus comentarios así les mando mis padrinos y arreglamos el asunto. Como caballeros cristianos, digo, categoría que les extenderé durante el tiempo requerido para el lance. Gracias.
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