Por
la bitácora Stat veritas nos enteramos del fallecimiento del catedrático argentino
Rubén Calderón Bouchet. Roguemos por su alma y el consuelo cristiano de su
familia.
In memoriam
El primer día
de este año 2009, cumplió 91 años Don Rubén Calderón Bouchet. Estamos seguros
de que él no nos perdonaría una celebración con sabor a obituario, ni un
ditirambo de esos que habitan los pergaminos, ni tampoco la solemnidad de los
intelectuales descafeinados. Casi diríamos que tampoco nos perdonaría la
ausencia de alguna palabrota feroz en el discurso o, por lo menos, de algún
retruécano de esos que supieron hilvanar en vida Gracián y Quevedo.
Envasado a lo
paisano —no a lo gauchudo, como él mismo supo distinguir— Don Rubén disfruta
con el evangélico sí, sí; no, no, que sin necesidad de Jerónimos y de Vulgatas,
ha traducido siempre como el noble arte de proferir la Verdad y de mandar al
carajo a los mentirosos. No es casual que el festejo, lejos de enmarcarse en el
territorio anaftalinado de alguna Academia á la page, haya transcurrido en una
suculenta bodega mendocina, donde se sabe empíricamente que in vino veritas,
sin traducción postconciliar a lenguas vernáculas.
Si algo
concuerda con el magisterio fecundo de Don Rubén es la juntura de tres
palabras: la luz que todo lo enciende y fulgura porque tiene su origen en la
única Luz de Luz, como se rezó para siempre en Nicea. El ágape, que trae las
reminiscencias más nobles de la helenidad, pero el fruto más alto del banquete
católico. Y la cordialidad, que de corazón procede, y que el Corazón de Jesús
tiene por última fuente, tal como lo enseñó Pío XII en la “Haurietis Aquas”.
Una vida entregada al albor, a los amores esenciales y sustantivos, al mester
de corazonadas: ¿qué más y qué mejor oficio se puede pedir?
Don Rubén
escribió una pila de libros. Y como decía Ernesto Palacio, al no haber sido lo
suficientemente aburridos como para llamar la atención de la intelligentzia,
tuvieron todos ellos un mejor destino que el bestsellerato. Han sido y son
lectura y relectura permanente de todos quienes buscan el Bien. El Bien en la
Historia, la Política, la Filosofía, las Letras, la Fe.
Mérito enorme
su ciencia, su sabiduría universal, su capacidad pugnativa, su desciframiento
del pasado y del presente, su estilo inmejorable de quien recibió el talento
para fablar alegre y preciso a la vez. Mérito grande el de su lucidez y coraje,
reunidos en una estampa afable y afectuosa, como sólo supieron tener genuinamente
en esta tierra los criollos sin dobleces y sin trampas. Mérito mayor, tal vez,
ese don para mantenerse semper idem; sin cambiar de cabalgadura ni de camino,
ni de faro ni de navío, ni de misa ni de mesa, ni de Patria y de Dios.
La sordera lo
preservó de escuchar a los politicos, y la distancia de ver personalmente a
tanto malparido. Entre nostalgioso y aún bizarro para nadarse unos cuantos
metros y escaparle a la artrosis, un día de éstos —con la misma naturalidad con
que hoy se levanta y se empapa de sol cuyano y de nietos— se nos irá para
siempre. Al galope corto, señor de las riendas, con dos lagrimones que se le
escapan de la cara, como a Fierro, cuando miró las últimas poblaciones.
Pero por ahora,
Don Rubén, no se muera nunca. Su bien llevada longevidad es una de las pocas
victorias que tenemos los nacionalistas.
Antonio
Caponnetto, nota publicada el 2 de Enero de 2009.
4 comentarios:
Mi más sentido pésame a familiares y amigos. Se nos ha ido uno de los últimos grandes maestros. Que Nuestro Señor lo tenga en Su gloria.
Inmensa pena.
Que descanse en paz.
Mi agradecimiento a este maestro inolvidable y entrañable.
Mi agradecimiento al inolvidable y entrañable maestro.
Publicar un comentario