lunes, 24 de septiembre de 2012

Algo más sobre la prudencia

Jean Madiran.

El dominio de la virtud de la prudencia.
Este territorio escamoteado, mal conocido, olvidado, que incluso no se nombra más, es el de la prudencia, de la virtud cardinal de la prudencia.
Casi todo el mundo, aun los más eruditos y sabios, omiten el rol cardinal de la prudencia, o no se habla de ella sino como si se tratase de tomar un paraguas cuando el cielo se cubre, o bajar el tono de voz delante de los agentes de la fuerza pública, o tratar de huir precipitadamente cuando se oye gritar "socorro" en un barrio incierto después de la caída de la noche.
El primero de estos tres ejemplos representa la forma más anodina de la virtud de la prudencia; el segundo peligra de ser ya una extrapolación; el tercero es una vergonzosa perversión. Pero es sobre todo bajo estas tres formas que se conoce ordinariamente la "prudencia" hoy en día.
El catecismo dice otra cosa. Después de las tres "virtudes teologales" de fe, de esperanza y de caridad, enumera "las virtudes morales" de las cuales cuatro son cardinales: la justicia, la fortaleza, la templanza y la prudencia. Es cierto que los catecismos para chicos, al menos los que tenemos a la mano, enumeran estas virtudes sin más; y sin siquiera definirlas; reservando su insistencia a la descripción de los vicios que se les oponen. Hay sin duda en esto una razón pedagógica. Tomemos un catecismo para adultos: inspirándose en una fórmula de San Agustín enseña que la prudencia es la virtud que "hace que para todas las cosas juzguemos correctamente lo que es necesario buscar de lo que es necesario evitar". No es ni la doctrina obligatoria por sí sola, ni ninguna opción libre de orden "técnico" las que puedan bastarnos para dirigir de este modo nuestra conducta.
Haciendo uso de una comparación automovilística, Marcel Clement enseña graciosamente, aunque no sin exactitud, que si la justicia es la virtud "ordenanza" (ordenanza de tráfico), la fortaleza es la virtud motor y la templanza la virtud "frenoi".
Pero la prudencia, que no es la templanza, y que no es tampoco un freno, como lo creen los ignorantes cuando usan sonoramente la palabra, la prudencia es la virtud "volante" (en términos automovilísticos).
Si se quiere una definición más elaborada de la prudencia y menos imaginativa, diremos con Santo Tomás que el rol propio de esta virtud intelectual y moral es el de "hacer derivar las conclusiones particulares, es decir las acciones prácticas, de las reglas morales universales". Santo Tomás precisa: "La prudencia no designa su fin propio a las virtudes, no razona reglas de moralidad que ella supone conocidas y queridas, sino discierne y dicta solamente las acciones que le convienen".
La prudencia no elige pues el fin a conseguir: este fin es teóricamente propuesto por la doctrina y prácticamente buscado por las virtudes. No inventa tampoco los medios prácticos: su elaboración es del orden que hoy llamamos "técnico".
La prudencia —el juicio prudencial— es lo que decide en cada caso concreto que para trabajar en dirección al fin propuesto por la doctrina, es necesario elegir éste y no aquél camino entre los medios honestos puestos a disposición por la técnica. (Es también ella la que decide en cada caso concreto lo que conviene hacer para que la doctrina sea mejor conocida). Es también ella la que decide para cada circunstancia que esta regla moral de la doctrina, y no aquella otra, conviene aplicar: "La prudencia aplica los principios universales a las conclusiones particulares en materia de acción" (Suma Teológica, II-II).
La prudencia no es un juicio aislado, sino una virtud, es decir una actitud permanente. En resumen, se puede decir: "La prudencia es la disposición permanente para aplicar de modo experimentado los principios de la moral a las circunstancias particulares" (M. Clement: Catéchisme de sciences sociales, fascicule I, Nouvelles Editions Latines, 1959, p. 27).
Lo que no es ni doctrinal ni técnico.
Podemos ahora darnos cuenta por qué la distinción corriente entre "doctrina" y "opciones" no basta para esclarecer y apaciguar las divisiones entre católicos.
Es bien evidente que todos los católicos deben o deberían estar de acuerdo en la doctrina obligatoria: y pasa sin duda, que se diverge sobre la doctrina, imperfectamente o desigualmente conocida. Es también evidente que sería inmoral y absurdo dividirse mortalmente por imperdonables querellas sobre la elección técnica de la mejor manera de construir submarinos o de favorecer el estacionamiento en París: aunque llega a suceder que una pasión excesiva y el amor propio dan a estos desacuerdos técnicos una importancia exagerada. Pero, lo más frecuente, es que no sea sobre este punto que nazcan terribles oposiciones.
El principal campo de enfrentamientos de las tendencias contrarias no es ni doctrinal ni técnico: se sitúa en el punto donde es necesario decidir el modo de llevar a la práctica, en circunstancias dadas, las decisiones técnicas conformes a las reglas doctrinales; es de orden prudencial y se sitúa en este tercer plano del cual no se habla y ante el cual se cierran los ojos. Ahí donde existen, como ocurre hoy en día, graves deficiencias doctrinales, es raro que se manifiesten en cuanto tales: aparecen sobre todo por sus consecuencias a nivel de la virtud de la prudencia.
No disponiendo más que de una distinción en dos términos, doctrina y técnica (o doctrina y opciones libres), uno es llevado a considerar el conjunto del campo prudencial:
1. sea como derivando pura y simplemente de la doctrina, lo cual es abusivo y termina por originar un autoritarismo, un rigorismo caricaturesco;
2. sea como perteneciendo a las opciones de orden técnico, lo cual es una blandura generadora de escepticismo y de anarquía.
Se pone entre paréntesis, se suprime el campo de acción, la zona propia de la virtud que es "en términos absolutos, la principal de las virtudes morales." (Suma Teológica II-II).
Tomado de:
Madiran, J. Doctrina, prudencia y opciones libres. En rev. Verbo, Buenos Aires, n. 70, mayo de 1967, ps. 6 y ss.

6 comentarios:

petardista, pero letrado dijo...

Extractos dedicados a Radio Rivotril, que nos mira por TV:

"No es ni la doctrina obligatoria por sí sola, ni ninguna opción libre de orden "técnico" las que puedan bastarnos para dirigir de este modo nuestra conducta".

..."llega a suceder que una pasión excesiva y el amor propio dan a estos desacuerdos técnicos una importancia exagerada".

"No disponiendo más que de una distinción en dos términos, doctrina y técnica (o doctrina y opciones libres), uno es llevado a considerar el conjunto del campo prudencial:
1. sea como derivando pura y simplemente de la doctrina, lo cual es abusivo y termina por originar un autoritarismo, un rigorismo caricaturesco".

Anónimo dijo...

Bruno Moreno termina en "un autoritarismo, un rigorismo caricaturesco" en su articulo de hoy.

Miles Dei dijo...

El tema deberían profundizarlo en la parte de la prudencia que toca a los súbditos aparte de la propia de los gobernantes.

Miles Dei dijo...

Sobre el tema catalán, que parece que persiste, pues traigo otra frase de Madirán:

La verdadera justicia, que es como la savia de la creación, es concreta y viviente, trata a los hombres como personas que tienen la misma dignidad esencial y
cualidades diferentes, no como cosas intercambiables, establece
entre las personas (personas individuales o "personas" colectívas) una igualdad de proporción. Admite y sanciona la variedad de costumbres, reconoce la diversidad de las condiciones históricas, no da al niño los mismos derechos que al adulto, ni al furioso la misma libertad y los mismos poderes que al sano de
espíritu"


Y el tema es muy simple, cuando se trata de vivir en la armonía del bien común cualquier articulación política es asimilable y sería lo de menos. Cuando lo que se pretende es abusar y además poner una intención que rompa la unidad anterior de la patria, ya sea teniendo esta rotura como objetivo fional usando de ella como medio para usurpar bienes comunes en flagrante injusticia pues se debe actuar con la contundencia necesaria.

Este tema ya lo vivimos en el 34. Literatura y antecedentes históricos hay y sabias afirmaciones, como aquellas de José Antonio en el parlamento en 1934.

Lo digo porque para muchos este problema es una mera simulación; para otros este problema catalán no es más que un pleito de codicia: la una y la otra son actitudes perfectamente injustas y perfectamente torpes. Cataluña es muchas cosas, mucho más profundamente que un pueblo mercantil; Cataluña es un pueblo profundamente sentimental; el problema de Cataluña no es un problema de importación y exportación; es un problema dificilísimo de sentimientos.

Pero también es torpe la actitud de querer resolver el problema de Cataluña reputándolo de artificial. Yo no conozco manera más candoroso, y aun más estúpida, de ocultar la cabeza bajo el ala que la de sostener, como hay quienes sostienen, que ni Cataluña tiene lengua propia, ni tiene costumbres propias, ni tiene historia propia, ni tiene nada. Si esto fuera así, naturalmente, no habría problema de Cataluña y no tendríamos que molestarnos ni en estudiarlo ni en resolverlo; pero no es eso lo que ocurre, señores, y todos lo sabemos muy bien. Cataluña existe con toda su individualidad, y muchas regiones de España existen con su individualidad, y si queremos conocer cómo es España, y si queremos dar una estructura a España, tenemos que arrancar de lo que España en realidad ofrece; y precisamente el negarlo, además de la torpeza que antes os decía, envuelve la de plantear el problema en el terreno más desfavorable para quienes pretenden defender la unidad de España, porque si nos obstinamos en negar que Cataluña y otras regiones tienen características propias, es porque tácitamente reconocemos que en esas características se justifica la nacionalidad, y entonces tenemos el pleito perdido si se demuestra, como es evidentemente demostrable, que muchos pueblos de España tienen esas características.

Por eso soy de los que creen que la justificación de España está en una cosa distinta: que España no se justifica por tener una lengua, ni por ser una raza, ni por ser un acervo de costumbres, sino que España se justifica por una vocación imperial para unir lenguas, para unir razas, para unir pueblos y para unir costumbres en un destino universal; que España es mucho más que una raza y es mucho más que una lengua, porque es algo que se expresa de un modo del que estoy cada vez más satisfecho, porque es una unidad de destino en lo universal.

Anónimo dijo...

"España es una unidad de destino en lo universal"
Discrepo, España es un desastre del que vuelven a emigrar los jóvenes buscando un futuro mejor en otra parte. Tiene luces España, pero últimamente resplandecen sus sombras.
Ahora bien, si de lo que tu hablas es de una unidad de los pueblos ibero+americanos, está muy bien ,pero no lo llames España please:

Miles Dei dijo...

Eso se dijo hace 70 años y no es una afirmación de lo que es en un momento determinado España, sino la definición de la comunidad patria por su vocación.

Obviamente cuando sea infiel a tal vocación sera un desastre y peor. Tal como el sacerdote que es infiel a lo que ha sido llamado eternamente.

Por cierto esa unidad de los pueblos iberos+americanos se llamó España durante siglos sin mayor problema para sus integrantes. Eso es parte de la historia de esa vocación.