Retomamos ahora un tema tratado con anterioridad
al que dedicaremos cuatro entradas: dos sobre las relaciones
Iglesia-Estado y otras dos referidas a la tolerancia en materia
religiosa.
1. No hay que confundir la Iglesia con la
Cristiandad. La Iglesia es la depositaria de la doctrina de Cristo y la
santificadora del hombre a través de los sacramentos, que comunican la gracia.
La Cristiandad es la organización temporal sobre la base de los principios
cristianos. Sin la Iglesia, no podría existir Cristiandad; en cambio, aunque no
haya Cristiandad, no por ello la Iglesia deja de existir. Siempre ha existido el
peligro y la tentación de confundir a la Iglesia, sociedad sobrenatural, con la
Cristiandad, sociedad temporal iluminada por la doctrina de Cristo. Dicha
confusión estuvo en el origen de las grandes luchas doctrinales e incluso
políticas que sacudieron a la Edad Media, y pervive en la actualidad en algunos
mesianismos políticos. La Iglesia es indefectible y durará hasta el fin del
mundo sin sufrir ningún cambio sustancial en virtud de la promesa de Cristo (cfr.
Mt. 28,20). Pero la Cristiandad no posee tal garantía y su destrucción es hoy una
realidad patente.
2. ¿Qué se entiende por confesionalidad católica del
Estado stricto sensu? De acuerdo con Jiménez Urresti, en la confesionalidad católica
propiamente dicha el Estado reconoce y acepta a la religión católica sub ratione religionis, de modo que se
da a la Iglesia católica no un reconocimiento jurídico especial, por razones históricas
(como la confesión religiosa que históricamente ha plasmado un país) o sociales
(a la que la mayoría de los ciudadanos del mismo pertenece), sino el
reconocimiento de que la Iglesia es una institución pública religiosa de
derecho divino-positivo. Es decir, el Estado reconoce a la Iglesia como una sociedad
perfecta sobrenatural en la que se encuentra la única religión verdadera en la
que se puede tributar a Dios el homenaje de un culto aceptable y toda la
doctrina para estructurar la comunidad política conforme a los planes divinos.
3. Siendo clara para el Magisterio tradicional la legitimidad de la confesionalidad del Estado queda por tratar la cuestión de su obligatoriedad en
concreto. Como es una cuestión mixta, además del juicio prudencial del
gobernante católico, resulta imprescindible contar con el parecer favorable de
la Jerarquía eclesiástica, razón por la cual Pío XII señaló –en alusión a los idealizadores
del modelo norteamericano– que es competente en última instancia sólo el Romano
Pontífice (Cfr. Ci
riesce, 6.XII.1953).
La doctrina ha procurado explicar las condiciones
para que exista, en concreto, la obligación de la confesionalidad católica. El
supuesto de hecho que resume esas condiciones se ha denominado muchas veces
como unidad religiosa de la sociedad,
en un doble aspecto cuantitativo y cualitativo. Jiménez Urresti lo explicaba
así: “el momento en el cual comienza en una sociedad política y en un Estado la
obligación de la confesionalidad propiamente dicha depende de su estado
sociológico. Ciertamente se da tal obligación cuando una sociedad es
unánimemente católica, entendida más que en el concepto estadístico, en el
sentido vital, en cuanto que el pueblo vive un estilo de vida católico”. Otros hablaban del hecho
socio-político de una sociedad homogénea en lo religioso, en la que pesa lo cuantitativo, pero debe pesar también lo cualitativo, las
instituciones, la mentalidad, el estilo de vida, el alma nacional, etc.
El caso de España durante el régimen de Franco es un
ejemplo ilustrativo. En el aspecto cuantitativo,
en la década de 1950, era uno de los países más homogéneos en materia religiosa:
había unos 30 mil protestantes, y unos 5 mil judíos, sobre una base de 32 millones de
habitantes católicos. En cuanto al aspecto cualitativo,
difícil de medir en sí mismo, la historia da cuenta de una genuina primavera eclesial
regada por la sangre de los mártires de la guerra civil y de una situación
política favorable, liderada por un jefe de Estado sinceramente católico. Compárese
con el caso de Portugal, un país también mayoritariamente
católico, con un dirigente como Salazar, y se podrá apreciar por qué no es
suficiente el aspecto cuantitativo para que surja de modo automático el deber
de la confesionalidad católica propiamente dicha.
Hasta aquí hemos tratado de explicar mejor la tesis de la confesionalidad en sentido
estricto. En otra entrada diremos algo más acerca de la hipótesis y sus diversas modalidades.
9 comentarios:
A mi modo de ver, la unidad católica de España en tiempos del nacional catolicismo no fue más que una ficción, un acto de hipocresía pública. Vamos, que en esa España había muchos bautizados, pero el bando republicano no era realmente católico. Esa confesionalidad franquista fue un fariseísmo impuesto por el régimen.
Desde el aspecto cualitativo, por cada mártir había unos pocos que se cargaron al mártir, bastantes más que simpatizaban con el hecho, y quizás hasta una mayoría que hubiera preferido vivir en una España sin curas. La divisoria de la guerra civil fue también religiosa, genuinamente, de manera que el Régimen podía ser confesional, pero el país no lo era: solo medio país. El resto se aguantaba, porque había perdido la guerra.
Bueno, también existe algo en lo que los cristianos creemos: la conversión.
Pues para mí, Franco igual o mejor que con San Fernando.
Pero hemos rifado nuestra catolicidad por un plato de lentejas. Y ya nos vamos quedando sin las lentejas porque la Merkel nos las quita.
La teoría tal como la pone Pio XII está muy bien, pero tal como se aplica desde el "antisyllabus" para acá pues nos conduce al abismo del katejon-missing y en eso la historia contemporánea de España es ciertamente ilustrativa.
Hay un detalle que no se comenta, ¿se puede ser un estado católico a base de represión y de violencia ejercida en las cárceles y comisarías? Conozco por lo menos dos casos familiares en que esa represión, encarcelamiento y demás violencia se realizo sobre dos personas absolutamente justas, y como estos habrá miles. Seguramente si Franco además de establecer el estado confesional hubiera sido Mary Poppins, entonces la España católica seguiría existiendo.
A los dos primeros comentaristas les recuerdo que no se puede confundir a los dirigentes republicanos y marxistas -una minoría- con la población de la España republicana, que no tenía una ideología clara.
Y, por cierto, si el catolicismo español de la época era tan ficticio y tan hipócrita, ¿cómo se explica la enorme eclosión vocacional que se dio? Los seminarios y las casas religiosas estaban a rebosar y había tanto clero que hasta se envíaban a muchos sacerdotes de misioneros a Hispanoamérica y a otras partes del mundo.
Al último comentarista: hoy día hay en España mucha más población reclusa que existía en la época de Franco y que injusticias se cometen en todos los regímenes políticos porque perfecto sólo es Dios.
Lo de Franco no era un estado católico, era un estado clerical.
Mediten sobre ello.
ANONIMO dice:"Lo de Franco no era un estado católico, era un estado clerical.
Mediten sobre ello"
PEDRO HISPANO responde: Si quiere que meditemos sobre ello haga el favor de darnos la prueba de sus afirmaciones. Imite a HERMENEGILDO, por ejemplo.
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