Esta entrada da cuenta de las grandes corrientes de opinión entre los padres
conciliares del Vaticano I. Dos grandes sectores integraban una mayoría favorable a la proclamación del dogma de la infalibilidad y una minoría era contraria.
Dentro de la mayoría hay que destacar a un pequeño sector, el de los ultramontanos o infalibilistas extremos, que si bien no consiguieron una definición dogmática tan amplia como sus deseos, décadas más tarde se cobrarían su "venganza" por otra vía. Pero sobre esta "venganza" trataremos en una entrada posterior.
El
tema de la infalibilidad pontificia creó una fuerte polarización en la opinión
pública en la segunda mitad del siglo XIX. Los defensores de la infalibilidad
propusieron que se definiera como dogma. Los anti-infalibilistas reaccionaron
movilizando sobre todo la opinión pública liberal y difundiendo el temor de que
tal definición no sólo impediría toda reconciliación entre la fe y la libertad
moderna, sino que estimularía además las pretensiones medievales de dominio del
papado sobre los Estados. Si se mira bien, se ve que bajo la cuestión de la
infalibilidad papal se ocultaba una mucho más honda, referente a la relación
entre la Iglesia y las libertades propugnadas por el liberalismo…
Por
lo que sabemos, la actitud de la mayoría de los padres conciliares del Vaticano
I dependía sobre todo de este dilema. En la mayor parte se abrió camino la
convicción de que el silencio del concilio acerca de la infalibilidad sería
considerado por la opinión pública como una decisión negativa. Hay pues que
reducir a sus justos términos las ideas expuestas con cierta ligereza por A. B.
Hasler de que el Vaticano I fue resultado de las artimañas y manipulaciones de
Pío IX, a quien presenta como un psicópata. Es cierto que Pío IX condujo el
concilio hacia la meta que ambicionaba, y que también en él se afianzó la
convicción de que el silencio del concilio sobre la infalibilidad habría significado
el fracaso del concilio. Es sabido también que el papa mostró poca sensibilidad
hacia las razones teológicas y pastorales de la minoría. Y, sin embargo, la
realidad está muy lejos de las manipulaciones y presiones de que habla Hasler.
K. Schatz, que ha estudiado a fondo la cuestión, afirma: «La definición de la
infalibilidad pontificia y del primado jurisdiccional son ciertamente más el
resultado de una evolución histórica gradual que de los manejos políticos de determinadas
personas. Si hubo sofismas y limitaciones de la libertad, no cabe duda de que
los padres conciliares, en general, tuvieron libertad de decisión, información
y articulación. La minoría, que comprendía al 20% de los padres conciliares...,
tuvo ocasiones suficientes para poner de manifiesto su punto de vista, de
palabra y por escrito».
Conviene
recordar también que las dos tendencias presentes en el concilio representaban
una relación distinta con el mundo moderno. La mayoría tendía a presentar la
doctrina de la Iglesia como un contradogma opuesto a los principios de la
Revolución francesa, ofreciendo al mundo un principio de autoridad capaz de
salvarlo del caos. La minoría, en cambio, tenía mayor sensibilidad histórica,
quería evitar hacer más honda la separación entre la Iglesia y la sociedad, y
ponía el acento en la vinculación existente entre la infalibilidad papal y la
Iglesia universal, en cuanto que el papa debía ser considerado como
representante de toda la Iglesia, que en sus decisiones no puede proceder
arbitrariamente, sino que está ligado a la tradición y el testimonio de la Iglesia.
Es
lo que expresó con acierto monseñor W. E. Ketteler, obispo de Maguncia, en su
intervención del 23 de mayo ante los padres conciliares: «Todos los hombres de
buena voluntad desean que defendamos y restablezcamos plenamente la autoridad.
Pero el mundo está también determinado por otra convicción general: la del
rechazo a toda forma de absolutismo, que tantos males ha provocado a la
humanidad... Proclamen, pues, reverendos padres, proclamen a todo el mundo que
la autoridad de la Iglesia..., es el fundamento de toda autoridad. Pero
demuestren al mismo tiempo que en la Iglesia no existe ningún poder arbitrario,
sin ley y absoluto..., que en la Iglesia hay un solo Señor...». En el concilio,
entre los obispos de la mayoría, estaban también presentes los extremistas,
para quienes el papa era la fuente de infalibilidad de toda la Iglesia. Pero no
era esta la postura general, ya que la mayor parte de los defensores de la
definición consideraban obvio que el papa tenía que escuchar a la Iglesia y
usar todos los medios humanos a su alcance para determinar la verdad. Sin
embargo, se negaban a insertar en el texto de la definición conciliar cláusulas
limitadoras por temor a que, apoyándose en ellas, fueran contestadas a cada momento
las posibles definiciones ex cathedra.
La infalibilidad papal debía ser un instrumento para resolver eficazmente, con
rapidez y seguridad, los conflictos doctrinales en la iglesia. De hecho, la
definición de 1870 no supuso en absoluto la confirmación de las posturas de los
infalibilistas extremos al estilo de De Maistre. La reacción de J. H. Newman
puede considerarse ejemplar a este respecto. Por un lado lamentó las tácticas
empleadas para llegar a la definición conciliar, y por otro expresó su
satisfacción porque los extremistas no habían conseguido imponer su concepción de
la infalibilidad. Por eso Newman aceptó serenamente el dogma del Vaticano I.
Aceptar el dogma no significa necesariamente aceptar la teología de los que lo
definieron. Lo que está definido es el dogma, no lo demás.
Tomado de:
Ardusso, F. Magisterio eclesial. Madrid: 1995. Ps. 222-226.
6 comentarios:
muy interesante,gracias por dar a conocer estos textos...lástima que el libro completo no se encuentre disponible online (he tratado de buscarlo pero no encuentro nada)
Es muy interesante la frase final donde dice que se puede aceptar el dogma pero no la teología de los que lo definieron.....algún ejemplo para explayarse mas sobre el tema?? y qué significa exactamente?
A mi me llama más la atención el tema de la venganza.
Andres P.:
Un ejemplo que tal vez le sirva: está definido el dogma de la Asunción de la Virgen. Ahora, antes de ser llevada a los cielos, ¿murió o no murió? No está definido. En occidente los teólogos suelen pensar que murió; mientras que en oriente prefieren afirmar que no murió sino que se durmió. Si murió o no, no está definido, y por más que los teólogos que asesoraron al Papa en la definición sostuvieran una u otra opinión, lo definido es sólo lo que el Papa explícitamente asumió e incluyó en la definición.
Saludos.
Martin:
Muchas gracias por el ejemplo, ayudó a entender mejor el tema
A.H.:
En respuesta las preguntas retóricas de su comentario no publicado:
1. Porque amamos a la verdad.
2. Porque optamos no sólo por contemplar la verdad sino además por dar a los demás lo contemplado.
3. Porque rechazamos el error.
4. Porque buscamos que del error no se derive hacia posiciones tan disparatadas como las que Ud. expresa.
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