lunes, 6 de julio de 2015

Atrofia dialéctica (1)

En entradas precedentes hemos hablado de achaques y manías del tradicionalismo católico. Hacer un catálogo exhaustivo de estos achaques sería una labor ímproba. Pero podemos apuntar hoy un achaque frecuente que denominamos atrofia dialéctica. En efecto, se puede decir que la mentalidad de no pocos tradicionalistas padece una atrofia (falta de desarrollo, según el DRAE) para la dialéctica en sentido aristotélico. Lo cual sucede a pesar de que muchos se dicen aristotélico-tomistas, pero en rigor sólo han recibido una versión deformada del realismo clásico, contaminada de un racionalismo que incapacita para distinguir entre opiniones (dialécticas) y certezas (científicas).
Sirva este texto de Gambra y Oriol, autores de un excelente libro sobre la Lógica de Aristóteles, como introducción al tema. En la próxima entrada, publicaremos algo sobre la tradicional disputatio medieval -tan ajena a ciertos manuales neo-escolásticos-, y por último, intentaremos hacer una explicación más simplificada de estas ideas generales con un ejemplo concreto de atrofia dialéctica.
8.17. La noción de Dialéctica.
Al principio de los Tópicos, la obra del Organon dedicada a la Dialéctica, Aristóteles la describe con estas palabras: la dialéctica es "un método que nos permite argumentar sobre todo problema propuesto partiendo de opiniones y de evitar, cuando sostenemos un argumento, decir nada que le sea contrario".
Todos tenemos la capacidad natural de discutir y lo hacemos con mayor o menor frecuencia y mayor o menor éxito. La discusión puede, desde luego, hacerse de manera irracional, tratando de vencer al oponente con la insistencia, los gritos, las amenazas o los insultos. Pero no es de ese tipo de discusión del que aquí se trata, sino principalmente de la disputa, que intenta vencer por medios racionales, es decir, razonando con el interlocutor en orden a mostrar las incoherencias y contradicciones que conllevan sus propias tesis. Eso, que todos hacemos sin entrenamiento ni reflexión, se convierte en un método y en una técnica cuando la disposición que tenemos para la disputa se encauza racionalmente, reflexionando sistemáticamente sobre la mejor manera de llevarla a cabo en orden a que alcance su fin. Por eso dice Aristóteles que la dialéctica es un método de discurrir o razonar. Pero no sólo dice eso, pues añade que permite hacerlo sobre cualquier problema, lo cual equivale a decir que es una técnica universal, no limitada a un ámbito de cosas.
La demostración científica tiene límites estrictos (…) puesto que de lo que no es necesario no hay ciencia.
La dialéctica, en cambio, faculta para razonar sobre todo género de cosas, incluidos los principios y lo contingente. Es decir, como señala la definición citada, permite argumentar sobre todo problema. La ausencia de los límites a que está sometida la demostración científica es lo que confiere universalidad a la dialéctica, que es útil para tratar de cualquier clase de objetos, pues no exige como la ciencia razonar sólo a partir de los principios propios... 
Esta amplitud de la dialéctica se debe a que no tiene que apoyarse en premisas necesarias conocidas como necesarias, ni tiene que partir de las premisas que manifiesten la causa de la conclusión. Para razonar dialécticamente no hace falta considerar la esencia de las cosas que entran en las premisas, para asegurarse de que el predicado de la conclusión se diga por sí de un término medio que, a su vez, se diga por sí del sujeto de la conclusión. Lo que se exige es que se concluya correctamente desde proposiciones admisibles por el adversario, es decir, desde lo que Aristóteles denomina las "opiniones" 
Las opiniones son aquellas proposiciones que tienen por verdaderas los miembros de nuestra sociedad, sean todos, sean unos pocos y selectos, y que por ello mismo el adversario admite, o se supone que debe admitir. El criterio, pues, para aceptar unas premisas es externo y ajeno a la esencia de las cosas que hacen de sujeto y predicado en la proposición: basta con que los sabios, el vulgo o una escuela determinada de pensamiento, entiendan que esas cosas se afirman o niegan la una de la otra, para que se pueda construir desde tales premisas un razonamiento dialéctico. Lo que diferencia, pues, esencialmente el silogismo dialéctico del demostrativo es el modo en que se conocen las premisas de que se parte. Pues, si en la ciencia las premisas han de ser conocidas por sí, con independencia de cualquier opinión, en la dialéctica se admiten consultando las autoridades u "opiniones". 
8.18. La técnica del dialéctico.
Con esto sólo hemos destacado lo que de manera general distingue el razonamiento dialéctico del científico. Pero no se debe pensar que basta con partir de proposiciones avaladas por una autoridad cualquiera para haber cumplido todas las reglas del muy complicado arte de la Dialéctica. La Dialéctica enseña a razonar a partir de opiniones y razona sobre cualquier clase de problemas, pero no de cualquier manera, sino de modo que alcance el fin que se pretende. Y ese fin no es sólo uno, como en la ciencia que tan sólo pretende demostrar absolutamente, sino que puede ser de índole muy variable.
Veamos, a modo de ejemplo, cómo se desarrolla una contienda o diálogo agonístico, que constituye el uso más importante, pero no el único, de la técnica dialéctica. En ella se oponen dos contendientes, uno que pregunta y otro que responde, ante un público y un árbitro o juez. El fin del que pregunta consiste principalmente en refutar al que responde. Este, por su parte, debe arreglárselas para que el contrincante no le refute, es decir, para que no le lleve con sus preguntas y razonamientos a una contradicción. En líneas generales este tipo de diálogo se desarrolla conforme a los pasos siguientes: 
1) El diálogo empieza con una pregunta en forma disyuntiva, que contiene las dos partes de la contradicción, a la cual llama Aristóteles "problema". Por ejemplo "¿el placer es un bien o no lo es?". El contenido del problema está ya en cierto modo determinado o limitado por la opinión, pues no se debe discutir ni sobre lo que nadie admite, ni sobre lo que es para todos manifiesto, sino sólo sobre aquello acerca de lo cual o no hay opinión o hay opiniones contrapuestas.
2) El que responde acepta uno de los lados de la contradicción y lo hace suyo; pero no tiene que hacerlo manifestando sinceramente su opinión, sino atendiendo a las opiniones, pues no debe admitir ni lo que no es plausible, ni lo absurdo o lo depravado, ya que, al hacer suyas estas cosas ante un auditorio, se haría detestable.
3) Admitida, pues, una de las partes de la contradicción problemática por parte del que responde, el que pregunta presenta una nueva proposición, que ha de poder ser contestada con un sí o un no. Para ello, el que pregunta ha de considerar, por un lado, los puntos flacos de la tesis admitida, en orden a lograr una refutación y, por otro, las opiniones de los sabios o de la mayoría, pues conforme a ellas es de esperar que el contrincante responda. Considerados ambos extremos, el que pregunta intentará que el otro dé su asentimiento a unas proposiciones de las que pueda, luego, extraer silogísticamente una conclusión que contradiga alguna de las opiniones admitidas por el que responde.
4) Por su lado, el que responde, teniendo en cuenta otra vez las opiniones aceptables y previendo la refutación que el otro quiere hacerle, contesta afirmativamente, negativamente o pidiendo una aclaración.
5) El diálogo continuará por este camino hasta que el preguntador consiga refutar al respondedor (es decir, llevarle a admitir una contradicción) o hasta que se acabe el tiempo, siempre limitado, de la discusión, sin que la refutación se haya producido. En el primer caso habrá vencido el que pregunta y en el segundo su oponente.
8.19. La Dialéctica y la demostración.
Esta descripción somera permite vislumbrar el papel central que la consideración de las opiniones o autoridades tiene a la hora de disputar. Permite también observar que la técnica dialéctica no discurre ni mucho menos de manera paralela a la del científico que demuestra. Las ciencias parten de los principios, que son un cupo coherente y bien delimitado de proposiciones evidentes, desde las cuales puede establecer deductivamente las conclusiones denominadas teoremas. En cambio, el dialéctico parte de un enjambre incoherente de proposiciones de valor tan dispar como el conjunto de opiniones defendidas o conocidas en una comunidad. Dado este punto de partida, múltiple y heterogéneo, en el cual frecuentemente se da la contradicción entre las opiniones de fuente diversa, se comprende que el arte del dialéctico discurra por unos cauces diferentes a los de la demostración.
El científico, en efecto, tiene por tarea fundamental buscar, en el cuerpo de proposiciones de su ciencia, y básicamente entre los principios, el término medio adecuado que permite conocer como necesaria y por sí la conclusión. En cambio, el arte del dialéctico no consiste sólo en realizar deducciones a partir de un conjunto de premisas determinado, sino en seleccionar, entre el conjunto incoherente y relativo de opiniones, las que pueden servir para razonar con un fin concreto, como el de vencer en una disputa
Tomado de:
Gambra, J.M. – Oriol, M. LÓGICA ARISTOTÉLICA. Madrid (2008), p. 270 y ss.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

-muy interesante la entrada.

Entonces podemos decir que la dialéctica no es sobre lo demostrable sino sobre lo opinable o discutido? Y que por lo tanto no busca la verdad científica (episteme) sino solo fundar bien la opinión (doxa)?

Juancho.

Martin Ellingham dijo...

Ciencia es concepto análogo. Pero en Aristóteles la ciencia propiamente dicha es el conocimiento cierto. La dialéctica, construida en base a silogismos probables, no da ciencia sino sólo opinión.
Saludos.