En entradas precedentes
hemos hablado de achaques y manías del tradicionalismo católico. Hacer un catálogo
exhaustivo de estos achaques sería una labor ímproba. Pero podemos apuntar hoy
un achaque frecuente que denominamos atrofia
dialéctica. En efecto, se puede decir que la mentalidad de no pocos tradicionalistas padece una atrofia (falta de desarrollo, según el
DRAE) para la dialéctica en sentido aristotélico. Lo cual sucede a pesar de que muchos se dicen aristotélico-tomistas, pero en rigor sólo han recibido una versión
deformada del realismo clásico, contaminada de un racionalismo que incapacita para distinguir entre opiniones (dialécticas) y certezas
(científicas).
Sirva este texto de
Gambra y Oriol, autores de un excelente libro sobre la Lógica de Aristóteles,
como introducción al tema. En la próxima entrada, publicaremos algo sobre la tradicional disputatio medieval -tan ajena a ciertos manuales neo-escolásticos-, y por último, intentaremos hacer una explicación más simplificada de estas ideas generales con un ejemplo concreto de atrofia dialéctica.
8.17. La noción de Dialéctica.
Al principio de los Tópicos, la obra del Organon dedicada a la
Dialéctica, Aristóteles la describe con estas palabras: la dialéctica es
"un método que nos permite argumentar sobre todo problema propuesto
partiendo de opiniones y de evitar, cuando sostenemos un argumento, decir
nada que le sea contrario".
Todos tenemos la capacidad natural
de discutir y lo hacemos con mayor o menor frecuencia y mayor o menor
éxito. La discusión puede, desde luego, hacerse de manera irracional,
tratando de vencer al oponente con la insistencia, los gritos, las
amenazas o los insultos. Pero no es de ese tipo de discusión del que aquí
se trata, sino principalmente de la disputa, que intenta vencer por medios
racionales, es decir, razonando con el interlocutor en orden a mostrar las
incoherencias y contradicciones que conllevan sus propias tesis. Eso,
que todos hacemos sin entrenamiento ni reflexión, se convierte en un
método y en una técnica cuando la disposición que tenemos para la disputa
se encauza racionalmente, reflexionando sistemáticamente sobre la mejor
manera de llevarla a cabo en orden a que alcance su fin. Por eso dice
Aristóteles que la dialéctica es un método de discurrir o razonar.
Pero no sólo dice eso, pues añade que permite hacerlo sobre cualquier
problema, lo cual equivale a decir que es una técnica universal, no
limitada a un ámbito de cosas.
La demostración científica tiene
límites estrictos (…) puesto que de lo que no es necesario no hay ciencia.
La dialéctica, en cambio, faculta
para razonar sobre todo género de cosas, incluidos los principios y lo
contingente. Es decir, como señala la definición citada, permite argumentar
sobre todo problema. La ausencia de los límites a que está sometida la
demostración científica es lo que confiere universalidad a la dialéctica, que
es útil para tratar de cualquier clase de objetos, pues no exige como la
ciencia razonar sólo a partir de los principios propios...
Esta amplitud de la dialéctica se
debe a que no tiene que apoyarse en premisas necesarias conocidas como
necesarias, ni tiene que partir de las premisas que manifiesten la causa
de la conclusión. Para razonar dialécticamente no hace falta considerar la
esencia de las cosas que entran en las premisas, para asegurarse de que el
predicado de la conclusión se diga por sí de un término medio que, a su
vez, se diga por sí del sujeto de la conclusión. Lo que se exige es que se
concluya correctamente desde proposiciones admisibles por el adversario,
es decir, desde lo que Aristóteles denomina las "opiniones"
Las opiniones son aquellas
proposiciones que tienen por verdaderas los miembros de nuestra sociedad,
sean todos, sean unos pocos y selectos, y que por ello mismo el adversario
admite, o se supone que debe admitir. El criterio, pues, para aceptar unas
premisas es externo y ajeno a la esencia de las cosas que hacen de sujeto
y predicado en la proposición: basta con que los sabios, el vulgo o una
escuela determinada de pensamiento, entiendan que esas cosas se afirman o
niegan la una de la otra, para que se pueda construir desde tales premisas
un razonamiento dialéctico. Lo que diferencia, pues, esencialmente el
silogismo dialéctico del demostrativo es el modo en que se conocen las
premisas de que se parte. Pues, si en la ciencia las premisas han de ser conocidas
por sí, con independencia de cualquier opinión, en la dialéctica se
admiten consultando las autoridades u "opiniones".
8.18. La técnica del dialéctico.
Con esto sólo hemos destacado lo
que de manera general distingue el razonamiento dialéctico del científico.
Pero no se debe pensar que basta con partir de proposiciones avaladas por
una autoridad cualquiera para haber cumplido todas las reglas del muy
complicado arte de la Dialéctica. La Dialéctica enseña a razonar a partir
de opiniones y razona sobre cualquier clase de problemas, pero no de
cualquier manera, sino de modo que alcance el fin que se pretende. Y ese
fin no es sólo uno, como en la ciencia que tan sólo pretende demostrar
absolutamente, sino que puede ser de índole muy variable.
Veamos, a modo de ejemplo, cómo se
desarrolla una contienda o diálogo agonístico, que constituye el uso más
importante, pero no el único, de la técnica dialéctica. En ella se oponen
dos contendientes, uno que pregunta y otro que responde, ante un público y
un árbitro o juez. El fin del que pregunta consiste principalmente en
refutar al que responde. Este, por su parte, debe arreglárselas para que
el contrincante no le refute, es decir, para que no le lleve con sus
preguntas y razonamientos a una contradicción. En líneas generales este
tipo de diálogo se desarrolla conforme a los pasos siguientes:
1) El diálogo empieza con una
pregunta en forma disyuntiva, que contiene las dos partes de la
contradicción, a la cual llama Aristóteles "problema". Por
ejemplo "¿el placer es un bien o no lo es?". El contenido del
problema está ya en cierto modo determinado o limitado por la opinión,
pues no se debe discutir ni sobre lo que nadie admite, ni sobre lo que es
para todos manifiesto, sino sólo sobre aquello acerca de lo cual o no hay
opinión o hay opiniones contrapuestas.
2) El que responde acepta uno de
los lados de la contradicción y lo hace suyo; pero no tiene que hacerlo
manifestando sinceramente su opinión, sino atendiendo a las opiniones,
pues no debe admitir ni lo que no es plausible, ni lo absurdo o lo
depravado, ya que, al hacer suyas estas cosas ante un auditorio, se haría
detestable.
3) Admitida, pues, una de las
partes de la contradicción problemática por parte del que responde, el que
pregunta presenta una nueva proposición, que ha de poder ser contestada
con un sí o un no. Para ello, el que pregunta ha de considerar, por un
lado, los puntos flacos de la tesis admitida, en orden a lograr una
refutación y, por otro, las opiniones de los sabios o de la mayoría, pues
conforme a ellas es de esperar que el contrincante responda. Considerados
ambos extremos, el que pregunta intentará que el otro dé su asentimiento a
unas proposiciones de las que pueda, luego, extraer silogísticamente una
conclusión que contradiga alguna de las opiniones admitidas por el que
responde.
4) Por su lado, el que responde,
teniendo en cuenta otra vez las opiniones aceptables y previendo la refutación
que el otro quiere hacerle, contesta afirmativamente, negativamente o pidiendo
una aclaración.
5) El diálogo continuará por este
camino hasta que el preguntador consiga refutar al respondedor (es decir,
llevarle a admitir una contradicción) o hasta que se acabe el tiempo, siempre
limitado, de la discusión, sin que la refutación se haya producido. En el primer
caso habrá vencido el que pregunta y en el segundo su oponente.
8.19. La Dialéctica y la demostración.
Esta descripción somera permite
vislumbrar el papel central que la consideración de las opiniones o
autoridades tiene a la hora de disputar. Permite también observar que la
técnica dialéctica no discurre ni mucho menos de manera paralela a la del
científico que demuestra. Las ciencias parten de los principios, que son
un cupo coherente y bien delimitado de proposiciones evidentes, desde las
cuales puede establecer deductivamente las conclusiones denominadas
teoremas. En cambio, el dialéctico parte de un enjambre incoherente de
proposiciones de valor tan dispar como el conjunto de opiniones defendidas
o conocidas en una comunidad. Dado este punto de partida, múltiple y
heterogéneo, en el cual frecuentemente se da la contradicción entre las
opiniones de fuente diversa, se comprende que el arte del dialéctico
discurra por unos cauces diferentes a los de la demostración.
El científico, en efecto, tiene
por tarea fundamental buscar, en el cuerpo de proposiciones de su ciencia,
y básicamente entre los principios, el término medio adecuado que permite
conocer como necesaria y por sí la conclusión. En cambio, el arte del
dialéctico no consiste sólo en realizar deducciones a partir de un
conjunto de premisas determinado, sino en seleccionar, entre el conjunto
incoherente y relativo de opiniones, las que pueden servir para razonar
con un fin concreto, como el de vencer en una disputa…
Tomado de:
Gambra, J.M. – Oriol, M. LÓGICA ARISTOTÉLICA. Madrid (2008), p. 270
y ss.
2 comentarios:
-muy interesante la entrada.
Entonces podemos decir que la dialéctica no es sobre lo demostrable sino sobre lo opinable o discutido? Y que por lo tanto no busca la verdad científica (episteme) sino solo fundar bien la opinión (doxa)?
Juancho.
Ciencia es concepto análogo. Pero en Aristóteles la ciencia propiamente dicha es el conocimiento cierto. La dialéctica, construida en base a silogismos probables, no da ciencia sino sólo opinión.
Saludos.
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