Es frecuente en nuestros días oír, sobre todo a los extranjeros, hablar del espíritu de intolerancia de los españoles, de nuestra falta de comprensión de los avances modernos y del atraso de nuestra mentalidad en la cuestión religiosa. Todo esto se aplica de una manera especial a la unión entre la Iglesia y el Estado. Recuerdo a este propósito, con ocasión del Congreso Eucarístico Internacional de Barcelona del año 1952, haber oído a un católico francés lamentarse del hecho de que Franco mismo con todo su Gobierno asistieran como tales públicamente a las procesiones del Congreso, y añadía que eso era una cosa anticuada; que modernamente el ideal para la misma Iglesia era la separación perfecta del Estado; éste debía ser enteramente laico, laicas sus instituciones, laicas las escuelas, laica toda la vida oficial y pública. La religión era una cosa privada y de conciencia. Ya se ve cuán distinto es este modo de pensar del tradicional, que estamos acostumbrados nosotros a oír; cuán diverso de aquel ideal, que nosotros nos imaginamos, de un Gobierno íntimamente unido a la Iglesia y en perfecta inteligencia con ella; de un Estado, donde las escuelas son católicas, sus leyes eminentemente cristianas y toda la vida pública regida por los principios cristianos. Pero este criterio reinante es reflejo de una ideología general en muchos sectores de nuestros días. Uno de los que más han contribuido a robustecerla, dándole un carácter fundamental y filosófico, es el célebre publicista Jacques Maritain, con sus ideas originales sobre una nueva cristiandad, basada en la más absoluta tolerancia y convivencia de todos los cultos y en la completa separación entre la Iglesia y el Estado. La autoridad indiscutible de Jacques Maritain y las razones aparentemente convincentes en que se funda, han contribuido eficazmente a dar solidez a esta ideología, que han abrazado inconscientemente muchos círculos católicos, mientras otros vacilan sin saber a qué atenerse.
En
confirmación de estos puntos de vista se trae principalmente el hecho de
la situación del catolicismo en los Estados Unidos. Más aún. Consta que el
mismo Jacques Maritain, en su prolongada estancia en la América del Norte,
quedó fascinado por el esplendor de los adelantos y del modernismo
norteamericano, por lo cual ha querido luego aplicar a la cristiana Europa
las normas características de la situación norteamericana. En efecto, por
una parte, es bien conocido el estado próspero del catolicismo en los
Estados Unidos. Es innegable la importancia que ha adquirido en los
últimos decenios, con su jerarquía ampliamente desarrollada; sus docenas
de universidades profesionalmente católicas; la prosperidad creciente de sus
colegios de segunda enseñanza y escuelas profesionales; su intensa
actuación en la Prensa y la Radio; el crecimiento constante de todas sus
instituciones y aun de las órdenes y Congregaciones religiosas. Al lado de
estos hechos tan elocuentes, es conocido, por otra parte el hecho, que el
catolicismo no cuenta en los Estados Unidos con ningún apoyo del Estado,
es decir, que allí existe la separación más absoluta entre la Iglesia y el
Estado; la Iglesia es independiente y
puede desarrollarse ampliamente conforme a sus principios.
Tal
es la primera parte o la primera premisa de nuestro punto de partida: esta
opinión, tan generalizada en nuestros días, robustecida con la teoría de
Maritain y confirmada con las realidades de lo que sucede en Estados
Unidos.
Pero,
frente a estos hechos tan significativos, nos encontramos con otros, que
constituyen el polo opuesto y que nos obligan a reflexionar con toda
seriedad. En primer lugar, es toda una tradición multisecular, que nos
presenta tantas y tantas generaciones de cristianos, que han vivido en
perfecta unión de Iglesia y Estado y han sentido decididamente que esta
unión era sumamente beneficiosa para la Iglesia. Pero en segundo lugar, y
esto es mucho más serio, nos encontramos con el magisterio de la Iglesia,
que por medio de multitud de manifestaciones de los Romanos Pontífices
atestigua con la más diáfana claridad que nosotros los católicos debemos
aspirar al ideal de la perfecta unión entre la Iglesia y el Estado, es
decir, a un Estado que sea católico en sus individuos, católico en
sus instituciones y católico en el apoyo decidido que preste a la Iglesia
Católica y su jerarquía. Eso constituye, según el magisterio católico, el
ideal a que debemos aspirar; pero mientras eso no sea posible, y en los
Estados donde no lo sea, debemos contentamos con lo que nos sea dado,
sacando el mayor partido posible de una separación concebida como un mal
menor. Tal es el verdadero planteamiento del problema. La tradición
multisecular y la doctrina clara y contundente de la Iglesia sobre la
necesidad de la unión entre la Iglesia y el Estado se oponen
diametralmente a la opinión persistente de Maritain y de tantos otros de
nuestros días, que ven en esto una ideología trasnochada, medieval y poco
moderna. ¿Qué debemos pensar y responder a las muchas dudas que se
ofrecen, sobre todo cuando consideramos la realidad de algunas naciones,
como los Estados Unidos, donde la Iglesia ha llegado a una extraordinaria
prosperidad en este régimen de separación e independencia?
Para
resolver este problema, queremos ante todo, pedir luz a la Historia. Así
nos lo exige de un modo especial nuestra calidad de historiadores, que tantos
años hemos estado estudiando el desarrollo de la Iglesia a través de los
siglos. Abramos, pues, las páginas de la Historia y sorprendamos en ellas
a los cristianos de las generaciones pasadas en los momentos culminantes y
más prósperos da su desarrollo multisecular. Si la Historia es la maestra
de la vida, en ella podremos aprender lo que nos enseña sobre este
problema de tanta transcendencia. Tal será el objeto de nuestra
exposición: La unión de la Iglesia y el Estado, tal como se presenta
en la Historia. De aquí deduciremos, que no obstante las
teorías modernizantes, persiste como ideal de la Iglesia su unión con
el Estado, es decir, un Estado profundamente cristiano en sus individuos,
en sus instituciones y en el apoyo decidido de la Iglesia; la separación
de la Iglesia y del Estado es considerada como un mal menor, del que
puede sacar, como aparece en el caso de los Estados Unidos, un partido
extraordinario y llegar en él a una gran prosperidad.
Así, pues, entremos de lleno en
nuestro tema y abramos las páginas de la Historia de la Iglesia en busca
de los momentos de mayor apogeo de la humanidad. Podemos señalar
particularmente tres grandes periodos históricos, en los que se verifica,
por una parte, un florecimiento extraordinario en lo civil y en lo
eclesiástico, y por otra, la unión más íntima entre la Iglesia y el Estado.
Ante esta consideración, nos preguntamos: ¿Pueden ser considerados estos
momentos históricos como ideales en la Historia de la Iglesia? ¿Qué
enseñanzas prácticas podemos deducir de aquí?
PRIMER MOMENTO HISTÓRICO: El
IMPERIO ROMANO-CRISTIANO.
Y ante todo, consideremos el
primer momento histórico: el Imperio Romano-cristiano, que abarca desde
que Constantino el Grande dió la paz a la Iglesia con el edicto de Milán
del año 313, hasta que el Imperio Romano quedó perfectamente cristianizado
con Teodosio I (+ 395) y encontró la legislación cristiana más perfecta en
los códigos de Teodosio II (+ 450) y de Justiniano I (+ 565)". Ahora
bien ¿podemos considerar esta situación como ideal? ¿Qué ventajas reportó
la Iglesia de esta unión tan intima con el Estado? ¿Es verdad que trajo
también sensibles desventajas? Si es esto verdad, ¿qué es lo que predomina
en el juicio de conjunto y cómo debemos caracterizar este período? Ante
todo, no debemos cerrar los ojos a una serie de desventajas que trajo a la
Iglesia esta situación de estrecha unión con el Estado ya desde el mismo
Constantino el Grande. Y tenemos interés en marcarlas y ponderarlas en
este lugar, pues son substancialmente las que se repetirán en todos los
períodos semejantes de apogeo político-cristiano, con los grandes imperios
cristianos. Tales son los abusos e intromisiones de los poderes civiles en
los asuntos eclesiásticos. Esta cuestión ha sido, a lo largo de
los siglos, la más batallona y la que más han manejado en todos los
tiempos y aun en nuestros días los enemigos de la unión entre la Iglesia y
el Estado. Es lo que ya entonces se designó como Cesaropapismo, o
intromisión de los emperadores en cuestiones dogmáticas, y lo que en
épocas modernas hemos llamado galicanismo o regalismo, que
son las intromisiones en el gobierno interior de la Iglesia o cuestiones
disciplinares… Sin embargo, no pensemos que la Iglesia se mantuvo muda ante
estos abusos e intromisión de los poderes civiles en su esfera. Por esto
algunos de sus más significados portavoces lucharon con energía frente a
los emperadores y reyes, con el objeto de mantener la independencia
eclesiástica…. Pero si, a fuer de historiadores leales y objetives, debemos reconocer las
desventajas que trajo en el imperio romano-cristiano, la unión de
la Iglesia y el Estado y la protección que éste otorgaba a la Iglesia,
justo es que consideremos detenidamente las extraordinarias ventajas que
el Estado romano cristianizado trajo a la Iglesia. La primera y
fundamental es, que cesaron las persecuciones por parte del Estado, y pudo
el cristianismo desarrollarse libremente, con lo cual alcanzó un
crecimiento rápido en todo el Imperio… Como segunda ventaja de esta unión y de
la cristianización del Estado, notemos las facilidades que éste dió para
la celebración de los grandes Concilios y para la administración general
de la Iglesia… Complemento de esta ventaja incomparable, que no sólo
facilitaba, sino que hacía posibles las grandes asambleas cristianas, era
la obligación que tomaba sobre sí el Estado cristiano, de hacer cumplir
las decisiones de los concilios. El Estado recibía estas decisiones como
leyes propias, y por lo mismo procuraba su cumplimiento con todo su poder…
Pero la cristianización del Estado romano no trajo solamente al
cristianismo la más absoluta libertad y apoyo positivo, con lo que se
facilitó su extraordinario crecimiento; ni se limitó a darle toda clase de
facilidades para la celebración de los grandes concilios y le prestó su
más decidida ayuda para el cumplimiento de sus decisiones, consideradas
como leyes del Estado; sino que, además, favoreció positivamente en todo
lo posible a la religión católica. En este sentido es admirable la obra
realizada ya desde Constantino…. Nos haríamos interminables, si
quisiéramos referir aquí todas las leyes y medidas de favor, otorgadas al
cristianismo por el Imperio Romano-cristiano en el período de su mayor
apogeo. Sólo así se comprende el ascendiente que alcanzó la Iglesia dentro
del Imperio y el crecimiento rápido del cristianismo durante este período.
Sólo así fué posible que tantas naciones y tantos pueblos quedaran
completamente cristianizados.
SEGUNDO MOMENTO HISTÓRICO:
CARLOMAGNO Y EL PRIMER RENACIMIENTO.
Trasladémonos ahora, cuatro siglos
más tarde, a fines del siglo VIII y principios del IX, en torno al año 800, es
decir, al reinado de Carlomagno. No hay duda, que este gran Emperador,
gran cristiano y gran hombre de Estado, constituye uno de los momentos
culminantes de la Historia de Europa y de la Iglesia Católica… Carlomagno,
como gran guerrero y gran hombre de Estado, que supo unificar el gran
imperio de los francos y de la gran Germania; como gran mecenas y
protector de las ciencias y de las artes, que supo elevar en una forma
extraordinaria la cultura en todos los órdenes; y como gran cristiano, que
puso la base del Imperio Romano medieval, cristiano por antonomasia;
mereció sin duda por sus egregias cualidades ser exaltado por sus
contemporáneos como el ideal de los príncipes cristianos… Esta es la figura que
encarna aquel Imperio, prototipo de la unión entre la Iglesia y el Estado.
Ahora bien ¿cuáles fueron las ventajas, que esta unión tan íntima trajo a la
Iglesia? ¿Se puede considerar realmente este imperio como un verdadero
ideal cristiano? ¿No tuvo que sufrir la Iglesia por efecto de esta unión o
sujeción al Estado? Comenzando por esto último, a dos podemos reducir las
lacras que tuvo que sufrir la Iglesia, que son las más frecuentes en este ideal
de unión entre la Iglesia y el Estado. La primera fué la intromisión del
Emperador en los asuntos eclesiásticos, y la segunda, la imposición
forzada del catolicismo a los pueblos sometidos. Por sus intromisiones en
los asuntos eclesiásticos y en las cuestiones religiosas, se ha hablado
del cesaropapismo de Carlomagno. Sin embargo, no puede hablarse de
verdadero cesaropapismo, pues en realidad Carlomagno no se arrogó nunca
jurisdicción ninguna en cuestiones dogmáticas… El segundo abuso de
Carlomagno, de imponer forzosamente el cristianismo a los pueblos
sometidos, tuvo lugar principalmente desde el año 776, después de vencer a
los sajones en sus diversos levantamientos. Pero frente a estos
inconvenientes que trajo la unión íntima de la Iglesia y el Estado en el
Imperio de Carlomagno, ¿quién podrá sustraerse a la contemplación de los
innumerables bienes y las incalculables ventajas, que aquel Estado tan
profundamente cristiano trajo a la misma Iglesia? Aun reconociendo las
lacras indicadas, no puede dudarse de que son incomparablemente mayores
los beneficios que trajo a la Iglesia su unión y como identificación con
el imperio carolingio…
TERCER MOMENTO HISTÓRICO: LA
CRISTIANDAD MEDIEVAL.
Réstanos
poner ante nuestros ojos el tercer momento histórico de un Imperio, por
una parte fecundo y floreciente, y por otra profundamente cristiano. Es la
cristiandad medieval, encarnada en los imperios de Enrique III (1039-1056)
y Enrique IV (1056-1106), y algo más tarde en Federico I Barbarroja
(1152-1190) y Federico II (1215-1250), por una parte, y por otra, en los
grandes Papas Gregorio VII (1073-1085), y Urbano II (1088-1099), Alejandro
III (1159-1181), e Inocencio III (1198-1216). A todo este periodo podríamos
designar como el período clásico de la unión de la Iglesia y el Estado, o
como entonces se le designó, de la unión de las dos espadas, la temporal
de los príncipes, y la espiritual de los Papas, con el predominio y
hegemonía del poder espiritual. Diríamos también que éste es el período,
en que más claramente aparecen las inmensas ventajas que ella reporta a la
Iglesia… Frente al tipo del Imperio de Carlomagno, en el que el
Emperador poseía cierto predominio y tutela sobre el Papa, se consagra
definitivamente el principio de la colaboración e íntima unión de las dos
espadas, con predominio y bajo la dirección de la espiritual de los Papas…
Ahora bien, esta situación tan característicamente medieval es
sumamente instructiva para el objeto de nuestro estudio. Indudablemente
nos encontramos en los tiempos de Gregorio VII, Alejandro III e Inocencio III,
con un Imperio cristiano, con la más intima unión entre la Iglesia y el
Estado y la protección y fomento de los intereses cristianos por parte del
Imperio. Por esto, es de gran transcendencia la lección que nos da este
Estado eminentemente cristiano sobre los resultados de la unión, o de un
Estado profesionalmente cristiano. Desde luego aparece en este período en la
forma más aguda y estridente el peligro o desventaja mayor de esta unión.
El Estado se quiere imponer por medio de la elección de los prelados; el
Estado quita la libertad de gobierno; el Estado enerva con sus miras
políticas el gobierno de los Papas y de los obispos. Todos estos peligros
se evitan con la separación entre la Iglesia y el Estado. La Iglesia en
este caso posee absoluta libertad de acción. Reconocemos que este
peligro y desventaja es real y que en el Imperio medieval produjo efectos
desastrosos. Pero reconozcamos también que la Iglesia hizo lo posible para
obviar este peligro, y al fin lo consiguió en gran parte. Además debemos
reconocer, que si consideramos con toda su crudeza el mayor de los
peligros de la unión entre la Iglesia y el Estado, justo es consideremos
el mayor de los peligros de la separación, que es la persecución positiva,
de la que tantos ejemplos nos ha dejado la Historia…
Y con esto llegamos al término de
nuestro trabajo. Nos preguntábamos lo que nos enseñaba la Historia sobre
las ventajas o desventajas de la unión entre la Iglesia y el Estado y si
realmente debe ser considerada como beneficiosa. La Historia, pues, nos ha
demostrado claramente que en los grandes imperios profesionalmente
cristianos, la íntima unión entre la Iglesia y el Estado y la protección que
éste ejerce sobre aquella, ha traído algunos daños o inconvenientes, a las
veces bastante considerables; pero que son muchísimo mayores los bienes y
ventajas que han traído a la Iglesia y a la civilización cristiana. Así lo
prueban el Imperio Romano-cristiano, el Imperio Occidental de Carlomagno y
el Imperio clásico medieval.
Texto condensado y adaptado de:
Llorca, B. LA UNIÓN DE LA IGLESIA Y EL ESTADO. Rev.
Salmanticensis (1954), vol. 1, n.º 2, ps. 386-406.
6 comentarios:
¿Pero cómo se le pudo ocurrir al R.P. Llorca cascotear el rancho de la Edad Media como modelo de Ciudad Católica? Lamentable.
Los razonamientos sobre la unión de la Iglesia y el Estado no deben ser sólo de conveniencia, sino que debe considerarse la necesidad de que el poder político sea sacral.
Para la consagración de los príncipes, la Iglesia empleaba el óleo de los catecúmenos bendecido por el obispo en la Misa del Jueves Santo (bien es cierto que en España no se consagraban a los reyes, sino que se proclamaban). Esta unción confería un poder superior, que no nace de la aquiescencia de los hombres sino de Dios mismo por medio de sus ministros.
De ahí que el fracaso del gibelinismo sea el fracaso de la cristiandad, pues el güelfismo sólo se preocupa por la sacralidad de la Iglesia relegando la importancia de la sacralidad política, sujeta a consideraciones de conveniencia, de males menores, etc., etc.
Personio:
Tal vez estemos de acuerdo, no me queda claro lo que dice en su comentario.
En Santo Tomás, el orden sobrenatural no destruye al natural (cfr. II-II,10, 10). El poder político deriva de Dios, pero en cuanto Autor de la naturaleza, no por un proceso de delegación, con una primera etapa en la Iglesia y el Papa, y luego en una segunda etapa por delegación de la Iglesia al gobernante. Las doctrinas de la teocracia papal no son genuinamente tomistas y pueden conducir a un clericalismo que sea el rostro político de la papolatría. Sobre todo esto, la Escuela Española de los tomistas de Salamanca ha escrito mucho y muy bueno.
Lo anterior no obsta a que un príncipe cristiano pueda recibir un sacramental (personal) como fuente de singulares gracias para realizar la debida, y no sólo conveniente, subordinación (teleológica e indirecta) del bien común inmanente al trascendente.
Saludos.
Personio:
muy interesante su comentario. ¿Ha leìdo al italiano Julius Evola? ¿Piensa que sus ideas respecto del gibelinismo pueden servir para explicar la crisis quizà terminal del catolicismo actual?.
Tito Livio
Quizá sea demasiado tarde, pero por si Tito Livio aún puede leerme:
He leído a Julius Evola y tengo en alto valor su pensamiento; la comprensión "metafísica" del gibelinismo y el güelfismo es uno de sus aportes más interesantes, el cual permite vislumbrar la línea que conecta el güelfismo con el ralliement y el aggiornamento conciliar.
No obstante, conviene aclarar que Evola sostiene la existencia de una tradición esotérica por encima de todas las religiones, que serían manifestaciones exotéricas de ella; mientras que como católicos confesamos que la tradición máxima y pura es la de Cristo.
Muy interesante entrada. Sin embargo, el análisis va poco a los fundamentos y necesidad de principio de un regimen político católico y se queda en la conveniencia .Está bien, pero no es suficiente para refutar el error liberal y democrata cristiano. Ahora Personio, me interesaría que expliques esa conexion entre los guelfos y el aggiornamiento conciliar, el raillament, etc...
Sobre Maritain, es para la risa ver que en 1954 pudiera pensar que el catolicismo en EEUU era un paraíso prometido...es casi el padre de los neoconservadores...de tan solo ver la guerra total que el poder masónico de EEUU hizo contra la Iglesia a lo largo de su historia, la revolucion sexual, etc el argumento se va a las pailas. John Rao ha dicho exactamente lo opuesto, que el modelo de relaciones iglesia-estado en EEUU es el peor, y el mas eficaz para descristianizar...
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