jueves, 2 de junio de 2016

El Confesionario de Vidrio



por John Senior 

Capítulo 5 del libro The Remnants: The Final Essays of John Senior, serie de artículos del Dr. John Senior publicados en el periódico The Remnant y discursos dados en los foros organizados por éste.

Estas apresuradas notas documentan un estado (angustioso) de mente y alma en los días que van entre las consagraciones en Ecône, la amenaza de la excomunión colgando sobre las cabezas de los que asistimos a Misa en las capillas de la Sociedad de San Pío X, y el domingo por venir. Ansío escuchar las opiniones más fundamentadas, especialmente de Walter Matt, el mejor periodista católico en los Estados Unidos, Michael Davies en Inglaterra, Jean Madiran en Francia y Dom Gerard del Barroux.

Mientras espero su buen consejo—y de otros que van a querer mantenerse anónimos—invoco el dulce pero afilado espíritu de Santo Tomás Moro que reprendió en la cara a su amado Rey (y asesino) y le ofreció un “Dios esté contigo” desde el patíbulo. Es posible que hombres de buena voluntad e incluso santos se sienten a ambos extremos de esta disputa, tal vez durante décadas—por lo que sabemos, quizá hasta el fin del mundo. Mientras tanto, “la sabiduría del justo”, como dice San Gregorio, “no es practicar la simulación, sino hablar de lo que está en su corazón, amando la verdad tal cual es”. Ya basta de evasiones consideradas. La verdad y la caridad son tan filosas como cualquier espada de dos filos.

Así es cómo me parece a mí, sin archivos de investigación, ni notas, ni tiempo para detectar cada error—el asunto completo viniendo, como lo hacen las grandes decisiones, de repente y ahora.

Tres cosas se deben considerar primero como terreno de toda esta discusión: 1) En el orden psicológico, el hombre debe estar lúcido. Como remarcaba el gran filósofo Boecio, el borracho ni siquiera reconoce el camino de regreso a su casa. 2) En el orden moral, debemos encarar y decir la verdad. 3) En el orden del conocimiento, la prueba se fundamenta en un hecho obvio y en principios de razón. Estas tres cosas son el terreno del discurso racional, lo que sintéticamente podemos llamar “sentido común”. Son anteriores a la discusión, no teniendo nada que ver con la preparación; su mejor custodio es el hombre de a pie.

Ahora bien, me parece que las grandes cuestiones de la vida y la muerte siempre se reducen al sentido común. Dios no va a responsabilizarnos por las cinco pruebas de Su existencia o por los quodlibets y las quididades del Derecho Canónico, que son materia del experto. Debemos actuar, aquí y ahora, bajo la amenaza de excomunión antes de la Misa del próximo domingo, sobre lo que vemos y conocemos.

Primero, en el orden psicológico, cuando nos cuestionamos las grandes preguntas de la vida y la muerte, el  buen hombre siempre comienza no con un “¿qué es lo que yo veo?” sino con un “¿qué es lo que mi madre dijo?” Así como en El Negrito de William Blake:

Mi madre educóme debajo de un árbol,
Y sentados antes del calor del día,
Me puso en su falda, después me dio un beso,
E indicando al este, empezó a decir:

“Mira el sol naciente: allí Dios habita,
Y brinda su luz, su calor obsequia;
Y hombres, bestias, árboles y flores reciben
Solaz en el alba, ventura en la tarde.

Y nos da en la tierra un exiguo tiempo
para que aprendamos a sobrellevar del amor los rayos;
Y estos cuerpos negros, y este ardiente rostro,
Son sólo una nube, cual bosque sombrío.

Cuando nuestras almas el calor resistan,
La nube se irá, oiremos su voz:
“Salid de la fronda, mis hijos amados,
Y en torno a mi tienda gozad cual corderos”.

Al pequeño niño católico le han enseñado que la forma más segura de hacer cierta esta idea es simplemente “seguir al Papa”. Ahora bien, una regla tan profundamente conocida no puede ser contradicha. Se yergue como un primer principio práctico de toda disputa católica.

Sin embargo, mi madre también me enseñó que nadie, ni siquiera el Papa, me puede ordenar pecar, y por lo tanto el hecho evidente y la recta razón son anteriores a la obediencia porque uno debe oír y entender las órdenes y llevarlas a cabo en tiempos y espacios concretos en buena conciencia.

1) En el orden psicológico eso significa que la autoridad debe estar lúcida, ni de alguna forma ebria, ni actuando bajo compulsión. Newman, refiriéndose a la excomunión de San Atanasio, dice que era como si el herético Emperador romano guiara la mano del Papa Liberio cuando escribió la orden inválida. Y, por supuesto, San Atanasio no fue en nada desobediente al ignorar tal nulidad.

2) En el orden moral, toda disputa presupone honestidad. Además del simple abuso de poner cualquier nombramiento eclesiástico o de otro tipo antes que la verdad, existe tristemente una dificultad indeterminada, una moral “renacentista” que propone semi-fraudes como “puedo hacer más bien si sigo la corriente y trabajo desde adentro para cambiarlo”. Bueno, eso depende de qué tan mal las cosas estén y de qué tan seria sea el asunto. Cuando la vida y la muerte están en juego, tenemos que tomar una postura.

3) En el orden del conocimiento, debemos comenzar con: a) los principios de razón—estos son las leyes de contradicción, razón suficiente y causa/efecto. Cuando los filósofos dicen que la existencia es un “hacerse” esencialmente contradictorio, uno tiene que dudar de la prognosis de cualquier argumento que den. Y b) el hecho evidente u obvio. Ob del latín significa que es “algo contra lo que uno se topa”. Y via que es “en el camino”. No estamos hablando de la discusión, sino de la base de cualquier discusión. Ni siquiera estamos en la etapa de la investigación cuando uno trata de dilucidar las cosas dificultosas que no están claras, sino mucho antes al comienzo cuando al menos algo debe estar claro, de lo contrario no podríamos avanzar. Tenemos que poder ver el telescopio frente a nosotros antes de intentar mirar a través de él. El hecho obvio no es una conclusión científica sino evidencia de sentido común que cualquiera (honesta y lúcidamente) puede ver.

Presionado por una inquisición tiránica, el hombre de la calle, Winston Smith, en la novela 1984 de George Orwell, explica:

“Al final, el Partido anunciaría que dos y dos son cinco y habría que creerlo.”

Era inevitable que hagan tal aseveración tarde o temprano: la lógica de su posición lo exigía. No sólo la validez de la experiencia sino la misma existencia de una realidad externa era negada por su filosofía. La herejía de las herejías era el sentido común… El Partido te ordenaba rechazar la evidencia ante tus ojos y tus oídos. Era su orden final y más esencial… Y sin embargo, ¡él estaba en lo cierto! Ellos estaban equivocados y él estaba en lo correcto. Lo obvio, lo trivial, la verdad, tenían que ser defendidas. Las perogrulladas son verdades, ¡aférrate a eso!... Las piedras son duras, el agua es húmeda, los objetos sin soporte caen hacia el centro de la tierra. Con el sentimiento de que estaba proponiendo un axioma importante, escribió: “La libertad significa libertad para decir que dos más dos son cuatro. Si eso se admite, todo lo demás se da por añadidura.”

Es un axioma de la obediencia que uno no puede dar un juicio privado contra la autoridad. En materias eclesiásticas esto significa que el Papa es la corte suprema de todas las disputas en fe y moral. Pero Winston Smith no está hablando del juicio privado o de cualquier otro tipo. Está refiriéndose al fundamento. Ninguna autoridad, corte suprema, rey, papa o ángel del cielo puede forzar la obediencia contra hechos evidentes ante un peligro claro y presente. Ningún timonel sigue órdenes de avanzar a toda velocidad contra un iceberg.

Existe un cuento famoso sobre la gran flota británica en maniobras en el Mediterráneo: Unos cien buques se encolumnaron como pelotones. De repente la bandera del almirante les ordena un giro que si cada capitán sigue los hará estrellarse unos contra otros. Noventa y nueve obedecieron. Sólo uno ve y razona lo que el almirante había querido decir—o habría tenido que querer decir—estribor, ¡no babor! Entonces se escabulle libremente hasta quedar seguro mientras los noventa y nueve restantes “obedientemente” colisionan y se hunden. Cuando, durante el sumario que siguió, alguien preguntó si el capitán sobreviviente debía ser sometido al tribunal militar por desobediencia ante una orden directa, los miembros del Almirantazgo se rieron.

En la cuestión actual acerca de la aparente excomunión del arzobispo Lefebvre, asumiendo que nuestro amor al Papado no nos ciegue para ni siquiera considerar lo evidente—“¡el Papa no puede equivocarse!”—cualquiera puede ver que la Iglesia se está direccionando hacia un surgente hielo de increencia. Un hombre bien instruido puede cerrar sus ojos y oídos ante una Misa Novus Ordo y decirse asimismo de memoria que esta acción es el mismo sacrificio que Cristo en el Calvario ofreció bajo la apariencia incruenta del pan y el vino. Pero no es posible para la gente ordinaria y especialmente para los niños que no tienen memoria de algo así conservar la Fe frente al asalto contra los sentidos, las emociones y la inteligencia de un modo que haría sonrojar al “Partido” de George Orwell.

El “Partido” en este caso es un bloque determinado de teólogos modernistas cuya mala fe al negociar una “reconciliación” con los tradicionalistas es evidente en la declaración papal que siguió a las consagraciones del arzobispo Lefebvre. Citando el cable de Associated Press del 3 de julio de 1988, se lee:
A todos esos fieles católicos que se sienten vinculados a algunas precedentes formas litúrgicas y disciplinares de la tradición latina, deseo también manifestar mi voluntad […] de facilitar su vuelta a la comunión eclesial a través de las medidas necesarias para garantizar el respeto de sus justas aspiraciones. [http://w2.vatican.va/content/john-paul-ii/es/motu_proprio/documents/hf_jp-ii_motu-proprio_02071988_ecclesia-dei.html]
Este es un ejemplo de prosa vaticana estándar estos días—en filosa frase del abbe Georges de Nantes (cito del francés), ¡es “bla, bla, bla”! ¿”Algunas precedentes formas litúrgicas disciplinares”? Así se llama a la Misa inmemorial de la Iglesia Católica que según el Concilio de Trento viene de los Apóstoles. ¡Y pensar que un sindicalista vaya a cerrar un acuerdo donde se lea: “deseo también manifestar mi voluntad […] de facilitar […] a través de las medidas necesarias para garantizar el respeto de sus justas aspiraciones”!
Estamos bajo la autoridad de teólogos que niegan las leyes de contradicción, razón suficiente y causa/efecto. Realmente creen que la filosofía dialéctica del “hacerse” que inspiró a Marx y Engels pueden reconciliarse con la Revelación cristiana. En términos de gestión práctica significa que el progreso requiere una vuelta hacia la derecha y una vuelta hacia la izquierda mientras el timón apunta hacia el Novus Ordo Saeculorum. Cortemos la cabeza a Lefebvre y arrojemos las migas a los tradicionalistas. La vieja Misa, en realidad, podrá permitirse por un tiempo (¡como si tuviese que serlo!); comités se armarán y deberemos morir de blablá mortal. Nadie (que no quiera) puede ser engañado con lenguaje como éste. No hay cambio de mente ni de corazón; ni siquiera reconocimiento de la cuestión real. “Deseo manifestar mi voluntad […] de facilitar…” Glasnot eclesiástico.

Todas las gentiles declaraciones sobre la Misa realizadas en Roma consuelan a los viejos para los que las reformas del Concilio vinieron “demasiado rápido” y a veces con innecesaria “falta de sensibilidad”—pero nadie ha dicho que las reformas estaban mal. Se han negado a encarar el asunto—que no es nostalgia de parte de aquellos “que se sienten vinculados a algunas precedentes formas litúrgicas”, sino el naufragio de la Iglesia Católica. Me refiero a que una nueva Misa, un nuevo catecismo, una nueva moral, una Biblia deliberadamente mal traducida, una arquitectura y una música que constituyen un concienzudamente orquestado y ensayado ataque a la doctrina y la práctica católicas. Lean la declaración papal diez veces si quieren. No necesitan argumentos. Constituye en sí misma una prueba de su radical insinceridad. No puede ser explicado como un malentendido con respecto a la cuestión; es simplemente una distorsión. Como si la Misa fuese solamente “nuestras aspiraciones” y no un hecho para todo el mundo:

la luz verdadera, que viniendo a este mundo ilumina a todo hombre… Mas a cuantos le recibieron dioles poder de venir a ser hijos de Dios, a aquellos que creen en su nombre; que no de la sangre, ni de la voluntad carnal, ni de la voluntad de varón, sino de Dios son nacidos. Y el Verbo se hizo carne [genuflexión] y habitó entre nosotros.

El sábado pasado una persona cuyo poder de observación y honestidad son incuestionables fue a confesarse a la mayor iglesia de una ciudad provincial. La absolución fue dada del siguiente modo: “Dios te conceda el perdón y la paz.” Esto de un sacerdote “conservador” que no hacía cosas como ésta ni hace un año—profesando una frase que niega el ministerio del sacerdocio en el mismo acto de su ejercicio. El penitente reparó enseguida en la iglesia más cercana para descubrir que su interior había sido redecorado como un templo babilónico con fuentes que caían (literalmente) como cascada sobre rocas, hojas talladas y un confesionario con paredes de vidrio, dentro del cual una mujer agitada de rodillas lloraba y gesticulaba salvajemente hacia una pantalla modernista detrás de la cual se escondía un sacerdote (presumiblemente), mientras aquellos en la cola observaban solemnemente sin pestañar.

La pseudo-iglesia, impuesta sobre la verdadera subsistente desde el Concilio Vaticano, es como ese confesionario de vidrio. Cualquiera puede ver—y cualquiera lo hace—lo que sea que es, pero no es la Iglesia de nuestros Padres.

Los buenos sacerdotes y religiosos (que sólo escuchan sus propias Misas) con frecuencia dicen: “incluso si, y especialmente si, recibo una orden injusta, obedeceré. Si recibiera la orden, como fue el caso del arzobispo Lefebvre, de cesar mi ministerio episcopal y presbiteral, ganaré en gracia por este arduo ejercicio de humildad”. Con respecto a tal profesión de piedad supersticiosa, he escuchado a un padre angustiado decir: “¡los sacerdotes no tienen hijos!” Los buenos sacerdotes, y especialmente los religiosos refugiados en la dulce serenidad de los muros de sus monasterios, simplemente no saben lo que está sucediendo realmente. ¿O no quieren saber? Tras una década de excusas, dicen: “si Roma supiera”. ¡Roma sabe! La Fe está siendo aplastada desde arriba por la jerarquía que impone sus propias invenciones al pueblo, en nombre del pueblo, como hacen los tiranos. La persona del Papa está rodeada de una reverencia monárquica, una suerte de halo alucinatorio del tipo del que alentaban los cortesanos isabelinos, contra la horrenda evidencia, diciendo que la belleza de la Buena Reina Isabel superaba la de las estrellas. Ciertamente, en el curso normal de los eventos, uno no debería criticar a sus superiores. Existe una gracia especial acerca de un Papa. ¿Pero frente a los icebergs? ¿Con el cuidado de los hijos y de sus hijos sobre nuestras cabezas? No estamos hablando de criticones y llorones, sino de gente ordinaria llevando vidas ordinarias sin los cuales la buena doctrina y los sacramentos morirán.

Uno piensa en Lycidas de Milton: “Las ovejas hambrientas lo miran y no tienen alimento…”

Hablando del doble oficio del obispo—Episcopus (supervisar) y Pastor (“apacienta mis ovejas”)—el poeta exclama:

¡Bocas ciegas! Que casi no saben ellas mismas cómo usar
El cayado y que ni siquiera han aprendido el mínimo
De lo que pertenece al arte del fiel pastor.
¿Qué les importa? ¿Qué necesitan? Están satisfechos;
Y cuando tienen ganas, chirrean sus magras y ostentosas canciones
En sus flacas flautas de triste paja;
Las ovejas hambrientas lo miran y no tienen alimento,
Sino que se hinchan con viento y atraen el fétido vaho,
Se pudren sus interiores y esparcen el contagio inmundo;
Además de lo que el sombrío lobo con secreta garra devora a prisa
Diariamente, sin que nada se diga.
Pero esa máquina de dos manos en la puerta
Se yergue lista para golpear sólo una vez y nunca más golpear.

Los académicos discuten sobre el preciso significado de esa “máquina de dos manos en la puerta”, aunque el significado general está claro. Muchos creen que se trata de la espada de dos manos del Apocalipsis cuando Cristo mismo venga a poner las cosas en orden.

Los sacerdotes sí tienen hijos—és es el punto.

“Al que escandalizase a uno de estos pequeñuelos que creen en mí, más le valiera que le colgasen al cuello una piedra de molino de asno y le arrojaran al fondo del mar.”

¿Cómo pueden los buenos sacerdotes no alimentar a sus ovejas? ¿Qué prohibición o, incluso, excomunión puede levantarse contra millones de lenguas extendidas para recibir al Autor de su existencia y salvación? Oh, pueden encontrar un modo. Conduce cientos de kilómetros para encontrar una Misa católica; o aguarda como los cristianos en Japón entre la interdicción de la Iglesia y ¡el arribo del almirante Perry! No es cierto. No es cierto de modo ordinario. Algunos pueden hacer estas cosas. Puñados se arremolinan alrededor de un resto de Buenos sacerdotes que ofrecen los sacramentos en su integral sustancia y belleza; pero Dios debe enviarnos obispos que tengan el coraje de ordenar miles.

En las capillas de la Sociedad de San Pío X (y muchas otras no afiliadas con ella) la doctrina, los sacramentos y la cultura de la tradición católica se mantienen. Tomemos dos fotografías: Miren ésta y miren la Iglesia del Novus Ordo. Es Hiperión y un sátiro. Ir de los confesionarios de vidrio al más pobre e improvisado cobertizo bajo el cual es dicha la gran Misa vieja, es como atravesar por fuego y agua hasta un lugar de refugio.

Transivimus per ignem et aquam, et eduxisti nos in refrigerium.

No hay argumento posible. Probad y ved.

Alguna vez hubo una única Iglesia con dos Papas contendientes. Hoy tenemos un único Papa con dos Iglesias contendientes—una única que es real. Mientras tanto, la oveja hambrienta demanda alimento y alguien, en pía “desobediencia”, debe llevárselo, a pesar de órdenes y sanciones inválidas.

En circunstancias particulares variadas alrededor del mundo, hombres de buena voluntad tendrán que hacer juicios prudenciales diferentes y llegar a conclusiones prácticas diferentes, mientras aún acuerden en los principios, encontrando diferentes formas de unirse para combatir a un enemigo común. Es posible que incluso haya santos a ambos lados de esta disputa—como Catalina de Siena y Vicente Ferrer durante el exilio de Aviñón—y millones de inferiores, como nosotros, que deben elegir ahora. Dios nos ayude; podemos equivocarnos. Algunos ven el peligro pero no un peligro claro e inminente, ven hechos probables pero no evidentes y posibles alternativas (¿para quién? ¿para cuántos?)—no pueden ver la verdad (creo) porque no pueden ver directamente a ese muro de hielo que Jean Madiran llama apostasía inminente—tal vez no hielo, sino Moby Dick, la ballena blanca y salvaje del Anticristo.

Mientras tanto (que se ha convertido en mi frase favorita; no será mucho tiempo para algunos de nosotros), Dios nos haga amarnos los unos a los otros en el Sagrado Corazón de Jesús y el Inmaculado Corazón de María que ha llegado para confortarnos en estos oscuros días como Enoch y Elías, aquellos “dos olivos que están delante del Señor de la tierra”. Mientras tanto la Iglesia toda espera, como una una mujer agitada llorando en un confesionario de vidrio, confesándose a un sacerdote que está a punto de darle una absolución inválida.

Por supuesto que hay una cuestión legal. El hombre de la calle no es un abogado y ciertamente no es un juez. Sólo un Papa puede juzgar a un Papa; si uno se equivoca, otro posterior debe poner las cosas en orden como Félix hizo con Liberio en el asunto de San Atanasio, o como San Jerónimo remarca en su comentario a Mateo 14:

Entonces mientras el Señor permanecía en la cima, de repente se levantó un viento contrario, el mar se arremolinó y los apóstoles estaban en peligro; y el naufragio era inminente, hasta que vino Jesús. Y en la cuarta vigilia nocturna vino a ellos caminando sobre el mar. Las guardias militares y las vigilias se dividen en períodos de tres horas cada una. Por lo tanto, cuando dice, que el Señor vino a ellos en la cuarta vigilia de la noche, nos muestra que ellos deben haber estado en peligro toda la noche; y fue recién al final de la noche, como será en el fin del mundo, que traerá su propia ayuda.


Traducido de: http://remnantnewspaper.com/web/index.php/articles/item/2557-recalling-why-they-resisted-dr-john-senior-s-classic-the-glass-confessional

Sobre el libro: http://remnantnewspaper.com/web/index.php/books/the-remnants-the-final-essays-of-john-senior-detail

En español acaba de salir del mismo autor La Restauración de la Cultura Cristiana, con prefacio de Andrew Senior, traducción del Dr. Rubén Peretó Rivas, prólogo de Dom Philip Anderson OSB y presentación de Natalia Sanmartín Fenollera. Informes y compras: http://vorticelibros.blogspot.com.ar/2016/05/john-senior-y-la-restauracion-posible.html ó http://www.vorticelibros.com.ar/libro.php?id=137

 

1 comentario:

Adofo J. Astinza dijo...

El artículo dice: "En la cuestión actual acerca de la aparente excomunión del arzobispo Lefebvre, asumiendo que nuestro amor al Papado no nos ciegue para ni siquiera considerar lo evidente—“¡el Papa no puede equivocarse!”—cualquiera puede ver que la Iglesia se está direccionando hacia un surgente hielo de increencia".
En estos momentos la Fraternidad San Pio X, se está direccionando hacia su destrucción acercandose hacia un surgente hielo de increencia.
Hay que acordarse lo que escribieron los superiores de la Fraternidad al Cardenal Gantin en el momento de las falsas excomuniones:
CARTA ABIERTA AL CARDENAL GANTIN
Prefecto de la Congregación de los Obispos. Ecône, 6 de julio de 1988.
Fideliter N° 64. Juillet-Août 1988, pages 11-12.
“Eminencia, reunidos en torno a su Superior general, los Superiores de los distritos, seminarios y casas autónomas de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, piensan conveniente expresarle respetuosamente las reflexiones siguientes. Usted creyó deber suyo, por su carta del 1º de julio último, hacer saber su excomunión latae sententiae a Su Excelencia Monseñor Marcel Lefebvre, a Su Excelencia Monseñor Antonio de Castro Mayer y a los cuatro obispos que ellos consagraron el 30 de junio último en Ecône. Quiera usted mismo juzgar sobre el valor de tal declaración que viene de una autoridad que, en su ejercicio, rompe con la de todos sus antecesores hasta el papa Pío XII, en el culto, enseñanzas y el Gobierno de la Iglesia.
En cuanto a nosotros, estamos en plena comunión con todos los Papas y todos los Obispos que han precedido el Concilio Vaticano II, celebrando exactamente la Misa que ellos codificaron y celebraron, enseñando al Catecismo que ellos compusieron, oponiéndonos contra los errores que ellos condenaron muchas veces en sus encíclicas y cartas pastorales. Quiera usted entonces juzgar de qué lado se encuentra la ruptura. Estamos extremadamente apenados por la ceguera de espíritu y el endurecimiento de corazón de las autoridades romanas.
En cambio, nosotros jamás quisimos pertenecer a ese sistema que se califica a sí mismo de Iglesia Conciliar y se define por el Novus Ordo Missæ, el ecumenismo indiferentista y la laicización de toda la sociedad. Sí, nosotros no tenemos ninguna parte, nullam partem habemus, con el panteón de las religiones de Asís; nuestra propia excomunión por un decreto de Vuestra Eminencia o de otro dicasterio no sería más que la prueba irrefutable. No pedimos nada mejor que el ser declarados ex communione del espíritu adúltero que sopla en la Iglesia desde hace veinticinco años; excluidos de la comunión impía con los infieles.
Creemos en un solo Dios, Nuestro Señor Jesucristo, con el Padre y el Espíritu Santo, y seremos siempre fieles a su única Esposa, la Iglesia Una, Santa, Católica, Apostólica y Romana. El ser asociados públicamente a la sanción que fulmina a los seis obispos católicos, defensores de la fe en su integridad y en su totalidad, sería para nosotros una distinción de honor y un signo de ortodoxia delante de los fieles. Estos, en efecto, tienen absoluto derecho de saber que los sacerdotes a los cuales se dirigen no están en comunión con una iglesia falsificada, evolutiva, pentecostal y sincretista (…).”
Siguen las firmas del Superior General, de todos los Superiores de Distritos, de Seminarios, de Casas Autónomas de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X:
Padres Schmidberger Paul Aulagnier Franz-Josep Maessen Edward Black Anthony Esposito François Laisne Jacques Emily Jean-Michel Faure Gérard Hogan Alain Lorans Jean-Paul André Paul Natterer Andrés Morello William Welsh Michel Simoulin Patrice Laroche Philippe François Roland de Mérode Georg Pfluger Guillaume Devillers Philippe Pazat Daniel Couture Patrick Groche Franck Peek