Estar dispuesto a dar la propia vida en el martirio, ha
representado desde siempre -para la apologética cristiana- uno de los
criterios de autenticidad que permite distinguir la fe teologal de la mera
opinión religiosa. Ya en el siglo II; San Ireneo de Lyon escribía lo
siguiente a propósito de los gnósticos que él combatía:
«He aquí por qué la
Iglesia, en su amor por
Dios, envía en todo lugar y en todo tiempo una multitud de mártires al
encuentro del Padre. En. cuanto a todos los demás (los gnósticos), no
solamente son incapaces de mostrar esto, sino que niegan además que tal
testimonio (martyria en griego) sea necesario: el
verdadero testimonio a creer, es su doctrina. Desde que el Señor apareció
sobre la tierra, apenas unos pocos, como si hubieran obtenido
misericordia, han sufrido ultrajes por el Nombre (Hechos 5, 41) con
nuestros mártires y han sido conducidos con ellos al suplicio, como una
especie de suplemento que se les hubiera otorgado» (1).
El punto a retener del
argumento apologético de San Ireneo es éste: «El verdadero testimonio a
creer, es su doctrina». Los gnósticos, por retomar una terminología típica
de San Juan, del que depende personalmente San Ireneo, «dan testimonio de
sí mismos» (2). Por el contrario, el fiel de la
Iglesia, que
profesa la confesión apostólica, da testimonio de Aquel que le ha enviado.
No sufre por sus opiniones; sino que en la persecución manifiesta que la
verdad revelada de la que da testimonio, la ha recibido de uno más grande
que él. En el año 156, en el momento de su martirio en Esmirna, el obispo
San Policarpo, maestro inmediato de San Ireneo, ilustra muy bien este
testimonio dado del Otro por excelencia que es Dios:
«Hace ochenta años que
le sirvo y jamás me ha hecho mal alguno. ¿Por qué iba yo a blasfemar
contra mi Rey y Salvador?» (3).
En relación con las
gnosis teosóficas, como las combatidas por San Ireneo, el testimonio del
martirio constituye un criterio válido de fe cristiana. Lo es todavía hoy:
para las simples reducciones de la fe revelada a opiniones
puramente humanas. Por el contrario, no ocurría lo mismo con el
gnosticismo maniqueo aparecido en el siglo III. Este es dualista y,
por tanto, anticósmico y antihumanista. Al considerar la creación material, la
sociedad civil y sus autoridades políticas, el conjunto de la vida
encarnada en suma, como obra de un príncipe malo, el gnóstico maniqueo
puede pretender hacer suyas las palabras de San Pablo: «Para mí morir
es una ganancia» (Filipenses 1, 21). De este modo, se
verá al propio Manes morir
crucificado en el 277 y a los
cátaros del siglo XIII arrojarse a menudo ellos mismos a las hogueras
preparadas para su ejecución.
El gnosticismo
dualista es una imitación perversa de la contestación cristiana del pecado
del mundo: el cristiano anuncia la gracia de la salvación que perfecciona,
sin abolirla, la naturaleza de este último; el dualista pretende sustituir
la pseudo-realidad demoníaca de aquí abajo por una
supra-realidad «perfecta» (4). Por eso el segundo busca el martirio, pero
falsifica su sentido. El cristiano «imita la pasión de su Dios» (San Ignacio de
Antioquía), ese Dios «que tanto amó al mundo que le dio a su Hijo
único» (Juan 3, 16). El maniqueo, en cambio,
muere por odio al mundo empecatado; de manera más sutil que
el gnóstico teósofo, él también da testimonio de sí mismo: cuando
muere por su causa no intenta sino probar la irremediable corrupción del
mundo que le persigue, manifestando así la verdad de su doctrina que le
declara perdido. El cristiano muere siempre por otro: Dios, del
que da testimonio, y su prójimo -incluidos sus perseguidores-, a cuya
salvación quiere contribuir. El gnóstico dualista muere contra la
realidad efectiva del mundo por la verificación práctica de su doctrina.
Las grandes ideologías
revolucionarias contemporáneas, nazismo y comunismo, han adaptado a un
mundo secularizado el gnosticismo dualista que pretende desde antiguo adulterar
al cristianismo. Han extrapolado el dualismo del dominio del cosmos
(creación buena contra creación mala) al interior de la historia (raza
buena contra raza mala, clase progresista contra clase
reaccionaria, revolución liberadora contra estructuras sociales
alienantes, etc.) (5). En la actualidad, muchos cristianos se dejan
embaucar y caen en las redes de esta nueva falsificación gnóstica de su
fe, creyendo en su verdad en función de «la autenticidad» de los
militantes muertos por su causa. Algunos llegan incluso hasta formular el
don de su vida en los términos de dialéctica histórica propios del dualismo
ideológico: como un pastor latinoamericano que, al sentirse amenazado de
muerte, declaró que «resucitaría en la lucha del pueblo».
El martirio es un
testimonio de la verdad trascendente revelada graciosamente por Dios; no
es una verificación intrahistórica de la propia ideología. Por esta razón la
Iglesia ha
prohibido siempre severamente buscar el martirio provocando al poder
perseguidor. Si han podido surgir sospechas de iluminismo montanista en
el caso de los mártires de Lyon (sin razón, a lo que parece), o en la Pasión de
Santa Felicidad y Santa Perpetua, es justamente en función de
este criterio. Como dice el P. Louis Bouyer, el martirio más
desprovisto de todo iluminismo es el de Santo Tomás Moro, quien murió
por la fe católica siendo a la vez fiel a su Dios y a su rey en sus
órdenes respectivos (6).
_____________
(1) S. IRENEO DE
LYON, Adversus Haereses, IV, 33, 9.
(2) Cfr. Juan 3,
31-34; S, 31-32; 8, 13:14; 18, 37.
(3) Martirio
de San Policarpo de Ermirna.
(4) Sobre la
falsificación de la escatología judea-cristiana por el gnosticismo, cfr. ROLAND
MINNERATH, Les chrétienes et le monde au ler et lle siécle.
(5) Cfr. A.
BESANCON, La falsification du bien: Soloviev et Orwell.
(6) LOUIS BOUYER.Sir Thomas More, humaniste et martyre. Trad. esp.: Tomás
Moro. Humanista y mártir, Ed. Encuentro, Madrid 1986.
Tomado
de Garrigues, J. "El martirio cristiano frente a su perversión
ideológica", en Revista Communio (II/1987),
ps. 163-165.
5 comentarios:
Muy oportuna esta distinción entre martirio cristiano y suicidio gnóstico. Es posible que esta confusión se esté dando también en el ámbito musulmán.
El tradicionalismo (religioso y político) es objeto preferente de infiltración por parte de los gnósticos. Ayer desalojaron una iglesia en París que estaba ocupada por frikis de ultraderecha y por el abbé de Tanouarn, un gnóstico expulsado de la FSSPX en su día. Este sacerdote elogió a Dominique Venner, el nazi gnóstico que se suicidó en la Catedral de Notre Dame, y lo glorificó en una ceremonia fúnebre blasfema. Ahora la ultraderecha pagana está usando teatralmente este desalojo -que no tiene connotaciones anticristianas- para presentarse como mártires y hacer propaganda política.
Creo que en el tradicionalismo católico se debería prestar más atención a este preocupante fenómeno de la infiltración gnóstica.
Favila, muy interesante, varios sitios están informando sobre el desalojo pero no aclaran quiénes son los desalojados y por qué les están haciendo eso, usted podría pasarme las fuentes sobre ese incidente? Gracias!
Una entrada muy interesante. Para que la lean algunos ideólogos perniciosos.-
Carlo, si entiende el francés, esta página de la Wikipedia lo explicaba muy bien al menos hasta ayer (parece que hay una guerra de editores que pretenden alterarla):
https://fr.wikipedia.org/wiki/%C3%89glise_Sainte-Rita_de_Paris
También puede acudir al perfil de Facebook de Miguel Ángel Soto, un antiguo participante de este blog que explica perfectamente la secuencia de hechos y las consecuencias que de ahí se derivan.
Sobre el abbé de Tanouarn y su heterodoxia puede encontrar bastante a través de Google, aunque casi todo en francés.
Todo el escándalo con esta cuestión en las redes sociales viene de unos twiteos de la familia Le Pen. Esta panda nos está usando a los católicos para su sucia propaganda política.
CON ESTE POST LE TOCO EL TURNO AL MARTIRIO IDEOLÓGICO.
PASO A PASO SE DEMUELE EL PARADIGMA DONATISTA.
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