viernes, 19 de agosto de 2016

¿Cuanto peor, mejor?

Con motivo de uno de los comentarios a la entrada sobre el bien común posible parece oportuno decir algo sobre la libertas Ecclesiae. No diremos nada que no pueda encontrarse en autores tradicionales como Alfredo Ottaviani.

Sintetizando mucho, es posible reducir a dos los principios que deben regir las relaciones Iglesia-Estado. El primero, la libertad de la Iglesia de poder ejercitar sin obstáculos su propia misión. Los estados deben abstenerse de interferir en el campo de acción propio de la Iglesia. La libertas Ecclesiae no se restringe a la Jerarquía para que pueda cumplir sin interferencias sus funciones, sino que comprende igualmente la libertad de los católicos de vivir como tales en el ámbito civil.
El segundo principio es el de cooperación, en virtud del cual los estados, sin dejar de ser tales ni perder su legítima autonomía, deben cooperar a que la Iglesia logre su fin. Ambos principios admiten diversos grados de perfección en su historicidad. Cuando la libertad de la Iglesia se reconoce por su fundamento divino-positivo y la cooperación se realiza de modo pleno en razón de ser la Iglesia la única religión verdadera (=subordinación indirecta y teleológica del Estado a la Iglesia), se llega a la confesionalidad en sentido estricto. Tal es el fin, que no siempre puede alcanzarse, razón por la cual se distingue entre tesis e hipótesis. En la actualidad se han generalizado las situaciones de hipótesis con diverso grado de imperfección/perfección.
Los dos principios, aunque distintos, son complementarios. No se trata de un aut-aut, sino de un et-et; no es cuestión de contraponer libertad a cooperación; sino de buscar, en concreto, la mejor realización de los dos, llegando a la confesionalidad donde sea posible. Esta es la doctrina católica tradicional.
Pero durante la primera mitad del siglo XX se aceleró un proceso por el cual el principio de cooperación se oscurecería en la conciencia católica. Se cayó en la trampa del aut-aut: libertad o cooperación. Ciertamente a lo largo de la historia la colaboración estatal tuvo imperfecciones. No pocas veces los estados católicos se creyeron legitimados para recortar la libertad de la Iglesia; y también se dio el fenómeno de la intrusión clerical en asuntos meramente temporales. La reacción de los católicos liberales fue confundir el uso con el abuso. Porque con la buena intención de ver a la Iglesia libre de contaminación política, los liberales proponen que el Estado no coopere con la Iglesia, para que no la ensucie. Lo cual es semejante al donatismo político, aunque cambiando los sujetos: que los católicos no cooperen con la polis para no contaminarse. Las dos posturas, "puristas", tienen en común, además, una concepción deficiente de la acción humana, en virtud de la cual la inmoralidad se da casi por contagio u ósmosis. De este modo, así como la ayuda estatal "ensucia" a la Iglesia, con independencia de la bondad objetiva de las conductas, la cooperación del católico en su comunidad política lo "contamina" moralmente con abstracción de lo que su voluntad tenga por objeto.
A fuerza de radicalizar este "purismo" liberal, durante el Vaticano II se llegó al extremo de decir que la libertad de la Iglesia es el único principio de validez perenne en materia de relaciones Iglesia-Estado. La cooperación subordinada quedó reducida a una circunstancia histórica. Terminado el Concilio, comenzaría un proceso de "eutanasia" para los pocos estados católicos existentes. Todo esto provocó la denuncia profética de Monseñor Lefebvre. Pero el arzobispo no cayó en la trampa de una reacción pendular: renunciar o minusvalorar la libertas Ecclesiae por defender el principio de cooperación.
La neutralidad religiosa del Estado es hoy un dogma político establecido. La cooperación estatal  está difuminada en la teoría y reducida al mínimo o suprimida de hecho (en la Argentina existe un cuestionado sistema de remuneraciones estatales para los obispos, que algunos confunden con la sana confesionalidad). Ante esta lamentable situación, hay quien no logra ver la importancia del principio de libertad en un contexto social no cristiano. En efecto, aunque falte la cooperación (lo cual es un mal social, porque es carencia de un bien debido) la libertad de la Iglesia sigue siendo un importante bien común que se debe preservar y perfeccionar. Y esto lo constituye en causa proporcionada de notable importancia al momento de ponderar acciones de doble efecto en el campo político.
La forzosa dicotomía, el aut-aut, condujo a un eclipse del principio de cooperación. Pero la claridad no podrá restablecerse radicalizando la dicotomía hacia un nihilismo destructivo, en virtud del cual si el Estado no quiere ya colaborar, hay que renunciar también a la libertad o abandonar la lucha por preservarla.
No fue Cristo quien dijo “cuanto peor, mejor”.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

GASTON: La situación de persecución de los dros en países ilsámicos ¿no tiene mucho que ver con este desentenderse de los Estados promovido por la Iglesia después del V II?

Martin Ellingham dijo...

Gastón:
No había pensado en lo que apunta, que abre una perspectiva muy interesante. Pienso que es posible en dos sentidos, al menos. Uno, más inmediato, al desentenderse los estados occidentales de la tutela de la Iglesia, los musulmanes se sienten más impunes. Otro, más providencial, podría ser castigo de Dios –no es gratis silenciar la Realeza Social de Cristo- por vía de permisión del mal.
Saludos.

Pensador dijo...

Es interesante su perspectiva, que abre de lleno una cuestion que la Iglesia ha invertido desde el CVII.
El punto de encuentro de los pueblos es en primer lugar la religión.
En países antes denominados catolicos, se cambio por la accion social, intentando unir distintos credos, en un frente comun ante las desigualdades sociales.
Pasamos de tener las virtudes teologales a tener las cardinales a la cabeza, o una caricatura de las mismas.

Terzio dijo...

Cuando (párrafo 5º) se habla de 'imperfecciones' debería entenderse 'constantes': Constantes desajustes, tensiones, frustraciones, fracasos...desastres. Es constante en la Historia (salvo breves espacios vinculados a determinados momentos y personas) la discrepancia Iglesia-estado. La cita del p. Llorca a la que remite el enlace concluye con la mención de tres muy problemáticos, por inverosímiles, escenarios: 1-El Imperio Romano-cristiano, que sucumbe en pocos años a los bárbaros y se diluye en los oscuros siglos del profundo medievo.
2- El Imperio Occidental de Carlomagno, que fue un breve ensayo perdurable solo en vida del Gran Carlos, con un declive estrepitoso que desemboca en el Siglo de Hierro. 3- Y lo que en el texto se llama 'Imperio clásico medieval', que fue una constante sucesión de conflictos y tensiones que concluye con la agonía de la baja Edad Media, la fragmentación de la Cristiandad y la Reforma.

Igualmente problemática es la secuencia de la Edad Moderna. Que hubiera habido doctrina no significa que los hechos estuvieran a su altura, ni siquiera con una mínima concordancia y/o sintonía.

Nada más patético que la Unam Sanctam de Bonifacio VIII en el escenario replanteado por la política de Filippe le Bel o las bulas de Pio VI en la crisis josefinista o después, aun más, durante los primeros años de la Revolución.



Martin Ellingham dijo...

Trigo y cizaña… Pienso que así como las intrusiones estatales no justifican suprimir la cooperación, tampoco el clericalismo justifica cercenar la libertad.
Saludos.

Anónimo dijo...

No veo contemplada la realidad actual.

Quizás haya que recurrir a la imaginación ante un caso grave que estamos padeciendo.

Lo explico en una pregunta: ¿Qué pasa cuando la Iglesia se transforma en un actor revolucionario y peligrosísimo, como está sucediendo ahora en países católicos de Europa Central y del Este en que desde Roma se impulsa la descristianización?

Algerio Solón

Martin Ellingham dijo...

Cuando la el clero se entromete en cuestiones meramente temporales, el Estado tiene plena autonomía para actuar en defensa del bien común. Así, por ejemplo, si clérigos de la teología de la liberación promueven la revolución armada, el Estado tiene pleno derecho a reprimirlos.
Saludos.

Terzio dijo...

En Europa la Iglesia no es 'agente', sino un elemento social más contaminado por la ideología en boga y sus poderosas circunstancias. Es decir, en vez de ser la voz clamante (aunque sea en el desierto), las iglesias europeas se han hecho del mundo desistiendo de la vocación de convertir al mundo. Por cierto que la conversión implica la penitencia, algo que la Iglesia no predica desde hace más de 50 años. Como ahora mismo, cuando estamos en pleno jubileo de una misericordia ad extra que no se quiere entender como conversión/penitencia ad intra. Ni siquiera se plantea remotamente.