La tesis de
la confesionalidad católica del Estado es un principio de validez permanente,
que no caduca, aunque no sea aplicable en determinadas circunstancias. Decíamos
en una entrada anterior que
es posible reducir a dos los principios que deben regir las relaciones
Iglesia-Estado: la libertad de la
Iglesia de
poder ejercitar su misión; la cooperación, en virtud del cual los estados, sin
dejar de ser tales ni perder su legítima autonomía, deben cooperar a que la
Iglesia logre
su fin. Estos principios admiten diversos grados de perfección en su puesta en
práctica, razón por la cual se distingue entre tesis e hipótesis,
y no deben concebirse como opuestos, radicalizando así una (falsa) dicotomía
que termine en un nihilismo destructivo.
Un amigo de nuestra bitácora nos ha enviado un párrafo de Vázquez
de Mella que nos parece digno de publicarse. Puesto en la necesidad de elegir
entre la pobreza, por falta de cooperación estatal, y la ausencia de libertad
para la
Iglesia , Mella
manifiesta ser más tolerable la primera que la segunda.
«Un día decía Montalembert que estaba él en Irlanda y que en la
cima de una colina había visto una capilla que se parecía mucho a una choza,
que en ella se levantaba un altar, sobre el altar una pobre cruz de madera, y
delante de la cruz de madera un sacerdote venerable [...] y Montalembert decía:
¡Qué Iglesia tan pobre; no tiene más que una choza y una cruz de madera; pero
en medio de su pobreza es libre, y el pueblo rico en la fe! Y cuando más tarde,
en los días de la corrupción de Luis Felipe, penetraba en las magníficas
catedrales de su patria y veía entre el lujo y los esplendores palatinos de una
corte escéptica los uniformes recamados en oro, las magnificencias del culto,
mientras a lo lejos se percibía ya el rumor del torrente revolucionario próximo
a desbordarse decía: ¡Qué Iglesia tan rica y tan esclava, y qué pueblo tan
pobre en la fe! Por eso digo yo: Quiero antes a la
Iglesia pobre
que esclava, porque sé que el Salvador manejó las herramientas del trabajo en
el taller de Nazaret, que fue perseguido, que sufrió sed, que fue flagelado en
la columna, escarnecido en el pretorio, que sufrió el martirio y la afrenta,
pero que no quiso nunca extender la mano para ser postulante del César» (Juan
Vázquez de Mella, La
separación de la Iglesia y del Estado, 13 de noviembre de
1906).
4 comentarios:
Es que Mella fue un malminorista de temer.
La confesionalidad de la Francia de Luis Felipe no fue la causa de la revolución.
Coincido con Vázquez de Mella y con la introducción de Infocaótica. Es una lección de ortodoxia no integrista, sin concesiones al hipotesismo del liberalismo católico ni al fanatismo de ciertos tradicionalistas. Un equilibrio virtuoso muy difícil de encontrar
Xavier De Bouillon
Muy buena entrada.
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