III.
Errores sobre la Providencia.
Dios, que
todo lo creó, con su Providencia lo conserva y gobierna. Las criaturas no
tienen su causa en sí mismas, sino que tienen siempre su causa en Dios, del que
reciben constantemente el ser y el obrar. Sin esta acción conservadora y
providente, las criaturas «volverían en seguida a recaer en la nada» (Catecismo
Romano I, 1, 21). Dios actúa en las obras de sus criaturas. Él es la causa
primera que opera en y por las causas segundas. Ahora mismo, Él concurre a la
acción de quien esto lee.
La
Providencia divina es el gobierno de Dios sobre la creación, es la ejecución en
el tiempo del plan eterno de Dios sobre el mundo. Ningún suceso, grande o
pequeño, bueno o malo, sorprende el conocimiento de Dios o contraría realmente
su voluntad. En este sentido, todo cuanto sucede es providencial. Pensar que la
criatura pueda hacer algo que se le imponga a Dios, aunque éste no lo quiera,
es algo simplemente ridículo. Dios es omnipotente. La creación nunca se le va
de las manos, en ninguna de sus partes.
La
armonía del orden cósmico es la manifestación primera de la Providencia de Dios
(S. Th I, 2, 3). Pero toda la historia humana es providencial, la de los
pueblos y la de cada hombre. «Sabemos que Dios hace concurrir todas las
cosas para el bien de los que le aman» (Rm 8,28). La historia podrá parecer
muchas veces «un cuento absurdo contado por un loco», pero todo tiene un
sentido profundo; nada escapa al gobierno providente de Dios, lleno de
inteligencia y bondad. Esta es sin duda una de las principales revelaciones de
la Sagrada Escritura. La historia de José, vendido por sus hermanos como
esclavo a unos madianitas, y la de Jesús, son ejemplos de la infalible
Providencia divina.
La
Providencia de Dios -que se cumple en José y en Jesús- se cumple infaliblemente
en todos y cada uno de los hombres. La Providencia es infalible precisamente
porque es universal: nada hay en la creación que pueda desconcertar los planes
de Dios. A Cristo Rey le ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra (Mt
28,18) y él tiene sin duda un dominio absoluto sobre todo cuanto sucede en el
mundo, grande o pequeño. No hay para él sucesos fortuitos.
La
presencia del mal en el mundo, no es obstáculo a la Providencia divina. Todo lo
que sucede es voluntad de Dios, positiva o permisiva. También el pecado de los
hombres realiza indirectamente la Providencia de Dios. La muerte de Cristo
-producida por causas segundas contingentes- se produjo «según los designios de
la presciencia de Dios» (Hch 2, 23). Y los judíos, que «no reconocieron a
Jesús, al condenarlo, cumplieron las profecías» (13, 27).
La voluntad
antecedente de Dios que todos seamos santos no siempre se realiza,
pues no es una voluntad absoluta, sino condicionada: Dios quiere la santidad de
cada hombre, si no se opone a ello un bien mayor, por él mismo querido. Pero
la voluntad consecuente de Dios versa, en cambio, sobre lo que
él quiere en concreto, aquí y ahora; y esta voluntad es absolutamente eficaz e
infalible. Esta tradicional distinción teológica, lo mismo que otras
consideraciones especulativas, puede ayudar un poco a explicar el misterio;
pero la Providencia divina siempre será para el hombre un gran misterio.
En todo
caso, la fe nos enseña ciertamente que el Señor gobierna a sus criaturas con
una Providencia infinitamente amorosa y eficaz. Toda nuestra historia personal
o social, salud o enfermedad, victoria o derrota, encuentro o alejamiento, todo
está regido providentemente por un Dios que nos ama, y que todo lo domina como
«Señor del cielo y de la tierra». Ni siquiera el mal, el pecado del hombre,
altera la Providencia divina, desconcertándola. Del mayor mal de la historia
humana, que es la cruz, saca Dios el mayor bien para todos los hombres. Por eso
la rebeldía de los hombres contra el Señor es inútil y ridícula.
El hombre
ignora los designios concretos de la Providencia: son para él un abismo
insondable de sabiduría y amor (Rm 11,33-34). Muchas veces los pensamientos y
caminos de Dios no coinciden con los pensamientos y caminos del hombre (Is
55,6). Por eso en este mundo el creyente camina en fe oscura y esperanza
cierta, confiándose plenamente a la Providencia divina, como supieron hacerlo
nuestros antecesores en la fe (Heb 11).
Sabemos
por la fe que hasta los males aparentemente más absurdos y lamentables no son
sino pruebas providenciales que el Señor dispone para nuestro bien. Así nos
purifica del pecado con penas medicinales; así hace que nuestras virtudes
crezcan.
Pero el
«conspiracionismo» suele malentender o errar acerca de estas verdades de fe.
En primer
lugar, atribuye a la «gran conspiración» una potencia superior a la que es
propia de causas segundas. Así la «gran conspiración» sería una causa segunda
cuasi-divina, que pretende disputarle a Dios la causalidad primera del obrar
creado o interferir en ella.
Otro
error frecuente es concebir un Dios distante de la creación, que no se
entromete en el gobierno del mundo, ni en lo pequeño ni en lo grande, sino que
lo abandona en manos de la «gran conspiración». En este aspecto, las teorías
conspirativas se asemejan al ideario de la Masonería.
Un tercer
error está en cierta incapacidad para comprender el papel del mal en el mundo.
Para la Providencia divina no hay sucesos fortuitos. Enseña Santo Tomás que
Dios permite el mal «para que no sean impedidos mayores bienes o para evitar
males peores» (S. Th. II-II, q. 10,
a . 11) y sabe perfectamente cuál es el bien mayor que
saca o el mal mayor que evita. Pero no ha revelado por qué permite ciertos
males concretos, históricamente determinados. Sin embargo, el
«conspiracionismo» pretende dar una explicación cierta de lo que Dios ha
querido dejar velado en el misterio.
Por
último, mientras el creyente camina con esperanza cierta, confiando plenamente
en Dios providente, el «conspiracionismo» siembra desesperanza, desconfía de la
Providencia en el gobierno del mundo y de la Iglesia. Y en este aspecto implica
un «quietismo» paralizante: si la conspiración es algo tan grande, tan
poderoso; los creyentes deben sufrir pasivamente los males, sin combatirlos por
la oración y el apostolado.
7 comentarios:
Alguien me podría explicar este párrafo? "La voluntad antecedente de Dios que todos seamos santos no siempre se realiza, pues no es una voluntad absoluta, sino condicionada: Dios quiere la santidad de cada hombre, si no se opone a ello un bien mayor, por él mismo querido."
Leyendo parece que hay bienes mayores que la santidad, y por lo tanto Dios quiere que algunos sean condenados, lo que sería calvinismo: Dios quiere que algunos (pocos) sean salvados, y que la mayoría sea condenada.
Tema arduo.
Corto en la Summa:
“Dios quiere con voluntad antecedente salvar a todo hombre; con voluntad consecuente, y por su justicia, quiere castigar a algunos.”
http://hjg.com.ar/sumat/a/c19.html
Más desarrollado en cualquier manual. Imagino que está en “Dios y su obra” de Royo Marín, pero no tengo tiempo de buscarlo ahora.
Y en la Suma de los Jesuitas, se explica así:
203. VOLUNTAD ANTECEDENTE y VOLUNTAD CONSECUENTE. San JUAN CRISOSTOMO y San JUAN DAMASCENO (R 1202, 2358) llaman voluntad antecedente o principal y beneplácito (θελημα προηγομενον, πρωτον, ενδοκια) a la voluntad que Dios tiene de por sí y por su bondad de salvar a todos los hombres. Y llaman voluntad segunda, consiguiente y permisión (δεντερον, επομενον, παραχωρεσις ) a la voluntad que tiene por causa y culpa nuestra de condenar a los que pecan. Según esta exposición, los que se salvan se salvan por la voluntad antecedente de Dios; los que se condenan, se condenan por la voluntad consiguien¬te de Dios.
Tomó de San JUAN DAMASCENO esta división San TOMAS, q.19 a.6; De ver. q.23 a.2, el cual dice que la voluntad antecedente es aquella que se refiere al bien en sí, prescindiendo de ciertas circunstancias; y voluntad consiguiente es la que considera la cosa con todas las circunstancias; así es bueno el que el hombre se salve, y esto lo quiere Dios de forma antecedente; y no es bueno el que el pecador se salve sino que se condene, y esto lo quiere de forma consiguiente. Y es menester tener en cuenta que Sto. Tomás, así como San Juan Damasceno, propone de un modo explícito siempre la voluntad consiguiente acerca del pecador.
De ahí que los escolásticos consideran comúnmente la voluntad antecedente de forma precisiva o sea considerada en abstracto, a saber dicen que esta voluntad es aquella por la que Dios quiere que todos los hombres se salven en general y en cuanto que son hombres; y dicen que la voluntad consiguiente es aquella que tiene absoluta y eficazmente de salvar a los buenos y a los predestinados, y de condenar a los malos y a los réprobos. Cual es el término respecto del cual la voluntad de Dios se llama antecedente o consiguiente, lo cual prácticamente se trata acerca de la voluntad salvífica, se propondrá en su propia tesis. No obstante la voluntad consiguiente siempre supone la libertad de la creatura.
http://www.mercaba.org/TEOLOGIA/STE/TRINIDAD/libro_1_cap_4_art_1-3.htm
Saludos.
Estimado Martín: ¿podría dar una opinión sobre el siguiente fragmento tomado de una discusión sobre predestinación y libre albedrío entre profesores de filosofía evolianos?. No parece quedar bien parada la teología católica.
"El planteo del problema puede verse en el famoso artículo 5 de la cuestión 105 de la Summa Theologica I, donde S. Tomás pregunta utrum deus operetur in omni operante (si Dios obra en todo el que obra) y contesta afirmativamente. En unión con el famoso axioma para la primera vía, “quidquid movetur ab alio movetur”, ( 4 ) se deriva aquí en el dominico medieval Tomás de Aquino una noción rigidísima de predestinación, que nada tiene que ver con las concepciones vulgares del catolicismo (según ellas Dios da la gracia al que la merece). La predestinación y la reprobación tomistas se deben al puro arbitrio de Dios y el hombre no puede ser digno de recibir la gracia (mucho menos ser “colaborador libre”, como escribe un Ghio despreocupado), pues tal dignidad no existiría antes de que el hombre fuera elegido por Dios y obrara en él la gracia: el hombre se comporta como una masa inerte ante una fuerza externa. A la objeción de que serían inicuas una predestinación y reprobación independientes de los méritos humanos, responde el Aquinate textualmente:
Voluit igitur deus in hominibus, quantum ad aliquos, quos praedestinat, suam repraesentare bonitatem per modum misericordiae, parcendo; et quantum ad aliquos, quos reprobat, per modum justitiae, puniendo. Et haec est ratio quaere deus quosdam eligit, et quosdam reprobat <...> Sed quaere hos eligit in gloriam et illos reprobavit, non habet rationem nisi divinam voluntatem <...> Sicut etiam in rebus naturalibus <...>quare haec pars materiae sit sub ista forma, et illa sub alia, dependet ex simplici divina voluntate, sicut ex simplici voluntate artificis dependet, quod ille lapis est in ista parte parietis, et ille in alia” ( 5 )
Tomás de Aquino enseña aquí que Dios predestina a un hombre y reprueba a otro, sólo por manifestar su misericordia en el uno y su justicia en el otro, sin que haya razón alguna para ello más que su puro y simple arbitrio — justo como una “fuerza ajena y superior” al hombre, una fuerza tan reprobada por Ghio en el lugar citado. Bueno, puede resultar incómodo, pero así es la teología católica, al menos de Agustín a Tomás. La metáfora que Tomás elige no puede subrayar más drásticamente la total pasividad del sujeto humano: éste es como uno de los ladrillos, Dios como el albañil, que puede decidir colocarlo en esta o en aquella parte de la pared, según le venga en gana. El hombre es un mero instrumento en manos de Dios. En el planteo del maestro de los dominicos y casi todos los católicos tradicionalistas: ¿dónde queda esa libertad, signo de la divinidad humana, de las que nos estaba hablando Ghio hace un rato?."
Pablo: necesitaría un tiempo que no tengo ahora. Ya de entrada hay una incomprensión o imprecisión grande cuando se dice que Dios da la gracia al que la merece…
Además un blog no da el mejor espacio y formato para tratar un tema como el que se plantea, que supone muchas cuestiones previas y precisiones sobre el sentido de los términos.
Saludos.
P.s.: incluso hay un problema de lenguaje, pues al hablar de la gracia el latín tiene voz media para los verbos.
Seguramente no estoy entendiendo de lo que se habla, pero expongo a continuación lo que pienso de este artículo: Si la Providencia divina permite que una persona actúe el mal el sólo, no se sabe como no ha de permitir que lo haga de forma conjunta con otras personas, conspiradas todas ellas en hacer un determinado mal. ¿Es que los lobbys LGTB, feministas extremas y colectivos abortistas no conspiran para implantar sus depravados fines en la sociedad humana? Negar el conspiracionismo es negar la realidad. Por otra parte, el conocimiento de las corrientes conspiracionistas no nos ha de llevar forzosamente al quietismo. Esos grupos conspiracionistas lo constituyen personas y algunas de ellas, con nuestra actuación de resistencia y testimonio del bien, y también de nuestra oración, puede llevarles a su conversión.
Anónimo persistente: pruebe con benzodiacepinas (con receta y control médico). Comentar en esta bitácora le hace mal. Por su salud psíquica y espiritual no publicamos sus delirios.
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