jueves, 17 de mayo de 2018

¿«Humanismo cristiano»?



En el ambiente intelectual español de la década de 1950 tuvo lugar un debate provocado por Raimundo Paniker, quien desde las páginas de la revista ARBOR publicó un artículo titulado «El cristianismo no es un humanismo». El trabajo de Paniker manifestaba, según uno de sus biógrafos, la complicada personalidad del autor -por aquel entonces sacerdote del Opus Dei- que compensaba las rigideces de su carácter con actitudes provocadoras. Pero el dato no es más que una anécdota biográfica, pues como argumento no pasa de un simple ad hominem.
La justificación teológica de Paniker se apoyaba en el pecado original y sus efectos en las capacidades del ser humano. Algunos críticos replicaron señalando que el autor exageraba los efectos del pecado sobre la naturaleza humana, herida pero no destruida (cfr. Vaticano I); que contenía una petitio principii, consistente en dar como concepto válido del humanismo sólo el concepto del humanismo no cristiano; que confundía la noción histórica con la esencial; entre otros argumentos.
Visto desde hoy, el debate no careció de contradicciones aparentes, de puros términos, por falta de nociones comunes a los participantes. 
Reproducimos un discurso de Pío XII con ocasión del Congreso internacional de los filósofos humanistas (25 de septiembre de 1949, en italiano aquí; la traducción es de Mons. Pascual Galindo) sobre el tema del «humanismo» y su relación con la fe católica. El discurso del papa muestra un sano equilibrio entre lo natural y lo sobrenatural, característico del tomismo auténtico, y distante del «optimismo» pelagiano y del «pesimismo» (herético, en muchas de sus formas). El énfasis de algunos fragmentos es añadido nuestro. En otro documentos posterior, el mismo Pío XII haría explícita referencia al «humanismo cristiano» en estos términos: «Da tristeza el ver, por lo tanto, cómo algunos católicos se niegan hoy a aplicar en las empresas las admirables conquistas del humanismo cristiano, y lo sustituyen con la forma disipada de un humanismo laicista, separado de la fe...» (14-5-1953, aquí). De las palabras del papa que reproducimos hoy, y del posterior uso de la fórmula «humanismo cristiano», no se sigue que el pontífice hiciera propias las ideas de Maritain (más datos, aquí), como más de uno ha sugerido ligeramente.
1. De todo corazón os respondemos, Señores, con un caluroso saludo de bienvenida a vuestro delicado homenaje. En este saludo hay algo más que una simple muestra de benevolencia y de agradecimiento hacia vuestra actitud.
Vuestras reuniones, en efecto, han suscitado en Nuestro espíritu un vivo interés. Si es cierto —como se ha dicho con razón— que las ideas, buenas o malas, conducen el mundo, de ahí se habrá de concluir la importancia de los «encuentros» entre filósofos, para proyectar un rayo de luz sobre tantas cuestiones actuales, de las que muchos, sobre todo los más incompetentes, hablan con seguridad y decisión. De despreciar sería, el ello no tuviera por resultado desorientar los espíritus y sembrar en ellos la confusión, singularmente en esa hermosa juventud intelectual llamada a guiar mañana a la generación que va ascendiendo.
2. «Humanismo y ciencia política» es el tema de vuestros trabajos. El «humanismo» se halla actualmente a la orden del día. Sin duda que es difícil el destacar y reconocer a través de su evolución histórica una idea clara sobre su naturaleza. Sin embargo —aunque el humanismo durante mucho tiempo haya pretendido oponerse formalmente a la Edad Media, que le ha precedido—, no es menos cierto que cuanto supone de verdadero, de bueno, de grande y de eterno pertenece al universo espiritual del mayor genio de la Edad Media, Santo Tomás de Aquino. En sus líneas generales, el concepto del hombre y del mundo, tal como aparece en la perspectiva cristiana y católica, queda en lo esencial idéntico a sí mismo: lo mismo en San Agustín que en Santo Tomás de Aquino o en Dante; igual, aun ahora, en la filosofía cristiana contemporánea. La oscuridad de algunas cuestiones filosóficas y teológicas, que han sido esclarecidas y resueltas gradualmente en el correr de los siglos, nada quita a la realidad de este hecho. 
Sin tener en cuenta las opiniones efímeras que han aparecido en las diversas épocas, la Iglesia afirma el valor de lo que es humano y conforme a la naturaleza: sin dudar, ella ha procurado desarrollarlo y ponerlo en claro. Ella no admite que ante Dios no sea el hombre sino corrupción y pecado. Por lo contrario, según ella, el pecado original no ha afectado íntimamente a sus aptitudes y a sus fuerzas, y hasta ha dejado esencialmente intactas la luz de la Inteligencia y su libertad. El hombre, dotado de esta naturaleza, está sin duda herido y debilitado por la pesada herencia de una naturaleza decaída y privada de sus dones sobrenaturales y preternaturales; necesita hacer un esfuerzo, observar la ley natural —y esto aun con el omnipotente auxilio de la gracia de Cristo—, para vivir como exigen el honor de Dios y su propia dignidad de hombre.
3. ¡La ley natural! Ved el fundamento sobre que descansa la doctrina social de la iglesia. Es precisamente su concepto cristiano del mundo el que ha inspirado y sostenido a la iglesia en el edificar esta doctrina sobre tal fundamento. Si ella combate por conquistar o defender su propia libertad, lo hace aun por la verdadera libertad, por los derechos primordiales del hombre. A sus ojos, estos derechos esenciales son tan inviolables que ninguna razón de Estado, ningún pretexto, debería prevalecer contra ellos. Están protegidos por una barrera infranqueable. Del lado de acá, puede el bien común legislar a su placer. Más allá, no; no puede tocar estos derechos, porque son lo más precioso que hay en el bien común. ¡Cuántas catástrofes trágicas y peligros amenazadores se evitarían, si se respetara este principio! Aun solo él podría renovar la fisonomía social y política del mundo. Mas, ¿quién tendrá este respeto incondicional a los derechos del hombre, sino el que tiene conciencia de obrar bajo la mirada de un Dios personal? 
4. Mucho puede la naturaleza humana sana, si se abre a toda aportación de la fe cristiana. Puede salvar al hombre de la argolla de la «tecnocracia» y del materialismo. Nos hemos pensado, Señores, proponeros estos pensamientos a vuestras reflexiones. Os deseamos que puedan orientar vuestras investigaciones y vuestra enseñanza de filósofos en una dirección análoga. No; el destino del hombre no está en el Geworfensein, en el dilaissement. El hombre es criatura de Dios: vive constantemente bajo la guía y la conducción de su paternal Providencia. Trabajemos, pues, para volver a encender en la nueva generación la confianza en Dios, en si misma, en lo por venir, y así hacer posible la venida de un orden de cosas más tolerable y más feliz. 
Que Dios, principio y fin de todas las cosas, alfa y omega, bendiga vuestros esfuerzos y les de una bienhechora fecundidad.


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