Gente
como Louis Wirth veían a la cultura católica (representada entonces por los
polacos y hoy por los mexicanos) como su enemiga mortal. Estaban dispuestos a
usar cualquier medio, incluyendo la guerra psicológica, la ingeniería social y
la subversión de la moral para evitar que esta cultura pudiese tener algún tipo
de influencia significativa en los Estados Unidos. Por ejemplo, para Samuel
Huntington los mexicanos católicos son una amenaza para la élite
judeo-protestante norteamericana mucho más grande que los polacos católicos de
los años ’30 (ver “The Hispanic Challenger and the logic of Empire”, Culture
Wars, mayo de 2004).
Actualmente,
es al menos ingenuo seguir diciendo que, de alguna manera, estas culturas
lograrán formar una nueva síntesis. Lo cierto es que sería ceguera frente a las
realidades de la historia. Esta tesis tendría los mismos efectos que la
posición de Maritain en los ’30 a ’70. Y resultaría en el desarraigo de los
hispanos étnicos, a menos que se les proponga una vacuna espiritual que evite que
se infecten con este virus revolucionario. Pero, hasta ahora, nadie lo ve venir.
Al
final, ¿qué podemos decir sobre Maritain? Existen tres relaciones que, tal vez,
revelen de la mejor manera su lugar en la historia estadounidense: sus
aspiraciones y tratos con Louis Wirth, con Paul Blanshard y con la Rockefeller
Foundation. En los tres casos, Maritain pensaba que estaba dialogando con
protestantes rectos, un poco inmersos en el pragmatismo, pero capaces de ser
amigos suyos. Sentía que podía influirlos de manera positiva, pero no entendió,
sólo Dios sabe si con o sin culpa, la naturaleza de su odio y su acritud hacia
la Iglesia y hacia todo aquello que la Iglesia católica representaba,
especialmente en relación con la virtud del amor y la caridad. Juzgando por sus
cartas privadas, memorandos y diarios, el objetivo de éstos era minar y
subvertir la Iglesia, especialmente en materia de moral sexual. A ninguno le
interesaba realmente debatir en el terreno intelectual, a menos que esos
debates pudiesen convertirse en oportunidades para atacar al catolicismo. Y, si
lograban que los católicos siguieran la corriente, sentían que los católicos en
cuanto tales podrían ser eliminados.
Sus
ideas eran como las corrientes internas del Lago Michigan. El lago parece
pacífico y las olas son pequeñas comparadas con las del Atlántico, pero es
cuestión de intentar nadar y quedar atrapado en sus corrientes, y el Lago
Michigan es tan mortífero como el Atlántico.
La
libertad, para Wirth, Blanshard, Rockefeller y sus partidarios, se oponía a la
igualdad. La libertad les daba la oportunidad de corromper la moral de los
católicos, del mismo modo que la libertad es hoy la excusa de los neoconservadores
para tener la oportunidad de explotar al trabajador y al pobre. Y así,
Maritain, al dialogar con ellos, en vez de convertirlos, contribuyó a dar a
esos subversivos la respetabilidad en los círculos católicos que ellos
necesitaban para aplicar libremente sus técnicas de guerra psicológica,
ingeniería social y corrupción de la moral católica.
Los
intelectuales católicos de ese tiempo, incluyendo a Maritain, ayudaron a los
revolucionarios a progresar cuando trabajaban con ellos en un internacionalismo
que buscaba superar la identidad cultural y étnica. Wirth pensaba que para
realizar su plan necesitaba eliminar la identidad étnica en Europa, promoviendo
el cosmopolitismo. Lo mismo pensaba hacer dentro de los Estados Unidos,
especialmente con las etnias católicas. Tuvo éxito al reemplazar la categoría
etnia por la categoría raza. Los intelectuales católicos de los ’50 y los ’60 “compraron”
este cambio de categorías y comenzaron a ver a Wallace Filipowicz y sus similares
más como racistas que como defensores de una identidad étnica y espiritual.
Al
comprometer a los católicos norteamericanos en el movimiento de los Derechos
Civiles, con sus aspectos universalistas y con el cosmopolitismo, los
intelectuales católicos fallaron en la que era quizá su tarea más importante:
defender la genuina identidad cultural y espiritual de los distintos grupos
étnicos católicos.
Como
nos recordaba la Congregación para la Doctrina de la Fe en 1986, “no se puede
hacer abstracción de la situación histórica de la nación, ni atentar contra la
identidad cultural del pueblo. En consecuencia, no se puede aceptar
pasivamente, y menos aún apoyar activamente, a grupos que, por la fuerza o la
manipulación de la opinión, se adueñan del aparato del Estado e imponen
abusivamente a la colectividad una ideología importada, opuesta a los
verdaderos valores culturales del pueblo. A este respecto, conviene recordar la grave responsabilidad moral y
política de los intelectuales.” (Instrucción sobre libertad
cristiana y liberación, 75, énfasis nuestro.)
El 20
de octubre de 1967, Monseñor Wallace Filipowicz murió de un ataque cardíaco
masivo. Durante su vida, parece por lo que podemos saber de los pocos detalles
disponibles, eligió evangelizar enfatizando la identidad étnica y religiosa. En
1941 obtuvo un grado de Maestría en Estudios Eslavónicos en la Universidad de
Columbia. Su tesis de maestría era una traducción de la historia de Polonia,
Lituania, Livonia y Rusia escrita por el Papa Pío II. Trabajó durante 30 años
en el seminario polaco de Orchard Lake (Michigan). Dos generaciones de
sacerdotes aprendieron polaco con él, incluyendo el cardenal Maida de Detroit,
según supe en 2002. Cartas que le enviaron en los ’50, y que hoy están en su
archivo, denotan la presunción de una enemistad que se escondía en las sombras,
así como un sentimiento de desprotección total frente a la devastación que
sobrevendría. Fue rector del seminario en los ’60 y supervisó la construcción
de su nueva capilla. Consideraba como su mayor contribución a la capilla la
creación e instalación de una escultura de la Última Cena detrás del altar mayor.
Un
artículo de 1966 aparecido en el Detroit News decía que St.
Mary era un lugar “profundamente enraizado en la historia polaca” con un linaje
de mil años hasta la conversión de Polonia. De acuerdo con su rector en aquel
tiempo, podía ofrecer a “cualquier comunidad que lo pidiese, un lugar dedicado
al milenio polaco o con una conferencia”. Se estaba preparando la visita del
cardenal Stefan Wyszynnski, primado de Polonia, así como de otros obispos y
arzobispos de la Polonia de esa época. Monseñor Valerius Jasinski decía que St.
Mary podía educar a los niños “de modo de que ellos pudiesen generar en sus
almas lo que es mejor para la cultura estadounidense, polaca y católica”. Esto
podía ser así porque los Estados Unidos no eran un crisol, sino una sinfonía étnica.
El famoso crisol “nunca existió, sino armonizando, mezclándonos en una sinfonía
que sólo se puede dar si cada elemento conserva sus propias características y
contribuye particularmente a un todo simétrico”. Cada estudiante debía aprender
polaco, porque iban a servir a comunidades polacas distribuidas en todos los
Estados Unidos y el mundo, tanto los seglares, como los sacerdotes y religiosos.
Aunque
Filipowicz tenía una completa biblioteca de filosofía, St. Mary nunca
desarrolló un programa significativo de filosofía. En los ’90 renunció a toda
educación superior. Actualmente, sólo conserva una escuela secundaria y un
seminario, y aún mantiene un centro para la Misión Polaca. Aunque la mayoría de
los restantes establecimientos católicos de educación superior han capitulado o
asimilado la cultura dominante, St. Mary intentó preservar la pequeña identidad
étnica que le quedaba. Pero, como se ve, no intentó un planteo filosófico o
tomista que hubiese ayudado a preservar y transformar con frutos la identidad étnica.
Monseñor
Filipowicz no llegó a vivir la epidemia revolucionaria que estalló en 1968.
M.N.S. Guillon pensaba que, al comienzo de las revoluciones, Dios saca de
escena a determinadas almas como un acto de misericordia para que no tengan que
sufrir al ver sus peores efectos. Tal vez, éste fue uno de esos casos.
Nos
corresponde a nosotros que quedamos comprender lo que sucedió después e
intentar curar las heridas causadas por la plaga que asaltó la Iglesia en la
segunda mitad del siglo XX. Dicho esto, podemos continuar.
Aunque
no se dice en el libro que comentamos, si volvemos a Notre Dame, en 2005,
Edward Manier, como hizo Louis Wirth en los ’30 en Chicago, se puso al frente
de la tarea de solucionar algo que le causaba gran preocupación. “Existen
cuatro adjuntos tomistas enseñando Introducción a la Filosofía en el
departamento.” El Departamento inició una revisión anual de los planes de
estudio de aquellos tomistas para asegurarse que estuviesen enseñando filosofía
de acuerdo con los estándares del filo-sofismo académico contemporáneo.
Esencialmente, Manier y sus colegas querían que el realismo clásico continuara
en las catacumbas intelectuales también en el siglo XXI.
¿Y qué
podemos hacer? Siguiendo con otra analogía fluvial, ¿qué puede hacer un pez que
nació en el río Detroit en los ’70? El río, de alguna manera, refleja, hasta
cierto punto, el ambiente moral de la ciudad y del campo. Debido a la
contaminación que hay en el río, cada tanto se prende fuego. Un pez que se vea
atrapado en ese río no puede salirse y exponerse al aire, lo que significaría
la muerte segura, pero tampoco puede florecer en ese río. Debe comenzar a
pensar cómo limpiar el río desde adentro.
Como
comentó un observador en Notre Dame, “una cosa es permitir que la pornografía
inunde el campus, lo que es seriamente imprudente. Pero hay otra pregunta que a
nadie se le ocurre, volviendo a la era de Hesburgh, ¿cómo formamos estudiantes
de modo que puedan conservar su fe y vivirla en una ambiente hostil? Esto es lo
que necesitamos pensar. Cómo hacemos para que los estudiantes de nuestro ambiente,
estén preparados no sólo para sobrevivir en él, sino para convertirlo. Si la fe
es algo de lo que nos avergonzamos o que pensamos esconder o condenar para
poder vernos entre gente respetable, ¿cómo podemos emplear la medicina que la
fe ofrece para sanar las heridas causadas por los efectos del pecado?”
Vienen
a la mente dos ejemplos. Maritain y su progenie intelectual, los intelectuales
católicos en general, podrían ser más caritativos con los católicos étnicos que
quedan. En vez de preferir diez paganos a un católico intransigente, deberían
pensar en tratarlos como Cristo trató a Cleofás tras la Resurrección. Deberían
caminar con ellos, en vez de preferir que los Paul Blanshard de este mundo lo
hiciesen por ellos.
Y,
terminando este ensayo en la fiesta de San Esteban, también es bueno recordar el
ejemplo de San Esteban. Todos sabemos que San Esteban rezó por sus asesinos
mientras lo apedreaban. Pero, tal vez, debemos recordar también que San Esteban
fue intransigente cuando expuso la fe por la cual lo condenarían a muerte. Los
miembros de las sinagogas de los libertinos, los cireneos, los alejandrinos y
los cilicios todos disputaban con él. Pero no podían convencerlo debido a su
inteligencia. De hecho, estaban tan frustrados con él que corrompieron a
algunos funcionarios para que levantaran falsos cargos de blasfemia contra él.
Cuando
Esteban era llevado ante el consejo, su cara brillaba como la de un ángel a
medida que ofrecía un largo discurso sobre la historia de Israel. No soy un
escriturista, pero leyendo el texto, supongo que su cara aún mantenía la
apariencia de un ángel cuando terminó su discurso con la siguiente exhortación
ecuménica: “¡Duros de cerviz, incircuncisos de corazón y de oídos! ¡Vosotros
siempre resistís al Espíritu Santo! ¡Como vuestros padres, así vosotros! ¿A qué
profeta no persiguieron vuestros padres? Ellos mataron a los que anunciaban de
antemano la venida del Justo, de aquel a quien vosotros ahora habéis
traicionado y asesinado; vosotros que recibisteis la Ley por mediación de
ángeles y no la habéis guardado.”
De
alguna manera, pienso, tenemos que decir algo como eso a los Blanshard, los Wirth,
los Foucault, los Wilhelm Reich, los miembros del Círculo de Viena, los de la
Rockefeller Foundation, su progenie intelectual, y cualquiera que quiera
defender esos proyectos, que incluyen pero no se agotan con el control de la
natalidad. Necesitamos, entonces, una defensa filosófica no sólo de la
enseñanza de la ley natural, sino también de las comunidades étnicas que fueron
abandonadas por los filósofos desde la década de 1940 hasta hoy. No podemos
defenderlas sobre la base de los “principios americanos”, como sugieren
algunos, esperando que alguna síntesis hegeliana fructuosa ocurra mágicamente.
Los “principios americanos” son parte del problema, no la solución; algo que
queda claro de la lectura del libro de Michel. CW
2 comentarios:
¿Representada por los mexicanos, en EEUU, la cultura católica de hoy? unos días atrás en un lugar de EEUU,creo que Miami, unos mexicanos creyeron ver en un árbol una imagen de la Virgen en un espacio público y ya querían llevarle velas etc . Me recuerda un caso de Argentina en un barrio también creían ver la imagen de la Virgen en donde un can hizo sus necesidades:Q como ovejas sin pastor que los guíe en la fe.
PEDRO HISPANO: Recogiendo la última afirmación de mi predecesor entiendo que el problema de los actuales católicos mejicanos en USA es la carencia de líderes. De líderes católicos sin más, no de fundadores de algún movimiento o cosa parecida. Y eso explicaría su irrelevancia social.
O sea, que la "culpa" no la tienen los católicos mejicanos sino el hecho de que carecen de líderes. El caso es bastante antiguo entre hispanos porque del Cid Campeador también se decía "¡qué buen vasallo si tuviera buen señor!"
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