La traducción de este artículo pertenece a un amigo de la bitácora a quien le agradecemos su trabajo. Las imágenes alusivas son responsabilidad de la Redacción. Cualquier parecido con la realidad del "revelacionismo" es mera coincidencia.
Brumas del “revelacionismo” y luz de la fe.
Por Roger-Thomas CALMEL, O.P.
Llamo “revelacionismo” a una confianza desordenada en revelaciones
privadas; confianza que no está suficientemente aclarada y rectificada por la
razón y por la fe. La experiencia muestra que los cristianos afectados por el
“aparicionismo” o por el “revelacionismo” son gente difícil de curar. Me
gustaría, por lo menos, que su enfermedad no fuese demasiado contagiosa y por
eso escribo esta nota. Ciertamente no censuro a estos hermanos en la fe por
creer en lo maravilloso en el ámbito privado, ni en su papel indispensable en
la Iglesia, pero sí por ponerlo prácticamente
por encima de la Escritura y de la Tradición; además, por equiparar hechos
maravillosos muy diversos; por fin, por dejar que su propia vida interior se
desorbite por lo maravilloso, en lugar de colocarla bajo el imperio de las
virtudes teologales que son el verdadero centro de toda vida en Cristo.
***
Hay, así, ciertos cristianos que atribuyen a revelaciones pueriles y extrañas,
recibidas supuestamente por almas privilegiadas, exactamente el mismo crédito
que a los mensajes de Lourdes, tan límpidos, tan sobrios, tan acordes con el
dogma católico. Y ¿qué decir de estos cristianos que, valiéndose de las
visiones de esas famosas almas privilegiadas, están mejor informados sobre la
Pasión del Señor de lo que lo están los mismos Evangelistas? Un autor nos colmaba
hace poco de tratados de devoción sobre los dolores
secretos de Nuestro Señor.
Esos tratados denotan, en la visionaria, por otra parte imposible de
identificar, una imaginación perturbada, malsana, en una palabra:
desequilibrada. Además, el mismo autor se pone ahora a difundir una copiosa
compilación, que se nos presenta alternativamente como una “enciclopedia del
profetismo cristiano” y como “el libro del siglo”. –“Apresuraos, dice el
anuncio desplegable de seis páginas, apresuraos a adquirirlo en
Saint-Germain-en-Laye, Francia.” Apresuraos, tanto más cuanto que faltan cinco
minutos para el medio día. Faltan cinco
minutos para el medio día, ese es el título de la obra profética y
enciclopédica que nos anuncia que “París enseguida se quemará como Sodoma y
Gomorra, que las calamidades anunciadas culminarán con tres días de tinieblas y
que, después de catástrofes de todo tipo, no quedará sino un cuarto de la
humanidad e incluso, tal vez, menos”. Esos castigos nada tienen de imposible,
pero sería deseable que profetas y profetisas aportasen títulos suficientes
para darles credibilidad. Para dar crédito a su propio mensaje, santas tan
eminentes como Juana o Bernadette no se dispensaron de hacerlo. –Y además, ¿será
realmente conveniente mezclar en un prospecto intereses comerciales y sentido
religioso; hacer una llamada al temor de Dios y, al mismo tiempo, poner en
práctica los ardides de la publicidad? Pues se dice desconsideradamente que
este libro es el “el libro del siglo…
es necesario tenerlo a mano en todo momento… ejerce en el lector una influencia
calmante”. Todo esto no parece muy serio.
***
Pero no me anima ni siquiera un poco combatir a los mercaderes de revelaciones.
Apartar los alimentos estropeados no es suficiente para nutrir las almas.
Busquemos más bien el alimento vivificante de las divinas Escrituras. Y, dado
que los revelacionistas nos hablan tanto de los juicios del Señor sobre la
historia de los hombres, recordemos las enseñanzas de la Revelación tal como
nos las relatan los textos inspirados. Recordemos también, sobre el mismo tema,
la doctrina sólida de los Padres y de los doctores. – Creemos en el regreso del
Señor: “Credo… in unum Dominum Jesum
Christum… et iterum venturus est cum gloria judicare vivos et mortuos, cujus
regni non erit finis.”
Aún así, no nos quedamos petrificados con el día y la hora, pues no es
misión del Señor dárnoslos a conocer (Mt. XXIV, 36). –Sabemos no solamente que
vendrá, al final, un supremo anticristo sino también que, en el curso de la
historia, habrá prefiguraciones del anticristo. –No solamente se dará la última
apostasía general predicha en la segunda epístola a los Tesalonicenses (2Ts,
II, 3-12), sino que, antes de eso, serán conocidas prefiguraciones de la
apostasía. –No solamente en el fin de los fines la fe estará casi extinta y la
caridad no estará viva salvo en un pequeño número, hasta tal punto la frialdad
y el egoísmo habrán diseminado la muerte en el alma de los hombres, no
solamente, por lo tanto, en el fin de la historia, la humanidad estará casi
entera sin fe y sin amor, sino que también habrá en el curso de la historia
prefiguraciones de ese oscurecimiento y de esa especie de extinción de la vida
espiritual. – Sabemos, los cristianos siempre supieron, especialmente el
Apóstol San Juan y desde San Agustín, que vendrá un último anticristo, así como que tuvo precursores desde los tiempos
apostólicos (1Jo. II, 18). – Sabemos que el Apocalipsis no es una cronología
anticipada, sino una teología de la historia bajo la forma de símbolos que se
repiten, se recapitulan, se exigen mutuamente. – Sabemos que el capítulo XXIV
de San Mateo, los capítulos XVII (última parte) y XXI de San Lucas no hablan
solo y exclusivamente a dos generaciones: a la generación contemporánea de la
primera venida del Señor, aquella que vio la ruina del templo, y a la última
generación, aquella que verá el retorno glorioso de Jesucristo; sino que estos
capítulos se dirigen también, en muchísimos aspectos, a las generaciones que se
encuentran entre las dos. El Señor juzgó dignas de Su enseñanza infalible,
acerca de los juicios que acuña sobre el desarrollo de la historia, las
numerosas generaciones intermedias que llegarían a ser, con mucho, las que
contarían con el mayor número de fieles, las que formarían la parte más
considerable de Su Iglesia. –Hay una señal del fin que no tendrá antecedente:
es la conversión del pueblo judío a título de pueblo. Pero incluso esa señal
nadie está en condiciones de medir en qué lugar exactamente hay que situarla
antes del fin del mundo. En cuanto a las otras señales: apostasía, anticristo,
expansión del Evangelio, muerte espiritual, guerras y cataclismos, sabemos que,
si bien se van desarrollando según una
especie de progreso lineal, proceden también por repeticiones como cíclicas. Rumbo a cual de las repeticiones
estamos yendo: sólo Dios lo sabe.
***
Así, a las generaciones intermedias entre la que conoció la ruina de Jerusalén
y la que verá el fin del mundo, el Señor hizo una doble revelación: al mismo
tiempo que anunciaba torrentes de iniquidad y castigos prodigiosos, nos
garantizaba la permanencia de las fuentes del valor y del consuelo.
Cualesquiera que sean, en efecto, los progresos históricos de la iniquidad,
esos días de prueba, por más peligrosos que sean, serán abreviados por causa de
los escogidos (Mt. XXIV, 22); por otro lado, nadie podrá arrebatar las ovejas
de la mano del Buen Pastor (Jo. X, 28-29); en tercer lugar, la Redención no
cesará de estar próxima y será preciso levantar la cabeza, levate capita vestra (Lc. XXI, 34) hacia Aquel cuyo Corazón está
abierto para nosotros (Jo. XIX, 37); en cuarto lugar, el Espíritu Santo no
cesará de dar testimonio de Cristo (Jo. XVI, 1-15), incluso cuando la apostasía
llegue a parecer inundarlo todo. Resumiendo: las puertas del infierno no prevalecerán contra la Iglesia (Mt.
XVI, 18), contra Pedro ni contra la fe; contra la Misa [1] ni contra los
sacramentos, incluso cuando el hombre de
iniquidad se asiente en el lugar santo (2Ts. II, 4 y Mt, XXIV, 15). –Se
trata, pues, de una doble revelación acerca de los juicios y de los castigos
divinos. Los aspectos contrapuestos no deben ser aislados y separados. Cuando hay
revelaciones privadas que hablan sobre intervenciones de la justicia divina,
deben inscribirse fielmente en esta perspectiva de la revelación canónica.
Ahora, no es esto lo que se encuentra en las diversas publicaciones de los
revelacionistas. Esos escritos están hechos a medida para infundir pánico en
las almas y para aterrorizarlas. No solamente pretenden señalar el día y la
hora en que estamos, en cuanto a las preparaciones y prefiguraciones del fin,
lo que no carece ya de atrevimiento; sino que, en su pretensión simplista de
pronosticar el día y la hora, acostumbran a aquellos que les prestan oído a
vivir en lo irracional, a preferir, a las luces del buen sentido y de la
reflexión sabiamente conducida, chismes sin garantía. –Carecen de solicitud
verdadera y realista por precisar los remedios que siempre podemos aplicar, sea
cual fuere el estado de proximidad al final en que nos encontráramos.
Por lo demás, están mucho más preocupados en indagar con curiosidad qué intervalo de
tiempo nos separa del fin que en afirmarse en la fe, la fe en la gracia de la
Redención, que es siempre suficiente sean cuales fuesen el alejamiento o la
proximidad de la Parusía. Faltan cinco minutos para el mediodía, nos cotorrean
los fabricantes de la enciclopedia profética; pero no sabrán decirnos esto: que
sean las doce menos cinco o las diez y media, de todos modos es hora de hacer
aquello que está a nuestro alcance para asistir a la buena Misa con buenas
disposiciones; es hora de meditar y de recitar el rosario; es hora de servir a
nuestro prójimo sin complicidad con sus flaquezas así como sin enervarse con
sus miserias; es hora de hacer sacrificios excepcionales, para preservar a los
hijos de la corrupción y para asegurar la existencia de verdaderas escuelas
cristianas; es hora, en fin, para los clérigos, de vivir aún más conformes con
la dignidad del propio estado y de profundizar en las ciencias eclesiásticas,
en lugar de perder el tiempo descifrando las patrañas con las que nos inunda la
publicidad indiscreta de los aparicionistas de todo jaez.
***
Evidentemente no rechazamos las profecías privadas con el pretexto de que
anuncien castigos divinos: la peste, el fuego, la guerra, el hambre, y
catástrofes de todo tipo. Mucho menos las rechazaremos con tal pretexto, cuando
previsiones tremendas son parte integrante del Evangelio de Jesucristo. Nuestro
misericordioso Salvador se presentó como rey y como juez; juez no solamente al
fin del mundo, sino también juez en el curso de la historia. Ipsius sunt tempora et saecula [2]. Las
previsiones sobre la ruina de Jerusalén, sobre el terrible fin del mundo, sobre
las persecuciones, no pueden ser removidas de los Evangelios y de las
Epístolas. En reiteradas ocasiones Jesús habló como profeta de desgracias. Pero es profeta
de desgracias en un clima de Evangelio y es eso lo que cambia todo, lo que hace
de Su profecía un alimento para vivir de la gracia divina, una fuente de paz
interior y de bienaventuranza. Beati qui lugent
quoniam ipsi consolabuntur [3]
Así que nos cuidaremos de no menospreciar las profecías privadas cuando sean
profecías de desgracias y precisamente por esta razón; pero pedimos dos cosas:
primero, títulos suficientes para admitir que el mensajero o visionaria nos
habla de parte de Dios, en nombre de Dios,
y no de su propia cosecha; lo que supone esta segunda condición: que su
profecía se sitúe en esta línea de paz, de conversión, de equilibrio
sobrenatural, que es la línea del Evangelio. En una palabra, que las profecías
privadas, incluso las conminatorias, se mantengan en este nivel de elevación,
de sobriedad, de pureza que es el del Evangelio.
El Gran Monarca y el gran Papa: es uno de los capítulos de la famosa enciclopedia. Es muy hermoso, pero
de todos modos si el Señor, en su misericordia, quisiese una vez más dar a Francia
un jefe que sea sabio y santo, dócil a la Sede de Pedro y exento de todo papismo,
si el Señor se dignase conceder a nuestra patria esa misericordia totalmente
extraordinaria, ¡en tal caso!, es indispensable una preparación. Ahora, esta
preparación no se hará si demasiados cristianos se dejasen arrastrar por la
epidemia del revelacionismo.
Puede ser bueno recordar en ocasiones “la profecía de San Pío X”: “¿Qué os
diré ahora, a vosotros, hijos de Francia, que gemís bajo el peso de la
persecución? El pueblo que hizo la alianza con Dios en las fuentes bautismales
de Reims se va a arrepentir y volver a su primera vocación… Los pecados no
permanecerán impunes, pero la hija de tantos méritos, de tantos suspiros y de
tantas lágrimas, no perecerá jamás. Un día vendrá, y esperamos que no esté
lejos, en que Francia, como Saulo en el camino de Damasco, será envuelta por
una luz celeste y oirá una Voz que le repetirá: ‘Hija mía, ¿por qué me
persigues?’ Y, a su respuesta: ‘¿Quien sois Vos, Señor?’, la Voz responderá:
‘Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Dura cosa es para ti dar coces contra el
aguijón, pues en tu obstinación te arruinas a ti misma.’ Y ella, temblando
atónita, dirá: ‘Señor, ¿qué queréis que haga?’ Y El: ‘Levántate, lava las manchas
que te hayan desfigurado, despierta en tu seno los sentimiento medio adormecidos
y el pacto de nuestra alianza, y ve, Hija primogénita de la Iglesia, nación
predestinada, vaso de elección, ve, como en el pasado, lleva Mi Nombre ante
todos los pueblos y todos los reyes de la tierra’.” [4]
El recuerdo de tal profecía puede ser útil. Pero habría que hacerlo con
lógica y honestidad, pues es deshonesto, así como ilógico, ponerse a esperar la
misericordia de Dios para el futuro de la patria y no hacer lo poco que está a
nuestro alcance en la hora presente. La hora presente es ésta en que, estando
la celebración de la Misa terriblemente amenazada, es aún más necesario
conservarla, o sea, decirla y asistir a ellas con las disposiciones exigidas. Es la hora en que, siendo difícil
asegurar el verdadero catecismo, hay una razón más para dedicarse a él. Es la
hora en que la legislación familiar (si es que puede ser llamada así) se vuelve
criminosa y monstruosa, y es necesario, por tanto, combatirla con todas
nuestras fuerzas. Es la hora en que las innovaciones de Pablo VI están sujetas
a la sospecha más legítima, como lo prueba la lista aplastante establecida por
el Libellus del Padre de Nantes;
tengamos, pues, el valor de admitir que no estamos vinculados por las novedades
de semejante pontífice. Es la hora en
que los obispos constreñidos y manipulados por la colegialidad intentan hacer
prevalecer un sincretismo religioso simultáneamente masónico, comunista y
cristiano; no tenemos que seguir a semejantes obispos. Es la hora, en fin, en
que debemos testimoniar la fe de siempre con las disposiciones de fortaleza y
de humildad que deben ser renovadas incesantemente, pues nuestro testimonio no
se enfrenta a una persecución violenta, lo que precipitaría y simplificaría
muchas cosas, sino que está frente a una revolución modernista inspirada por
demonios causantes de los peores embrollos. Esta es la hora presente. Ahora,
ese diagnóstico, incluso incompleto, no es lo que encontramos en las habladurías
confusas e irracionales de los revelacionistas; es el diagnóstico que hacemos,
sirviéndonos de la razón que Dios nos dio, esclarecida por las luces de la fe y
de la reflexión teológica. Es, por tanto, en la hora presente, que es así, donde
tenemos que santificarnos y dar testimonio; y mucho más si pedimos a Dios, para
los próximos años, que se realice de algún modo la profecía de San Pío X. El
período presente, tanto y aún más que los períodos anteriores, requiere del
cristiano una actitud espiritual de lucidez, de realismo, de fe, de caridad, de
esperanza. Ahora, no son estas las actitudes teologales reconocibles que
favorecen, en las almas de buena voluntad, los productores y los distribuidores
de los papeluchos revelacionistas.
Los revelacionistas nos saturan los oídos con mensajes nebulosos, calenturientos,
sentimentales, pero no se interesan verdaderamente por los mensajes de santidad
de los místicos más autorizados: el autor de la Imitación, San Juan de la Cruz, Santa Teresita… No parecen conocer
sino un único aspecto de la profecía privada en el seno de la Iglesia: el
anuncio de los castigos divinos. Ahora bien, hay otros aspectos: no opuestos al primero, sin duda, pero muy
superiores: son los carismas de orden doctrinal, como la enseñanza de la
sabiduría, el sermo scientiae que es
concedido a algunos grandes santos para edificación de las almas. –Ese sermo sapientiae no es, hablando
propiamente, un carisma concedido a las mujeres [5]; debe decirse, con todo,
que un mensaje como el del camino de
infancia, de Santa Teresita, deriva de un verdadero carisma. Es restringir
demasiado los favores que el Espíritu de Cristo otorga a la Iglesia no admitir
carismas si no es en los mensajes conminatorios dados en apariciones, ni
siquiera aún siendo el mensaje ortodoxo, y el vidente, digno de crédito.
***
Una de las flaquezas más graves de los revelacionistas es esta: no han
meditado seriamente sobre la vida y la muerte de los santos y santas que han
llegado más lejos en la profecía privada, en las apariciones, en lo maravilloso
y en el milagro: una Juana de Arco, una Margarita María, una Catalina Labouré,
una Bernadette, los niños de Fátima. En la vida y en la muerte de esos
privilegiados auténticos no hay nada que no sea sencillo, sereno, límpido; ni
pánico, ni exaltación. Su mensaje fue lo menos enredado, lo menos complicado
que hay. Por este mensaje, estaban dispuestos a dar la vida y, de hecho, Santa
Juan de Arco fue mártir. Sin embargo, Juana y los demás no habían puesto y
fijado sus almas en algo maravilloso apartado
y como exorbitado; sino que, como todos los cristianos, como todos los
santos, lo habían hecho en la fe, en la esperanza, en la caridad. Sólo se
ocupaban de su mensaje porque formaba parte del deber excepcional que Dios les
ordenaba cumplir –así como ordena a la mayoría un deber ordinario; deber ordinario que es preciso cumplir con
amor perfecto.
La Iglesia no rechaza ni puede rechazar lo maravilloso, las revelaciones y
los milagros; pero la Iglesia pone por encima de esto, y sin comparación, la
vida teologal y la santidad. Fieles a esta doctrina, precaviéndonos debidamente
de hacer desmerecimientos, por principio, de las manifestaciones de lo
maravilloso, pero sin ser alocadamente crédulos o sin dejarse llevar por un
pánico vano, habiendo situado en su debido lugar las revelaciones privadas que
merecen confianza (sobre todo, las revelaciones privadas de alcance universal),
nosotros las utilizaremos lo mejor posible a la luz de la fe, –la fe que es operante por la caridad
(Gál. V,6).
***
Para vivir rectamente en la Iglesia, no basta al cristiano decir para sus
adentros: la enseñanza del magisterio jerárquico basta; si hay otra cosa, no
quiero saberla. Pues ese mismo magisterio está obligado a saber que hay otra
cosa; claro que no se trata de otra enseñanza que no sea aquella de la que la
jerarquía tiene el depósito y la guarda vigilante, pero sí que hay otras voces
milagrosas de mensajeros fieles, que tienen la misión de hablar para atraer la
atención sobre esta misma enseñanza que el magisterio administra. No hay otro
magisterio que no sea el de la jerarquía, algún magisterio inspirado que sea
superior al suyo y al cual el de ella esté obligado a someterse; pero hay otros
mensajes además de los de la jerarquía, mensajeros inspirados, milagrosos, que
los dignatarios jerárquicos deben aceptar oír, si bien sea a la jerarquía a
quien cabe sacar las últimas conclusiones y decidir. La noción católica de
Iglesia ciertamente no excluye los carismas [6], pero los subordina a la
jerarquía. No excluye las revelaciones privadas, requiere solamente que no sean
ilusiones privadas y, a renglón seguido, que esas revelaciones estén de acuerdo
con la Revelación.
En momento alguno de la historia de la Iglesia la voz de la auténtica
jerarquía, no las insinuaciones de la jerarquía modernista, – en momento alguno
la auténtica jerarquía que garantiza de modo ordinario y oficial el carisma de la verdad (San Ireneo)
pretendió sofocar las voces inspiradas y milagrosas, pues esas voces, si vienen
de Dios, lejos de contradecir la Revelación, la repiten, la hacen comprender,
persuadiendo los corazones con una entonación más penetrante y como con un tono
más apropiado a las nuevas situaciones. Es así como las palabras del magisterio
jerárquico sobre el Sagrado Corazón de Jesús no fueron alteradas por las
revelaciones privadas de Santa Margarita María pero, tras esas revelaciones, las mismas palabras fueron
dichas con más vehemencia y se sintieron con mayor entusiasmo. En 1854 había
resonado la gran voz del romano Pontífice en la definición infalible de la
Inmaculada Concepción, pero esa voz no puso en marcha las multitudes ni
movilizó las naciones para la oración y la penitencia sino después de las apariciones
de la Inmaculada a Santa Bernadette. Haremos observaciones semejantes en lo que
se refiere a la devoción del Rosario y en cuanto a la consagración al Corazón
Inmaculado de María: sin la voz inspirada de los videntes de Fátima, la voz del
magisterio ordinario no se habría impuesto tan profundamente a las almas
cristianas. Y ¿qué decir de las revelaciones privadas conminatorias? Las
advertencias del capítulo XXIV de San Mateo siguen siempre presentes, y la
Iglesia siempre las hace oír el último domingo después de Pentecostés; solo una
liturgia de inspiración y fabricación modernistas intenta hacerlas olvidar. Por
tanto, la Iglesia hace resonar siempre en los oídos de los fieles los oráculos
del capítulo XXIV de San Mateo; pero, para que esas advertencias sean tomadas
en serio por tantos cristianos modernos que quedan atrapados en sus pecados,
con un embrutecimiento tan hondo como el de los contemporáneos de Noé en las
vísperas del mismo diluvio, para despertar a los que duermen es necesario que,
según las circunstancias históricas, la enseñanza del magisterio jerárquico
sobre los juicios divinos sea, no modificada, ni torcida en sentido
milenarista, pero sí hecha resonar fielmente por mensajeros detentadores del
encargo de transmitir revelaciones conminatorias.
Sólo se pide a estos mensajeros que se presenten con garantías suficientes,
así como se espera del mensaje que sea congruente con el Evangelio.
Todo esto para decir que las revelaciones privadas y, de manera general,
todos los carismas tienen un lugar en la vida de la Iglesia, un papel no
despreciable, no supererogatorio sino necesario; es preciso, pues, atribuirles
su debido lugar: subordinándolos a la autoridad del magisterio verdadero
(completamente diferente del falso magisterio modernista), situándolos en la
línea de la Revelación divina, permitiendo que nos despierten, nos conmuevan, nos
conviertan, nos edifiquen por el aliento milagroso con que nos repiten las
palabra de vida eterna.
__________________________________
[1]. Sobre este tema preciso (permanencia de la Misa) ver Malvenda, o. p.,
en la Dissertation sur l’Antéchrist [Disertación sobre el
Anticristo], n.º 22, que viene a continuación de la segunda epístola a los
Tesalonicenses en la Biblia de Vence, t. 16, París 1773. Dicha
Biblia de Vence retoma y completa la Biblia de Dom Calmet.
[2]. Bendición del Cirio Pascual en la Vigilia de Pascua.
[3.] Repárese en ad 2 en IIa-IIæ, q. 174, art. 6: “Dios
está más inclinado a apartar los flagelos con los que nos amenaza que a retirar
los beneficios que nos promete.”
[4.] Consistorio de 29 de noviembre
de 1911. Nota de los DSB (Dosieres San Bernardo): el Padre Calmel
escribe “la profecía de San Pío X” entre comillas, y hace bien, pues habría un
cierto abuso en afirmar que San Pío X haya profetizado. San Pío X expresa ahí
un anhelo, un deseo de su corazón paternal, y para eso tomó prestado ese texto
de uno de sus maestros: el cardenal Pie. Pues ese texto “profético” es, en
realidad, una cita de la Oración Fúnebre
del General De Lamoricière pronunciada por Mons. Pie el 5 de diciembre de
1865 (Œuvres, V, 506-507). Siendo aún simple sacerdote, en 1846, ya
había manifestado esa esperanza de conversión (Œuvres sacerdotales II,
332-333). El 28 de setiembre de 1879, en su Discurso del acto de posesión
del título presbiteral de Nuestra Señora de la Victoria, el Cardenal Pie se
expresará en los mismos términos (Œuvres X, 63-64).
[5.] Ver, a este respecto, la IIa IIæ, en el tratado sobre los estados
(como se le llama), la cuestión 177. – El final de la IIa IIæ contiene, en
realidad, tres tratados mayores: el de los estados de perfección, que concluye
todo, viene después del tratado de los carismas (gracias gratis datæ)
y del de las formas de vida (activa o contemplativa).
[6.] Volver a leer Rom. XII; 1Cor. XII; Ef. IV; 1Ts. V, 16-22.
* PARA CITAR ESTA TRADUCCIÓN:
Padre R.-T. CALMEL, O.P., Brumas do
“revelacionismo” e luz da fé, 1974, trad. br. por F. Coelho, São Paulo,
out. 2013, blogueAcies Ordinata, http://wp.me/pw2MJ-252
De: “Brumes du «révélationisme» et lumière de la foi”, rev.Itinéraires,
n.º 181 (marzo de 1974), pp. 177-187.
9 comentarios:
¡Hubiesen avisando antes!
¡ Y con lo que nos gusta el dominico este!
Firma: Cura petardista escapado de la FSSPX.
L.S.:
No pierda su tiempo comentando aquí.
Sobre el artículo he practicado el limpio salo de la vaquita de la foto, es demasiado largo.
Me malicio que algunas de las personas que dan su mágnánimo beneplácito, a las apariciones y revelaciones aprobadas, a tenor de su rechazo displicente y jactancioso de las actuales, si hubieran vivido en el tiempo histórico de las mencionadas apariciones y revelaciones aprobadas, hubieran sido los primeros en perseguir a sus instrumentos.
Filomena de Pasamonte.
Ustedes no hubieran creído en las revelaciones de una santa Catalina de Génova por ejemplo? o en las revelaciones de santa Bernardette??
se la pierden porque es una gran riqueza.
Hay un problema teológico en eso de discernir cuales son las "garantías suficientes" para discernir la credibilidad de alguien. Sobre todo desde que Dios habló por una burra que veía a un ángel. Podría darse el caso de que una burra que nos parece que está siendo tozuda, como es propio de su naturaleza afectada por el pecado del hombre, en realidad fuera una visionaria.
Hablando de otra cosa, el remozamiento queda muy bien. Lo único, que no entiendo lo de post-primaveral. Yo creía que lo de la primavera era ya para siempre.
Muy buena entrada.
la vaquita filomena
Filomena de Saltamonte
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