Esta bitácora no es expresión del «nacionalismo
católico argentino». Razón por la cual no nos preocupa si nuestra «línea
editorial» está dentro o fuera de los cánones de «pureza doctrinal» de dicho
movimiento político-cultural. Opinamos, según nuestro leal saber y entender, desde
una posición «independiente».
Cuando se trata de la «ortodoxia católica» procuramos ser fieles a la Tradición.
Conscientes de nuestra falibilidad tratamos de fundar cuidadosamente
las opiniones que tocan directamente la doctrina católica. Y esa doctrina es
secular, clara y segura. La hemos expresado en entradas precedentes; se la
encuentra en una inagotable bibliografía de referencia; por lo que no vamos a saturar el blog con cientos de páginas que los interesados podrán leer por su cuenta.
En lo que respecta a la moralidad de la
participación política en las presentes circunstancias, seguimos la doctrina católica tradicional y defendemos
la «libertad de las conciencias» (no confundir con «libertad de conciencia») verdaderas de obrar conforme a la recta ratio. Y por ello no
aceptamos como vinculante para las conciencias cristianas ninguna forma de rigorismo moral, por buenas que sean las intenciones
de sus sostenedores. Dejando intactos los principios ya
explicamos que en materia electoral puede haber diversas opciones
prudenciales.
El Dr. Antonio Caponnetto se ha sentido
aludido por algunas entradas de nuestra bitácora y por un comentario de la Redacción. Ha remitido el
escrito que transcribimos a continuación para que pueda ejercitar su derecho a
réplica. Disentimos de su contenido pero no vamos a agregar nada más a lo dicho. Sólo nos resta aclarar que cuando en algún comentario hablamos de autoridad, nos referimos a ella en sentido doctrinal, como autoridad docente, sea para formular principios morales o emitir juicios morales, y de ninguna manera cuestionar la conducta de nadie en particular.
FRENTE AL 22-N
Por Antonio Caponnetto
"No
participamos de la opinión de los que pretenden bastardear el Nacionalismo
poniéndolo en el plano de un simple partido político para entrar en la puja de
menudos intereses electoralistas. No
creemos que sean las de hoy las condiciones propicias para la resolución de los
grandes problemas que afectan al país, por la vía electoral y menos pretender
que esa sea hoy una salida honrosa para el ideal que sustentamos. Mediatizar lo que es de Dios y de la Patria al
juego a la baja de unas elecciones, a la decisión de una mayoría circunstancial que se deja arrastrar
por el canto de sirena de quien demagógicamente más le promete, nos parece una
verdadera aberración. Nos parece una aberración a la que siempre rechazó de
plano el Nacionalismo [...].Sólo hay una cosa que hay que levantar
fundamentalmente en Occidente como verdadera tabla de salvación: la Cruz. A ella nos aferramos" (Jordán
Bruno Genta, Hay un
solo Nacionalismo, en Combate,
Buenos Aires, Año II, 1957).
Un
doliente hartazgo
Algunos
pocos y benévolos amigos me han pedido cierta orientación u opinión ante los
próximos comicios.
Explico
primero el porqué del doloroso hartazgo frente al tema, y luego intentaré
expedirme para que no se me acuse de evasivo.
Nadie
está obligado a leerme, ni he perdido el juicio como para tenerme por consultor
obligado.Pero si no se me lee, nadie tiene tampoco derecho alguno a criticar lo
que pienso. Sencillamente porque no
conocen lo que pienso. O lo conocen del peor modo: fragmentariamente, y de
mentas; cuando no cargados de elementales apriorismos. Hasta ahora, parecía ser
ésta la funesta especialidad de las izquierdas. Pero resulta queel contagio
ha llegado a la propia tropa. A
la muy cercana.
Nadie
está obligado a leerme,reitero. Pero tampoco pesa sobre mí el deber de volver a
escribir los mismos libros cada vez que una circunstancia determinada pone
sobre el tapete el tema central de esos libros ya escritos. Un traumatólogo no
escribe sobre los riesgos de las fracturas expuestas cada vez que alguien se
rompe un codo.
Llevo
publicados dos volúmenes densos y pormenorizantes sobre la perversión
democrática, y está en curso un tercero, del mismo tenor. El número de escritos
referidos al punto –aunque en rigor, a cuestiones colaterales y anejas al
mismo- podría casi multiplicarse, si contara, no sin razones, dos tomos
previos, aparecidos en el año 2000, antologizando textos que publicara en Cabildo durante veinte años.
Por más
modesto que quiera ser al respecto,no encuentro el modo de omitir que he
procurado ser detallista, exhaustivo y meticuloso en mis argumentaciones contra
el horribilísimo e insalvable sistema político que nos domina, así como sobre la nocividad moral en que incurre
quien lo convalida o avala en vez de procurar su destrucción. Ergo, dable
sería esperar la misma actitud analítica en quienes no comparten mi postura.
Lamentablemente
no suele suceder así. Y cualquier opinante anónimo de un blog, verbigracia, se
cree facultado para descalificar mi tesitura. O peor dicho:lo que suponen,
sin leerme de modo íntegro, que es mi tesitura. Las presiones para que me
rinda y siente cabeza de católico que “no dogmatiza lo prudencial”, ni tiene
“conciencia escrupulosa”, ni “vea pecado donde no lo hay”, se multiplican en
vísperas de cada elección, con argumentos cada vez más insólitos. Últimamente,
el de acusarme de donatista, platónico, kantiano, rigorista, fariseo,
provocador o desafectado de los hipotéticos beneficios que les traería a los militares
presos el triunfo de esa porciúncula más del estiércol que responde a la sigla
PRO.
Ninguno
quiere dejar en paz a quien, simplemente, -¡vaya pretensión!- procura dar
testimonio de coherencia en soledad. A quien no quiere ser útil al sistema, ni incurrir
en el activismo partidocrático, ni vivir pendiente de los requerimientos de un
modelo corrupto, ni pagar tributo a la corrección política, ni estar desatento
al regreso de Jesucristo antes que atento a la huida de los kirchner, minusculando a sabiendas
el nauseabundo gentilicio.
Una
voluntad tácita de castigarlo y doblegarlo se pone en marcha ante el disidente.
El rigorismo de los demócratas es cada vez más circundante y opresivo. No
quemar incienso al sufragio universal está penado por la ley y queda el réprobo
sometido a figurar en la lista estatal de infractores, oblando su multa. Sin
embargo, no es éste el maldito rigorismo que dispara siquiera una línea de
condena, sino el nuestro, por no querer sumarnos a la inmoralidad
cuantofrénica.
Los ciudadanos de la democracia están divididos entre los integrados
mansamente al llamamiento electoral, que deben tenerse por puros y limpios; y
los impuros y sucios que, contrario
sensu, desacatan el imperativo de hacer una genuflexión doble ante cada
urna. Sin embargo, insistimos, no es a esta demasía a la que se la compara con
la casuística de purezas e impurezas del judaísmo, sino a nuestra actitud de no
querer contaminarnos éticamente haciendo la fila para rifar a la patria con
cada boleta asquerosa.
En esa
ofensiva contra el disidente,lo subrayamos, cualquier argumento es válido.
Hasta el de compararnos con los circunceliones del siglo IV. Bandidos desaforados y
heréticos, claro; éso seríamos. Como los brigantes franceses, los bandoleros de la Cristiada , los forajidos
resistentes al castrismo, o más criolla la cosa: como el Chacho Peñaloza,
conductor de los últimos “bárbaros”, al que con el mencionado mote de bandido
insultó su verdugo antes de matarlo.
Imposible
no recordar en dos trazos lo que me sucediera en una de las primeras defensas
catedralicias, en Buenos Aires. Tras soportar en desigualdad de condiciones
largas horas de blasfemias, sacrilegios y obscenidades, aproveché un segundo de
silenciamiento de las hordas para vivar a Cristo Rey. Sólo ese grito, lo juro.
Sucedió entonces que un señor de civil, muy atildado y correcto, a quien hasta
entonces no había visto, se me acercó e -identificándose como comisario en
operaciones en el susodicho vejamen- me dijo textualmente: “si usted vuelve a provocarlos, no me deja otra
alternativa más que detenerlo”. El infeliz no había leído a San Agustín ni a
Baronio. Nada sabía de Makide o Faser, los renombrados caudillejos de los
circunceliones. Pero algo había aprendido del mundo y para el mundo: el provocador era yo.Tristísima
cosa que así piense, no ya un ignoto y exculpable esbirro del Estado, sino un
haz de católicos a quienes tengo por buenos[1].
Desahogo
formulado, enunciemos lo esencial.
Brevísimas
consignas
I.-Independientemente
de la inacabable disputatio sobre el mal menor, el domingo 22 de
noviembre no hay ningún mal
menor que elegir.Es uno solo, enorme, abisal
e inmenso el mal; y le daré los nombres que tiene a riesgo de seguir siendo
incomprendido. Ese mal se llama Democracia, Revolución,Modernidad,
Inmanentismo. Con cualquiera de estos apelativos, y mucho más con todos ellos
juntos, puede sentirse denominado el Anticristo.
Macri, Scioli, Zannini o Michetti no son los nombres del mal. Apenas si
apodos circunstanciales, efímeros, intercambiables y con caducidad a mediano
plazo. Si no se entiende la naturaleza y la hondura del mal que enfrentamos,
nos tranquilizaremos creyendo que ejercemos la vindicta sobre los marxistas
porque votamos a los liberales. Para entenderlo,no lean Cabildo, que es nazi. Pero Los endemoniados de Dostoievsky no puede dejar de
leerse. Y allí, no sólo está retratado el carácter preternatural del mal que
tenemos delante, sino el error que cometemos al desconocer la circularidad viciosa
de sus progenitores y de su prole.
Mientras
redactamos estas líneas, Macri ha dado a conocer la nómina de los centenares de
“artistas, científicos e intelectuales” que le darán su voto. Ante la vista del
horrísono listado es imposible mantener en pie la idea de que “aquí y
ahora[Macri] es lo menos pésimo, porque nos libera aunque sea temporalmente del
totalitarismo culturalmente marxista que soportamos”[2]. La contracultura marxista salta de
contento con estos personajes, que conciben la política como un “resolver los
problemas de la gente”; esto es, con ofrecerles bienestar y paraisos
terrenales.¿Hay algo más sutilmente próximo
al materialismo marxista?
Asimismo,
y ante la vista de los antecedentes pasados y de las conductas presentes de
quienes integran la coyunda CAMBIEMOS, es inviable alimentar cualquier
optimismo respecto de una reparación histórica sobre la situación de los
soldados en cautiverio. Esto supuesto que el fin justificara los medios y que
el bien privado esté por encima del bien común. Y que,entonces, para
conseguirle a un amigo militar la prisión domiciliaria habría que darle nuestro
voto a un hideputa anaranjado o amarillo.
II.-Votar
tiene varias acepciones en el lenguaje político, aún en el clásico. Y hay
votaciones que poseen su licitud y hasta su conveniencia. Pero votar bajo las
especies del sufragio universal,la soberanía del pueblo,el monopolio de la
representatividad partidocrática y la tutela del constitucionalismo moderno, es
“la mentira universal”. Sumarse
a esa mentira es conculcar el Octavo Mandamiento.
Como en
el caso de la unión co-generadora entre liberales y marxistas o del mal menor,
lo que acabamos de decir sobre la calificación moral del sufragio universal, no
es una ocurrencia solitaria nuestra (suponiendo que de serlo deberíamos estar
forzosamente equivocados). Hemos documentado con minucia la existencia de una
sólida y larguísima docencia cristiana y aún no cristiana condenatoria de la
inmoralidad numerolátrica. En mis escritos sobre el tema, no he apelado a mi
autoridad para sostener esta premisa,que tanto parece molestar, sino
a la de una frondosísima catalogación de autores, católicos o no, pontífices o
súbditos, contestes en el álgido punto.
Se me objeta llamar pecado al sufragio universal porque “la Iglesiano enseña tal
cosa desde el siglo XIX hasta el presente”[3].
Además de no ser correcta esta aseveración, la perspectiva democrática, como se
ve, la forma mentis cuantitativista, ha invadido aún las propias filas de
bautizados fieles y lúcidos. Y hasta los buenos católicos, para saber qué es
pecado y qué no, deberán acudir ahora al siglómetro. Como ese traje de
baño que pasados dos veranos sin que nos quepa en el cuerpo, nos resignamos a
considerar impropio para nuestras carnes, así también serían ahora los pecados
para la vestimenta del espíritu. Tienen fecha de vencimiento. Pasada una
determinada cantidad de años, si ya no se habla de ellos en la Iglesia , pues sencillamente no existen.
III.-Conocer
y admitir estos principios rectos y procurar darles una aplicabilidad en cada
aquí y ahora, no es un error filosófico (platonismo) ni una herejía religiosa
(donatismo). Es la olvidada y
simplísima virtud de la coherencia. Lo que Jordán Bruno Genta llamaba
teresianamente “preferir la verdad en soledad al error en compañía”. Que pueda
caerse en excesos o en defectos en su práctica, es riesgo propio de toda
virtud. Va de suyo que cada quién hará lo posible por conservar el justo medio
moral.
Nadie
dice que “el orden moral y político, si no es cristiano, está irremediablemente
corrompido”. Gobiernos hubo en tiempos paganos que pueden merecer nuestro
encomio. Y hasta lo mismo podría decirse de ciertos gobiernos paganos en
tiempos cristianos. Pero el
ordenamiento moral y político que tenemos por delante y bajo el cual se nos
propone vivir, es explícitamente anti-cristiano, y aún anti-natural y
anti-humano. De allí que esté irremediable e inherentemente corrompido. Y
de allí que propongamos enfáticamente la niguna cooperación con el mismo y
hasta nuestro módico intento de combatirlo.
Lo que
la política tiene de arte prudencial, y lo que la prudencia tiene de principios
e instancias aplicados a casos y circunstancias concretos, no es algo
desvinculado de la “batalla de ideas”. Sencillamente porque la operación sigue al ser. La
teoría no se confunde con la praxis. Pero ninguna praxis deja de presuponer una
teoría, y hasta el praxeólogo puro –precisamente por eso- es deudor de una
concepción previa que luego ejecuta.
Las
fuentes de la moral con las que medimos la pecaminosidad o culpabilidad del
régimen al que nos quieren obligar a acatar, siguen siendo las mismas que
enseña el Catecismo: objeto,
fin y circunstancias. Y no hay principio del doble efecto o de voluntario
indirecto que pueda servir para mitigar el desbarajuste ético de los
colaboracionistas del sistema. No
es que tengamos por malo aquello que nos repugna. Nos repugna lo que está
objetivamente mal. Es un
error el mero circunstancialismo vitalista de Ortega, pero error es también
negarle valor moral a las circunstancias en las que elegimos libremente actuar;
o desconocer que existe una virtud que rige el obrar en cada circunstancia, que
se llama circunspección y que es parte de la prudencia. Es un
error y un calvario la conciencia escrupulosa. Pero también lo es el laxismo
moral y la pérdida de la conciencia del pecado.
IV-No
somos el partido de los votos anulados,ausentes o en blanco. Nos tiene sin
cuidado ser partícipes de un cambio en los cómputos finales del escrutinio. Ni
siquiera somos el partido de los abstencionistas. Porque creemos que hay un quehacer político del
católico, sobre el cual ya
nos hemos expedido en muchas ocasiones, durante largos años. Un quehacer
posible, perentorio y necesario, que nos convierte en presentistas no enausentistas de la vida política.
La
deslegitimación del sistema no depende del número de electores que acudan a los
comicios. Es más del mismo criterio cuántico. El sistema es intrínsecamente
perverso y por lo tanto incurablemente ilegítimo. Las mentiras de la voluntad
popular y de la soberanía del pueblo, no se contrarrestan con el
abstencionismo, sino con una prédica infatigable de los sofismas en que se
sustentan y con la demostración de que una alternativa práctica nos resulta y
nos resultaría posible, si fuéramos capaces de desentendernos de las categorías
y de los criterios con que la Modernidadconcibe
a la acción política.
Un
amigo carlista y reaccionario y empecinadamente ultramontano, nos regaló
esta cita de Dominique Paladilhe, contenida en su libro: La grande aventure des Croisés.
Se trata de una declaración de Saladino -nada menos- que dice lo siguiente:
“¡Ved a los cristianos,ved cómo vienen en multitud, como se apresuran por el
deseo, cómo se sostienen mutuamente, cómo se cotizan juntos, cómo se resignan a
grandes privaciones”! Lo hacen con la idea de que por ello sirven a su
religión; he aquí porqué consagran a esta guerra su vida y su riqueza. En todo
esto no tienen más causa que la de Aquél que adoran, la gloria de Aquél en el
que tienen fe”.
Buena
reflexión para tiempos electorales que coinciden,además,con una nueva embestida
del Islam, en la que ya no hay Saladinos ni mucho menos un Cid ni un Juan de
Austria. Buena reflexión ante esta nueva y trágica encrucijada de la Iglesia y
de la Patria. Quede dicho:no quisimos ni queremos tener
otra causa que la gloria y la adoración de Aquél. Y en esta causa, se nos van
los años, las privaciones,la vida y la guerra.
Pta:
Por si alguien dispusiera de tiempo y ganas sugiero la lectura del Epílogo de mi libro La perversión democrática, donde
me demoro en el quehacer político del católico, tomando distancias de posturas
abstencionistas y colaboracionistas. Sólo aclaro que el escrito es del año
2010.
[1] Para quienes no estén en el
tema –ni tengan porqué estarlo- aclaro que estoy aludiendo a una seguidilla de
interesantes notas del blog Info
Caótica(“El mal menor no es un pecado menor”, “El donatismo político”,
“Balotaje”, “Algo sobre el
platonismo político”). Aclaro igualmente que, al margen de esta dolorosa
disidencia, en no pocos y sustanciales planteos me siento afín al pensamiento
expresado desde este valioso sitio digital. Y que fue desde el mismo, entre
otros, que se dio a conocer la solidaridad de un puñado de amigos hacia mi
persona, ante el ridículo y canallesco entredicho planteado por Monseñor
Taussig.Por lo que guardo un agradecimiento particular.
[2] Declaración
del Instituto de Filosofía Práctica, La
vindicta como parte potencial de la justicia y las elecciones presidenciales,
Buenos Aires,4-11-2015.
[3] Primer comentario de la Redacción del blog Infocaótica al artículo “Algo sobre el platonismo
político”, 29-9-2015