sábado, 25 de junio de 2016

Lo ignorable

En una entrada anterior hablamos de la conciencia invenciblemente errónea como excusante ante Dios, pero no ante los hombres. Ahora parece importante decir algo sobre las materias respecto de las cuales puede presentarse error o ignorancia invencible en el juicio de conciencia.
La ley natural puede descubrirse racionalmente sin que sea necesaria una revelación positiva de parte de Dios. En principio, todo adulto normalmente desarrollado -en su sentido humano y social- puede conocerla en su totalidad. Negar la capacidad del hombre para conocer racionalmente la ley, equivaldría a negar la Providencia divina o atribuirle una imperfección.
Sin embargo, por efecto del pecado original, la naturaleza humana ha quedado herida, y tal vulneración, entre otras causas, afecta su capacidad cognitiva de la ley natural. Otro factor importante es la mayor o menor evidencia de los diversos contenidos de la ley natural. Hay distintos grados de evidencia objetiva de la ley natural, que es como un haz de luces de diversa intensidad; y cuanto más intensa es una luz, más visible resulta para el hombre.
No todos los elementos de la ley natural tienen la misma evidencia. Santo Tomás distingue tres órdenes:
1º. Los principios primeros y comunes. Poseen la máxima evidencia y son aplicables a los diferentes ámbitos del obrar, ya sea personal o social (hacer el bien y evitar el mal, por ejemplo).
2º. Los preceptos secundarios muy cercanos a los preceptos de primer orden, que se refieren a ámbitos específicos del obrar (relaciones interpersonales, sexualidad, comercio, etc.), y que pueden ser alcanzados a partir de los de primer orden por medio de razonamientos sencillos y por todos. Por ejemplo, el Decálogo.
3º. Los preceptos secundarios más lejanos de los preceptos primeros, y que pueden ser conocidos a partir de los de segundo orden mediante razonamientos difíciles. Santo Tomás dice que la generalidad de las personas llegan a conocer estos preceptos de tercer orden mediante la enseñanza de los sabios. Por ejemplo, la absoluta indisolubilidad del matrimonio.
Es sentencia unánime, y consta por la experiencia, que los primeros principios de la ley moral natural no pueden ser ignorados inculpablemente por ninguna persona adulta que tenga uso de razón.
Respecto de los preceptos secundarios, conclusiones inmediatas -concretamente, los preceptos del Decálogo- la tesis más común es la que afirma que estos preceptos, en circunstancias particulares, pueden ignorarse sin culpa, al menos por un tiempo, pero no durante toda la vida. La experiencia muestra que, con frecuencia, una ignorancia inculpable sobre algún precepto del Decálogo, tarde o temprano desaparece, ya sea como ignorancia, ya sea como inculpable (pasando a ser culpable).
Por último, en cuanto a los preceptos secundarios más lejanos, conclusiones mediatas, más particulares, consecuencias que se derivan de los primeros para la vida concreta, se admite fácilmente que puede darse una ignorancia o error inculpable durante más tiempo, sobre todo cuando inciden un mal hábito, la falta de cultura, las costumbres y el criterio de la sociedad en que se vive.
En toda esta materia hay dos actitudes que conducen al error. Una, el “buenismo” pelagiano, que quiere estirar los límites del inculpabilidad subjetiva para excusarlo todo. Otra, el rigorismo que sostiene que nunca (o casi) hay excusa para el error o ignorancia invencible.
La teología católica ha considerado la posibilidad de la ignorancia invencible en muchas de las cuestiones que en el presente son objeto regulación legal permisiva, como divorcio, aborto, eutanasia, contracepción, etc. Pero mejor que delimitar con excesiva meticulosidad el terreno de lo ignorable sin culpa es pedir “gracias de última hora” y encomendar a todos a la Misericordia de Dios, que es una perfección infinita que supera los límites de nuestra imaginación.

8 comentarios:

Walter E. Kurtz dijo...

Justamente porque no todos, de ordinario, pueden llegar a los principios de la Ley Natural (S.Th.I, q.1, a.1), se justifica y se explica la necesidad del (mal llamado) Estado confesional católico o, mejor, que las leyes y el gobierno reflejen la Ley Natural y Cristiana.

Walter E. Kurtz dijo...

(Me quedó cortado.)

Digo lo anterior, porque en general los católicos liberales (y algunos tradicionalistas "comunitaristas") afirman lo mismo que dice este artículo pero, al mismo tiempo, niegan (por principio los liberales, por hipótesis los comunitaristas) la confesionalidad católica del Estado; siendo entonces que su individualismo en términos teólogico-políticos termina hiriendo la caridad máxima que es el deseo de que todos se salven.

bellavistense dijo...

Muy buena observación la del Coronel.
Pero agregaría tres cosas:

La confesionalidad del estado ya no es posible.

Ante esto, no es lo mismo dejarla para los libros y artículos que se publican en revistas debido a su imposibilidad, que por principios (liberales).

El "comunitarismo", como fenómeno católico no existe, pues no existen barriadas apartadas lo suficiente (como sucede en USA con el cabal comunitarismo de sectas judías o protestantes). A lo sumo, existe un juntarse para optimizar la logística, por la cercanía entre afines, por cuestiones de rito, etc. (sin ese "comunitarismo que no llega a serlo", no hubiésemos con mis hermanos estudiado en el Don Jaime de Bella Vista y hoy nos pareceríamos más a los de la parroquia de al lado... que mama mía...). Algunos lefes lo solucionaron igual (pero lo inventamos nosotros treinta años antes).

Este "comunitarismo que no llega a serlo", nunca es tan idílico como en la literatura (Srta. Prim), ni tan esquemático como en el libro de Senior, pero logra los buenos resultados que busca y eso es suficiente para justificarlo.

En síntesis: como a veces lo mismo es bueno o malo, según sea el modo; esta vez lo que parece ser lo mismo, es diferente, según sea la intención.

Walter E. Kurtz dijo...

Estimado Bellavistense,

Gracias por matizar. Es como Ud. dice.

Dejo fuera al "comunitarismo" que lo es por aplicación del principio de proximidad (y las razones logísticas que Ud. bien señala), siempre y cuando no reniegue de su responsabilidad política (que no necesariamente es la participación en partidos, elecciones, etc., aunque podría --si las circunstancias y la prudencia lo ameritan-- llegar a serlo), puesto que es mandato de la caridad, especialmente hacia "los pequeños" (no sólo los niños y las futuras generaciones que nos "heredarán", sino también hacia todos aquellos que, sin culpa, no llegarán --sumergidos en una sociedad apóstata y neopagana-- a formar una consciencia recta).

bellavistense dijo...

Estimado Coronel,

De la posibilidad de tener una actividad política, en el sentido de participar de partidos, elecciones, etc, efectivamente reniego.

En realidad, es bastante fácil renegar de estas cosas dentro de un "comunitarismo que no llega a serlo", dado a que la politicidad natural del hombre queda bastante intacta: siempre hay motivos para ayudar (económicamente, el "comunitarismo que no llega a serlo" exige de uno mucho más que ser una isla que el domingo va a Misa), en mil temas, de mil modos distintos, con los afines y con los paganos.

En los hechos concretos, asumidos con responsabilidad y caridad, que "nos conozcamos todos" va mucho más allá de saber que a media cuadra nació un niño, de unos padres, que muy probablemente no quiera echar a patadas si algún día pretendiese la mano de mi hija.

Anónimo dijo...

Lo que dice el coronel es un bálsamo para el alma.

Anónimo dijo...

El coronel como casi siempre, tiene razón. El asunto que trata el artículo principal es objeto de un completo aunque breve estudio del Padre Royo Marín llamado "¿Se salvan todos?", publicado por la BAC hará unos veinte años. La confesionalidad de los estados no se trata allí, pero se da por supuesto el deber de evangelizar "oportuna e inoportunamente", lo que importa desde luego la confesionalidad del estado, o mejor dicho, del gobierno.
J.

Redacción dijo...

Anónimo persistente: afloje con las sustancias. Le está haciendo mal.