«La moral realista es, ante todo,
no represora. Es represora, en cambio, la moral exclusivamente social. Eso no
quiere decir que la moral realista tradicional no exija mortificaciones, porque
es necesario podar todo aquello que se desvía, no para que no haya mucha vida
sino para que abunde la vida. La mortificación está al servicio de la
vivificación. Todo esto fuera de la verdad de sí mismo no tiene sentido porque
no puedo desarrollar talentos que no tengo. Saber lo que soy no es cuestión de
días, ni de semanas, sino que es cuestión de toda la vida. Tengo que ubicarme
cada vez mejor y con eso logro mayor seguridad, me instalo cada vez más en mi
interior y puedo crecer desde mi mismo. En esto ayuda mucho el amor auténtico,
porque cuando nos amamos de veras, o nos aman de veras, cada acto de amor nos
coloca en el justo lugar, en nuestro centro, nos ayuda a ser lo que somos. Esto
vale también con respecto a los demás: les ayudamos a ser lo que de veras son.
El amor es expresión de que queremos que sean como son. Adler llegaba a la
conclusión de que el chico mimado tiene los mismos defectos que el chico
abandonado porque en el fondo su ser en tanto tal no es querido. En cambio, al
ocupar nuestro justo lugar nos sentimos cada vez más seguros, podemos crecer.
Por lo tanto perfección también es liberación, realización. La inmadurez es, en
el fondo y a menudo, descolocación. De allí la importancia de la aceptación de
sí mismo y de la seguridad que brota de ella. Cuando no estamos seguros,
estamos inciertos, con mala conciencia y cualquier cosa fuerte de fuera nos
causa perjuicio. Esto también es válido para la vida cultural nacional. La
primera medida contra las injerencias indebidas es vivir la propia vida. Es
inútil luchar contra los abusos, las malas influencias, si uno no vive su vida.
No se puede imitar en lo esencial, uno tiene que vivir su vida.
Cuando estamos instalados en lo
propio podemos medir mejor nuestras reacciones afectivas. Pero si uno está mal
ubicado en lo central, basta muy poco para quedar desequilibrado, para exagerar
reacciones afectivas que tampoco pueden diferirse. Sin embargo se puede quitar
aquella falsa intensidad afectiva, que no es intensidad afectiva debida a la
cosa que nos afecta o a la respuesta con la cual respondemos a aquella cosa,
sino que se debe a una esencial descolocación central. Cuando estamos bien
ubicados, podemos ver lo otro tranquilamente. La comprensión de lo propio y de
lo otro exige una alta movilización de la propia energía, de modo tal que no la
puede hacer nadie que no esté bien colocado en lo suyo.
Sin verdad no podemos vivir porque
sin ella nos movemos sobre terreno falso. En Santo Tomás hay una frase que
dice: “los buenos vuelven con alegría a su propio corazón”. El que no se
enfrenta a sí mismo no puede volver a su propio centro, forzosamente tiene que
estar en la periferia, huyendo de sí mismo. Por otro lado, el que miente sabe
cómo es la verdad y dice lo contrario, entonces, dentro de sí mismo, donde está
su corazón, donde está su conciencia, no puede mentir. Necesita salir afuera
para encontrar gente que aplauda su mentira, que se dejen convencer por ella.
La mentira es necesariamente social, dependiente del qué dirán. La verdad, en
cambio, habita en lo propio. El prototipo bíblico del pecado es la mentira; el
diablo, Satanás, es el padre de la mentira y el primer homicida, dice la
Biblia. El mentiroso tiene que sacar del horizonte aquello que le molesta, es
decir, tiene que ignorar, a sabiendas ciertas cosas. Se trata de lo que Platón
llamó «amathía». Cuando cierta presencia molesta sobremanera se puede llegar a
suprimirla. Así de la mentira se puede llegar al homicidio. Caín mató a Abel
porque su presencia lo molestaba. El hombre que miente es malo y por eso no
puede volver con alegría a su corazón; huye, no está instalado en sí mismo. El
corazón es una palabra metafórica que significa el centro de incitativa de la
personalidad, es el yo o la integridad en la cual la persona está instalada y
en la cual uno se refugia. El que no aguanta verse tal cual es no puede volver
con alegría a su interioridad, no aguanta la soledad y si está solo está con
fuga de ideas, con sueños, viaja y no está presente de veras ni a sí mismo, ni
a los demás. Blaise Pascal dijo: «Acaso todas las desgracias del mundo
provienen de un solo hecho: que el hombre no aguanta en su cuarto». Con otras
palabras, no aguanta su propia verdad. En el fondo uno siempre busca la verdad,
porque solo lo verdadero es vigente y atractivo de manera plena. […]
Cuando alguien ya se instaló, se
aceptó, no necesita aprobación exterior para sentirse bien, en cambio cuando no
está bien ubicado en su interior, necesita el apuntalamiento exterior, que
nunca es suficiente. Esta siempre a merced de lo que dicen afuera, no tiene verdadera
independencia, no puede actuar bien, no puede tomar decisiones porque siempre
va a depender de lo que dicen exteriormente. Y aun conformándose a lo que de
fuera dicen no puede estar satisfecho porque no eligió lo que de veras le
correspondía, no siguió su verdadero interés. No es que haya que independizarse
del medio social sino que un conjunto de vínculos de dependencia enfermizos no
crea sociedad en sentido verdadero. La primera medida de una «política» social
es procurar que haya sanas personalidades».
Fuente:
Komar, E. La verdad como vigencia y dinamismo. Bs. As., Sabiduría Cristiana,
2006, pp.33-36.
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