Monseñor Marcelo
Sánchez Sorondo parece estar furioso con la medida tomada por el presidente Donald
Trump de retirarse del acuerdo de París sobre el cambio climático. Ha declarado
que «La decisión
de Trump de retirarse del acuerdo de París significa un desastre para todo el
globo porque Estados Unidos naturalmente tiene mucha importancia y es un país
que muchos siguen. Es un desastre en sí mismo y es una cosa que va contra la
encíclica “Laudato Si’”, que el Papa le mostró al presidente cuando estuvo aquí
la semana pasada». No contento con
anatematizar al nuevo «heresiarca antiecologista», ha dado un paso más: «Pero han prevalecido seguramente los que le
han dado dinero, que son algunas compañías de petróleo».
Sorprende que Sánchez Sorondo,
alguien que debiera estar muy empapado del valor epistémico de la climatología,
no acepte la posibilidad de que el «calentamiento global» no sea debido a la acción
humana, sino que se origine en otros factores.
Nuestra humilde sugerencia para Monseñor:
dejate enfriar.
Una segunda opinión
Por Enrique García-Máiquez
El planeta se ha rasgado las vestiduras a la de una cuando Trump
ha decidido salirse del Acuerdo de París sobre el cambio climático. Leo los
titulares de la prensa más internacional y me entra la risa más floja. The Guardian afirma que con esto Donald Trump ha
cimentado su puesto de peor presidente de la historia de Estados Unidos.
Teniendo en cuenta que acaba de empezar, quizá haya que imputar tal cimentación
a los sólidos prejuicios previos del periódico. El País no ha quedado atrás: "La era
Trump, oscura y vertiginosa, se acelera". Y para que no nos quepan dudas
del tono La guerra de las
galaxias: "Estados Unidos ha dejado de ser un aliado del
planeta".
Mi risa floja viene
avalada por Lévinas, que glosaba un precepto bien sabio del Talmud: "Si todos están de
acuerdo en señalar a un hombre como culpable, soltadlo: es inocente". La
unanimidad suele terminar linchando al discrepante y empieza bloqueando
cualquier asomo de crítica o escepticismo. Pero el que se opone, definía
Ambrose Bierce, nos ayuda con sus obstrucciones y objeciones. Siempre hay que
pedir una segunda opinión.
Trump viene a
darla, rompiendo una unanimidad que acalla y coacciona a los científicos que,
con argumentos nada desdeñables, dudan de que el calentamiento sea
antropogenético. Lo hace renunciando a un acuerdo inconcreto y procrastinador
que no gustaba a los ecologistas y que había firmado por Obama con dudoso rigor
jurídico interno.
Por otra parte, no
ha engañado a nadie más que a quienes piensan que programas y promesas
electorales son papel mojado. Que, visto el nivel de escándalo planetario, son
prácticamente todos, incluyendo a los más demócratas. Esto habría que
estudiarlo: qué poca fe en el contrato electoral. Trump, en cambio, ha
reconocido: "Fui elegido para representar a los ciudadanos de Pittsburgh,
no de París".
Por supuesto, la
reducción de emisiones de CO2, afecten o no al cambio climático, es muy
deseable y las formas de Trump no son las más delicadas. Pero no se puede
romper ninguna unanimidad global (y Trump lleva varias) con maneras exquisitas.
Romper es romper. A veces, son nuestros defectos los que cimientan nuestras
virtudes. Trump, al precio pequeño de salirse de un acuerdo no vinculante y más
simbólico que real, ha abierto el campo a la discusión científica y política, nos
ha ganado la libertad que reina en las controversias y ha cumplido, de paso,
con sus votantes.
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