Cataluña
es más grande
Por Francisco José Soler Gil
Habían hecho muchos cálculos los
ingenieros del «procès». Contaban con factores evidentes, como la apatía
política del español medio, la acreditada imposibilidad de los partidos
nacionales para actuar en equipo, la consiguiente debilidad crónica del gobierno
central, los mil complejos de inferioridad, de culpa, y de deuda impagable que
determinan la acción (o más bien la inacción) de las instituciones del Estado
frente a las autonomías, etc., etc.
Nadie intervendría. Nadie haría
nada en serio por frenar la secesión. A nadie le iría nada en el tema, ni nadie
estaría dispuesto a una resistencia, que parecería ridícula en un contexto así.
Al final, no quedaría sino rendirse ante los hechos consumados: el referéndum,
las leyes de desconexión, la proclamación de la República Catalana... Todo paso
a paso, muy bien medido, y refrendado por la mayoría actual en la generalitat.
Imparable.
El proceso estaba calculado en
detalle, con seriedad y solvencia. Y sin embargo...
Y sin embargo el escenario más
probable, en estos momentos, es que el «procès» desemboque en una suspensión
temporal de la autonomía catalana, y en un proceso de otro tipo ―penal, por un
delito de rebelión― contra los principales líderes implicados en los
acontencimientos catalanes de los últimos meses.
¿Qué ha fallado, pues, en los
cálculos de los ingenieros de la independencia? Varias cuentas. Pero me
gustaría llamar aquí la atención especialmente sobre una de ellas: Cataluña es
incomparablemente más grande de lo que los independentistas creen.
Y es que, en un alarde pasmoso de
estrechez de miras, los ideólogos del independentismo consideran que una fuerza
política de dos millones de votos expresa la voluntad general de Cataluña. ¡Dos
millones!
Pero no. Cataluña es
incomparablemente más grande que eso. Cataluña abarca también, para empezar, a
los bastantes más de dos millones de votantes que no han querido participar en
la farsa del referendum del 1-O. Pero no sólo a ellos. Cataluña es también la
tierra de los muchos catalanes que se han marchado de allí. No pocos de ellos
hartos de la atmósfera asfixiante que el nacionalismo ha creado desde hace
décadas en esta región ―tantas veces con la aquiescencia, doloroso es decirlo,
de las instituciones estatales que hubieran debido impedirlo hace mucho tiempo―.
Otros simplemente por negocios, o por trabajo, o por motivos familiares. No
viven ahora en Cataluña, pero es tan suya como pueda serlo de Puigdemont, o de
Junqueras.
Más aún, Cataluña es la tierra
madre de todos los que llevamos con orgullo un apellido catalán. Aunque
nuestras familias dejaran ese suelo hace ya varias generaciones. Y lo que los
nacionalistas pretenden, en el fondo, es declararnos extranjeros en el país de
nuestros antepasados.
Más aún, tienen título sobre esta
tierra cuantos vinieron a trabajar a ella, siquiera temporalmente, desde las
demás regiones de España, y contribuyeron con su esfuerzo a hacerla grande. Y
todos los habitantes de las regiones que fomentaron su prosperidad, mediante la
aplicación de múltiples legislaciones del Estado español, ventajosas hacia las
industrias catalanas ―legislaciones que a veces perjudicaban a las empresas de
otras partes del país―.
Pero es que, además, existe una
Cataluña espiritual, que abarca, por ejemplo, a los lectores y admiradores de
gigantes como Josep Pla, que han aprendido, de su mano, a amar y hacer suya la
dulce tierra ampurdanesa. Que abarca a los oyentes de Albéniz, de Granados, de
Pedrell ―¡qué enorme porción de la música más española ha sido compuesta por
catalanes!―. A los admiradores de Dalí. A los numerosísimos donantes españoles
que están contribuyendo, orgullosos y fascinados, a la edificación de la
Sagrada Familia... ¡Qué grande es Cataluña, realmente!
¿Y qué esperaban entonces los
independentistas? ¿Qué todos nosotros, ligados por múltiples vínculos de
sangre, de descendencia, de trabajo, y de espíritu con la tierra catalana,
asistiéramos con indiferencia al proceso de despojarnos de ella? ¿De
declararnos extranjeros en ella, por la voluntad de unos pocos, que han
decidido que ellos, y sólo ellos, son Cataluña?
Algunos se sorprenden aún de las
múltiples banderas de España que están floreciendo estos días en los balcones
de todo el país. Y se sorprenden de que los partidos nacionales, a pesar de los
negros odios que los separan, se estén poniendo de acuerdo para hacer frente
juntos al desafío secesionista. Y de que un pueblo que parecía dormido, e
incapaz de luchar por nada, se esté despertando con la energía y la decisión
con que lo está haciendo ahora.
No se sorprenderían tanto si
supieran cuánto nos importa Cataluña a millones de españoles. Y qué
sentimientos provoca el injusto despojo que se está intentando perpetrar.
Catalanes somos todos los que nos sentimos familiar, ancestral, laboral y
espiritualmente vinculados con Cataluña. A nosotros no nos han incluido los
separatistas en su censo de votantes. Pero ese es su problema. Y en cualquier
caso no deberían extrañarse de que, llegadas las circunstancias, estemos
dispuestos a defender nuestro patrimonio.
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2 comentarios:
Es un problema de odio, se ha creado un odio al "judío" que es básicamente todo no independentista. Y la gestión de los políticos del gobierno central está siendo pésima, permitiendo que este odio siga alimentándose.
El otro día, en una comida familiar, una prima dijo a un hermano mío: "Estoy viendo que te tengo mucho cariño..." Por que si no, le habría gritado fascista y quien sabe cuantas otras cosas, por el sólo hecho de, siendo catalán, no renegar de su españolidad.
El problema del independentismo es que no es catalán, es liberal, en la lògica de autodeterminación moderna, la misma de la ideología de género, fruto de todo el proceso moderno, culminado en Hegel. Y el pueblo catalán se ha caracterizado siempre por luchar contra el liberalismo.
Ahí tenemos a los carlistas, con grandísima fuerza en Catalunya (evidenciado en los requetés del siglo pasado), luchando por el tradicionalismo, los fueros, la monarquía católica, etc. O la anterior revuelta de los "Malcontents", pidiendo al rey que provocaría las guerras carlistas que volviese la Inquisición, etc.
El liberalismo entró por políticos afrancesados, habiendo también los catalanes luchado contra los franceses en la Guerra de Independencia Española. De arriba a abajo se ha impuesto el odio a España, la falacia de múltiples agravios, la falsa dicotomía entre español y catalán.
Así, muchos catalanes, verdaderos catalanes, fueron corrompidos, quienes habían luchado contra los franceses, por la fe católica, contra el liberalismo... fueron afrancesados, pervirtiendo su catalanidad.
El problema de todo esto, es que no parece que nadie vaya a hacer nada por curar el catalanismo. Nadie va a proponer una catalanidad hispana (única catalanidad real), y se va a seguir manipulando la educación, la historia y exacerbando sentimientos de odio.
Por si no ha quedado claro, soy catalán.
Bien por los conceptos del "seminarista catalán" No hay otra manera de entender la catalanidad sino dentro del espíritu y la unidad de destino de la gloriosa Nación española. Esto es asumir una identidad minúscula alimentada por el odio, sobre todo el odio a lo católico que siempre ha sido la bandera arquetípica y vertebradora de España. El odio, la ideología-liberal y marxista-ha provocado este desmadre que pide a gritos querer ser huérfanos de tanta grandeza.
No hay otro modo de ser americano sino aquél que nos hace estar imbricados a España a través de la hispanidad, aquél haz de pueblos "que hablan una misma lengua y en ella le rezan al mismo Dios.¿De qué otra manera podría ser yo- de origen italiano-parte del esplendor español, generoso por católico y por estirpe de crisol con vocación universal?
Saludos con admiración y respeto.
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