Contexto.— Del contexto que precede
inmediatamente al texto que estudiamos, podríamos recoger varias expresiones que
confirmasen el sentido que le damos. Para no alargarnos, bastará para nuestro
objeto recordar este significativo entimema, formulado por el Apóstol : Unus pro ómnibus mortuus est: ergo omnes
mortui sunt (2 Cor. 5, 14). La muerte de Cristo fué la muerte de todos.
¿Por qué? Porque Cristo murió por todos. […]
III.
La tradición cristiana.
La
tradición exegética del texto que estudiamos, aunque decididamente favorable a
la interpretación que le hemos dado, no es del todo uniforme, a lo menos en
apariencia. En consecuencia, consideraremos el problema desde otro punto de
vista.
No
hay duda que el considerar a Cristo, divina inocencia, como cargado con la
responsabilidad de nuestros pecados, como solidario de nuestras
prevaricaciones, como una masa de pecado, es algo que encoge y horroriza el
corazón cristiano. Y este horror es precisamente la causa que explica las
vacilaciones de la tradición exegética acerca de nuestro texto. Y podría ser
una dificultad que neutralizase u oscureciese las razones que imponen el
sentido de solidaridad. Para desvanecer, pues, o prevenir semejante dificultad,
será conveniente presentar el sentir de los más autorizados representantes de
la tradición cristiana sobre este punto. Y si ellos coinciden en concebir la
redención humana a base de la solidaridad de pecado entre el Redentor y los
redimidos, no será ya posible dudar que, al explicar en este sentido las
palabras del Apóstol, habremos acertado en su genuino pensamiento.
[…]
IV.
Síntesis doctrinal.
Resultado de todos estos análisis laboriosos y cotejos
minuciosos de textos paralelos o afines será la síntesis doctrinal de
la Soteriología
de San Pablo en ellos encerrada. Esta doctrina soteriológica puede reducirse
a tres puntos, todos ellos relativos al principio de solidaridad.
1. ° Principio y fundamento de todo es el hecho mismo
de la solidaridad y su doble sentido: solidaridad de naturaleza y
solidaridad de pecado. La de naturaleza la expresa San Pablo al indicar que
el Hijo de Dios fué enviado en carne esencialmente idéntica a nuestra carne,
y, más claramente, al afirmar que fué hecho de mujer. […] Con estas y semejantes
expresiones quiere decir que el Hijo de Dios se hizo tan uno con nosotros,
nos incorporó consigo tan estrechamente, que El y nosotros formamos una sola
persona moral, que El es nosotros, y nosotros El; y que, en virtud de esta
compenetración e identificación moral y jurídica, se apropió e hizo como si fuesen
suyos nuestros pecados, llegando con inefable dignación a contraer el reato
de culpa y el consiguiente reato de pena que sobre nosotros pesaba.
2.° Esta doble solidaridad disponía y como habilitaba
al Hijo de Dios hecho hombre para poder ser nuestro Redentor por vía de
justicia, dado que sin ella no podía justamente recaer sobre El da pena
que nosotros teníamos merecida. Gracias a esta solidaridad pudo verificarse
lo que sin ella sería un contrasentido: que el pecado, al ser condenado en
la carne de Cristo, quedaba, por el mismo caso, condenado y exterminado radicalmente
de toda carne, es decir, de lodo el Linaje humano. […]
3.° Por fin, esta solidaridad la contrajo el Redentor
con la Humanidad
en la encarnación y con la encarnación. Mientras los dos puntos anteriores
acaso ofrecerán para algunos escasa novedad, este tercero, en cambio,
quizás les parezca demasiado nuevo, Y, sin embargo, pertenece, a nuestro juicio, a
la sustancia misma de la Soteriología
paulina. Y creemos haberle demostrado. Y lo que acabamos de decir acerca del segundo
punto es una demostración convincente. Si la solidaridad, así la del pecado
como la de la naturaleza, es una disposición o habilitación del Hijo de Dios
hecho hombre para poder ser Redentor, es evidente que ha de ser previa a la misma
redención y que no puede ser efecto suyo. Desearíamos se notase bien la diferencia
esencial entre el estadio terminal o de pleno desenvolvimiento vital del Cuerpo
Místico de Cristo y su estadio inicial, que es como su fundamento o base. Que si
la plena organización y la vida espiritual del Cuerpo Místico de Cristo es
efecto de la redención, y consiguientemente, posterior a ella, no cabe decir
lo mismo de la solidaridad de naturaleza y de pecado, que es su condición previa.
Al afirmar tan categóricamente San Pablo que si uno murió por todos, luego todos murieron, evidentemente no
quiso decir que estábamos en El porque morimos en El, sino, inversamente, que morimos
en El porque ya previamente estábamos en El. Esto es lo obvio, natural y lógico.
Y si ya antes de la redención estábamos en Cristo, ya nadie negará que nuestra
incorporación en Cristo radica en la misma encarnación y se inicia con ella.
Sobre todo que así lo afirma San Pablo, como hemos notado, al decir que el
Hijo de Dios fué enviado en semejanza de
carne de pecado, y más claramente aún cuando dice que Dios le envió hecho
de mujer, y con una evidencia que no deja lugar a la menor duda, cuando nos
presenta al Redentor al entrar en el mundo con la encarnación ofreciéndose
ya a la muerte en cruz por la redención del mundo; oblación que presupone al
Hijo de Dios dispuesto y habilitado con la solidaridad de naturaleza y de pecado
para poder ser sacrificado en sustitución de los sacrificios de la Antigua Alianza. Sólo
en virtud de la solidaridad pudo la encarnación ser, como lo fue. el acto
inicial y como el preludio de la redención humana.
Fuente:
Bover,
J. Teología de San Pablo. BAC, Madrid
(1946), pp. 386 y ss.
2 comentarios:
Desde este "hacerse pecado", se entiende el "Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado". Obviamente el Padre no renegó del Hijo ni el Hijo dudó ni tonterías similares. Pero sí que el el Padre abomina el pecado (que no al pecador)..
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