José Ferrari ha tenido la
amabilidad de enviarnos unas páginas de un libro de su autoría (más información
sobre el libro, aquí;
una pequeña entrevista al autor, aquí). Las reproducimos a continuación:
“El
héroe y el santo no son hacedores de destinos, son fieles a su vocación. Ellos
no se hacen arquetipos, más bien renuncian a sus proyectos egoístas para
disponerse a la obra de Dios. Es un blandir de alas para echarse al Viento del
Espíritu que los llevará hasta donde no quieren... ¿No son los niños, por
ventura, quienes danzan en ese pneuma
incontenible sin el peso de torcidos deseos? ¿No son ellos,
en su lúdica entrega, quiénes anticipan el jugarse entero y el vivir de cielo?
El hombre del siglo, sopesando su futuro, se amarra cuidadosamente a la tierra
para hacer previsibles sus pasos. Siempre previsibles y desgraciados, sin penas
ni glorias.
Esta abertura al abismo del
viento, este querer flotar sin rumbo buscando ser sorprendidos por desconocidas
alturas es haber regresado a la niñez, donde el sueño se amalgama con el vivir
intenso y fresco. Por eso la disponibilidad y entrega decididas, porque en
ellas germina una candidez de semilla: la confianza. Que no es la seguridad del
que cree tener control y dominio (aunque de fondo se oiga un grito de
desesperación), sino de quien espera la redención porque se sabe pequeño y, más
aún, se sabe amado. La adultez nos hizo arrogantes, o sea, nos arrogó honores y
derechos que no tenemos. Caímos en la
trampa de creernos importantes por lo que somos cuando únicamente somos
importantes por ser criaturas de Dios. Ni que hablar cuando hijos, ya purificados por el bautismo
del agua y del espíritu en ese segundo nacimiento para la vida sobrenatural.
Comprender y abrazar nuestra
pequeñez nos colma de confianza en los divinos designios del Padre. Sólo el que
se vuelve a Dios buscando su corazón de infancia, puede dirigirse a Él
llamándolo: Abba (“papá”,
“padrecito”). Porque el lenguaje de un niño nace naturalmente de un corazón
niño; y mirar tiernamente a Dios para decirle Abba es haber sostenido la tensión exacta y milagrosa mixtura de
confianza, amor y respeto.
Alguno podría confundir ternura de
lenguaje filial con blandura de ánimo. Eso sería una blasfemia contra el Hijo.
Las almas toscas, tan reticentes a la sutileza, suelen ser artífices o víctimas
de tal desorden. Son ellos quienes dan a los pequeños un trato irreverente como
si fueran algo de poca monta, y contra toda enseñanza paulina acaban por exasperarlos
abusando de su poder y estatura. Nada más lejos de la verdadera hombría del que
sabe detenerse ante la debilidad, rendirse ante una doncella, llorar una
traición o abrir puños callosos para sostener las arruinadas mejillas de un
mendigo. El hombre cabal no necesita impostar su entereza; no anda disimulando
al niño que lleva dentro por temor y respeto humanos. Su grandeza le viene de
Dios lo mismo que a la niñez inmaculada.
El cántico de David, rey guerrero,
es retrato magnífico de esa infancia espiritual que debe añorar todo hombre de
bien: “No ando tras de grandezas ni en
planes muy difíciles para mí; lejos de eso, he hecho a mi alma quieta y
apaciguada como un niño que se recuesta sobre el pecho de su madre; como ese
niño, está mi alma en mí” (Sal. CXXX, 1-2). Plegaria llena de coraje, que
nos impele a quitar delirios y habilitar el alma a esa entrega dichosa del niño
apaciguado en pechos maternos. Pero la virilidad también posee sus caricaturas;
ellas son gigantes de fango que se desploman cuando el Dios de los secretos
dictamina la recompensa de los humildes. La seguridad en sí mismo es un gigante
de fango y está en las antípodas de esa infancia vulnerable que recobra sus
fuerzas en la quietud, recostada en el Otro…”
Tomado de:
FERRARI JOSÉ, Elogio
de la niñez, Bs. As., Ed. Pórtico, 2017, págs. 23-25.
3 comentarios:
Exelente! Muy interesante!
Claro que sí! Muchas gracias!!
Los fariseos serían justamente lo contrario de esta niñez evangélica que se retrata aquí, no? Vale la pena reflexionar sobre su comparación me parece...
Javier M.
A los responsables del blog: muchas gracias por la entrada.
Efectivamente, les compartí estas líneas del libro a propósito de los dos post sobre el fariseísmo, que me parecieron edificantes.
Mi saludo cordial,
J.F.
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