Otro
tanto valdría de los escribas. Fariseo significa dividido, segregado;
algo como el egregio latino, «aislado del rebaño». Título, con
frecuencia, noble. San Pablo se llama alguna vez en términos parecidos:
«Pablo, esclavo de Jesucristo, llamado (a ser) apóstol, escogido (en latín
segregatus) para el Evangelio de Dios» (Rom. 1,1).
Los
apóstoles, los simples sacerdotes, han sido sacados y escogidos de
la grey para el ministerio del culto y de la palabra. Mas los fariseos, en
los días de Jesús, se distinguieron de la masa en muy otras
cosas.
Amigos
de exterioridades, descuidaban lo interior. «Vosotros los fariseos
limpiáis la copa y el plato por defuera, pero vuestro interior está lleno
de maldad y rapiña. ¡Ay
de vosotros, fariseos, que pagáis el diezmo de la menta y de la ruda
y de todas las legumbres, y descuidáis la justicia y el amor de Dios! ¡Ay
de vosotros, fariseos, que amáis los primeros asientos en las sinagogas y
los saludos en las plazas! ¡Ay de vosotros, que sois como sepulturas que
no se ven y que los hombres pisan sin saberlo!» (Lc. 11,_39ss).
«Oían estas cosas los fariseos, que son avaros, y se mofaban de El. Y les dijo (Jesús): Vosotros
pretendéis pasar por justos ante los hombres, pero Dios conoce vuestros
corazones; pues lo que es para los hombres estimable, es abominable ante
Dios» (Lc. 16,14s). Llevaron su audacia hasta querer pasar por
justos ante el propio Dios, como el fariseo de la parábola:
«¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás
hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni como este publicano» (Lc
18,11).
Los fariseos del Evangelio creían
tener todas las virtudes, y no poseían ninguna. Su justicia, externa,
encubría todos los vicios. Jesucristo se los echó en cara, sin exceptuar
uno. Eran grandes ante el pueblo judío. Muy pequeños en el reino de Dios: «Os digo que, si vuestra
justicia no supera a la de los escribas y fariseos, no entraréis en el
reino de los cielos» (Mt. 5,20). Maestros de la virtud sin tenerla, decían
y no hacían.
Chocaron
con el Salvador y les afectó de lleno el juicio terrible de Jn. 9, 39: «Yo
he venido al mundo para un juicio: para que los que no ven vean, y los que
ven se vuelvan ciegos». Lo primero se entiende. Es oficio del médico
sanar, y de la luz resplandecer. En presencia de la luz, los que
habitaban en tinieblas vieron. Lo segundo infunde horror: «Yo he
venido al mundo para que los que ven se vuelvan ciegos». Aludía a
los fariseos. Oficialmente eran maestros; creían ver pretextando la ley.
«Nosotros sabemos -nosotros vemos que ese hombre (=Jesús) no viene de Dios, porque
viola el sábado» (Jn 9,16 y 24). «Nosotros sabemos que ese
hombre es pecador». Los fariseos veían que Jesús era pecador.
«Tenían
vista, porque leían el texto de la ley. Estaba ordenado apedrear a quien
violase el sábado. De donde 'ese hombre -decían- no viene de Dios'. Veían
y eran ciegos. No echaban de ver a qué venía, juez de vivos y muertos:
a fin que los no-videntes, confesando (humildemente) no ver, fueran
iluminados; y los videntes (contumaces) en no confesar su ceguera, se obdurasen
más. Los abogados de la ley, sus expositores y maestros, los que entendían
la ley, crucificaron en efecto al autor de la ley. Ignorado de los judíos,
fue puesto en cruz por ellos; e hizo, con su sangre, colirio para los
demás. Ellos, obstinados, se jactaban de ver la luz, y -con inaudita
ceguera- crucificaron la Luz. ¡Qué ceguedad! Dieron muerte a la Luz. Pero
ella, puesta en cruz, iluminó a los ciegos» (191).
Mejor
es no caminar que ir por mal camino. Preferible es no ver por falta de luz
que ver mal con buena luz. El fariseo y el publicano, los dos eran malos.
El publicano lo reconocía, y se abría a la claridad de Dios. El fariseo
creíase justo, y no necesitaba otra justicia. Los dos poseían la
ley. El uno no la leía. El otro la leía mal. Vino el Evangelio, y el
ignorante de la ley vio su luz. Mientras el fariseo siguió con la suya propia; porque le sobraba, le
estorbaba el Nazareno. Y, al mejor tiempo, le llevó fuera del
campamento y le mató. «Vino a los suyos y los suyos no le
recibieron» (Jn. 1,11).
Ni
pudieron recibirle. Cristo les hada mal. No hay peor hombre que aquel a
quien el bien empeora. Viene Juan Bautista, que ni come ni bebe; y mal.
Viene Jesús, que come y bebe con pecadores; y mal también. Viene Pablo,
fariseo hijo de fariseos; y de nuevo mal.
La historia se repite. Hay gente
que sólo acoge bien a los que sienten como ellos, predican su misma
justicia y obran según sus tradiciones. Todo el que no vea como ellos ni
lo que ellos, es ciego y guía de ciegos. Los fariseos de siempre se consuelan con el
número. Se multiplican, en diáspora, por todos los pueblos. En todas
partes se alborotan las gentes, y los pueblos maquinan vaciedades; se
conciertan los reyes de la tierra y los príncipes conspiran a una contra
Yahvé y contra el Cristo (cf. Sal. 2,1s). Se han introducido en
el santuario, y desde su interior amontonan vanidades. No viene el
Cristo a desbaratar sus mesas.
Insinceros,
anuncian el Evangelio. Son numerosos, mientras el apóstol, uno. Así estuvo siempre
la rectitud en minoría. «Anuncian el Evangelio sin rectitud» (Flp 1,17). Predican el bien; mas ellos no son buenos. Buscan otra cosa en la Iglesia, no
buscan a Dios. Si a Dios buscaran, serían castos, porque el alma tiene
por (único) legítimo marido a Dios. Todo el que busca en Dios otra cosa
fuera de Dios, no le busca con limpieza. (Busquemos a Dios castamente.) El
objeto de sus promesas es El mismo. Ve si encuentras algo que
más valga. Hermosa es la tierra, y el cielo, y los ángeles. Más hermoso quien hizo tanta
hermosura. Los que anuncian a Dios porque le aman; quienes anuncian a Dios
por Dios tienen la pureza de miras que Cristo exige del alma,
cuando dice a Pedro (Jn. 21,15): ¿Me amas? ¿Eres casto en tu
corazón? ¿Buscas en la Iglesia mis conveniencias, o las tuyas? Si tal
eres, apacienta mis ovejas (192).
Fariseos
y apóstoles coinciden en lo que eran, «hijos de ira». Los unos siguen como
eran, y los otros se vuelven hijos de la Luz. Mas no difieren en la Luz
que vino para unos y otros, sino en que unos, sencillos, se dejaron atraer
por el Padre a su Hijo; los fariseos, no. «Nadie viene a mí si no lo
atrae el Padre que me envió» (Jn. 6,44). Es más fácil atacar al fariseísmo
que librarse de él. Lo peor de los fariseos lo llevamos en la naturaleza
humana: el amor al aparato o el gusto de la comedia, y la convicción de
la propia justicia. La existencia en el mundo está montada en el aparato,
en lo externo. Todos nos reímos de la comedia y todos, o casi todos, nos
prestamos a ella. Nadie cree en las formas, y todos, o casi todos, las
siguen. En el fondo, ya que no salvemos lo más --venimos a decir-,
salvemos lo menos. Ya que no nos queremos de veras, ni
nos sacrificamos por otros, ni pensamos en ellos, guardemos
las apariencias, para siquiera convivir. De ese fariseísmo,
socialmente cómodo, pocos se libran. Y sería necio combatirle.
Aunque nunca faltan quienes, por descubrirlo en otros y no en sí, le
impugnan sin ton ni son.
_____
(191)
SAN AGUSTÍN, Serm.
136,4.
(192)
Cf. SAN AGUSTÍN, Serm. 137,9s. 289 Fuente:
ORBE, A. Elevaciones sobre el amor de Cristo. BAC, Madrid (1974), pp. 287-296.
4 comentarios:
Estimados, perdonen mi poca inteligencia. ¿Alguno podría decirme quién es el autor de esta entrada? Confieso que me ha encantado. Saludos cordiales. Marcelo.-
Está en el final de la misma entrada:
Fuente:
ORBE, A. Elevaciones sobre el amor de Cristo. BAC, Madrid (1974), pp. 287-296.
El autor es el jesuita Antonio Orbe:
https://es.wikipedia.org/wiki/Antonio_Orbe
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