lunes, 8 de enero de 2018

Los fariseos no pueden amar a Jesucristo (2)




Mucho peor es el otro elemento, y más característico. La convicción de la propia justicia. Los fariseos se habían creado, al margen de la ley, una justicia suya, diversa de la divina. Y, según ella, juzgaban a los demás. Sólo era bueno lo que ellos hacían. Ni el Bautista ni Cristo podían serlo mientras no se sujetaran a su justicia. Condenaban al Bautista y al pueblo que le seguía. Perseguían a Cristo y a sus discípulos. Impermeables a toda otra justicia, aunque viniera de Dios, sacrificaban un profeta tras otro, hasta que -sin escrúpulo alguno- consumaron la suprema injusticia. Al fin, los maestros o rabinos eran sólo ellos. 
A semejanza de los fariseos, todos vivimos nuestra propia justicia. Aquello es santo y bueno de que estamos convencidos. Y como la convicción, muchas veces, proviene del interés, aquello es justo y santo que importa lo sea. Por ese camino, según los intereses creados en el individuo, se multiplican o reparten las justicias. Agréguese que, en tiempos, no se reconoce a otros el derecho de enseñar. No vengan el papa, o los obispos, o los párrocos a enseñar algo contra nuestras convicciones. Hacemos valer el pluralismo, amparados en la propia justicia como axioma intangible. He ahí lo más humano y lo menos cristiano del fariseo. Lo que mejor se esconde, por humano, en quienes se creen enemigos acérrimos del fariseísmo; y lo que le hace prácticamente superior a todo ataque. Basta que nos toquen en el trigémino, en la propia justicia. No la sacrificamos por el Evangelio. La haremos valer, sin reparo, contra él, siempre que los demás lo interpreten contra nosotros.
¿Hay modo de combatirlo? Por vía de diálogo, no. Ni Jesucristo lo pudo combatir. Aunque sus palabras iban llenas de luz y amor, nunca convencieron a escribas y fariseos. La justicia de Cristo no respondía a la de sus enemigos. Era totalmente contraria. ¿Iba El a ceder, por bien de paz?
El único modo de superarlo está en uno mismo. Yo mismo he de combatir al fariseo -amigo de la justicia- propia que vive en mí. Conviene aislarse de ambientes contaminados; buscar la fe sencilla, ajena a prejuicios, de los santos singularmente movidos por el Espíritu Santo en la Iglesia de Dios. Y para dar con la fe de los santos, alternar con ellos. Con unos alternaremos en vida; con otros, por medio de sus escritos. Todos, como alentados por el mismo Espíritu, poseen un acento único: que comienza por la humildad y termina en la humildad; inicia por el desprecio propio y termina en el propio desprecio. No me atrevo a decir que comience por la caridad y termine en ella. Hoy y siempre la falsa caridad se hace pasar por caridad, y no vale para iniciar ni para dar término a quien en todo busque la verdad. El desprecio propio, la humildad, la sencillez de ánimo, como animados por la verdadera caridad, sirven mucho mejor para introducir en el misterio de la justicia de Cristo. A la luz del camino humilde, enseñado por los santos -dentro de la Iglesia de Dios-, dudaremos de la propia justicia, y nos abriremos a la del Señor, aunque la encontremos contraria a nuestros intereses personales, a los signos de los tiempos, al argumento del número. 
La humildad que abre el camino al Espíritu de Dios se nutre mediante el trato asiduo -en la oración y sacramentos- con Jesucristo. La verdad tiene demasiados enemigos para que nadie se duerma sobre la sencillez. Hay que alimentarla en comunión con El. Hasta que prenda el amor a su persona. Enamorado uno de Cristo, todo irá sobre ruedas. La amistad, que tiene sus exigencias, le dará luz sobre las oscuras encrucijadas de la vida. Y sobre el modo de combatir sin tregua la propia justicia, alma del fariseísmo. De donde, para no dejarnos gobernar de nuestra propia justicia, busquemos en humildad y espíritu de fe la doctrina de los santos, dentro de la Iglesia. Luego vendrá el trato asiduo con el Señor. En seguida la amistad con El. Y de su amistad, todos los bienes. 
Tomado de:
ORBE, A. Elevaciones sobre el amor de Cristo. BAC, Madrid (1974), pp. 287-296.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Disculpe el "off topic", sr. Ellingham, pero ¿podría dar alguna explicación sobre la cuestión de los enlaces?

http://lephantomwulin.blogspot.com.ar/2009/10/curiosidadesbuda-como-santo-catolico.html

https://civitasdigital.wordpress.com/2011/11/25/buda-santo/

¿Qué nivel certeza tiene una canonización? ¿Qué debemos pensar sobre la treintena de santos "depurados" por Pablo VI?.

Carbonero en shock.

Martin Ellingham dijo...

Perdone que responda casi como en telegrama, pero no tengo tiempo para más:
1. No hay canonización de Buda, jamás me enteré de tal cosa de fuentes confiables.
2. Sobre las canonizaciones en la Iglesia –de católicos, se entiende- hay entradas en el blog. Use el buscador.
3. Los cambios en el santoral han existido a lo largo de la historia. El Papa tiene potestad para hacerlo. Otra cosa es que Pablo VI lo hiciera bien o no.

Saludos.

Martin Ellingham dijo...

P.s.: si la memoria no me falla, el caso de S. Josafat fue mencionado por Ols. Hay una entrada con link.