Mucho peor es el otro elemento, y
más característico. La convicción de la propia justicia. Los fariseos se habían
creado, al margen de la ley, una justicia suya, diversa de la
divina. Y, según ella, juzgaban a los demás. Sólo era bueno lo que
ellos hacían. Ni el Bautista ni Cristo podían serlo mientras no se
sujetaran a su justicia. Condenaban al Bautista y al pueblo que le seguía.
Perseguían a Cristo y a sus discípulos. Impermeables a toda otra justicia, aunque
viniera de Dios, sacrificaban un profeta tras otro, hasta que -sin
escrúpulo alguno- consumaron la suprema injusticia. Al fin, los
maestros o rabinos eran sólo ellos.
A semejanza de los fariseos, todos
vivimos nuestra propia justicia. Aquello es santo y bueno de que estamos
convencidos. Y como la convicción, muchas veces, proviene
del interés, aquello es justo y santo que importa lo sea. Por
ese camino, según los intereses creados en el individuo, se
multiplican o reparten las justicias. Agréguese que, en tiempos, no
se reconoce a otros el derecho de enseñar. No vengan el papa, o los
obispos, o los párrocos a enseñar algo contra nuestras convicciones.
Hacemos valer el pluralismo, amparados en la propia justicia como axioma
intangible. He ahí lo más humano y lo menos cristiano del fariseo. Lo que mejor se esconde, por humano,
en quienes se creen enemigos acérrimos del fariseísmo; y lo que le hace
prácticamente superior a todo ataque. Basta que nos toquen en el
trigémino, en la propia justicia. No la sacrificamos por el Evangelio.
La haremos valer, sin reparo, contra él, siempre que los demás lo
interpreten contra nosotros.
¿Hay
modo de combatirlo? Por vía de diálogo, no.
Ni Jesucristo lo pudo combatir. Aunque sus palabras iban llenas de luz y amor, nunca convencieron a
escribas y fariseos. La justicia de Cristo no respondía a la de sus
enemigos. Era totalmente contraria. ¿Iba El a ceder, por bien de paz?
El
único modo de superarlo está en uno mismo. Yo mismo he de combatir al
fariseo -amigo de la justicia- propia que vive en mí. Conviene aislarse de
ambientes contaminados; buscar la fe sencilla, ajena a prejuicios, de los
santos singularmente movidos por el Espíritu Santo en la Iglesia
de Dios. Y para dar con la fe de los santos, alternar con ellos. Con
unos alternaremos en vida; con otros, por medio de sus escritos. Todos,
como alentados por el mismo Espíritu, poseen un acento único: que comienza
por la humildad y termina en la humildad; inicia por el desprecio propio y
termina en el propio desprecio. No me atrevo a decir que comience por
la caridad y termine en ella. Hoy y siempre la falsa caridad se
hace pasar por caridad, y no vale para iniciar ni para dar término a quien
en todo busque la verdad. El desprecio propio, la humildad, la sencillez
de ánimo, como animados por la verdadera caridad, sirven mucho mejor
para introducir en el misterio de la justicia de Cristo. A la luz del
camino humilde, enseñado por los santos -dentro de la Iglesia de Dios-,
dudaremos de la propia justicia, y nos abriremos a la del Señor, aunque la
encontremos contraria a nuestros intereses personales, a los signos de los
tiempos, al argumento del número.
La humildad que abre el camino al
Espíritu de Dios se nutre mediante el trato asiduo -en la oración y
sacramentos- con Jesucristo. La verdad tiene demasiados enemigos para que nadie
se duerma sobre la sencillez. Hay que alimentarla en comunión con El. Hasta que
prenda el amor a su persona. Enamorado uno de Cristo, todo irá sobre
ruedas. La amistad, que tiene sus exigencias, le dará luz sobre
las oscuras encrucijadas de la vida. Y sobre el modo de combatir sin
tregua la propia justicia, alma del fariseísmo. De donde, para no dejarnos
gobernar de nuestra propia justicia, busquemos en humildad y espíritu de fe la doctrina de los santos,
dentro de la Iglesia. Luego vendrá el trato asiduo con el Señor. En
seguida la amistad con El. Y de su amistad, todos los bienes.
Tomado
de:
ORBE,
A. Elevaciones sobre el amor de Cristo.
BAC, Madrid (1974), pp. 287-296.
3 comentarios:
Disculpe el "off topic", sr. Ellingham, pero ¿podría dar alguna explicación sobre la cuestión de los enlaces?
http://lephantomwulin.blogspot.com.ar/2009/10/curiosidadesbuda-como-santo-catolico.html
https://civitasdigital.wordpress.com/2011/11/25/buda-santo/
¿Qué nivel certeza tiene una canonización? ¿Qué debemos pensar sobre la treintena de santos "depurados" por Pablo VI?.
Carbonero en shock.
Perdone que responda casi como en telegrama, pero no tengo tiempo para más:
1. No hay canonización de Buda, jamás me enteré de tal cosa de fuentes confiables.
2. Sobre las canonizaciones en la Iglesia –de católicos, se entiende- hay entradas en el blog. Use el buscador.
3. Los cambios en el santoral han existido a lo largo de la historia. El Papa tiene potestad para hacerlo. Otra cosa es que Pablo VI lo hiciera bien o no.
Saludos.
P.s.: si la memoria no me falla, el caso de S. Josafat fue mencionado por Ols. Hay una entrada con link.
Publicar un comentario