A pesar de esta unidad global de la Teología y de la inclusión de las diferentes teologías dentro de una unidad superior homogénea, se dan de hecho diversos resultados, a veces contrapuestos, en las conclusiones de los teólogos. Nos preguntamos cuál puede ser el origen de esta diversidad.
a) En primer lugar, el teólogo debe traducir al lenguaje de cada época y de cada pueblo el depósito perenne revelado y debe hacerlo asequible o inteligible, en cuanto sea posible, para la inteligencia de sus contemporáneos o coterráneos. Si se dominan los medios de expresión y la traducción es fiel, no cabe hablar de una fe diversa ni de diversas teologías por una mera traducción al lenguaje del tiempo o de la región; si la traducción es fiel […]
b) La dificultad es mayor si se trata de una traducción, no a lenguajes, sino a culturas y mentalidades diferentes. Las diversas maneras de enfocar los problemas sobre la verdad y el bien, la diversa manera de atacar los problemas y la diversa concepción fundamental que se tenga sobre el universo, pueden desvelar desde el principio la búsqueda y el análisis. Pero también estas diversas culturas, si se comprenden y valoran rectamente en lo que tengan de verdadero y de bueno, podrán complementar la visión aportada por las otras mentalidades […]Todo lo verdadero y todo lo bueno podrá ser integrado en una síntesis superior. Pero se comprende el riesgo, que se corre, de caminar por caminos diferentes, cuando la cultura y la mentalidad son diferentes […]
c) Si las culturas diferentes pueden originar caminos diferentes y resultados diversos en la búsqueda de la verdad, no deja de ser también arriesgada la búsqueda por ingenios diferentes. Si la teología es reflexión personal sobre el dato revelado, cada persona tiene también su mapa mundi y su carta de navegación; por lo cual su punto de desembarque podrá al final distanciarse mucho uno del otro.
d) Tanto más, que se debe conceder una justa libertad al científico y al teólogo. «Hay que reconocer a los fieles, tanto clérigos como laicos, la justa libertad de investigar, de pensar y de manifestar su pensamiento con humildad y fortaleza en aquellas cosas en que son expertos». Se comprende que la diversidad de caminos y de opiniones que pueden ofrecerse a la mente y a la voluntad humana determina procesos y resultados diversos en la búsqueda de la verdad.
e) Pero la diversidad en los resultados teológicos parece que puede venir, en modo muy particular, de la diversa interpretación que se haya dado o se dé a los pasajes bíblicos o patrísticos o magisteriales que sirvan de base. Son conocidas las diversas corrientes exegéticas y los modernos avances en las lenguas bíblicas y en el conocimiento de las costumbres y géneros literarios de los países orientales, que han originado un verdadero progreso en la interpretación del texto sagrado. Si, por ejemplo, estamos acostumbrados a interpretar de la continencia sexual el texto «Ut scivi quoniam aliter non possem esse continens, nisi Deus det...» (Sab. 8, 21), y un examen más detenido del texto original y del contexto nos indica que se trata solamente de la posesión de la sabiduría, el avance exegético es manifiesto en el orden del mero análisis literario y del contenido. Si se trata de interpretar los textos que describen fenómenos de la naturaleza (astronómicos o biológicos, etc.), que una mentalidad ingenua podría interpretar al pie de la letra y como suenan (el sol se mueve alrededor de la tierra), y nosotros los interpretamos dándoles un valor puramente fenomenológico, de acuerdo con la intención del hagiógrafo, también aquí el avance exegético podrá ser ocasión de otra interpretación de la Biblia. Y si se trata de géneros literarios que sólo pretenden, en conformidad con las costumbres literarias de la época, presentar o describir en forma alegórica o parabólica, o de mitos, algunas verdades que nos pueden interesar para la salvación: entonces, si se prueba la existencia de tal género literario, podremos saber cuál es el alcance que convendrá dar al pasaje escriturístico en sus pormenores accesorios o en su construcción literaria del conjunto. Por todo ello, la diversa interpretación del punto de partida, esto es, del texto sagrado o del texto patrístico, bien en caso concreto, bien como norma y modo ordinario de proceder, puede dar origen a diversas teologías, que lleguen a conclusiones diferentes. Aunque se ha hablado de la teología que cambia de semblante, entendemos que en rigor científico, no procede afirmar un cambio de rostro, porque algunos teólogos hayan manifestado opiniones que disienten de las tradicionales, mucho más si no han sido admitidas o han sido precisadas con graves reservas por parte de la mayoría de los teólogos. Y mucho más, si ha sido el Magisterio oficial de la Iglesia el que les ha puesto tales reservas y precisiones. Así, por ejemplo, entiendo que no cabría decir que hoy día la transubstanciación se explica en teología por una transfinalización, y que por esto la teología cambia de semblante. Sin duda que cuando el pan profano se cambia en pan eucarístico se da un cambio de significado (transignificación) y un cambio de finalidad (transfinalización); como también se da una transignificación y transfinalización cuando el pan profano se hace pan bendito. Pero este mismo ejemplo muestra que la mera idea de transignificación y transfinalización no basta para explicar el dogma de la transubstanciación, mientras no se llegue a admitir un cambio de substancia. Por esto, la teología no cambiaría de semblante porque algunos ofrezcan una explicación, que no acaba de satisfacer; aun concediendo que tenga elementos utilizables. En definitiva, no cambia la faz de la teología porque se susciten y discutan puntos difíciles, como los del pecado original y los de la resurrección, cuyas dificultades se resuelven no sin alguna laboriosidad y, a veces, no sin alguna o mucha obscuridad. Pero entendemos que es mucho más arriesgado formular o admitir hipótesis de mitos, cuya prueba eficaz todavía se desea en el caso del pecado original; sobre todo si estas hipótesis parecen tropezar con otros pasajes bíblicos o de hecho tropiezan con declaraciones o definiciones del Magisterio. También respecto de las hipótesis hermenéuticas acerca de la resurrección de Cristo, no acabamos de ver que estas hipótesis formuladas en el siglo pasado y en el presente por algunos, den plena satisfacción científica a los datos inequívocos con que el N.T. en diversos libros propone como resurrección corporal real la resurrección de Cristo. Ni tampoco vemos cómo semejantes hipótesis satisfacen a la manera cómo los primeros cristianos y la Iglesia durante 20 siglos han entendido la resurrección del Salvador...
V.— Cuándo dejaría de ser legítima la pluralidad de teologías.
1°) Si la filosofía que se adopta como base es inadmisible. En el pulular creciente de múltiples teologías, algunas veces no se ha intentado solamente traducir el dogma y el mensaje cristiano a un nuevo idioma de los pueblos; o a un nuevo lenguaje del hombre de hoy. Se ha intentado adaptar el mensaje a una nueva filosofía. En sustitución de la llamada filosofía perenne que estaba en la base de la reflexión personal, filosofía que se ha tenido por certera y bien orientada, se ha pretendido colocar otra «cosmovisión» (Weltanchauung) o filosofía, que parecía más en armonía con los gustos y preocupaciones de hoy. Pero el resultado no ha sido siempre feliz. Evidentemente que hay ciertos tipos de filosofías idealistas, agnósticas y materialistas que no aguantan el soporte de un mensaje objetivo, cierto y espiritual. Las teologías que tuvieran estos o semejantes soportes ideológicos, no podrían llamarse legítimas teologías cristianas. Se trata, pues, de un pluralismo que sea respeto a la pluralidad de las culturas y de las personas. Pero dentro de una filosofía sana del pensamiento […] tratándose del dogma y de dogmáticas definiciones, no se trata de meras expresiones de piedad, más o menos acomodadas a las culturas y a las personas, sino que se trata de expresiones de verdades, que son verdad para todos los tiempos y para todas las personas […]
2º) Si se niegan los valores permanentes de las fórmulas definidas. Una segunda causa que haría inaceptable e ilegítima una teología, sería si esta teología no aceptara los dogmas definidos o las formulaciones definitorias del Magisterio. Cuando se dice que la Teología está en crisis y que se revisan los dogmas y las conclusiones de la teología, podrá ser verdad que se revisan las conclusiones, porque procedentes de una reflexión contingente y humana, cabe pensar que en ellas se haya inmiscuido algún elemento de error, o se haya partido de una base no del todo averiguada. Las conclusiones podrán ser revisadas; aunque, si la teología se ha hecho con seriedad y hay concordancia entre los teólogos, no será fácil que hayan caído en error o exageración. Lo que no es admisible es la revisión de los dogmas, si está comprobado que están definidos o que están enseñados como tales por el magisterio ordinario y universal de los obispos. No se revisan ni en su contenido ni en su formulación. Porque el dogma es algo definitivo para la fe y para la teología. Y las fórmulas definitorias son expresiones de una verdad que no cambia. Aunque se hayan expresado mediante conceptos caros a una época, son expresión de realidades ciertas. Lo que se podrá hacer será captar mejor la intelección de estas fórmulas, penetrarlas e interpretarlas mejor; complementarlas; pero hay que contar con ellas […] aunque las fórmulas dogmáticas son respuestas a problemas concretos que se agitaban en épocas concretas, hoy día siguen interesándonos aquellos problemas. Y, además, los términos empleados en estas formulaciones expresan aquellas realidades que se entendían mediante estos términos en el lenguaje común de la época; y, aunque la Iglesia no canonice por ello explícitamente una filosofía, los términos empleados expresan realidades que valen también para el hombre de hoy […]
3º) Si se admitiera la coexistencia pacífica de doctrinas fundamentales opuestas […] Pablo VI, al hablar por vez primera a la Comisión Teológica internacional (6 de octubre de 1969), admitía el principio del «pluralismo», pero dentro de la continuidad de la fe. «Sed tan fieles —les decía— al argumento de vuestros estudios, esto es, a la fe misma, como esperanzados con certeza de la posibilidad de que vuestras investigaciones se desarrollen según principios propios y según vuestra personal índole nativa. Esto lo manifiesta el que con gusto concedamos aquel progreso y aquella variedad a las ciencias teológicas, aquel «pluralismo» que se dice, y que hoy parece designar la cultura y el humanismo de nuestro tiempo; pero no podemos dejar de advertir que es del todo necesario Custodiar, como siempre lo ha profesado la tradición de la Iglesia, la misma íntima verdad de la doctrina católica, esto es, 'en el mismo dogma, en el mismo sentido y en la misma sentencia' , como bien sabéis».
4º) Si con pretexto de unidad ecuménica, se confundieran las doctrinas. Es claro que entonces la pretendida unidad no sería tal unidad. Sería una confusión o mezcla inconsiderada de doctrinas. Podría dar lugar a tales extravíos un irenismo desacertado, en que la equivocidad del lenguaje, entendido según el gusto particular de cada uno, admitiera la posibilidad de interpretaciones diversas y aun opuestas. No se pueden abandonar las doctrinas bíblicas sobre la revelación y salvación, para sustituirlas por doctrinas de una cultura sociológica y humanista hoy en boga. Para L. Bouyer, en reciente artículo, «el pluralismo teológico que hay hoy en el seno de la Iglesia católica, está en disposición de colocarse precisamente de una manera que está muy lejos de contentar». Hoy algunos propugnan tal pluralismo teológico que no se lo representan sino como «el permiso de cuestionar todos los dogmas que la Iglesia ha canonizado en los grandes concilios, y aún los más elementales enunciados del Credo». «El pluralismo teológico que hoy se fomenta está tan alejado de fomentar el desarrollo del ecumenismo, que lo puede paralizar —como ya se ve»—. Hoy existe más pluralismo (y más en teología) por la inevitable multiplicidad de los caminos para acercarse a la realidad […] y más en lo sobrenatural. Nadie ni ninguna escuela puede arrogarse la visión exhaustiva del misterio cristiano. Hay que estar atento al punto de vista de las otras teologías. Y esto es importante para el ecumenismo. Sin duda que hay que llegar a tener una misma fe. Es prudente lo que observa L. Bouyer: «El pluralismo teológico es legítimo y es inevitable; pero sería equivocado pensar que se fomenta un ecumenismo digno de este nombre animando en el propio campo un pluralismo teológico con las espaldas vueltas a las perspectivas esperanzadoras hacia el encuentro y la síntesis ordenada, que siempre tiene que permanecer abierta». «Tal actitud estaría muy lejos de llevar a los hoy cristianos separados a la confesión de una única fe y a la vida común en una única Iglesia. Quien sucumbiera a tal tentación, engendraría sólo nuevas divisiones en la fe (o quizá fuera de la verdadera fe) y nuevos cismas».
5º) Si en el estudio de la Teología tuvieran más importancia las ciencias auxiliares, que el objeto propio principal de la Teología (Dios). En unas recientes preguntas de la S. Congregación para la educación católica a las Facultades de Teología (25 de marzo de 1974), se propone el peligro de hoy, de una desnaturalización de la Teología y de la pérdida de su unidad, en contra de lo que había indicado en las Normae quaedam de 20 de mayo de 1968. En esas preguntas se reconoce, textualmente: «un peligro que hoy fácilmente acecha de adulterar la Teología, mediante v. gr. la psicología, la sociología, la política, el historicismo. Lo que desea la Congregación es que «en los programas de estudios, en los métodos de formación empleados, en el espíritu general de los Profesores siempre permanezca segura la fe en la revelación sobrenatural».
6º) No se debe trasladar a la catequesis todo lo que podría ser válido en el clima teológico de la investigación. Se comprende que puede haber hipótesis o teorías que pueden y deben ser propuestas y discutidas entre eruditos competentes, entre teólogos que buscan e investigan nuevos caminos y nuevas fórmulas. A éstos no se les debe negar la justa libertad de búsqueda y de expresión; porque es conveniente para el progreso de la ciencia y, en concreto, para el progreso de la Teología. Pero lo que sería útil y hasta muy provechoso en un ambiente de investigadores competentes y prudentes, podría ser nocivo propuesto sin discreción en un ambiente sencillo de personas no iniciadas. Sin duda que la teología tiene que servir para la vida y para ilustrar la doctrina, tanto en la homilía, como en la catequesis. Y el pueblo de Dios, que atiende a la homilía o escucha la catequesis, espera ciertamente que se le declare la doctrina con elementos que muestren la armonía de las enseñanzas y expliquen su contenido. Todo esto es verdad. Pero el pueblo de Dios necesita tiempo y reposo para poder analizar, comprender, juzgar, asimilar las diferentes doctrinas o sistemas que se propongan […] Si al pueblo y en la predicación popular hay que proponer siempre una doctrina sólida y segura, ya se ve que no cabe ofrecerle la doctrina de un solo pensador teólogo, si su enseñanza está en las fronteras de lo arriesgado e incierto. las opiniones nuevas de algunos teólogos, y la que tal vez se llama su teología, no podrá proponerse y recibirse como una teología ya hecha, aceptada por la generalidad de los teólogos o sancionada por el Magisterio de la Iglesia. El pueblo de Dios tiene derecho a la enseñanza sólida y segura.
7º) Cualquier legitima teología no puede causar una subversión dogmática. Desde el momento en que una Teología pone en contingencia las verdades de la fe, bien por razón de los presupuestos de que ha partido, bien por razón de las conclusiones a que ha llegado, podrá decirse que esa teología ha fallado o falla en algo. Es imposible que la reflexión teológica sana llegue a tales conclusiones o esté en contradicción con el depósito revelado. En esto el Pueblo de Dios, con su «sentido de la fe» puede captar muy bien las inconsecuencias de un teólogo, como captó el Pueblo cristiano las inconsecuencias de Nestorio en la cuestión de la theotókos. Para que una teología pueda tenerse por legítima, debe estar en armonía con el depósito común de la fe; y con las fórmulas de la fe sancionadas por la Tradición y Magisterio de la Iglesia. Debe armonizarse con ellas. «Conserva como un modelo de expresiones sanas las que has oído de mí en la fe y en la caridad que hay en Cristo Jesús. Custodia el buen depósito, por medio del Espíritu Santo que habita en nosotros» (2 Tim. 1, 13-14). Y, como el Espíritu mueve a la comunión eclesial, esta teología legítima, si lo es, no debe destruir la comunión de la Iglesia, sino armonizarse con la comunidad eclesial. Las fórmulas de la fe sirvieron, bajo la guía de la Tradición y del Magisterio, para expresar comunitariamente la fe y para que, contrastándola con ellas, se acrisolara y declarara toda nueva expresión de fe. Aunque las fórmulas dogmáticas sancionadas por el Magisterio son susceptibles de una penetración cada vez más profunda y de un complemento de doctrina, continúan siendo verdades, y por lo tanto no son rechazables en el contenido que expresan y formulan. Hoy se ha hablado de una transformación o cambio en la noción de verdad (H. Küng) y de una nueva lógica de las proposiciones. Antes se venía diciendo que la verdad es la adecuación de la mente a la realidad y que propiamente está en el juicio, cuando la mente afirma ser lo que en realidad existe y niega ser lo que no es. Y aunque hoy el examen fenomenológico del juicio y de la mente (la impronta existencialista de modernas filosofías) ponga de relieve una verdad que se dice revelación, no por eso dejan de ser válidas las nociones clásicas establecidas por el buen sentido común. La actual filosofía del lenguaje, relacionada con la lógica y con la epistemología, ha puesto de relieve que el lenguaje es vida y que fácilmente «se excede» sobre sus enunciados... Es verdad. Pero no deja de expresar un contenido; y no por ello (por excederse) toda proposición es equívoca o falsa, aun concediendo que todo lo finito tiene algo de obscuro. Con razón se ha apuntado (X. Tilliette) que hay una cierta hipertrofia de los problemas rematológicos y lingüísticos […]
Tomado de:
Nicolau, M. UNIDAD DE LA TEOLOGIA Y SU LEGÍTIMA PLURALIDAD. En rev. Salmanticensis (1975), vol. 22, nº 2. Páginas 276 y ss.