Dios con su Providencia conduce
todo lo creado hacia el Bien. Este es el fundamento del «optimismo cristiano».
El mal, derivado de la libertad humana y de la contingencia del mundo material,
es permitido por Dios. El Señor no quiere el mal, pero éste no escapa a la
providencia divina que todo lo conoce y lo rige; Dios ordena el
mal a un bien mayor, aunque no siempre podamos señalar cuál sea ese bien. Sobre
este punto, es tradicional citar el texto paulino de Rom VIII, 28-30. Lo
reproducimos a continuación con un comentario exegético.
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28 Ahora bien: sabemos que Dios
hace concurrir todas las cosas para el bien de los que le aman, de los que según
sus designios son llamados. 29 Porque a los que de antemano conoció, a ésos los
predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo, para que éste sea el
primogénito entre muchos hermanos; 30 y a los que predestinó, a ésos también
llamó; y a los que llamó, a ésos los justificó; y a los que justificó, a ésos
también los glorificó.
Por fin viene la cuarta y última
prueba, razón suprema de nuestra confianza (v.28-30). Son tres versículos que
contienen en síntesis la doctrina toda de la carta, pues en ellos indica el
Apóstol la razón última de esa esperanza de "salud" que viene
predicando desde el principio. Debido a su gran importancia doctrinal, han sido
objeto de numerosos estudios y comentarios por parte de teólogos y exegetas,
cuyas interpretaciones, al rozarse con el debatido tema de la predestinación,
no siempre han contribuido a presentar con más luz el pensamiento del Apóstol,
sino más bien a oscurecerlo. De ahí la necesidad de que distingamos bien lo
cierto de lo dudoso y discutible.
Bajo el aspecto gramatical
distinguimos claramente dos partes principales (v.28 y v.29-30), enlazadas
entre sí mediante la conjunción "porque” (ότι), que convierte a la segunda
(v.29-30) en una explicación de la primera (v.28), en la que ha de buscarse,
por consiguiente, la afirmación fundamental del Apóstol. Pues bien, ¿cuál es
esa afirmación fundamental? En líneas generales su pensamiento parece claro.
Trata, lo mismo que en los versículos precedentes (ν. 18-27), de infundir ánimo
a los cristianos ante la certeza de nuestra futura glorificación; la razón
alegada ahora (v.28) es que Dios, en cuyas manos están todas las cosas, todo lo
endereza a nuestro bien. En otras palabras: Dios lo quiere, y a Dios nada puede
resistir. Es éste, desde luego, el primero y radical principio del optimismo
cristiano (5). Pero ¿a quiénes lo aplica San Pablo? Creemos, sin género alguno
de duda, que a los cristianos todos en general, que es de quienes ha venido
hablando (cf. v. 1.14.23.27). A ellos, y no a una categoría especial dentro de
los cristianos, se refieren las expresiones "los que aman a Dios"
(..τοΐς άγαπώσιν τον 3εόν) y “llamados según sus designios” (..τοις κατά
πρό^εσιν κλητοΐς). Que pueda haber cristianos pecadores que no aman a Dios, San
Pablo lo sabe de sobra (cf. 1 Cor 5:1; 6:8; Gal 5:10; 1 Tim 1:20); pero esos
tales quedan aquí fuera de su perspectiva, fijándose en el cristiano como tal,
que procura cumplir sus obligaciones. El inciso "los llamados (κλητοί) según
sus designios" no es limitativo de "los que aman", sino
aposición que se refiere a los mismos seres humanos y con la que se hace
resaltar la iniciativa de Dios para llegar a nuestra condición de cristianos.
En la terminología de San Pablo son "llamados" (κλητοί) aquellos que
han recibido de Dios el llamamiento a la fe y han respondido a ese llamamiento
(cf. 1:6; 1 Cor 1:24); por consiguiente, todos los cristianos son κλητοί. Υ lo
son “segϊn sus designios” (κατά ττρό3εσιν), pues es Dios quien en acto eterno
de su voluntad (cf. Ef 1:11; 3:11; 2 Tim 1:9) ha determinado concederles ese
beneficio sobrenatural. Querer distinguir, como hizo San Agustín, y detrás de
él muchos teólogos, una categoría privilegiada de cristianos en esos
"llamados según sus designios," algo así como llamados-elegidos
(predestinados) en contraposición a llamados-no elegidos (cf. Mt 20:16), es
hacer ininteligible todo el pasaje. La argumentación de San Pablo se reduciría
a lo siguiente: todos debemos confiar, pues algunos (los predestinados)
obtendrán ciertamente la glorificación ansiada. ¿Dónde quedaría la lógica? Ese
otro problema de la predestinación a la gloria, como lo tratan los teólogos, no
entra aquí en el campo visual de San Pablo.
En los v.29-30, segunda parte de
nuestra perícopa, indica el Apóstol los diversos actos o momentos en que queda
como enmarcada la acción salvadora de Dios afirmada en el v.28. Dentro de ese
marco quedan incluidos todos los accidentes que pueden afectar a la vida de
cada cristiano, los cuales van dirigidos por Dios a la ejecución de sus planes
hasta llegar a la glorificación final. De los cinco actos divinos enumerados
por San Pablo (presciencia-predestinación a ser conformes con la imagen de su
Hijo-vocación a la fe-justificación-glorificación), los dos primeros pertenecen
al orden o estadio de la intención, y son actos eternos; los otros tres
pertenecen al orden o estadio de la ejecución, y son actos temporales
(terminative). La "presciencia" es un previo conocimiento que Dios
tiene de aquello de que se trata; aquí, concretamente, un previo conocimiento de
aquellos de que se habló en el v.28, es decir, de los cristianos todos (no
precisamente de los predestinados a la gloria, en el sentido en que hablan los
teólogos). No está claro si esa "presciencia" divina arguye sólo
previo conocimiento del futuro, como en el caso de la presciencia humana (cf.
Act 26:5; 2 Pe 3:17), o incluye también cierta aprobación o beneplácito, es
decir, un conocimiento acompañado de amor o preferencia, sentido que suele
tener el verbo "conocer" aplicado a Dios (cf. Mt 7:23; 1 Cor 8:3;
13:12; Gal 4:9; Tim 2:19). De todos modos, la "presciencia" no es aún
la "predestinación," y San Pablo distingue ambos actos, pues escribe:
"a los que de antemano conoció (προέγνω), a esos los predestinó
(προώρισεν).” El Apσstol no indica la razón de la ilación; probablemente lo
único que trata de señalar es que Dios no "predestina" ciegamente,
sino que, como en todo agente intelectual, precede el "conocer" a
cualquier determinación. El término "predestinación" aparece otras
cuatro veces en el Nuevo Testamento, y siempre en el sentido de determinación
divina en orden a conceder un beneficio sobrenatural (Act 4:28; 1 Cor 2:7; Ef
1:5-11). Evidentemente ése es también el significado que tiene la palabra en el
caso presente. Los destinatarios de ese beneficio son los mismos que fueron
objeto de la presciencia, es decir, los cristianos todos de que el Apóstol
viene hablando; y el beneficio a que Dios los ha predestinado es "a ser
conformes con la imagen de su Hijo" (συμμόρφους της eiκωos του υιού αυτού),
es decir, a reproducir en sí mismos los rasgos de Cristo, de modo que éste
aparezca con las prerrogativas de "primogénito entre muchos hermanos"
al frente de una numerosa familia, con la consiguiente gloria que ello
significa. He ahí el fin último que Dios pretende en toda esta obra de la
predestinación: la gloria de Cristo, cuya soberanía se quiere hacer resaltar
(cf. Col 1:15-20).
Mas ¿cuándo adquirimos los
cristianos esa configuración con Cristo que constituye el objeto real de la
"predestinación"? Algunos autores, siguiendo a los Padres griegos
(Orígenes, Crisóstomo, Cirilo Alejandrino), creen que se alude al estado de
gracia y de filiación adoptiva que tenemos ya aquí en la tierra a raíz de la
justificación, y que constituye una verdadera transformación que nos asemeja a
Cristo (cf. 12:2; 2 Cor 3:18; Gal 4:19). En el mismo sentido interpretan el
"glorificó" final (έδόξασεν), como refiriéndose simplemente a la
condición gloriosa inherente a la gracia santificante. Otros autores, sin
embargo, siguiendo a los Padres latinos (Jerónimo, Agustín, Ambrosio), creen
que se alude al estado glorioso en el cielo, cuando incluso nuestro cuerpo será
transformado a semejanza del de Cristo (cf. 1 Cor 15:49; Flp 3:21); y en ese
mismo sentido interpretan el "glorificó" final. Creemos, dado el
contexto, que es esta interpretación de los Padres latinos la que responde al
pensamiento de San Pablo; no negamos que también la transformación por la
gracia nos asemeje ya a Jesucristo (cf. v.14-17), pero no es aún esa imagen
perfecta y consumada por la que suspiramos (cf. v.11.23) y sobre cuya
consecución precisamente quiere San Pablo tranquilizar a los cristianos. Lo que
a continuación añade el Apóstol: "a los que predestinó, a ésos también
llamó, y a los que llamó, justificó, y a los que justificó, glorificó"
(ν.30), apenas ofrece ya dificultad, pues ha de interpretarse en consonancia
con lo anterior. Se trata simplemente de señalar, en el orden de la ejecución,
los principales actos con que Dios lleva a cabo esa predestinación: vocación a
la fe-justificación-glorificación en el cielo.
De lo expuesto se deduce que el
concepto de "predestinación," tal como este término está tomado aquí
por San Pablo, aplicándolo a todos los cristianos, no coincide exactamente con
el concepto en que suele tomarse en el lenguaje teológico, restringiéndolo a
aquellos que cierta e infaliblemente conseguirán de hecho la vida eterna,
incluso aunque de momento sean grandes pecadores. La "predestinación"
de que habla San Pablo supone, por parte de Dios, una voluntad seria y formal
(no veleidad), pero no necesariamente con eficacia efectiva, pues ésta se halla
condicionada a nuestra cooperación. De esta cooperación el Apóstol no habla,
contentándose con señalar la parte de Dios, quien ya nos ha llamado a la fe y
justificado, y ciertamente nos llevará hasta la glorificación final, de no
interponerse nuestra libertad frustrando sus planes. Tanto es así, que el
Apóstol, suponiendo tácitamente nuestra cooperación, habla incluso de
"glorificó" (έδόξασεν) en pasado, dando así más certeza a nuestra
esperanza (ν.30; cf. Mt 18:15; Jn 15:6). Por lo demás, más que aludir
directamente al destino particular de cada fiel, San Pablo parece que alude, de
modo semejante a lo que dijimos al comentar el v.16, al destino de la comunidad
o conjunto de fieles, que son los que constituirán la familia de que Cristo es
"primogénito" (v.29); y en ese sentido la certeza de que llegará la
glorificación final es indubitable. No cabe duda, en efecto, que la nave de la Iglesia llegará
ciertamente al puerto, aunque algunos de los tripulantes se empeñen en evadirse
y naufragar.
Tomado de:
Turrado, L. Biblia comentada. Vol. VI. BAC (Madrid), 1965, pp. 320-1.