Louis Veuillot fue un periodista francés (1813-1883). Converso, autodidacta, escritor de estilo polémico,
defendió con mucho énfasis los dogmas de la infalibilidad y el primado. Su falta de
preparación teológica, unida a un temperamento exaltado, explican algunos errores importantes a pesar de su bienintencionado empeño apologético.
A través del periódico L’Univers,
Veuillot se erigió en promotor de las ideas más extremas del «ultramontanismo».
Llegó a proponer una definición de la infalibilidad por aclamación, «inspirada
por el Espíritu», sin necesidad de largos y tediosos debates. Extendió la
infalibilidad pontificia a toda afirmación del papa en materia religiosa y
confundió la infalibilidad con la inspiración. En las páginas de su periódico, publicó
expresiones de «devoción al Papa» que pueden calificarse de «papolatría».
Butler (1) caracterizaba las ideas de Veuillot en estos términos:
«Cualquiera que fuera su intransigencia, Ward era un
teólogo; Louis Veuillot, no; era un periodista sin formación teológica, y extendió
la idea de la infalibilidad del Papa más allá de todos los límites teológicos.
La entendió como “inspiración”: “Todos sabemos, ciertamente, una sola cosa, y
es que ningún hombre sabe nada, excepto el Hombre con quien Dios está siempre,
el Hombre que trae el pensamiento de Dios. Debemos seguir inquebrantablemente
sus inspiradas instrucciones”. Escribiendo desde Roma durante el Concilio,
Veuillot planteó la pregunta: “¿Cree la Iglesia, o no cree, que su Cabeza está
inspirada directamente por Dios, es decir, que es infalible en sus decisiones
con respecto a la fe y la moral?” Conforme con tales ideas es lo que yo mismo
escuché decir a un sobreviviente de la escuela de Veuillot: no le gustaba que se
dijera que las definiciones del Concilio habían sido formuladas mediante los
debates conciliares; “es mucho más simple pensar en ellas como susurradas
directamente por el Espíritu Santo en el oído del Papa”. Nuevamente, Veuillot
dijo: “Debemos afirmar rotundamente la autoridad y la omnipotencia del Papa,
como fuente de toda autoridad, espiritual y temporal. La proclamación del dogma
de la infalibilidad del Papa no tiene otro objeto”».
Hay que recordar que la definición
dogmática del Vaticano I de ningún modo afirma que el Papa sea infalible en
todas sus expresiones en materia religiosa, sino que contiene estrictas
condiciones y precisiones (ver aquí).
Y también es necesario negar
enfáticamente que la infalibilidad
pueda identificarse con la inspiración
propia de la Sagrada Escritura.
«Una vez más, aunque infalible, el papa no es inspirado, ni mucho
menos. "Ningún papa", escribe el cardenal Hergenrother (24),
"jamás se ha atribuido a sí mismo la inspiración, sino sólo la asistencia
divina." "Los católicos nunca han enseñado”, dice Perrone
(25), “que el don de la infalibilidad sea otorgado por Dios a la Iglesia, a
la manera de inspiración." "La inspiración del papa o de la
Iglesia", dice el cardenal Newman (26), “en el sentido de la
inspiración de los Apóstoles, es contraria a las enseñanzas recibidas”.
En la teología católica (27) el don de la inspiración implica
cuatro cosas: (1) una iluminación divina de la mente del maestro,
por la cual directa e inmediatamente se le comunica la verdad a enseñar, o, si
la conoce previamente, se le sugiere; (2) un impulso divino de su
voluntad que, de manera directa y eficaz, (sin destruir, no obstante, su
libertad) lo determina a escribir o hablar; (3) una dirección divina para
asegurar que el agente inspirado enseñe fielmente todo y sólo lo
que Dios quiere que enseñe, por escrito o verbalmente; y (4) una asistencia
divina, hasta el final, para que las verdades concebidas
sobrenaturalmente se expresen correctamente y sin error. La infalibilidad,
por otra parte, implica simplemente una asistencia o tutela divina, que
garantiza al papa el ser inmune de la posibilidad de errar cuando enseña
oficialmente a la Iglesia universal. La infalibilidad, por ende, coincide
con la inspiración en el cuarto punto; en los otros tres, se diferencia de
ella. De ahí que, aunque no puede haber inspiración sin la infalibilidad, puede
haber infalibilidad sin inspiración.» (cf. Lyons, aquí).
Sin desmerecer
otros aspectos de la obra de Veuillot, los errores que ahora apuntamos, debieran
servirnos para ser conscientes de la
importancia de una sólida formación doctrinal como condición para desempeñar una tarea «apologética». De lo contrario, corremos el
riesgo de no dar razones de nuestra fe, sino de ofrecer una tosca caricatura de ella.
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(1)
Butler, C. The Vatican Council. London
(1930). Vol I, pp. 75-76.