jueves, 26 de abril de 2018

Personalidades ultramontanas (2)



Louis Veuillot fue un periodista francés (1813-1883). Converso, autodidacta, escritor de estilo polémico, defendió con mucho énfasis los dogmas de la infalibilidad y el primado. Su falta de preparación teológica, unida a un temperamento exaltado, explican algunos errores importantes a pesar de su bienintencionado empeño apologético.
A través del periódico L’Univers, Veuillot se erigió en promotor de las ideas más extremas del «ultramontanismo». Llegó a proponer una definición de la infalibilidad por aclamación, «inspirada por el Espíritu», sin necesidad de largos y tediosos debates. Extendió la infalibilidad pontificia a toda afirmación del papa en materia religiosa y confundió la infalibilidad con la inspiración. En las páginas de su periódico, publicó expresiones de «devoción al Papa» que pueden calificarse de «papolatría».
Butler (1) caracterizaba las ideas de Veuillot en estos términos:
«Cualquiera que fuera su intransigencia, Ward era un teólogo; Louis Veuillot, no; era un periodista sin formación teológica, y extendió la idea de la infalibilidad del Papa más allá de todos los límites teológicos. La entendió como “inspiración”: “Todos sabemos, ciertamente, una sola cosa, y es que ningún hombre sabe nada, excepto el Hombre con quien Dios está siempre, el Hombre que trae el pensamiento de Dios. Debemos seguir inquebrantablemente sus inspiradas instrucciones”. Escribiendo desde Roma durante el Concilio, Veuillot planteó la pregunta: “¿Cree la Iglesia, o no cree, que su Cabeza está inspirada directamente por Dios, es decir, que es infalible en sus decisiones con respecto a la fe y la moral?” Conforme con tales ideas es lo que yo mismo escuché decir a un sobreviviente de la escuela de Veuillot: no le gustaba que se dijera que las definiciones del Concilio habían sido formuladas mediante los debates conciliares; “es mucho más simple pensar en ellas como susurradas directamente por el Espíritu Santo en el oído del Papa”. Nuevamente, Veuillot dijo: “Debemos afirmar rotundamente la autoridad y la omnipotencia del Papa, como fuente de toda autoridad, espiritual y temporal. La proclamación del dogma de la infalibilidad del Papa no tiene otro objeto”».
Hay que recordar que la definición dogmática del Vaticano I de ningún modo afirma que el Papa sea infalible en todas sus expresiones en materia religiosa, sino que contiene estrictas condiciones y precisiones (ver aquí).
Y también es necesario negar enfáticamente que la infalibilidad pueda identificarse con la inspiración propia de la Sagrada Escritura. 
«Una vez más, aunque infalible, el papa no es inspirado, ni mucho menos. "Ningún papa", escribe el cardenal Hergenrother (24), "jamás se ha atribuido a sí mismo la inspiración, sino sólo la asistencia divina." "Los católicos nunca han enseñado”, dice Perrone (25), “que el don de la infalibilidad sea otorgado por Dios a la Iglesia, a la manera de inspiración." "La inspiración del papa o de la Iglesia", dice el cardenal Newman (26), “en el sentido de la inspiración de los Apóstoles, es contraria a las enseñanzas recibidas”. 
En la teología católica (27) el don de la inspiración implica cuatro cosas: (1) una iluminación divina de la mente del maestro, por la cual directa e inmediatamente se le comunica la verdad a enseñar, o, si la conoce previamente, se le sugiere; (2) un impulso divino de su voluntad que, de manera directa y eficaz, (sin destruir, no obstante, su libertad) lo determina a escribir o hablar; (3) una dirección divina para asegurar que el agente inspirado enseñe fielmente todo y sólo lo que Dios quiere que enseñe, por escrito o verbalmente; y (4) una asistencia divina, hasta el final, para que las verdades concebidas sobrenaturalmente se expresen correctamente y sin error. La infalibilidad, por otra parte, implica simplemente una asistencia o tutela divina, que garantiza al papa el ser inmune de la posibilidad de errar cuando enseña oficialmente a la Iglesia universal. La infalibilidad, por ende, coincide con la inspiración en el cuarto punto; en los otros tres, se diferencia de ella. De ahí que, aunque no puede haber inspiración sin la infalibilidad, puede haber infalibilidad sin inspiración.» (cf. Lyons, aquí).
Sin desmerecer otros aspectos de la obra de Veuillot, los errores que ahora apuntamos, debieran servirnos para ser conscientes de la importancia de una sólida formación doctrinal como condición para desempeñar una tarea «apologética». De lo contrario, corremos el riesgo de no dar razones de nuestra fe, sino de ofrecer una tosca caricatura de ella.




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(1) Butler, C. The Vatican Council. London (1930). Vol I, pp. 75-76.