“Justo cuando pensé que estaba afuera, me fuerzan a
volver.”
(Michael
Corleone, en El Padrino, III parte.)
“La Iglesia no teme tanto los
ardides de sus enemigos, como la ignorancia de sus hijos.”
(San Pío
X)
por Ricardo Casuchi.
A propósito del debate
por la legalización del aborto en la Argentina , hemos escuchado en este tiempo toda
clase de burradas en boca de “los nuestros”. No nos agrada criticar (-nos) pero
cuando son algunos de “los nuestros” los que atacan a la buena gente que
heroicamente está peleando, a su manera y como mejor sabe, contra la
legalización del homicidio intrauterino; mientras “los nuestros” se quedan
cómodos en sus casas, con sus revistuchas y sus versitos; alguien tiene que
cantar algunas verdades… cantar en cosas de jundamento.
·
Atacar por izquierda.
Muchos amigos pretenden
derribar el mensaje abortista de las aborteras pretendiendo develar que las
mismas estarían al servicio de “la derecha”. Esta táctica tiene gravísimos
inconvenientes.
En primer lugar,
significa creer el cuento de la autoridad ética de la izquierda en
general y del progresismo en particular. Excepto algún despistado, ningún zurdo se
lo cree. Recordemos que para el marxismo, la ética es parte de la
superestructura; por lo tanto, ésta depende de la estructura económica y, como
corolario, todo aquello que conduzca a la revolución marxista, será
consecuentemente ético. Algunos textos (de cientos) a manera ilustrativa:
Rechazamos todo intento de imponernos ningún dogma moral,
cualquiera que sea, como ley eterna, definitiva y siempre inmutable (F. Engels, Anti-Dühring).
Durante el tiempo en que el proletariado tenga necesidad
de un gobierno, esa necesidad la tendrá no con el fin de obtener libertad sino
con el fin de aplastar a sus adversarios (Engels, Carta
a Bebel).
Moral es lo que sirve para destruir a la vieja sociedad
explotadora y para unir a todos los que sufren alrededor del proletariado…
Nuesta moral está enteramente subordinada a los intereses de la lucha de clases
del proletariado (Lenin, Discurso en el III Congreso de la Liga Juvenil
Comunista).
Es necesario unir la fidelidad más absoluta a las ideas
comunistas con el arte de admitir todos los compromisos prácticos necesarios,
las maniobras, los acuerdos, los zigzag, las retiradas, etc.” (Lenin: El
izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo).
Es la mayor tontería y el utopismo más insensato el creer
que el paso del capitalismo al socialismo es posible sin coacción y sin
dictadura (Lenin: Las próximas tareas del poder del
soviet).
La dictadura del proletariado es un poder que fue
conquistado por la fuerza del proletariado contra la burguesía y será
mantenido; un poder que no está ligado a ley alguna (Lenin: La
revolución proletaria y el renegado Kautsky).
Adicionalmente, se
parte del error de creer que el izquierdismo es cosa de pobres, de proletarios,
de campesinos; cuando sus teóricos y principales líderes (salvo alguna
excepción) han sido miembros de la burguesía o, incluso, de la aristocracia.
Empezando por Marx y Engels, siguiendo por Lenin y Trotsky, finalizando en
Fidel Castro y “el Che” Guevara. Pero, además, es erróneo creer que los grandes
capitales no son “de izquierda”; menos aún en estos tiempos. Recomendamos
escuchar la deposición de Mark
Zuckerberg, creador de Facebook, ante el Congreso estadounidense,
donde reconoce que Silicon Valley es progresista.
En particular, el
progresismo, versión decadente del marxismo, es un síntoma mental de
fracasados, envidiosos y resentidos que están siempre “moralmente indignados”
por las “injusticias” (reales o supuestas) que se cometen… cuanto más lejos
mejor. El hecho de que siempre haya algo de qué quejarse para poder proyectar
la propia angustia existencial hace que no deban asumir su realidad inmediata.
El problema es que, a veces, la realidad se impone y, entonces, no les queda
remedio más que recurrir a la mentira (para lo que no tienen ningún problema) y
así “los fetos no componen poemas”, “hay vidas que valen más que otras”, etc.
El problema es que estas gentes
son muy hábiles en abusar de la buena educación de los demás. Como decía un
buen amigo español, “perdedles el respeto; mandadles a la mierda.”
·
No son “feminazis” sino
“femibolches”.
Parecería que a algunos
“camaradas” les molesta que se pretenda correr a las feministas radicales con
sus métodos violentos, mentirosos y chabacanos diciéndoles “nazis”. En primer
lugar, porque consideran que “nazi” es denigrante hacia los
“nacionalsocialistas”, cuando en realidad es un forma típica alemana de resumir
palabras largas, del mismo modo que los franceses dicen “catho” en vez de “catholique“.
En segundo lugar,
porque en algún lugar leyeron que el nazismo prohibió el aborto. Lo cual no es
del todo cierto. De hecho, la ley del 14 de julio de 1933 preveía el aborto y
la esterilización obligatorias en casos de ciertas enfermedades hereditarias
que, pronto, fueron ampliándose. Además, con sólo afirmar que alguno de los
padres contaba con una enfermedad genética, cualquier mujer podía pedir que le
practicasen un aborto sin ninguna prueba.
No está de más recordar
que, en su Zweites
Buch de 1928, Hitler alaba la política de Esparta de
aniquilación de los niños enfermos, deformes y débiles.
Será recién en 1943, y
más de tres años de comenzada la Segunda Guerra Mundial, que la Alemania nazi prohibirá
(con pena de muerte) el aborto de hijos de padres “arios”.
En tercer lugar, nos
dicen que hacer esto es un caso de la falacia conocida como “reductio ad
hitlerum”. Lo cual sería correcto si se tratara de que uno
descalifica al oponente en un debate acusando sus argumentos de “nazis”. Pero
no es éste el caso. Al calificar de “feminazis” a las feministas radicales
estamos señalando la (supuesta) contradicción entre su cháchara “antifascista”
y sus métodos intimidatorios
y amedrentatorios (típicamente utilizados por los camisas pardas de la S.A. nazi en Alemania durante
las décadas del ’20 y del ’30, según las directivas emitidas por su líder Ernst
Röhm en varias oportunidades).
Cuando les decimos
“feminazis”, las hacemos rabiar hasta lo indecible. (“Femibolches” hasta sería
un piropo.) Razón de sobra para decirles una y mil veces: “¡feminazis!” (Y que
los “camaradas” molestos, sigan navegando en Internet.)
·
Guerra justa contra los aborteros
Hemos escuchado
recientemente en la presentación de una conferencia a uno de los principales
referentes del nacionalismo argentino decir que más que ir a manifestarse al
Congreso, un caudillo debió saltar las vallas y matar “en guerra justa” (sic)
a los aborteros.
En primer lugar, habría
que ver si se cumplen las condiciones o justos títulos que la doctrina católica
tradicional prevé para poder decir que cierta guerra es justa o no.
Santo Tomás (S. Th.,
II-II, q. 40, a .
1):
Tres cosas se requieren para que
sea justa una guerra. Primera: la autoridad del príncipe bajo cuyo mandato se
hace la guerra. No incumbe a la persona particular declarar la guerra, porque
puede hacer valer su derecho ante tribunal superior; además, la persona
particular tampoco tiene competencia para convocar a la colectividad, cosa
necesaria para hacer la guerra. Ahora bien, dado que el cuidado de la república
ha sido encomendado a los príncipes, a ellos compete defender el bien público
de la ciudad, del reino o de la provincia sometidos a su autoridad. Pues bien,
del mismo modo que la defienden lícitamente con la espada material contra los
perturbadores internos, castigando a los malhechores, a tenor de las palabras
del Apóstol: No en vano lleva la espada, pues es un servidor de Dios para
hacer justicia y castigar al que obra mal (Rom 13,4), le incumbe también
defender el bien público con la espada de la guerra contra los enemigos
externos. Por eso se recomienda a los príncipes: Librad al pobre y sacad
al desvalido de las manos del pecador (Sal 81,41), y San Agustín, por su
parte, en el libro Contra Faust. enseña: El orden natural,
acomodado a la paz de los mortales, postula que la autoridad y la deliberación
de aceptar la guerra pertenezca al príncipe.
Se requiere, en segundo lugar,
causa justa. Es decir, que quienes son atacados lo merezcan por alguna causa.
Por eso escribe también San Agustín en el libro Quaest.: Suelen
llamarse guerras justas las que vengan las injurias; por ejemplo, si ha habido
lugar para castigar al pueblo o a la ciudad que descuida castigar el atropello
cometido por los suyos o restituir lo que ha sido injustamente robado.
Se requiere, finalmente, que sea
recta la intención de los contendientes; es decir, una intención encaminada a
promover el bien o a evitar el mal. Por eso escribe igualmente San Agustín en
el libro De verbis Dom.: Entre los verdaderos adoradores de Dios, las
mismas guerras son pacíficas, pues se promueven no por codicia o crueldad, sino
por deseo de paz, para frenar a los malos y favorecer a los buenos. Puede,
sin embargo, acontecer que, siendo legítima la autoridad de quien declara la
guerra y justa también la causa, resulte, no obstante, ilícita por la mala
intención. San Agustín escribe en el libro Contra Faust.: En efecto,
el deseo de dañar, la crueldad de vengarse, el ánimo inaplacado e implacable,
la ferocidad en la lucha, la pasión de dominar y otras cosas semejantes, son,
en justicia, vituperables en las guerras.
Por su parte, el
Catecismo de la
Iglesia Católica afirma:
Se han de considerar con rigor las
condiciones estrictas de una legítima defensa mediante la fuerza militar. La
gravedad de semejante decisión somete a esta a condiciones rigurosas de
legitimidad moral. Es preciso a la vez:
—Que el daño causado por el
agresor a la nación o a la comunidad de las naciones sea duradero, grave y
cierto.
—Que todos los demás medios para
poner fin a la agresión hayan resultado impracticables o ineficaces.
—Que se reúnan las condiciones
serias de éxito.
—Que el empleo de las armas no
entrañe males y desórdenes más graves que el mal que se pretende eliminar. El
poder de los medios modernos de destrucción obliga a una prudencia extrema en
la apreciación de esta condición.
Estos son los elementos
tradicionales enumerados en la doctrina llamada de la “guerra justa”.
La apreciación de estas
condiciones de legitimidad moral pertenece al juicio prudente de quienes están
a cargo del bien común.
Evidentemente, varias
de estas condiciones no se estaban cumplidas aún si un “caudillo” (sic) se
hubiese presentado el miércoles 13 de junio de 2018 por la noche frente al
Congreso llamando a los que allí estábamos presentes a saltar las vallas y
atacar a los aborteros.
No podemos, finalmente,
preguntarnos por qué dicho líder nacionalista no se presentó él o, mejor, no
atacó él, aunque estuviese solo o con un pequeño grupo y fuese reducido o
directamente eliminado, ¿no dice San Bernardo que el que muere en guerra justa
es como un mártir y que, por lo tanto, va directo al Cielo?
Quam gloriosi revertuntur victores
de praelio! quam beati moriuntur martyres in praelio! Gaude, fortis athleta, si
vivis et vincis in Domino: sed magis exsulta et gloriare, si moreris et
jungeris Domino.
Coherencia, por favor.
En general no nos
preocupa perder el tiempo desmintiendo los argumentos “barrederos” (Castellani dixit)
de cierto nacionalismo siempre exaltado; pero cuando éstos son usados contra
“los amigos” y tienen como resultado inmediato la desmovilización de los buenos
católicos, nos vemos obligados a salir de nuestro ostracismo para hablar y
poner puntos sobre íes.
Visto en: