martes, 10 de julio de 2018

Sobre “feminazis”, “bolches” y Cruzadas




“Justo cuando pensé que estaba afuera, me fuerzan a volver.”
(Michael Corleone, en El Padrino, III parte.)
La Iglesia no teme tanto los ardides de sus enemigos, como la ignorancia de sus hijos.”
(San Pío X)
por Ricardo Casuchi.
A propósito del debate por la legalización del aborto en la Argentina, hemos escuchado en este tiempo toda clase de burradas en boca de “los nuestros”. No nos agrada criticar (-nos) pero cuando son algunos de “los nuestros” los que atacan a la buena gente que heroicamente está peleando, a su manera y como mejor sabe, contra la legalización del homicidio intrauterino; mientras “los nuestros” se quedan cómodos en sus casas, con sus revistuchas y sus versitos; alguien tiene que cantar algunas verdades… cantar en cosas de jundamento.
·                     Atacar por izquierda.
Muchos amigos pretenden derribar el mensaje abortista de las aborteras pretendiendo develar que las mismas estarían al servicio de “la derecha”. Esta táctica tiene gravísimos inconvenientes.
En primer lugar, significa creer el cuento de la autoridad ética de la izquierda en general y del progresismo en particular. Excepto algún despistado, ningún zurdo se lo cree. Recordemos que para el marxismo, la ética es parte de la superestructura; por lo tanto, ésta depende de la estructura económica y, como corolario, todo aquello que conduzca a la revolución marxista, será consecuentemente ético. Algunos textos (de cientos) a manera ilustrativa:
Rechazamos todo intento de imponernos ningún dogma moral, cualquiera que sea, como ley eterna, definitiva y siempre inmutable (F. Engels, Anti-Dühring).
Durante el tiempo en que el proletariado tenga necesidad de un gobierno, esa necesidad la tendrá no con el fin de obtener libertad sino con el fin de aplastar a sus adversarios (Engels, Carta a Bebel).
Moral es lo que sirve para destruir a la vieja sociedad explotadora y para unir a todos los que sufren alrededor del proletariado… Nuesta moral está enteramente subordinada a los intereses de la lucha de clases del proletariado (Lenin, Discurso en el III Congreso de la Liga Juvenil Comunista).
Es necesario unir la fidelidad más absoluta a las ideas comunistas con el arte de admitir todos los compromisos prácticos necesarios, las maniobras, los acuerdos, los zigzag, las retiradas, etc.” (Lenin: El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo).
Es la mayor tontería y el utopismo más insensato el creer que el paso del capitalismo al socialismo es posible sin coacción y sin dictadura (Lenin: Las próximas tareas del poder del soviet).
La dictadura del proletariado es un poder que fue conquistado por la fuerza del proletariado contra la burguesía y será mantenido; un poder que no está ligado a ley alguna (Lenin: La revolución proletaria y el renegado Kautsky).
Adicionalmente, se parte del error de creer que el izquierdismo es cosa de pobres, de proletarios, de campesinos; cuando sus teóricos y principales líderes (salvo alguna excepción) han sido miembros de la burguesía o, incluso, de la aristocracia. Empezando por Marx y Engels, siguiendo por Lenin y Trotsky, finalizando en Fidel Castro y “el Che” Guevara. Pero, además, es erróneo creer que los grandes capitales no son “de izquierda”; menos aún en estos tiempos. Recomendamos escuchar la deposición de Mark Zuckerberg, creador de Facebook, ante el Congreso estadounidense, donde reconoce que Silicon Valley es progresista.
En particular, el progresismo, versión decadente del marxismo, es un síntoma mental de fracasados, envidiosos y resentidos que están siempre “moralmente indignados” por las “injusticias” (reales o supuestas) que se cometen… cuanto más lejos mejor. El hecho de que siempre haya algo de qué quejarse para poder proyectar la propia angustia existencial hace que no deban asumir su realidad inmediata. El problema es que, a veces, la realidad se impone y, entonces, no les queda remedio más que recurrir a la mentira (para lo que no tienen ningún problema) y así “los fetos no componen poemas”, “hay vidas que valen más que otras”, etc.
El problema es que estas gentes son muy hábiles en abusar de la buena educación de los demás. Como decía un buen amigo español, “perdedles el respeto; mandadles a la mierda.”
·                     No son “feminazis” sino “femibolches”.
Parecería que a algunos “camaradas” les molesta que se pretenda correr a las feministas radicales con sus métodos violentos, mentirosos y chabacanos diciéndoles “nazis”. En primer lugar, porque consideran que “nazi” es denigrante hacia los “nacionalsocialistas”, cuando en realidad es un forma típica alemana de resumir palabras largas, del mismo modo que los franceses dicen “catho” en vez de “catholique“.
En segundo lugar, porque en algún lugar leyeron que el nazismo prohibió el aborto. Lo cual no es del todo cierto. De hecho, la ley del 14 de julio de 1933 preveía el aborto y la esterilización obligatorias en casos de ciertas enfermedades hereditarias que, pronto, fueron ampliándose. Además, con sólo afirmar que alguno de los padres contaba con una enfermedad genética, cualquier mujer podía pedir que le practicasen un aborto sin ninguna prueba.
No está de más recordar que, en su Zweites Buch de 1928, Hitler alaba la política de Esparta de aniquilación de los niños enfermos, deformes y débiles.
Será recién en 1943, y más de tres años de comenzada la Segunda Guerra Mundial, que la Alemania nazi prohibirá (con pena de muerte) el aborto de hijos de padres “arios”.
En tercer lugar, nos dicen que hacer esto es un caso de la falacia conocida como “reductio ad hitlerum”. Lo cual sería correcto si se tratara de que uno descalifica al oponente en un debate acusando sus argumentos de “nazis”. Pero no es éste el caso. Al calificar de “feminazis” a las feministas radicales estamos señalando la (supuesta) contradicción entre su cháchara “antifascista” y sus métodos intimidatorios y amedrentatorios (típicamente utilizados por los camisas pardas de la S.A. nazi en Alemania durante las décadas del ’20 y del ’30, según las directivas emitidas por su líder Ernst Röhm en varias oportunidades).
Cuando les decimos “feminazis”, las hacemos rabiar hasta lo indecible. (“Femibolches” hasta sería un piropo.) Razón de sobra para decirles una y mil veces: “¡feminazis!” (Y que los “camaradas” molestos, sigan navegando en Internet.)
·                     Guerra justa contra los aborteros
Hemos escuchado recientemente en la presentación de una conferencia a uno de los principales referentes del nacionalismo argentino decir que más que ir a manifestarse al Congreso, un caudillo debió saltar las vallas y matar “en guerra justa” (sic) a los aborteros.
En primer lugar, habría que ver si se cumplen las condiciones o justos títulos que la doctrina católica tradicional prevé para poder decir que cierta guerra es justa o no.
Santo Tomás (S. Th., II-II, q. 40, a. 1):
Tres cosas se requieren para que sea justa una guerra. Primera: la autoridad del príncipe bajo cuyo mandato se hace la guerra. No incumbe a la persona particular declarar la guerra, porque puede hacer valer su derecho ante tribunal superior; además, la persona particular tampoco tiene competencia para convocar a la colectividad, cosa necesaria para hacer la guerra. Ahora bien, dado que el cuidado de la república ha sido encomendado a los príncipes, a ellos compete defender el bien público de la ciudad, del reino o de la provincia sometidos a su autoridad. Pues bien, del mismo modo que la defienden lícitamente con la espada material contra los perturbadores internos, castigando a los malhechores, a tenor de las palabras del Apóstol: No en vano lleva la espada, pues es un servidor de Dios para hacer justicia y castigar al que obra mal (Rom 13,4), le incumbe también defender el bien público con la espada de la guerra contra los enemigos externos. Por eso se recomienda a los príncipes: Librad al pobre y sacad al desvalido de las manos del pecador (Sal 81,41), y San Agustín, por su parte, en el libro Contra Faust. enseña: El orden natural, acomodado a la paz de los mortales, postula que la autoridad y la deliberación de aceptar la guerra pertenezca al príncipe.
Se requiere, en segundo lugar, causa justa. Es decir, que quienes son atacados lo merezcan por alguna causa. Por eso escribe también San Agustín en el libro Quaest.: Suelen llamarse guerras justas las que vengan las injurias; por ejemplo, si ha habido lugar para castigar al pueblo o a la ciudad que descuida castigar el atropello cometido por los suyos o restituir lo que ha sido injustamente robado.
Se requiere, finalmente, que sea recta la intención de los contendientes; es decir, una intención encaminada a promover el bien o a evitar el mal. Por eso escribe igualmente San Agustín en el libro De verbis Dom.: Entre los verdaderos adoradores de Dios, las mismas guerras son pacíficas, pues se promueven no por codicia o crueldad, sino por deseo de paz, para frenar a los malos y favorecer a los buenos. Puede, sin embargo, acontecer que, siendo legítima la autoridad de quien declara la guerra y justa también la causa, resulte, no obstante, ilícita por la mala intención. San Agustín escribe en el libro Contra Faust.: En efecto, el deseo de dañar, la crueldad de vengarse, el ánimo inaplacado e implacable, la ferocidad en la lucha, la pasión de dominar y otras cosas semejantes, son, en justicia, vituperables en las guerras.
Por su parte, el Catecismo de la Iglesia Católica afirma:
Se han de considerar con rigor las condiciones estrictas de una legítima defensa mediante la fuerza militar. La gravedad de semejante decisión somete a esta a condiciones rigurosas de legitimidad moral. Es preciso a la vez:
—Que el daño causado por el agresor a la nación o a la comunidad de las naciones sea duradero, grave y cierto.
—Que todos los demás medios para poner fin a la agresión hayan resultado impracticables o ineficaces.
—Que se reúnan las condiciones serias de éxito.
—Que el empleo de las armas no entrañe males y desórdenes más graves que el mal que se pretende eliminar. El poder de los medios modernos de destrucción obliga a una prudencia extrema en la apreciación de esta condición.
Estos son los elementos tradicionales enumerados en la doctrina llamada de la “guerra justa”.
La apreciación de estas condiciones de legitimidad moral pertenece al juicio prudente de quienes están a cargo del bien común.
Evidentemente, varias de estas condiciones no se estaban cumplidas aún si un “caudillo” (sic) se hubiese presentado el miércoles 13 de junio de 2018 por la noche frente al Congreso llamando a los que allí estábamos presentes a saltar las vallas y atacar a los aborteros.
No podemos, finalmente, preguntarnos por qué dicho líder nacionalista no se presentó él o, mejor, no atacó él, aunque estuviese solo o con un pequeño grupo y fuese reducido o directamente eliminado, ¿no dice San Bernardo que el que muere en guerra justa es como un mártir y que, por lo tanto, va directo al Cielo?
Quam gloriosi revertuntur victores de praelio! quam beati moriuntur martyres in praelio! Gaude, fortis athleta, si vivis et vincis in Domino: sed magis exsulta et gloriare, si moreris et jungeris Domino.
Coherencia, por favor.
En general no nos preocupa perder el tiempo desmintiendo los argumentos “barrederos” (Castellani dixit) de cierto nacionalismo siempre exaltado; pero cuando éstos son usados contra “los amigos” y tienen como resultado inmediato la desmovilización de los buenos católicos, nos vemos obligados a salir de nuestro ostracismo para hablar y poner puntos sobre íes.
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