Dios es infinitamente
justo y a veces castiga con los
pecados. No los quiere pero permite que sucedan. Así lo expresaba Francisco de
Quevedo en su obra Execración contra los
judíos (aquí).
«De dos maneras ha castigado Dios Nuestro Señor siempre y de entrambas
nos castiga: la una es castigar los pecados; la otra, castigar con los pecados.
No sé si acierto en temer la postrera por mayor, pues cuanto es peor el pecado
que el castigo, tanto es peor castigo el pecado. Castiga Dios nuestras
culpas con permitir que nuestros regocijos sean nuestras lágrimas; lo que se
vio en dos fiestas de toros en la
Plaza , adonde, en la primera, quemándose de noche hasta los
cimientos una acera, no pereció nadie, y la segunda, no cayéndose nada ni
ardiéndose una madera, murieron miserablemente tantas personas. Castiga Dios
con permitir en Cádiz que nuestros puertos sean cosarios de nuestras mercancías
y las anclas de nuestros navíos sus huracanes.(1) Da a los rebeldes las plazas
en Flandes. Da la flota, sin resistencia nuestra ni gasto de pólvora, a los
herejes. Entrégales en el Brasil los lugares y puertos y las islas. Ábreles
paso a Italia. Dales victorias en Alemania y socorros. Castigos son de Su mano,
satisfacciones son de Su ira grandes y dolorosas. Mas, permitir que en la corte de V.M. azoten y quemen un crucifijo, que
repetidamente fijen en los lugares públicos y sagrados carteles contra Su Ley
sacrosanta y solamente verdadera, esto es castigar con los pecados. Y pecados
tales, que en esta vida no pueden tener proporcionado castigo.(2)
Señor, el vernos castigados de la mano de Dios no debe afligirnos,
sino enmendarnos, porque su azote más tiene, por su bondad, de advertencia que
de pena. Así lo
enseña el grande doctor y padre San Agustín: "Quien se alegra con los
milagros de los beneficios, alégrese en los espantos de las venganzas, porque
halaga y amenaza. Si no halagara, no hubiera alguna exhortación; si no
amenazara, no hubiera ninguna corrección"
Todas nuestras calamidades
referidas las hallo una por una contadas en Nahum profeta con la causa dellas
(cap.3): "La voz del azote, la voz del ímpetu de la rueda, la del caballo
que gime, la del caballero que sube, la de la espada que reluce, la de la lanza
que fulmina, la de la multitud muerta y de la ruina grande; no tienen los
cadáveres fin y se precipitarán en sus cuerpos por la multitud de las
fornicaciones de la ramera hermosa y favorecida, y que tiene hechizos, que
vende las gentes en sus fornicaciones y las familias en sus hechicerías".
Podrán otros hallar estas señas de la ramera, por la hermosura, valimiento y
hechizos, bien parecidas a otra cosa. Empero, yo reconozco ser esta ramera la
nación hebrea con la autoridad de Isaías (cap.1): "¿Cómo se ha vuelto ramera
la que era ciudad fiel, llena de juicio?" Por ella, Señor, y por sus
prevaricaciones , temo que hemos oído en Italia, Flandes y Alemania, todas las
voces referidas, pues nos han gritado el azote, la rueda, el caballo, el
caballero, la espada, la lanza y la multitud de difuntos, pronunciando horror
con los cadáveres y escribiendo de espanto con güesos sangrientos las campañas.»
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(1) Se refiere Quevedo a las
incursiones de corsarios en las posesiones españolas de Ultramar. A diferencia
de la simple piratería, la patente de corso significaba, en la práctica que el
navío debía entregar una parte del botín a la Corona o el pabellón de que era oriundo el barco
y la tripulación.
(2) Hacia 1633 se fijaron unos
carteles en todo Madrid que fueron atribuidos supuestamente a los judíos, donde
se daban loas a la ley de Moises y muerte a la de Cristo. Este hecho parece ser
el punto de arranque del presente Memorial dirigido al monarca.