jueves, 11 de octubre de 2018

Lo fantástico (y 2)

[II] Las fronteras de lo «fantástico»
No es precisamente la fantasía lo que rige como motor creativo el mundo del que estamos hablando. Obras como Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carrol, o el último éxito editorial en lengua española, El Señor de los anillos, de Tolkien (8), no pertenecen al mundo de lo fantástico, sino al de lo fantasioso o maravilloso. La creación y la lectura de estas obras, no es algo que entre de lleno en la vacilación fantástica. Pueden ponerse junto a las leyendas imaginativas del folklore popular, más bien exigidas por una nostalgia de inocencia, que por una nostalgia de Absoluto. Forman parte de la primera etapa de una vuelta sobre uno mismo, cuando se trata de un lector adulto, que comprenda los horizontes de lo que se quiere decir en ellos. Es, quizá, con expresión que da el título a la obra de Fernando Savater, La infancia recuperada (9), como puede serlo la lectura de Verne, de London, de Salgari, de Cooper, de May, en un regreso a la adolescencia. Obra de fantasía es siempre obra de nostalgia limitada; es decir, un regreso a lo posible, porque fue, simplemente. Una cierta recuperación de sueños infantiles o adolescentes, que pueden haber sido irrealizables -como cualquier ilusión juvenil de adentrarse por las selvas o los mares del Sur...-, pero que no llevan el sello de lo inverosímil o de lo inaudito. Con expresión de Henry James diremos que lo fantástico, al contrario, es la primera vuelta de una tuerca sin fin, cosa que no sucede en el que es fruto de la simple fantasía, que deberíamos llamar, simplemente, «maravilloso». Y ahí estriba la gran diferencia, básica en la distinción de ambos relatos u obras en general. Porque, asumiendo la idea de Sartre, hemos de afirmar que el relato maravilloso no plantea la realidad que representa, mientras que lo «fantástico» sí lo plantea. Lo «maravilloso» puede sumergirse en mundos de fantasía, que no exigen realización. Por ello, como veremos más abajo, la «ciencia-ficción» tiene muchas veces más afinidad con lo «maravilloso» que con lo «fantástico». En cambio, lo «fantástico», con todo lo que comporta la dislocación, de exabrupto, de monstruosidad, está presentado como realidad, no solamente posible, sino auténtica. Un relato de Lovecraft es verídico, por inverosímil que parezca. Un film de Polanski, «necesita» ser tenido como realidad. Cualquier figuración del Bosco, intenta ser reflejo de una «situación real». La obra «fantástica» se estructura mediante la combinación de artesanía literaria entre lo inverosímil y lo real; una realidad que es, a la vez, en certero análisis de Bessiere, empírico y meta-empírico. Hay, pues, una primera limitación en la idea que asumimos de los campos de lo fantástico, que nos importa, precisamente porque nos sitúa en el ámbito de lo que realmente lleva impreso el sello de la vacilación, es decir, de ese complejo mundo de atracción y repulsión, de temor y atractivo, que ha de estar como en la base de lo fantástico, y que es lo que lo aproxima a la relación con lo que transciende a la normal actitud humana y natural. Tanto en literatura como en cine, o el arte en general roza todo lo de este ámbito con lo extraño, aparentemente irrealizable, inefable, pero sin embargo con un empeño grande en hacer constatar su verosímil inverosimilitud. La gran lección de lo fantástico está en la obra de Stanley Kubrick, 2001, una odisea del espacio. No se trata de pura ciencia-ficción, que en realidad puede resulta de un simple montaje imaginativo, en el que los actuantes o los autores no estén sometidos más que a los imperativos de una imaginación trucada. Kubrick va mucho más allá, y transporta, al ritmo del Así habló Zaratustra, de Strauss, a un mundo en el que no solamente entra lo distinto o lo distorsionado. El espectador se siente arrastrado hacia algo que ve como verdadero, pero que le somete a la gran interrogación de su significado. La vacilación ante las interpretaciones le produce un especial sobrecogimiento, y advierte que hay áreas de un desconocido estremecimiento, que quisiera adivinar cómo le lleva a la superación del Espacio y del Tiempo (recordemos las escenas finales de la evolución e involución, del hombre/niño/viejo). Es la aproximación a lo Absoluto. No se trata de un mundo de sueños, aunque lo onírico esté siempre presente en cuanto a figuración, sino de la ambigüedad insólita de que hablábamos más arriba. No es el simple fantástico expresionista, que en el cine se sitúa hacia los años 20-30 y que se da especialmente en Alemania, consistente en una distorsión de los decorados. Ni siquiera de lo simplemente onírico o de las reacciones psicoanalíticas. Por supuesto, no se quiere tener como a tal todo aquello que se refiera, simplemente -no como elementos narrativos- al sadismo, la crueldad, lo hipotético (como pudiera ser lo «utópico/ político»). Toda obra fantástica debe referirse a los siguientes procedimientos: - Intrusión de un elemento extraordinario en el mundo ordinario (que afecta a nuestra sociedad poblada de personajes ordinarios); - Proyección de un elemento ordinario en un mundo extraordinario (recordemos la serie de films que se inicia con El planeta de los simios, de Franklin Schaffner); - Análisis de elementos extraordinarios que evolucionan en un universo que es también extraordinario: el llamado fantástico total 10. La obra «fantástica». George Sand, citada por Belevan, afirmaba que El mundo fantástico no está afuera o arriba, o abajo; está en el fondo de nosotros, lo mueve todo, es el alma de toda realidad u. Nacido de la inquietud, remedia la inquietud. Es la forma que toma el sentido de lo sagrado en las épocas de escepticismo y de trastornos (12). Por ello, en los tiempos de búsqueda y también en los de transformación, es una de las manifestaciones culturales y cultuales que el hombre se apropia con mayor violencia (13). Necesita la sustitución, y rinde culto a sus otros dioses, que no podrá sino sacarlos del pozo de las propias experiencias religiosas. Pensemos en un film como Rosemary's Baby con sus ritos, sus evoluciones lingüísticas, su planteamiento de aproximación a otro sobrenatural, pero con los mismos elementos de la religión de la que procede Polanski y su entorno. En literatura, aun las narraciones de Poe, con el montaje de aspectos diferentes de una misma obsesión, nos aproximamos a la verdad de una inquietud irresuelta. El «suspense» a que somete el ritmo narrativo, no es más que la curva de un alejamiento/aproximación que surge en época de exigencias positivistas. Aun el exasperante Lovecrafft no es más que un «Dies irae» disimulado, y mal imitado, a pesar de la acumulada admiración de quienes quieren ver en él lo que no hay (14). No se trata, como algunos han pretendido, de un proceso de desmitificación. El mundo del MIEDO, como base de lo fantástico (15), no hace más que llevar de la mano hacia una actitud de pseudo-adoración, de desmesurada reverencia. Las leyes de Frankenstein, de Drácula, de la momia, del hombre-lobo, de los monstruos, nos revelan el trasfondo de búsqueda y la necesidad de una respuesta a nivel de espectador o de lector. Todo el peso de la narración (sea escrita o sea fílmica) está llevado por la fuerza del «mito», que conlleva una exigencia de sustitución, y al mismo tiempo postula una actitud de aceptación y de incontestable respeto. ¿No es el temor, temblor y sencillo corazón? Buscamos en lo «fantástico» no una evasión, un pretexto o una cierta venganza, sino un secreto, que es a la vez el secreto del hombre y del universo (16). Aun en la evolución de las obras de ciencia-ficción, cuando se va de lo simplemente artificial y de falso futurismo a una concepción claramente diversificada de la presencia ignota de un Absoluto fantástico (opresor o benéfico), podemos advertir la clara raíz de relación con una transcendente obsesión, que es omnipresente en la historia del hombre. Así, en los films de Robert Wise, o de Kurt Neumann, hasta los de W. C. Menzies, Fred S. Sears o Edward L. Cahn o Don Siegel. Hay, ciertamente, en todo ello una manipulación científica (o cientista) del hombre que se ve, de pronto, dominador del espacio y del átomo. Sobre todo, cuando a través de ciertos films (y novelas) que podemos llamar de la serie B, se obtienen resultados inesperados. El hombre necesita una respuesta a su inquietud, y no se puede decir solamente que se comercialice a partir de sus necesidades. Por un lado serán los films de MONSTRUOS, que encierran en sí los elementos de la ficción, del poder absoluto manifestado de una manera diferente y arrolladora, produciendo la sensación de imposible, de horror, de desolación, de un cierto ridículo escéptico. Por otro, los films que nos presentan a personajes de otros planetas, en actitud generalmente maléfica. El monstruo es reflejo de una omnipotencia distorsionada, de una visión del más allá presente en la temporalidad, hecha rotunda negación de humanidad. Es derivación de una concepción mítica arraigada en una teogonía imaginativa, que exige desaparezcan todos los resabios de hominización. No es «imagen y semejanza», sino «anti-imagen y desemejanza». Por ello, estas apariciones de monstruos al estilo de los que aparecen en los films de Inoshiro Honda o de Jun Fukunda, nos dan un reflejo de las concepciones teogónicas de una religiosidad de fuerzas elementales, donde no aparece rastro de óptica humanizante. Por su parte, los films de «otros planetas», más cercanos a nuestra concepción del «más allá», nos dan una revelación de seres que envidian, necesitan o exigen al hombre. Desde Bruno Ve Sota hasta los últimos productos de Siegel o las demás ensoñaciones -no insomnios- de otros autores. Es necesaria la entrada del misterio, pero de modo que el espectador se sienta inmerso en el contraste dinámico de fuerzas enfrentadas. Desde la calle oscura de Lovecrafft o de sus «museos del horror», hasta la nitidez de los trajes de «Star Trek». Rayos láser, puñales, monstruos, fuego, licántropos, no son más que elementos de un Sinaí exigido con sus rayos y su lucha por la supervivencia. Son la necesaria manifestación de lo «Otro» en un mundo de anonimato y de profanidad. Querer negarlo es quizás enfrentarse con un absurdo. El afirmarlo es aproximarse a la impotencia humana, con su necesidad de encontrar un sustitutivo de lo sagrado. Fuerza, potencia, exotismo, deformación, terror, lenguajes ignotos, no son más que las diversas notas de un solo pentagrama: el de la incapacidad de negar, con afirmaciones distorsionadas, lo que se le impone al hombre. El placer del desplacer, el horror de la falsa tranquilidad, son manifestaciones de un sentido de autoliquidación, de una culpabilidad frustrada y frustrante, ante el hecho de un intento de superación de lo sagrado. Y la forma expresiva de la creatividad está en lo fantástico, a través de lo que Roland Barthes llama la descritura, como catalizador de la dinámica comprehensiva de los más dispersos elementos de creación cultural. 
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(8) Lewis Carrol: Alicia en el País de las Maravillas, Afha, 197. J. R. R. Tolkien: El Señor de los anillos (3 tomos), Minotauro, 1978, 79, 80.
(9) Fernando Savater: La infancia recuperada, Taurus, 1976.
(10) Rene Predal: Le cinémafantastique, Seghers, 1970. Gerard Lenne: El cine «fantástico" y sus mitologías, Anagrama, 1974. Edgar Morin: El Cine o el hombre imaginario, Seix Barral, 1972. Ilia Ehrenburg: Fábrica de sueños, Akal, 1972.
(11) Belevan, ob. cit., p. 69.
(12) Schneider, ob. cit., p. 21.
(13) Paul Goodman: Ensayos utópicos, Península, 1973.
(14) Lovecrafft: Horror en el Museo, Caralt, 1980. Ver prólogo/introducción de Antonio Prometeo
Moya.
(15) Román Gubern-Joan Prat: Las raíces del Miedo. Antropología del cine de terror, Cuadernos Ínfimos, Tusquets, 1979. Mario Carliski: Psicoanálisis, Teatro y Cine, Paidós, 1965. Ivan Butler: Horror in the Cinema, Zemmer, Barnes, 1967.
(16) Belevan, ob. cit., p. 71.

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