miércoles, 3 de octubre de 2018

Lo fantástico (1)

Lo fantástico como intrusión nostálgica del misterio en algunas manifestaciones culturales de hoy.
Por Cristóbal Sarrias.
Fue en el «campus» de la Universidad de Columbia, en 1960. Hablaban los utópicos y los hombres de la contracultura. Norman O. Brown fue explícito: «Sea como fuere, la cuestión es, antes que nada, encontrar de nuevo los misterios. Con esto no quiero significar simplemente el sentido de lo maravilloso, aquel sentido de lo maravilloso que es la fuente auténtica de toda filosofía: lo que quiero significar por misterio es secreto, oculto, sólo visible por los que tienen visión espiritual» (1). Ante el auditorio universitario, Brown enunciaba la gran nostalgia del misterio. La que estaba en la entraña misma de la juventud convulsionada por el pensamiento de Marcuse, de Goodman, de Fast o de Morin. Una juventud cansada de enseñanzas librescas -que él mismo ataca en palabras que siguen en su discurso-, que necesita reencontrar el sentido de lo oculto, de lo distinto, de lo que, en realidad está detrás de cualquier aprehensión de la realidad inmediata. Brown reconocía, en sus diagnósticos, el grado de nostalgia que puede existir en cualquier manifestación social, cuando se aproxima a la orilla de lo Imposible. La necesidad de reencontrar lo oculto, lo mistérico, no podía ser exclusiva competencia de actividades iniciáticas reservadas a unos pocos. En el «campus» de Columbia se apretaban los hombres y mujeres de toda una generación, que además era válida para un análisis de todo un estrato social a nivel de amplio espectro. Quizá totalizante. Porque representaban una visión de futuro que no podía desestimarse, ni era un simple conjunto de estudiantes sin relevancia. Lo que en 1960 estaba ante Brown era, simplemente, nuestra generación.
[I] Reemplazar la transcendencia
Los analistas de lo fantástico coinciden en un punto concreto: detrás de cualquier manifestación cultural que pueda englobarse bajo este epígrafe (y veremos la amplitud de su campo, junto con lo restringido de su comprehensión) tiene un elemento común: lo fantástico se caracteriza por una intrusión brutal del misterio en el marco de la vida real (2). Es decir, la entrada en los entramados y entresijos de lo cotidiano de todo el necesario mundo de relación con la transcendencia. Se podrán llamar «sustitutivos» o «lecturas de creencias ignoradas », pero lo cierto es que, sin tener que recurrir a análisis excesivamente profundos, hay en la expresión cultural que se adentra en lo fantástico, una necesaria actitud iniciática, que desciende a los niveles más elementales (y profundos) de la reacción religiosa. Y surge entonces lo que constituye el primer paso de la reacción «fantástica »: la vacilación. En el simple hecho de la recreación de un mundo «diferente», en el que se introducen elementos que son deformaciones, abstracciones, distorsiones, exageraciones de la vida real, se añade a lo que se ve, se oye, se siente, lo que se intuye, se busca, se sospecha, se necesita. Es decir, el autor que ofrece su visión fantástica, y el lector o contemplador (más que espectador, que puede connotar pasividad) recurren a la dialéctica de lo imposible; a la presentación y captación de lo impublicable o esotérico, en cuanto que es algo que no está al alcance de la mano, ni de la vista, ni muchas veces de la simple imaginación. Entonces lo «fantástico» se transforma en un elemento válido para responder a la vacilación a que somete la credulidad (no la «incredulidad») necesaria. Una lectura de Poe, una visión de Goya o una contemplación de Lang -por no citar más que autores que llevan la connotación del «miedo»- hacen presentir que «hay-más» -pero-no-se-sabe-ni el «qué»-ni el «cómo»-ni el «cuando»-. Y esta actitud, cercana a la «umheiliche» freudiana -que nosotros llamaríamos con Belevan, «ambigüedad insólita» (3)-, es la que produce el desequilibrio funcional de la relación con un «más allá» necesario. Es la «vacilación» entre un más acá real, y un más allá imposible de aprehender. Esta es la razón por la que Todorov dice que lo fantástico es la vacilación experimentada por un ser que no conoce más que las leyes naturales, frente a un acontecimiento aparentemente sobrenatural (4)Es cierto que puede provocar una seria rebeldía interior, como anuncia Caillois, al decir que Todo lo fantástico es una ruptura del orden reconocido, una irrupción de lo inadmisible en el seno de la inalterable legalidad cotidiana. Precisamente porque es una intromisión -en el sentido etimológico y primitivo de la palabra- en una realidad que se ve limitada por sí misma, y desbordada por la entrada de elementos que la transcienden. Y por ello, Schnieder dirá en un texto aportado por el mismo Callois (5): Lo fantástico explora el espacio de lo interior; tiene mucho que ver con la imaginación, la angustia y la esperanza de salvación. Irene Bessiere, en su obra Le récit fantastique (6), precisa que lo fantástico no es sino uno de los caminos de la imaginación, cuya fenomenología semántica surge a la vez de la mitografía, de la religiosidad, de la psicología moral y patológica y que, por eso mismo, no se distingue de aquellas manifestaciones aberrantes de lo imaginario o de sus expresiones codificadas en la tradición popular. Es decir, que ampliando el campo de reflexión sobre lo fantástico, nos introduce de lleno en lo que la fuerza de creación mítica de los pueblos ha ido añadiendo a sus tradiciones como eco de la entrada de una conexión con lo sobrenatural, sea de la naturaleza que fuere. Lo que analiza con profundidad Mircea Eliade en todos sus libros, y que nos hace comprender de una manera muy concreta en determinadas alusiones a lo cósmico, o a las manifestaciones básicas en la capacidad evolutiva del hombre (7).
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(1) Brown, Cohn-Bendit. .. , etc.: Escritos sobre el Apocalipsis, Kairos, 1973, p. 146.
(2) Harry Belevan: Teoría de lo fantástico, Anagrama, 1976, p. 43.
(3) Ibíd., p. 88.
(4) T. Todorov: Introducción a la literatura fantástica, Ed. Tiempo Contemporáneo, Buenos Aires, 1972, p. 34.
(5) M. Schneider: Déja la netge, Grasset, 1974, p. 12.
(6) Irene Bessiere: Le récit fantastique, Larousse, 1974.
(7) Passim en las obras de M. E., pero especialmente en: Herreros y alquimistas, Alianza, 1974. Imágenes y símbolos, Taurus, 1974. Mito y realidad, E. Labor, 1978. Tratado de historia de las religiones, 2 tomos, Cristiandad, 1974.

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