Por Cristóbal Sarrias.
Fue en el «campus» de la
Universidad de Columbia, en 1960. Hablaban los utópicos y los hombres de la contracultura.
Norman O. Brown fue explícito: «Sea como fuere, la cuestión es, antes
que nada, encontrar de nuevo los misterios. Con esto no quiero significar
simplemente el sentido de lo maravilloso, aquel sentido de lo maravilloso
que es la fuente auténtica de toda filosofía: lo que quiero significar por
misterio es secreto, oculto, sólo visible por los que tienen visión
espiritual» (1). Ante el
auditorio universitario, Brown enunciaba la gran nostalgia del misterio.
La que estaba en la entraña misma de la juventud convulsionada por el pensamiento
de Marcuse, de Goodman, de Fast o de Morin. Una juventud cansada de
enseñanzas librescas -que él mismo ataca en palabras que siguen en su
discurso-, que necesita reencontrar el sentido de lo oculto, de lo
distinto, de lo que, en realidad está detrás de cualquier aprehensión de
la realidad inmediata. Brown reconocía, en sus diagnósticos, el grado de
nostalgia que puede existir en cualquier manifestación social, cuando se
aproxima a la orilla de lo Imposible. La necesidad de reencontrar lo
oculto, lo mistérico, no podía ser exclusiva competencia de actividades
iniciáticas reservadas a unos pocos. En el «campus» de Columbia se
apretaban los hombres y mujeres de toda una generación, que además era
válida para un análisis de todo un estrato social a nivel de
amplio espectro. Quizá totalizante. Porque representaban una visión de
futuro que no podía desestimarse, ni era un simple conjunto de estudiantes
sin relevancia. Lo que en 1960 estaba ante Brown era, simplemente, nuestra
generación.
[I] Reemplazar la transcendencia
Los analistas de lo fantástico coinciden
en un punto concreto: detrás de cualquier manifestación cultural que pueda
englobarse bajo este epígrafe (y veremos la amplitud de su campo, junto
con lo restringido de su comprehensión) tiene un elemento común: lo
fantástico se caracteriza por una intrusión brutal del misterio en el
marco de la vida real (2). Es decir, la entrada en los entramados y
entresijos de lo cotidiano de todo el necesario mundo de relación con
la transcendencia. Se podrán llamar «sustitutivos» o «lecturas de
creencias ignoradas », pero lo cierto es que, sin tener que recurrir a
análisis excesivamente profundos, hay en la expresión cultural que se
adentra en lo fantástico, una necesaria actitud iniciática, que desciende
a los niveles más elementales (y profundos) de la reacción
religiosa. Y surge entonces lo que constituye el primer paso de la
reacción «fantástica »: la vacilación. En el simple hecho de la
recreación de un mundo «diferente», en el que se introducen elementos que
son deformaciones, abstracciones, distorsiones, exageraciones de la vida
real, se añade a lo que se ve, se oye, se siente, lo que se intuye, se
busca, se sospecha, se necesita. Es decir, el autor que ofrece su visión
fantástica, y el lector o contemplador (más que espectador, que
puede connotar pasividad) recurren a la dialéctica de lo imposible; a la
presentación y captación de lo impublicable o esotérico, en cuanto que es
algo que no está al alcance de la mano, ni de la vista, ni muchas veces de
la simple imaginación. Entonces lo «fantástico» se transforma en un
elemento válido para responder a la vacilación a que somete la credulidad
(no la «incredulidad») necesaria. Una lectura de Poe, una visión de
Goya o una contemplación de Lang -por no citar más que autores que llevan
la connotación del «miedo»- hacen presentir que «hay-más»
-pero-no-se-sabe-ni el «qué»-ni el «cómo»-ni el «cuando»-. Y esta actitud,
cercana a la «umheiliche» freudiana -que nosotros llamaríamos con Belevan,
«ambigüedad insólita» (3)-, es la que produce el desequilibrio
funcional de la relación con un «más allá» necesario. Es la
«vacilación» entre un más acá real, y un más allá imposible de
aprehender. Esta es la razón por la que Todorov dice que lo fantástico
es la vacilación experimentada por un ser que no conoce más que las leyes
naturales, frente a un acontecimiento aparentemente sobrenatural (4). Es cierto que puede
provocar una seria rebeldía interior, como anuncia Caillois, al decir que Todo
lo fantástico es una ruptura del orden reconocido, una irrupción de lo
inadmisible en el seno de la inalterable legalidad cotidiana. Precisamente
porque es una intromisión -en el sentido etimológico y primitivo de la
palabra- en una realidad que se ve limitada por sí misma, y desbordada por
la entrada de elementos que la transcienden. Y por ello, Schnieder dirá en
un texto aportado por el mismo Callois (5): Lo fantástico explora el
espacio de lo interior; tiene mucho que ver con la imaginación,
la angustia y la esperanza de salvación. Irene Bessiere, en su
obra Le récit fantastique (6),
precisa que lo fantástico no es sino uno de los caminos de la
imaginación, cuya fenomenología semántica surge a la vez de la mitografía,
de la religiosidad, de la psicología moral y patológica y que, por eso
mismo, no se distingue de aquellas manifestaciones aberrantes de lo
imaginario o de sus expresiones codificadas en la tradición popular. Es
decir, que ampliando el campo de reflexión sobre lo fantástico, nos introduce
de lleno en lo que la fuerza de creación mítica de los pueblos ha
ido añadiendo a sus tradiciones como eco de la entrada de una conexión con
lo sobrenatural, sea de la naturaleza que fuere. Lo que analiza con
profundidad Mircea Eliade en todos sus libros, y que nos hace comprender de
una manera muy concreta en determinadas alusiones a lo cósmico, o a las
manifestaciones básicas en la capacidad evolutiva del hombre (7).
_________________
(1) Brown, Cohn-Bendit. .. , etc.: Escritos
sobre el Apocalipsis, Kairos, 1973, p. 146.
(2) Harry Belevan: Teoría de lo fantástico, Anagrama,
1976, p. 43.
(3) Ibíd., p. 88.
(4) T. Todorov: Introducción a la literatura
fantástica, Ed. Tiempo Contemporáneo, Buenos Aires, 1972, p. 34.
(5) M. Schneider: Déja la netge, Grasset,
1974, p. 12.
(6) Irene Bessiere: Le récit fantastique,
Larousse, 1974.
(7) Passim en las obras de M. E., pero
especialmente en: Herreros y alquimistas, Alianza, 1974. Imágenes y
símbolos, Taurus, 1974. Mito y realidad, E. Labor, 1978. Tratado
de historia de las religiones, 2 tomos, Cristiandad, 1974.
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