En esta entrada, y en las
siguientes, nos ocuparemos de explicar algunos errores condenados por el concilio
Vaticano I acerca de las relaciones entre la fe y la razón. No pocas veces encontramos
presentaciones incompletas de este concilio, en las que sólo se recuerda la
condena del racionalismo o naturalismo. Lo cual es verdadero, pero incompleto.
Las tres tendencias dominantes que
acosaban a la Iglesia
durante el siglo XIX fueron el racionalismo, el semirracionalismo y el
fideísmo. Y contra estas tuvo que reaccionar el concilio.
El Vaticano I expuso la doctrina de un modo positivo (capítulos); y condenó las doctrinas opuestas, con
fórmulas breves, claras y definitivas (cánones). La constitución dogmática Dei Filius (aquí) tiene importancia
decisiva en las relaciones entre la razón y la fe. Preparada
con gran conocimiento de causa por Franzelin, Schrader, Kleutgen, Dechamps, Pie
y Martin, supone un cuidadoso análisis de las posiciones modernas, descarta las
tres tendencias erróneas dominantes ya mencionadas y expone con claridad la
doctrina católica. La constitución se considera como la culminación de la
enseñanza de la Iglesia
a lo largo del siglo XIX. Consta de cuatro capítulos y sus cánones
correspondientes. Tras un primer capítulo en el que trata de Dios creador, los
tres capítulos restantes abordan: las fuentes del conocimiento religioso (c.2);
la fe (c.3); y las relaciones entre la fe y la razón (c.4). La mayor parte de los
errores que se condenan en los cánones ya estaban anteriormente reprobados en
documentos pontificios.
En
una primera aproximación, racionalismo
o naturalismo
«… en sentido estricto
es un sistema que afirma el dominio supremo y absoluto de la razón humana en
todos los campos, sometiendo a su control todo hecho y toda verdad, sin excluir
el mundo sobrenatural y la misma autoridad de Dios. Este sistema tiende a humanizar
lo divino, cuando no lo elimina, y a naturalizar lo sobrenatural, cuando
no lo niega» (Parente).
El
racionalismo exalta la razón hasta el punto de presentarla como única fuente
del conocimiento humano. Con esto se opone, por definición, a toda religión
revelada y sobrenatural. El racionalista no podrá concebir nunca la revelación
como una intervención divina, exterior al hombre. A lo sumo dirá que se trata
de una intuición humana, a la cual responde la fe, como actitud existencial de
la vida. Los dogmas de fe, por tanto, no podrían aceptarse como realidades
objetivas exteriores al sujeto, sino como expresiones poéticas de la realidad (Hegel)
o como sentimientos religiosos expresados en fórmulas (modernistas).
Con
el racionalismo se puede construir un cristianismo de «rostro humano» muy
atractivo. Propiamente hablando, no habría revelación: sólo existiría la razón;
no habría fe sobrenatural: sólo existiría la ciencia o el sentimiento
religioso.
Hoy
día puede notarse una cierta tendencia racionalista en la valoración que se
hace del elemento subjetivo de la fe y la reducción o la negación de los
contenidos intelectuales. La fe, se dice, no es una «información», sino una «postura
ante la vida», cuyo modelo original es Jesús de Nazaret.
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