«Estuvimos varios años sin comulgar. Por nada del mundo hubiésemos
cometido un sacrilegio»
Con
motivo de la polémica por la Relatio del sínodo, uno de cuyos puntos candentes
es la posibilidad de que se admita a la comunión a divorciados vueltos a casar
por lo civil o conviviendo con segundas parejas, hemos solicitado la opinión de José María Zavala, quien acaba de publicar Un juego de amor. El Padre Pío en nuestro camino al
matrimonio, su libro más personal, escrito junto con su esposa, Paloma Fernández.
El
testimonio del matrimonio Zavala tiene especial valor para ilustrar la citada
polémica del sínodo, por cuanto ambos se encontraban exactamente en la
situación para la cual el cardenal Walter Kasper propone relajar la exigencia de no
recibir el Cuerpo de Cristo si se vive en una situación objetivamente contraria
a la Ley de Dios: convivían sin previa declaración de nulidad de sus anteriores
enlaces.
-Durante
ese tiempo, ¿comulgaron ustedes alguna vez?
-Estuvimos
varios años sin comulgar. Por nada del mundo hubiésemos cometido un sacrilegio
recibiendo al Señor en pecado mortal. Jesús nos preservó de perpetrar semejante
fratricidio. Éramos y somos grandes pecadores, pero jamás ofendimos al Señor donde más le duele: en la
Eucaristía, donde está realmente presente con su Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad.
-¿Cuáles
eran sus circunstancias vitales?
-Cuando
tuve mi conversión tumbativa, en el momento y de la forma que menos lo
esperaba, hablé con Paloma y nos fuimos a confesar al día siguiente. Yo llevaba casi nueve años con mi proceso de nulidad y a
punto estuve de arrojar la toalla, pero gracias a Dios no lo hice. Ella ya la
tenía, pero yo todavía no.
-¿Siguieron
juntos?
-Después
de confesarnos -en mi caso, tras más de 15 años sin pisar un confesonario- decidimos vivir como hermanos, en habitaciones
separadas, pues teníamos dos hijos en común.
-Tuvo
que ser duro...
-Fue
muy duro, pero jamás nos faltó la ayuda de Dios, de la Santísima Virgen y del
Padre Pío. La primera vez que comulgamos, después de tantos años, fue como si
volviésemos a hacer la Primera Comunión. Hoy formamos un matrimonio muy feliz,
que reza el Rosario cada día con nuestros hijos y frecuenta también con ellos los
sacramentos, en especial la Eucaristía y la Penitencia.
-Antes
de esa conversión y de pasar a vivir en continencia ¿nunca se les pasó por la
cabeza acercarse al altar a comulgar?
-La
doctrina de Jesucristo es la que es, y no admite excepciones. ¿Qué es eso de
hacerse una fe a la medida, en función de las circunstancias o del tiempo en
que se viva?
-El cardenal Kasper propone que en algunos casos muy precisos (como habría sido el suyo) sí se permita, como una forma de misericordia...
-El cardenal Kasper propone que en algunos casos muy precisos (como habría sido el suyo) sí se permita, como una forma de misericordia...
-No
debe cometerse jamás un sacrilegio apelando a una falsa misericordia, que no es
la de Dios. San Pablo no tiene pelos en la lengua al proclamar, en su primera
epístola a los Corintios, que quien “come y bebe sin discernir el Cuerpo de
Cristo, come y bebe su propia condenación”. El Catecismo de la Iglesia Católica
tampoco deja el menor resquicio a la duda.
-Pero
¿no habrían experimentado ustedes un alivio de haber podido comulgar?
-Jesús nos recuerda en el Evangelio que al Paraíso se accede por la puerta angosta y no por la ancha, que conduce a la condenación; así como que no todo el que diga “Señor, Señor”, entrará en el Reino de los Cielos.
-Jesús nos recuerda en el Evangelio que al Paraíso se accede por la puerta angosta y no por la ancha, que conduce a la condenación; así como que no todo el que diga “Señor, Señor”, entrará en el Reino de los Cielos.
De
modo que mucho cuidado con esa falsa misericordia y ese
ladino “buenismo” del "todo vale".
-¿Por
qué es hoy tan difícil asumir la doctrina católica a este respecto?
-Sencillamente
porque implica exigencia. La solución más fácil es ofrecer hoy la puerta ancha
que lleva a la condenación. Qué cierto es el proverbio de que “por la caridad
entra la peste”. Se recurre así a casos extremos (como el de una madre cuyo
hijo hace la Primera Comunión y desea “darle ejemplo” aun comulgando en pecado
mortal), para abrir la mano con la doctrina de Jesucristo. ¡Pero ojo con
tomarse a la ligera la ley de Dios!
-En
resumen: no apoyan la propuesta de Kasper ni doctrinalmente ni desde su
experiencia personal....
-Ya
nos parece muy grave sólo plantear la posibilidad de administrar la comunión a
los divorciados vueltos a casar civilmente, lo cual equivale a preguntar si es
pecado o no cometer un sacrilegio. ¡Menuda paradoja!
-¿Qué
consejo le darían a una pareja en circunstancias similares a la que ustedes
vivieron?
-Que
estén cerca de Dios. El propio Jesús ya nos lo dice en el Evangelio: “Sin Mí no
podéis hacer nada”. ¡Qué gran verdad! Pero con Él, aun siendo tan miserables,
podemos salvar los numerosos obstáculos y sinsabores que encontramos en nuestra
vida.
-Su
libro intenta ayudar a otros en eso...
-Nos
dirigimos en nuestro libro a todos los matrimonios sin excepción: divorciados
y/o separados que están convencidos en conciencia, como nosotros lo estuvimos,
de que su matrimonio no ha existido, es decir que es nulo a los ojos de Dios;
matrimonios felizmente casados que no valoran lo suficiente su inmenso tesoro
sacramental; matrimonios en trámites de separación que están a punto de arrojar
por la borda lo que a nosotros tanto sufrimiento nos costó alcanzar…
-¿Compensa
el desgaste de hacer pública su vida?
-Estamos
recibiendo multitud de testimonios de matrimonios con problemas que han leído
ya nuestro libro y nos escriben al correo electrónico que facilitamos en sus
páginas en busca de consejo y ayuda. Con un solo matrimonio que no se rompa o
que se celebre ante Dios ya habrá valido la pena desnudar nuestras almas
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