No pocas
instituciones religiosas han asumido en la historia la figura de ejército. La
más conocida es la compañía de Jesús que llama General a su superior. El
fenómeno es más antiguo pero creo que se puede decir que a partir de la
compañía e inspiradas en ella, varias instituciones religiosas, asumieron en el
fondo la misma noción. A partir del Concilio Vaticano II con la nueva realidad
de los movimientos eclesiales y la renovación que generaron, la figura cobró
nuevo valor. Pero, como todo en la vida, vino carne con
hueso. Revisemos un poco la lógica de esta figura.
Hablemos primero de
la carne. Es indudable que
las virtudes clásicas de la vida militar son necesarias y valiosísimas:
disciplina, valor, entrega, servicio, capacidad de renuncia. No pocas de las
grandes historias morales de la humanidad están vinculadas al heroísmo bélico.
La guerra justa es una noción válida. La defensa de la patria es un deber que
el mismo Santo Tomás de Aquino incluye en la virtud de la piedad. Y esta
defensa puede llevar a la guerra. Que hoy la guerra sea un monstruo que
destruye todo y que por lo tanto sea casi imposible juzgar sobre su
legitimidad, es un problema delicado que lo dejo a los expertos.
Podría seguir con la
carne pero me preocupa más el hueso.
En primer lugar, todo ejército tiene sentido en la guerra. Para ella es creado
y para ella se prepara. Todos sus rituales se refieren a lograr la victoria
sobre un enemigo. De esto
se sigue que uno necesariamente debe tener enemigos, de lo contrario, su
existencia se hace inútil y ridícula. La idea de distinción del enemigo es
fundamental. El enemigo esalguien que me amenaza, alguien juzgado
inmediatamente por sus malas intenciones. Con el enemigo pues, no se debe
dialogar ni tratar de comprenderlo. El enemigo debe ser eliminado.
En segundo lugar, el
ejército tiene necesariamente que uniformizar
a la tropa. Esto requiere que todos piensen y se muevan igual. La
disciplina debe ser férrea y no permitir la creatividad en su sentido más
amplio. No ocurre lo mismo con la jerarquía. Los generales, si bien han sido
criados en parte como tropa y obedecen un reglamento, pueden aplicar su
criterio propio en la dirección de la tropa. Esto hace que ellos sean como los
expertos que sí tienen panorama mientras que la tropa permanece siempre ciega.
Este segundo aspecto
determina la forma militar de
obediencia. La clásica expresión “sin dudas ni murmuraciones” busca hacer
que el cuerpo del ejército tenga a los soldados como células uniformes que
cumplen una función para la supervivencia de todos.
Estos dos últimos
aspectos implican que los generales se conviertan en una cúpula que necesite
delsecreto militar. Se filtra la información para evitar que llegue
a la tropa de manera libre y espontánea. Este secreto es parte de la estrategia
para ganar la guerra y no pocas veces implica el espionaje y la pena capital a
los traidores. A su vez requiere también la propaganda que es el fruto final del filtro
informativo. La propaganda intenta dar una buena imagen del ejército desechando
como habladurías cualquier información contraria o crítica. Favorece que la crítica sólo pueda venir de
fuera. Usualmente el ejército no es autocrítico porque la cúpula considera que
nadie sabe lo que ella sabe. Y cuando una verdad es evidente, simplemente la
niega y la interpreta como traición.
La figura militar en la Iglesia tiene indudables bases bíblicas,
desde el Antiguo Testamento en el que se narran varias guerras que Dios libra
con y por su pueblo, hasta la idea del combate espiritual expresado
especialmente en San Pablo en un famoso texto. Existió por lo tanto desde los
albores del cristianismo pero cobró mucha mayor fuerza en las cruzadas, cuando
dejó de ser figura para convertirse en realidad justamente por el contexto de
la guerra contra los musulmanes. Era la idea de la guerra santa, que requería
un ejército de santos. No pretendo juzgar a la ligera esas coyunturas
históricas tan delicadas y complejas. A mí en esa historia me encanta la actitud
de San Francisco de Asís, un gran cruzado. Y lo digo aunque no pocos amigos
historiadores puedan levantar una ceja ante mi ingenuidad. En fin, esa es
otra discusión, por ahora sólo intento reflexionar desde la fe sobre una figura
extendida que puede ser mal entendida como lo van demostrando algunos
dolorosos hechos actuales de la historia de la Iglesia.
No tengo nada en
contra de la figura militar siempre y cuando sea la de San Pablo, que precisa
muy bien de qué guerra se trata, con qué enemigos se combate y cuáles son las
armas.
El enemigo no puede ser otro ser humano. No en sí mismo. El enemigo es
espiritual, es el demonio con el que efectivamente no se debe dialogar y cuyas
intenciones son siempre perversas. Las armas son las de la luz: la fe, la esperanza,
la caridad. El mismo Ignacio recoge esta figura paulina en las dos banderas,
Scupoli en el combate espiritual, Scaramelli otro tanto y así, muchos otros
escritores espirituales que escapan a mi conocimiento y recuerdo de ignorante.
La astucia de serpiente unida a la mansedumbre de la paloma tiene sentido en la
caridad. Nunca debería producir crueldad, indiferencia u odio a los demás. El
cristiano tendrá siempre enemigos, hasta entre sus más cercanos, pero él jamás
será un enemigo, si no que tratará de ser un amigo. Jesús venció al
demonio intentando hasta el último instante que Judas se haga su amigo.
No tengo nada contra
la figura militar siempre y cuando no se lea todo desde ella. Y sobre todo si
se entiende que como figura es sólo una cara de un
poliedro de otras figuras que la mitigan y la completan en la comprensión de la experiencia eclesial que es cada
fundación y que a su vez tiene su fundamento en el Amor. Y si se tiene muy en
cuenta que al hablar de la Iglesia, el Concilio Vaticano II no usó jamás la
figura del ejército. Y no por corrección política sino porque Cristo mismo
no lo hizo. Él no hizo de sus discípulos una tropa si no una Iglesia. Un
rebaño. Dijo: construcción, casa, familia, esposa, cuerpo y pueblo pero nunca
milicia, legión, ejército, tropa, bastión, fortaleza ni alguna otra referencia
militar. No negó que hubiera una guerra, pero distinguió muy claro dónde se
libraba: “Mi Reino no es de este mundo”, “mete la espada en su vaina, quien a
espada mata, a espada muere” (esto me hace pensar, entre otras cosas, en
tantas "campañas" y acciones "estratégicas" en contra
de algo que, usando no pocas veces la manipulación, pretenden tener éxito sin
darse cuenta de que justamente la agenda la dictan los "enemigos").
No tengo nada contra
la figura militar siempre y cuando en ella se reconozca siempre que la guerra
es básicamente vencer al mal con el bien y que en esta victoria todo fruto es
de la gracia. Es decir que se sepa siempre explícitamente que es Él quien
vence con, en y por nosotros, porque primero Él quiso hacerse de los nuestros
por Su santa Voluntad. No tengo nada mientras se entienda que la vida es lucha
por amar más, y eso no puede ser lucha contra otros seres humanos.
Si no se mitiga con
una auténtica prudencia eclesial, la figura de ejército puede ser muy
peligrosa para una institución católica (congregación, orden, movimiento,
parroquia, cofradía, asociación pía, club, hermandad, blog, collera,
mancha, etc.). Terminará enredada en la búsqueda de enemigos, en el eficientismo,
en la competencia con otros, y al final, atrapada como una mosca en una
telaraña de comportamientos mundanos que nada tienen que ver con el Evangelio.
Terminará en fin, exactamente igual a los que quiso combatir: sedienta de poder
y olvidada de las personas concretas. Algo de eso es lo que he podido ver en
estos días romanos. Y cómo duele.
Fuente:
8 comentarios:
Un artículo más bien flojito.
Ha sido muy imprudente el autor metiéndose a usar metáforas de un mundo —el militar— que no sólo le es ajeno sino completamente desconocido.
No podía haber echado mano de un símil más desafortunado para denunciar esos aspectos tan censurables del espíritu sectario movimientero. Y encima la crítica se queda corta. Si tuviese una mínima noticia de cómo piensan y obran los militares, sabría que los vicios que reprueba en grupos como el Opus o los Kikos son especialmente despreciables y odiosos para el espíritu militar. Y que un poco de espíritu militar en sus filas sería el mejor antídoto contra esa deriva.
Parece que sus ideas de «lo militar» las ha sacado de los más ramplones telefilmes de ideología antimilitarista de la Posguerra de Vietnam.
Le van a fichar como guionista para la próxima entrega de There be dragons.
Los de antes -el jesuitismo voluntarista- y los de ahora –neo-jesuitas + entusiasmo + Vaticano II- son grandes abusadores de la figura militar en la Iglesia.
El peligro de hablar de lo que no se sabe es terminar por hacer el ridículo por la propia ignorancia.
Evidentemente, lo más cerca que estuvo el autor de la vida militar, es en el televisor.
No es la figura militar la que hace peligrar la religión, sino la de los falsos doctores y fariseos de la ley, santulones auto proclamados y henchidos de soberbia.
A esos fantoches, en la vida militar se los desprecia y sanseacabó. En la Iglesia quizás funden movimientos o lleguen a obispos. O quizás pontifiquen desde un blog. Y de eso no tiene la culpa la vida militar.
Y si no, que el autor repase el encuentro de Nuestro Señor con el centurion Cornelio, cuya manifestación de fe aún perdura en cada misa.
Un artículo para el olvido.
Cornelio
Evidentemente, hay muchas personas que tienen gravísimos problemas de lectocomprensión. Quedan en evidencia sin necesidad de entrar en muchas explicaciones.
Cornelio, ¿lo leíste?
´La figura militar en la Iglesia tiene indudables bases bíblicas´
Más importante, ¿lo entendiste?
´No tengo nada contra la figura militar siempre y cuando no se lea todo desde ella´
El artículo es bastante flojo y hasta apela al CV2 como si fuera el "signo de los tiempos" de esta época, al decir que "Y si se tiene muy en cuenta que al hablar de la Iglesia, el Concilio Vaticano II no usó jamás la figura del ejército. Y no por corrección política sino porque Cristo mismo no lo hizo". En fin, el abuso de la figura militar por parte de tantas sectas seudoconservadoras no puede servir para desacreditar sibilinamente y con falsa humildad un estilo apostólico y un lenguaje que, hasta antes de la maldición del aggiornamento, dio muchos y muy buenos frutos.
Por lo demás, sorprende que Infocaótica, sin un caveat adecuado, publique un artículo de un personaje que, más allá de estar caracterizado por unas luces más que modestas y una estulticia a veces rampante, se despacha de cuando en vez contra el catolicismo tradicional. Es un neocón militante del grupo de Alejandro Bermúdez (que parece su hermano gemelo a la hora de razonar) , que ahora, como tantos, se quiere reciclar. Y sigue siéndolo.
Modestino
El resaltado en letra negrita pertenece a la Redacción y expresa los puntos en los cuales coincidimos con el autor del artículo.
Los que critican este texto, tienen algún argumento? Porque los ad hominem no sirven y eso ya deberían saberlo.
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