En esta entrada, el p. Sauras analiza la esencia del laicado, sus
propiedades y poderes, que se originan en una participación del sacerdocio de
Cristo, esencialmente diversa de la participación jerárquica. En la siguiente, se detiene en el análisis de los lugares teológicos en base a los cuales se puede demostrar la existencia y naturaleza del sacerdocio bautismal.
¿QUÉ ES EL LAICADO?
Hay dos conceptos del laicado que, aunque no se contradicen,
no son tampoco totalmente coincidentes. Son el concepto canónico y
el concepto teológico. En seguida vamos a ver las diferencias. Pero
advirtamos ya desde ahora la confusión en que incidiríamos si, al
intentar exponer las concomitancias del laicado con el sacerdocio, que es
cosa sustantivamente teológica, nos quedáramos sólo con el concepto
canónico, de alcance manifiestamente inferior al que nos da la teología.
Los canonistas, como veremos luego, nos hablan del laico como de un
individuo con características pasivas; es el que no tiene voz, sino que
escucha; el que no administra, sino que recibe lo sagrado.
La teología no puede negar esto, porque es verdad. Pero añade
algo más, que también es verdad y que, por lo tanto, no lo niega el
Derecho, aunque lo silencie. Para la teología, el laico, además de
escuchar y de recibir, tiene alguna actividad sagrada en la Iglesia; es un
hombre consagrado, pues posee los caracteres sacramentales,
potencias sagradas que le habilitan para ejercer determinadas funciones en
beneficio de la comunidad de los fieles y para el ejercicio del culto
divino…
La teología, partiendo del sentido bíblico de la palabra griega,
y del que le dió la tradición patrística de los primeros siglos, pone
de relieve en los laicos determinados elementos positivos y
consagradores. Esto no quiere decir que su concepto del laicado esté en
pugna con el canónico… Las definiciones no siempre son totales; y con
frecuencia nos dan una visión parcial de las cosas. Todo depende del punto
de vista en que se coloque quien define. Una vez nos dará la definición
esencial; otra, una definición parcial; otra, quizá, una definición
accidental. Un mismo sujeto se puede definir bien de muchas maneras no
coincidentes. Lo que no podrá será definirse bien de muchas maneras
contradictorias. Pero diferentes y complementarias, sí. Y es lo que sucede
en la teología, donde encontramos una definición de los laicos distinta de
la expuesta ; una definición tomada desde el punto de vista de los
elementos positivamente consagrantes que hay en el laicado.
En la Sagrada Escritura aparecen utilizados los dos términos: Kleros y Laos. Kleros, en su significado de
suerte, de parte elegida. No hace falta que nos detengamos en su explicación,
porque no son los clérigos los que ahora nos interesan.
El término laico no se encuentra en la Biblia. Aparece en las
versiones de Aquila, Teodoción y Símaco, que lo utilizan dos veces
solamente. En cambio, se utiliza profusamente el término Laos, de donde procede. Laos quiere decir pueblo, por lo que laico querrá
decir popular o
perteneciente al pueblo. Afirmemos, sin reserva de ninguna clase, que tal
es el sentido literal de la palabra. Pero afirmemos a renglón seguido que
el sentido bíblico es preferentemente otro. Tanto en el Antiguo como en el
Nuevo Testamento, Laos aparece usado en contraposición a Etne; y no significa
solamente pueblo, sino pueblo elegido,
pueblo sagrado, pueblo
de Dios. Es el pueblo opuesto a los étnicos, a los goim, a los gentiles, a
las naciones.
La escritura distingue bien entre Kleros y Laos,
entre los sagradamente selectos y el pueblo, que no deja de ser sagrado,
aunque no tenga una consagración selecta o de jerarquía. El laico no es el popular, el dedicado a
los quehaceres mundanos. Hará esto, pero su sentido bíblico es el de elegido por Dios para ser su pueblo, a diferencia del
étnico, pueblo que no es de Dios… Quedémonos, pues, con la idea de que el
laico es un elemento consagrado con una consagración común o popular…
Concuerda con este sentido bíblico del término Laos, como pueblo consagrado a
Dios, la idea paulina del Cuerpo místico. El pueblo de Dios es el Cuerpo
místico de Cristo. Y en este cuerpo todos han recibido una consagración; en
consecuencia, todos tienen algún quehacer activo. Cuando se hacen pueblo reciben, y, por lo tanto,
tienen actitud pasiva.
Pero una vez hechos pueblo nadie es miembro ocioso… En la Iglesia nadie es, o
nadie debe ser, individuo ocioso, pues todos poseen determinados elementos de
santificación individual. Pero, además, nadie debe ser tampoco miembro ocioso,
porque todos poseen determinados elementos sobrenaturales con características
comunitarias. Todos los miembros constituyen la gens sancta, el populus acquisitionis, el regale sacerdotium de que habla San Pedro en su Primera
Epístola.
El sentido bíblico de la palabra Laos hemos dicho que es el de pueblo elegido y no el de pueblo a secas. La
literatura de los tres primeros siglos la utiliza en el mismo sentido
también. Es necesario llegar al siglo IV para verla utilizada por los
escritores cristianos como sinónima de profano o de mundano…
Los laicos en la Iglesia no son masa, sino pueblo. Son distintos
los conceptos de una y otro. El concepto de masa implica amorfismo
y pasividad. La masa es modelada, recibe la acción del artífice, con
ella se hace la figura. El pueblo, que también es pasivo, es, además,
activo. Es una cosa orgánica, con forma, con actividad, subordinada,
desde luego, a quien le dirige (14).
La Iglesia es la congregación de los fieles, la reunión de todos
los que están incorporados a Cristo. Y es, además, una institución.
Estos dos aspectos proyectan luz sobre lo que venimos diciendo. Si la
consideramos como sociedad, nos encontramos con un elemento activo, anterior
al pueblo, que es el que hace al pueblo. Este elemento es el clero, que es
el que administra los sacramentos y con ellos engendra y alimenta a los
fieles. En la Iglesia sociedad se diferencian perfectamente los dos
elementos. El elemento clerical hace llegar a los hombres la vida divina
de Cristo. Pero el desarrollo social de esta vida en el mundo debe mucho a
la actividad de los laicos. La Iglesia, como Cuerpo místico, como
organismo en el que se va plasmando lo que San Pablo llama la plenitud de
Cristo, debe mucho a los fieles. Estos son los que realizan la acción sagrada de cristianizar
todas las manifestaciones sociales de la vida. No ya las individuales
sólo, que lo hacen con la gracia y las virtudes, sino las comunes también.
Y para ello tienen un poder sagrado que les compete como miembros más que como individuos...
Los laicos no se limitan a recibir del clero la vida divina
que poseen; vivifican el mundo, llevando a éste y haciendo crecer en todos
sus ambientes la vida divina que han recibido. Tienen un destino sagrado
que les impele a ello. Los laicos son sagrados, porque han recibido dones
divinos que les consagran en un plan individual y personal; y lo son
también porque consagran, desde dentro, la sociedad en la que viven y los
problemas en los que se mezclan.
Conviene entender bien lo que acabamos de decir. No es
nuestro intento asegurar que los clérigos tienen la función activa de
santificar a los fieles, y éstos la de santificar el medio ambiente en que
viven, excluyendo de esta segunda función a los primeros. También los
clérigos deben influir activamente en la santificación del mundo y de
las cosas mundanas. Pero con la orientación y el consejo; con una
actividad que podríamos llamar trascendente. A diferencia de los laicos,
que deben santificar todo lo indicado, pero desde dentro, viviéndolo;
con una actividad inmanente. El padre santifica la familia formando
parte de ella y cumpliendo debidamente con sus deberes de padre
cristiano; el literato santifica la literatura haciendo literatura; el
científico, las ciencias, haciendo ciencia; el gobernante, el gobierno,
gobernando en cristiano. El sacerdote, comunicando la gracia con que se
hará todo esto, y además indicando cómo se ha de hacer todo esto, y
uniendo su orientación a la que por propio estudio y por propia
experiencia tienen también los seglares.
Un curso, por ejemplo, sobre la vida cristiana del y en el
matrimonio, o sobre el gobierno cristiano de los pueblos, no podrá ser
explicado solamente por el sacerdote. Necesariamente resultaría manco. El
sacerdote dará la orientación desde fuera, la orientación trascendente.
Deben completarlo un casado y un hombre de gobierno. Darán la
orientación desde dentro. En un curso sobre el apostolado tienen voz los
sacerdotes y deben tenerla los seglares, que tienen mucho que decir. Y de
hecho, en ocasiones, no es extraño ver a éstos más certeros que a aquéllos…
Los laicos son parte activa en la Iglesia; tienen poderes
sagrados. Pero es necesario determinar la naturaleza de estos poderes. Ya
desde el principio conviene que estemos advertidos de que no se trata de
poderes jerárquicos. La teología y el derecho hablan frecuentemente
de la jerarquía y de sus poderes, que son tres: el de orden, el de
jurisdicción y el de magisterio. El de orden consiste principalmente en la
facultad concedida por Dios en la ordenación sacerdotal para
consagrar el cuerpo de Cristo; el de jurisdicción, en la facultad de
regir, juzgar y legislar; y el de magisterio, en la facultad de enseñar,
defender y explicar con autoridad y fuerza imperativa la doctrina
revelada. Autoridad e imperio que en determinadas circunstancias se
imponen bajo pecado de herejía a quienes no se someten…
Pero no basta esto; no basta decir que los poderes sagrados de
los laicos no son los jerárquicos, o que no son el de orden, el de
jurisdicción y el de magisterio. Es necesario determinar positivamente
en qué consisten, y determinar también así cuál es la parte activa que
los fieles tienen en la Iglesia.
Además de los poderes indicados, propios de la jerarquía, hay
otros. Santo Tomás, por ejemplo, pregunta si el carácter sacramental es spiritualis potestas (16), y responde afirmativamente. Y
son caracteres el del bautismo y el de la confirmación, a los que tienen acceso
todos los cristianos. También en el matrimonio se da determinado poder
sagrado para ejercer cristianamente la función natural del gobierno de la
familia. Son tres ejemplos, y no los únicos que hay.
Es necesario decir que los laicos no tienen poder de orden; no
tienen poder de consagrar el cuerpo del Señor. Pero ¿no tienen ningún
poder cultual en el sacrificio cristiano? Sí, lo tienen, como veremos en
este trabajo, dedicado precisamente a estudiar este punto. También
hay que decir que los laicos no tienen poder de régimen o de jurisdicción, aunque
en determinados casos parece probado que se les puede comunicar. Siempre
les queda el poder sagrado de gobierno que da el matrimonio. Por ley
natural, el padre tiene poder de gobierno sobre los hijos; en la ley de
gracia, el matrimonio es sacramento, y este poder es sagrado. ¿En qué
consiste? Habrá que estudiarlo. Pero, desde luego, no basta para hacer una
teología del laicado, en orden al poder de gobierno, decir que los laicos
no participan de la jurisdicción eclesiástica. Por último, es necesario
afirmar también que los laicos (y en esto los sacerdotes son iguales) no
tienen el clásico poder de magisterio o de enseñar con autoridad e imperio
la doctrina revelada. Pero hay que añadir que tienen algún poder
apostólico, derivado de las exigencias de la virtud de la caridad, de las
exigencias de su solidaridad con los demás miembros del Cuerpo místico y
de las exigencias de la nota específica social que tiene el carácter de la
confirmación. Este poder no es el clásico de magisterio que tienen los Obispos
y el Papa, pero sí es un poder sagrado de manifestar y predicar la fe que
se profesa.
Ni se diga que estas cosas no tienen carácter divino y teológico,
sino sólo canónico o eclesiástico, por proceder solamente del hecho de
ser los laicos asumidos por la jerarquía para misiones determinadas.
La jerarquía podrá encomendarles estas cosas, pero lo cierto es que
los fieles tienen poder para hacerlas por razones superiores a esta
encomienda. Es un poder que no es simple mandato; es un poder
sacramental, como acabamos de decir, pues procede de alguno de los
tres sacramentos citados. La participación en el culto, el gobierno de
los hijos, la manifestación de la fe que se profesa, son obligaciones que
se derivan de principios superiores a los de un simple mandato eclesiástico.
Cada uno de los poderes indicados nos daría materia suficiente
para escribir un trabajo sobre la dignidad laical. Pero nos vamos a
concretar sólo al poder de intervenir en el culto sacrificial, conferido
inicialmente en el sacramento del bautismo.
1 comentario:
Interesantisima entrada...a pesar de que es y ha sido un tema bastante debatido en las últimas décadas, creo que es bastante esclarecedor este escrito del padre Sauras...por favor continuen con sus publicaciones.
In Domino.
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