Charles Moeller (1912-1986) es conocido universalmente por los seis volúmenes de su magna obra Literatura del siglo XX y cristianismo (1953-1993). A lo largo de ellos el teólogo belga reflexiona sobre las tres virtudes cristianas teologales -la fe, la esperanza y el amor-, subrayando cómo las características de estas actitudes fundamentales del hombre frente a Dios se manifiestan -a menudo implícitamente- en los hombres de hoy. Su obra es un extenso diálogo con literatos contemporáneos. De modo análogo a Guardini, deja hablar a los textos mismos, en cuanto son voces del hombre real. Moeller escucha y reflexiona sobre lo que esas voces revelan, sobre lo que dejan entrever y sobre aquello a lo que no aluden, aunque era de esperar que lo hicieran. En suma, el autor confiesa que desea entablar «un diálogo con los hijos de mi tiempo», con el fin de «llegar a la antigua y siempre nueva verdad de Dios» (I, Prefacio). Porque paradójicamente, ya desde el primer volumen -«El silencio de Dios»- el diálogo con Moeller tiene un carácter esencialmente teologal; él sabe mostrar que hablan de Dios incluso quienes desean no hacerlo.
También al igual que Guardini,
Moeller piensa y escribe ante todo como teólogo (cfr. I, Introducción, VII).
Indudablemente el autor ha dedicado ingente tiempo y esfuerzo a la lectura
y comprensión de los autores que elige tratar; pero la tarea que más le ha
preocupado ha sido seleccionar algunos de sus textos y concebir un esquema
temático original donde situarlos, un esquema redaccional que desvele las
referencias a la incredulidad y a la fe, a la desesperación, a la utopía y
la esperanza cristiana, a los amores humanos y al descubrimiento del Amor
de Dios por parte de sus hijos perdidos. Moeller no cae en la tentación
tan humana, ya denunciada por Claudel, de «explicar» los relatos
literarios: se limita a utilizarlos como testimonios vivos y especialmente
lúcidos. Él está convencido de que tal lucidez es el efecto propio que
puede alcanzarse en literatura mediante el don creador. Luego, a través de
esos testimonios, Moeller es capaz de verificar las realidades de la fe
-en el sentido de hacerlas más verosímiles-, mostrando su vigencia,
a menudo paradójica, en el hombre concreto. Así -sólo por poner un
ejemplo-, puede afirmar de la obra Jean Barois de
Roger Martin du Gard: «Pocas novelas permiten ver tan bien como ésta que los
tres aspectos de la fe [sobrenatural, libre y razonable] se sostienen
mutuamente» (II, Introducción, XII) (4). Los Capítulos conclusivos de
cada uno de los volúmenes que integran esta gran obra muestran de forma
palpable cómo el diálogo con la literatura puede enriquecer la reflexión
teológica. Moeller expone en ellos la fe católica sobre las virtudes
teologales, pero ahora es capaz de ilustrar esa fe, no sólo con los testimonios
literarios que ha ido pacientemente recogiendo y ordenando, sino también con la
visión de conjunto que obtiene acerca de los autores analizados. «El mundo
sobrenatural de la gracia -afirma, así, hablando de la fe- nos baña por
todas partes. Malegue demuestra que nos llega por mil canales invisibles:
la red de causas segundas es la que emplea Dios para hablarnos» (II,
Conclusión, 1). Obsérvese cómo Moeller utiliza aquí el potencial de
universalidad antropológica que caracteriza a los clásicos literarios -ya
sean antiguos o modernos- para proporcionar cierta verificación
experienciable de un misterio cristiano; porque el «Dios vivo (...) no
dejó de dar testimonio de sí» (Hech 14,15-17), ni deja hoy de darlo ya que
«quiere que todos los hombres se salven» (1 Tim 2,4).
La gran literatura producida en el último siglo sirve
también para evitar desorientarse ante espejismos que se han convertidos
hoy en tópicos culturales. Uno de ellos es la pretendida «complicación»
del hombre moderno al cual debe dirigirse la evangelización: «El hombre -puede afirmar
Moeller con rotundidad- es siempre un niño, un hijo de la tierra, un hijo
del cielo. Por mucho que quiera dárselas de vivo y de travieso, su madre
(Dios, su Creador) sabe muy bien que, bajo esas apariencias de
perdonavidas, se oculta un hombrecito que busca desesperadamente el regazo
materno. Joyce y Mann han arrojado viva luz sobre esta verdad» (II,
Conclusión, II). La literatura, en fin, ilumina aquellas condiciones de la
situación humana histórica que el teólogo ha de tener en cuenta para que
su discurso resulte más significativo; por ejemplo, el reflejo del Amor
divino que debe observarse en la generosidad humana: «Los personajes de
James que procuran entregarse, se hallan entre los más bellos que ha
creado. Se olvidan de sí para darse a los demás. La caridad de que estos
personajes son vivo testimonio es una primera aproximación a este amor en
cuya virtud el hombre se abre a Dios» (ibídem). Otra de las
circunstancias actuales que la viva inteligencia de Moeller advierte como
muy relevante para la comprensión teológica del hombre es su interés por
el carácter solidario -eclesial- de la salvación: «Para los testigos que
vamos a interrogar, esperar es aguardar un acontecimiento que interesa a
todos los hombres, a todos al mismo tiempo. Sin haberse puesto de acuerdo,
superan la definición individualista y estrecha de ciertos catecismos»
(IV, Introducción, II).
En definitiva, Moeller está convencido de que la
literatura puede ser, en manos de la teología, una instancia reveladora y
un vehículo de salvación. Las certezas que busca las alcanza sobre todo mediante la
confrontación de textos de ficción literaria: la convergencia de los testimonios
«muestra la verdad del cristianismo» y así el lector puede llegar a «la mañana pascual» (I, Conclusión, IV). La literatura
se utiliza en esta obra «por vía de contraste, de aproximación o de testimonio positivo,
para nutrir el sentido pascual» (1, Introducción, V). El descubrimiento
de Cristo resucitado -¡Cristo vive!- es siempre el principio obligado de
la vida cristiana (5). Ya en Humanismo y santidad Testimonios de la literatura occidental (1946), Moeller se propuso
comparar a través de textos literarios los valores humanos con aquellos
específicamente cristianos. Entonces hacía patente su voluntad de realizar
esta tarea con absoluta seriedad: las conclusiones teológicas que
extrajera no podían ser meras digresiones extrínsecas, sino que debían
brotar del sentido profundo de los textos mismos (cfr. Introducción). En Sabiduría
griega y paradoja cristiana (1951) adelantaba su meta un paso más: se
trata de poner de manifiesto la radical incidencia de la fe cristiana «en
la representación del hombre en la obra de arte», lo cual originó una
nueva forma de humanismo. Y añadía: «Esta renovación aporta valores
humanos auténticos, los únicos auténticos. Dichos valores pueden interesar
a todos los hombres, pues se han encarnado en las obras de arte» (Introducción). Su metodología consiste
ahora en comparar las ideas y valores propios de la literatura
grecorromana con los de algunos escritores cristianos; se centra para ello
en tres temas esenciales de la antropología: la maldad, el sufrimiento y
la muerte. Contrastando los mitos literarios pre-cristianos con los «mitos
cristianos» -es decir, con las narraciones de escritores que han respirado
más o menos personalizadamente el «buen olor de Cristo» (2 Cor 2,15)-,
Moeller consigue así de una forma plástica y muy convincente mostrar la
originalidad de la revelación cristiana y su incidencia -a menudo
inconsciente, pero no por ello menos real- en lo más hondo de la vida
humana. La literatura es empleada, pues, como
propedéutica de la fe, como praeparatio evangelica (6).
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(4) Pero -y ello prueba su honradez inrelectual- afirmará también la pobre calidad
literaria de buena parte de esta novela: «Desgraciadamente, las
descripciones de la conversión (del protagonista) son radicalmente falsas,
como hechas desde el exterior» (ibídem). Ahora bien, cuando una
obra de ficción resulta susceptible de suscitar las sospechas del lector acerca
de su coherencia o acerca de lo que podría denominarse su veracidad
antropológica, entonces dicha novela carece de eficacia para orientar
la vida real del lector (dimensión pragmática).
(5) «Estos novelistas
se encuentran con el drama del sufrimiento y de la muerte del hombre y del
mundo, y descubren, por una notable profundización en la noción de providencia, su
significación oculta, la de una marcha hacia la alegría pascual (...): Dios
interviniendo en el drama del hombre, individual y cósmico, y conduciéndolo, por medio de la pedagogía
del sufrimiento, hacia la mañana de la pascua. Es Jesucristo, el Dios vivo de
las Escrituras y hombre como nosotros, el que aparece en el horizonte de
la literatura moderna»: Mentalidad moderna y evangelizaci6n (1955),
Barcelona 1964, p. 40.
(6) Cfr. también, El hombre moderno ante la salvación (1961),
Barcelona 1969. En esta obra Moeller se muestra algo escéptico sobre la
capacidad de la literatura moderna para desvelar o apuntar aspectos
esenciales del misterio cristiano, concretamente sobre la naturaleza de la
salvación: «Las aproximaciones literarias no pasan de ser, por su contenido,
humanas, demasiado humanas. Las incidencias teológicas parecen
periféricas. Ciertos elementos parecerán demasiado destacados por el
reflector, mientras que otros que brillan en el zenit de la Biblia
quedarán demasiado en la sombra» (Prólogo). A nuestro parecer, este escepticismo
revela dos elementos: 1) la diferencia esencial entre literatura profana y literatura inspirada
por Dios; sólo esta última es palabra de salvaci6n; 2) la dificultad
hermenéutica que existe para unir una narración literaria y una verdad salvíífica.
Tomado de:
Odero, J.M. Teología
y literatura. Pp. 131 y ss.
2 comentarios:
Aquí ha intentado algo parecido la Dra. Inés de Cassagne con su colección Recepción y Discernimiento de textos literarios y temas humanísticos, analizando autores como Eco, Rilke, Camus, Guardini, Newman, Bernanos, C.S.Lewis, T.S.Eliot, Claudel, Dostoiewsky, entre otros, editados bajo el sello Del Umbral.
Augusto del Río
399. Compañía de Esclavas del Corazón Inmaculado de María
Un lector me pide que publique una entrada sobre una comunidad religiosa que conoció en una peregrinación al Santuario de Covandoga (Asturias). No he encontrado prácticamente nada, así que esto es lo único que puedo compartir. Si alguien sabe más que deje algún comentario. Gracias.
La Compañía de Esclavas del Corazón Inmaculado de María fue fundada por la Madre María del Pilar Martínez el 4 de diciembre de 1954 en Oviedo (Asturias). La Compañía tiene por carisma la reparación y desagravio a los Corazones de Jesús y María. Hasta hace poco las Esclavas han atendido la casa de ejercicios del Santuario de Covadonga, pero debido a la avanzada edad de las Hermanas y la falta de vocaciones, han dejado el Santuario para trabajar en el servicio a la Basílica de San Juan el Real de Oviedo. Actualmente sólo quedan 5 Hermanas de este Instituto. Generalmente los Institutos Religiosos no admiten a mujeres mayores de 35 años. Animo a mujeres maduras que por circunstancias no han podido ingresar en la juventud a la vida religiosa se pongan en contacto con estas Hermanas; y así, si el Señor quiere, pueda reflotar esta Compañía.
– Esclavas del Corazón Inmaculado de María
C/ Fray Ceferino, 24, 4º B
33001 Oviedo
Principado de Asturias
http://divinavocacion.blogspot.com.ar/2015/05/399-compania-de-esclavas-del-corazon.html
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