domingo, 3 de mayo de 2015

Moeller: teología y literatura


Charles Moeller (1912-1986) es conocido universalmente por los seis volúmenes de su magna obra Literatura del siglo XX y cristianismo (1953-1993). A lo largo de ellos el teólogo belga reflexiona sobre las tres virtudes cristianas teologales -la fe, la esperanza y el amor-, subrayando cómo las características de estas actitudes fundamentales del hombre frente a Dios se manifiestan -a menudo implícitamente- en los hombres de hoy. Su obra es un extenso diálogo con literatos contemporáneos. De modo análogo a Guardini, deja hablar a los textos mismos, en cuanto son voces del hombre real. Moeller escucha y reflexiona sobre lo que esas voces revelan, sobre lo que dejan entrever y sobre aquello a lo que no aluden, aunque era de esperar que lo hicieran. En suma, el autor confiesa que desea entablar «un diálogo con los hijos de mi tiempo», con el fin de «llegar a la antigua y siempre nueva verdad de Dios» (I, Prefacio). Porque paradójicamente, ya desde el primer volumen -«El silencio de Dios»- el diálogo con Moeller tiene un carácter esencialmente teologal; él sabe mostrar que hablan de Dios incluso quienes desean no hacerlo.
También al igual que Guardini, Moeller piensa y escribe ante todo como teólogo (cfr. I, Introducción, VII). Indudablemente el autor ha dedicado ingente tiempo y esfuerzo a la lectura y comprensión de los autores que elige tratar; pero la tarea que más le ha preocupado ha sido seleccionar algunos de sus textos y concebir un esquema temático original donde situarlos, un esquema redaccional que desvele las referencias a la incredulidad y a la fe, a la desesperación, a la utopía y la esperanza cristiana, a los amores humanos y al descubrimiento del Amor de Dios por parte de sus hijos perdidos. Moeller no cae en la tentación tan humana, ya denunciada por Claudel, de «explicar» los relatos literarios: se limita a utilizarlos como testimonios vivos y especialmente lúcidos. Él está convencido de que tal lucidez es el efecto propio que puede alcanzarse en literatura mediante el don creador. Luego, a través de esos testimonios, Moeller es capaz de verificar las realidades de la fe -en el sentido de hacerlas más verosímiles-, mostrando su vigencia, a menudo paradójica, en el hombre concreto. Así -sólo por poner un ejemplo-, puede afirmar de la obra Jean Barois de Roger Martin du Gard: «Pocas novelas permiten ver tan bien como ésta que los tres aspectos de la fe [sobrenatural, libre y razonable] se sostienen mutuamente» (II, Introducción, XII) (4). Los Capítulos conclusivos de cada uno de los volúmenes que integran esta gran obra muestran de forma palpable cómo el diálogo con la literatura puede enriquecer la reflexión teológica. Moeller expone en ellos la fe católica sobre las virtudes teologales, pero ahora es capaz de ilustrar esa fe, no sólo con los testimonios literarios que ha ido pacientemente recogiendo y ordenando, sino también con la visión de conjunto que obtiene acerca de los autores analizados. «El mundo sobrenatural de la gracia -afirma, así, hablando de la fe- nos baña por todas partes. Malegue demuestra que nos llega por mil canales invisibles: la red de causas segundas es la que emplea Dios para hablarnos» (II, Conclusión, 1). Obsérvese cómo Moeller utiliza aquí el potencial de universalidad antropológica que caracteriza a los clásicos literarios -ya sean antiguos o modernos- para proporcionar cierta verificación experienciable de un misterio cristiano; porque el «Dios vivo (...) no dejó de dar testimonio de sí» (Hech 14,15-17), ni deja hoy de darlo ya que «quiere que todos los hombres se salven» (1 Tim 2,4).
La gran literatura producida en el último siglo sirve también para evitar desorientarse ante espejismos que se han convertidos hoy en tópicos culturales. Uno de ellos es la pretendida «complicación» del hombre moderno al cual debe dirigirse la evangelización: «El hombre -puede afirmar Moeller con rotundidad- es siempre un niño, un hijo de la tierra, un hijo del cielo. Por mucho que quiera dárselas de vivo y de travieso, su madre (Dios, su Creador) sabe muy bien que, bajo esas apariencias de perdonavidas, se oculta un hombrecito que busca desesperadamente el regazo materno. Joyce y Mann han arrojado viva luz sobre esta verdad» (II, Conclusión, II). La literatura, en fin, ilumina aquellas condiciones de la situación humana histórica que el teólogo ha de tener en cuenta para que su discurso resulte más significativo; por ejemplo, el reflejo del Amor divino que debe observarse en la generosidad humana: «Los personajes de James que procuran entregarse, se hallan entre los más bellos que ha creado. Se olvidan de sí para darse a los demás. La caridad de que estos personajes son vivo testimonio es una primera aproximación a este amor en cuya virtud el hombre se abre a Dios» (ibídem). Otra de las circunstancias actuales que la viva inteligencia de Moeller advierte como muy relevante para la comprensión teológica del hombre es su interés por el carácter solidario -eclesial- de la salvación: «Para los testigos que vamos a interrogar, esperar es aguardar un acontecimiento que interesa a todos los hombres, a todos al mismo tiempo. Sin haberse puesto de acuerdo, superan la definición individualista y estrecha de ciertos catecismos» (IV, Introducción, II).
En definitiva, Moeller está convencido de que la literatura puede ser, en manos de la teología, una instancia reveladora y un vehículo de salvación. Las certezas que busca las alcanza sobre todo mediante la confrontación de textos de ficción literaria: la convergencia de los testimonios «muestra la verdad del cristianismo» y así el lector puede llegar a «la mañana pascual» (I, Conclusión, IV). La literatura se utiliza en esta obra «por vía de contraste, de aproximación o de testimonio positivo, para nutrir el sentido pascual» (1, Introducción, V). El descubrimiento de Cristo resucitado -¡Cristo vive!- es siempre el principio obligado de la vida cristiana (5). Ya en Humanismo y santidad Testimonios de la literatura occidental (1946), Moeller se propuso comparar a través de textos literarios los valores humanos con aquellos específicamente cristianos. Entonces hacía patente su voluntad de realizar esta tarea con absoluta seriedad: las conclusiones teológicas que extrajera no podían ser meras digresiones extrínsecas, sino que debían brotar del sentido profundo de los textos mismos (cfr. Introducción). En Sabiduría griega y paradoja cristiana (1951) adelantaba su meta un paso más: se trata de poner de manifiesto la radical incidencia de la fe cristiana «en la representación del hombre en la obra de arte», lo cual originó una nueva forma de humanismo. Y añadía: «Esta renovación aporta valores humanos auténticos, los únicos auténticos. Dichos valores pueden interesar a todos los hombres, pues se han encarnado en las obras de arte» (Introducción). Su metodología consiste ahora en comparar las ideas y valores propios de la literatura grecorromana con los de algunos escritores cristianos; se centra para ello en tres temas esenciales de la antropología: la maldad, el sufrimiento y la muerte. Contrastando los mitos literarios pre-cristianos con los «mitos cristianos» -es decir, con las narraciones de escritores que han respirado más o menos personalizadamente el «buen olor de Cristo» (2 Cor 2,15)-, Moeller consigue así de una forma plástica y muy convincente mostrar la originalidad de la revelación cristiana y su incidencia -a menudo inconsciente, pero no por ello menos real- en lo más hondo de la vida humana. La literatura es empleada, pues, como propedéutica de la fe, como praeparatio evangelica (6).

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(4) Pero -y ello prueba su honradez inrelectual- afirmará también la pobre calidad literaria de buena parte de esta novela: «Desgraciadamente, las descripciones de la conversión (del protagonista) son radicalmente falsas, como hechas desde el exterior» (ibídem). Ahora bien, cuando una obra de ficción resulta susceptible de suscitar las sospechas del lector acerca de su coherencia o acerca de lo que podría denominarse su veracidad antropológica, entonces dicha novela carece de eficacia para orientar la vida real del lector (dimensión pragmática).
(5) «Estos novelistas se encuentran con el drama del sufrimiento y de la muerte del hombre y del mundo, y descubren, por una notable profundización en la noción de providencia, su significación oculta, la de una marcha hacia la alegría pascual (...): Dios interviniendo en el drama del hombre, individual y cósmico, y conduciéndolo, por medio de la pedagogía del sufrimiento, hacia la mañana de la pascua. Es Jesucristo, el Dios vivo de las Escrituras y hombre como nosotros, el que aparece en el horizonte de la literatura moderna»: Mentalidad moderna y evangelizaci6n (1955), Barcelona 1964, p. 40.
(6) Cfr. también, El hombre moderno ante la salvación (1961), Barcelona 1969. En esta obra Moeller se muestra algo escéptico sobre la capacidad de la literatura moderna para desvelar o apuntar aspectos esenciales del misterio cristiano, concretamente sobre la naturaleza de la salvación: «Las aproximaciones literarias no pasan de ser, por su contenido, humanas, demasiado humanas. Las incidencias teológicas parecen periféricas. Ciertos elementos parecerán demasiado destacados por el reflector, mientras que otros que brillan en el zenit de la Biblia quedarán demasiado en la sombra» (Prólogo). A nuestro parecer, este escepticismo revela dos elementos: 1) la diferencia esencial entre literatura profana y literatura inspirada por Dios; sólo esta última es palabra de salvaci6n; 2) la dificultad hermenéutica que existe para unir una narración literaria y una verdad salvíífica. 

Tomado de:
Odero, J.M. Teología y literatura. Pp. 131 y ss.

2 comentarios:

Augusto del Río dijo...

Aquí ha intentado algo parecido la Dra. Inés de Cassagne con su colección Recepción y Discernimiento de textos literarios y temas humanísticos, analizando autores como Eco, Rilke, Camus, Guardini, Newman, Bernanos, C.S.Lewis, T.S.Eliot, Claudel, Dostoiewsky, entre otros, editados bajo el sello Del Umbral.

Augusto del Río

Anónimo dijo...

399. Compañía de Esclavas del Corazón Inmaculado de María

Un lector me pide que publique una entrada sobre una comunidad religiosa que conoció en una peregrinación al Santuario de Covandoga (Asturias). No he encontrado prácticamente nada, así que esto es lo único que puedo compartir. Si alguien sabe más que deje algún comentario. Gracias.

La Compañía de Esclavas del Corazón Inmaculado de María fue fundada por la Madre María del Pilar Martínez el 4 de diciembre de 1954 en Oviedo (Asturias). La Compañía tiene por carisma la reparación y desagravio a los Corazones de Jesús y María. Hasta hace poco las Esclavas han atendido la casa de ejercicios del Santuario de Covadonga, pero debido a la avanzada edad de las Hermanas y la falta de vocaciones, han dejado el Santuario para trabajar en el servicio a la Basílica de San Juan el Real de Oviedo. Actualmente sólo quedan 5 Hermanas de este Instituto. Generalmente los Institutos Religiosos no admiten a mujeres mayores de 35 años. Animo a mujeres maduras que por circunstancias no han podido ingresar en la juventud a la vida religiosa se pongan en contacto con estas Hermanas; y así, si el Señor quiere, pueda reflotar esta Compañía.

– Esclavas del Corazón Inmaculado de María
C/ Fray Ceferino, 24, 4º B
33001 Oviedo
Principado de Asturias

http://divinavocacion.blogspot.com.ar/2015/05/399-compania-de-esclavas-del-corazon.html