domingo, 24 de mayo de 2015

Sacerdocio bautismal (y 4)


Publicamos hoy la última parte de nuestra selección de textos del estudio del p. Sauras. Hemos resaltado los pasajes que nos parecen más importantes. 
La imagen que ilustra esta entrada es de Santa Margarita de Escocia, quien por bautizada poseyó el sacerdocio común de los fieles. Pero en cuanto mujer, nunca hubiera podido recibir el sacerdocio jerárquico, ya que las mujeres no pueden ser sujetos del sacramento del Orden. Cuando alguien pregunte "por qué en la Iglesia las mujeres no pueden ser sacerdotes", se le podrá responder: todas las mujeres lo son; pero con sacerdocio común, no jerárquico, por estar bautizadas.
c) Explicación teológica.
Vamos a explicar este sacerdocio común o laical. Y para ello tomaremos como punto de partida la relación inseparable que en toda religión hay entre el sacerdocio y el sacrificio, y luego la relación que hay en la religión cristiana entre el sacrificio y, por lo tanto, el sacerdocio y la Eucaristía. 
Explicación negativa.
¿Qué no pueden hacer en el sacrificio cristiano los fieles con su sacerdocio común o laical, qué poder no tienen y qué no son? No pueden inmolar la víctima sagrada que es Cristo, ni administrar o ser ministros de lo divino para los demás. Pero pueden ofrecer dicha víctima y, además, pueden ofrecerse e inmolarse a sí mismos juntamente con ella. El poder que no tienen es propio del sacerdocio jerárquico o ministerial; por eso no son sacerdotes como los que han recibido el sacramento del orden.
Hay sacerdotes jerárquicos, instituidos mediante el sacramento del orden. La Sagrada Escritura no los llama con este nombre, sino con el de presbíteros. Pero no hacemos ahora hincapié en la palabra. De hecho, los presbíteros de que se habla en los Hechos y en las Epístolas pastorales habían recibido del Señor el poder de realizar los misterios cristianos o de convertir el pan en el cuerpo y el vino en la sangre de Cristo. "Haced esto en memoria mía", dijo a los Apóstoles (31), y en ellos a sus sucesores en el sacerdocio (32). Poco importa la diferencia de nombres cuando hay coincidencia en su significado. Ni el Evangelio, ni las Epístolas, ni los Hechos llaman sacerdotes a quienes, consagrando el cuerpo del Señor, le sacrifican en el altar. En el texto de San Lucas se les llama apóstoles, pues es a los Doce a quienes dijo: "Haced esto en memoria mía". Los que en los Hechos y en las Epístolas paulinas se llaman presbíteros, también consagraban. Pero insistimos en que no interesa el nombre. Consagrar, sacrificar, es propio del sacerdote. Y a fines del siglo II, a quienes hacen esto se les llama sacerdotes por antonomasia, nombre con el que se han quedado.
Pues bien, los sacerdotes con sacerdocio común, los que se nombran en la Escritura con el nombre clásico de tales, los fieles, tienen intervención en el sacrificio, puesto que son sacerdotes y no hay sacerdocio sin referencia al sacrificio. Pero esta intervención no puede ser la de consagrar. En esto están conformes la revelación, la teología y el magisterio eclesiástico.
La Escritura asegura que convertir el pan en el cuerpo del Señor no es menester encomendado a todos, sino a un grupo, a los Doce; no es quehacer común, popular o laical, sino de escogidos, de grupo, clerical. Y que así se hacía también en la celebración de los misterios cristianos en los primeros tiempos, consta por el testimonio de los Padres más antiguos. Baste recordar el de San Justino, quien en la minuciosa exposición que en la Primera Apología hace de la celebración del misterio eucarístico, dice expresamente que la oración la recitan todos; la anáfora y la consagración la hace sólo el que preside; la administración, los diáconos (33). Los fieles ni consagran ni administran.
Veamos lo que enseña la teología. Pregunta Santo Tomás en un artículo de la Suma "si la consagración del sacramento eucarístico es función propia del sacerdote" (34). Y responde que sí, de tal suerte que nadie más que él puede hacerla. En la dificultad segunda dice, objetando, que también los laicos "possunt hoc sacramentum conficere" [puede realizar este sacramento]. Intenta probar la afirmación, pero la prueba no es eficaz. En la respuesta a la dificultad, afirma que los laicos no tienen poder sacramental; lo que sí tienen es "spirituale sacerdotium ad offerendum spirituales hostias, de quibus dicitur in Psalmo: Sacrificium Deo spiritus contribulatus; et ad Romanos: Exhíbete corpora vestra hostiam viventem. Unde in prima Petri dicitur: Sacerdotium sanctum, offere spirituales hostias"(35). [Un laico justo está unido espiritualmente a Cristo por la fe y la caridad, pero no por la potestad sacramental. Por tanto, posee el sacerdocio espiritual para ofrecer hostias espirituales, de las que se habla tanto en Sal 50,19: El sacrificio agradable a Dios es un espíritu contrito, como en Rom 12,1: Ofreced vuestros cuerpos como hostia viva. Por lo que en 1 Pe 2,5 se atribuye a todos un sacerdocio santo para ofrecer víctimas espirituales.] La exégesis del texto creemos que no tiene complicaciones…
Y tenemos, por último, las enseñanzas del magisterio de la Iglesia, recogidas en la "Mediator Dei", de Pío XII. Dice así: "Hay una razón más profunda para que pueda decirse que todos los cristianos, y especialmente los que asisten al altar, toman parte en el ofrecimiento. Y para evitar errores peligrosos en asunto tan importante es necesario precisar con exactitud el significado de la palabra ofrecimiento. Pues la inmolación incruenta, por medio de la cual, una vez pronunciadas las palabras de la consagración, Cristo está presente en el altar en estado de víctima, es realizada solamente por el sacerdote, en cuanto representa la persona de Cristo, y no en cuanto representa los fieles”.
En la Escritura, en la Tradición, en la teología, en las enseñanzas del magisterio eclesiástico, encontramos la misma idea negativa del sacerdocio laical; es un sacerdocio que no capacita para consagrar el cuerpo del Señor. Esta función está reservada al sacerdote jerarca, quien no la hace en nombre de los fieles, sino en nombre de Cristo. Tampoco capacita para el culto ministerial, como varias veces hemos dicho y explicaremos más adelante. El culto ministerial lo encomendó Cristo a los clérigos y no al pueblo; en el pasaje de San Justino anteriormente recordado está de manifiesto que el ministerio no era en la primitiva Iglesia cosa de los fieles; y Pío XII lo indica también en la "Mediator Dei": "Inútil es explicar hasta qué punto estos capciosos errores (los de la democracia o el igualitarismo sacerdotal por derecho divino) están en contradicción con las verdades antes demostradas... Recordemos solamente que el sacerdote hace las veces del pueblo, porque representa a la persona de Nuestro Señor Jesucristo, en cuanto El es cabeza de todos los miembros y se ofreció a sí mismo por ellos. Por eso va al altar como ministro de Cristo, siendo inferior a El, pero superior al pueblo" (39). El que es pueblo o laico no es ministro. El sacerdocio ministerial está sobre el laical.
Explicación positiva.
Suele describirse al sacerdote como un mediador entre Dios y los hombres. Y es cierto. Pero es necesario entenderlo bien sino queremos sembrar confusiones en materia tan delicada. Si la cosa fuera así, tal como suena, y sin necesidad de precisar más el concepto, el sacerdocio laical no existiría, porque acabamos de decir que no es ministerial. Por eso conviene que empecemos precisando bien el concepto de sacerdote.  
En teología hemos de huir siempre de los conceptos unívocos. Son tan diversos los sujetos de los que se predica una misma perfección, que con la univocidad nos sería imposible dar un paso. Desde el momento en que se acepta la analogía como criterio del conocimiento teológico, ya no hay inconveniente en encontrar diversas especies de una misma perfección o de un mismo atributo. No insistimos en esta nota criteriológica, que sin embargo, hemos querido recordar para salir al paso a las dificultades que puedan originarse del hecho de presentarse muchas veces el sacerdocio en la Escritura como una mediación.
Hay sacerdocio que es mediación, pero no todo. Por lo tanto, no es necesario ser mediador para ser sacerdote, aunque sí se precise serlo para una clase determinada de sacerdocio.
No se puede dudar de que entre el sacerdocio y la mediación hay relaciones muy profundas; es más, la mediación es esencial a determinadas clases de sacerdocio. San Pablo dice que todo pontífice tomado de entre los hombres, es instituido en favor de los hombres para las cosas que miran a Dios, para ofrecer ofrendas y sacrificios por los pecados" (40)…
Sin embargo, la idea de mediación no es esencial al sacerdocio, sino sólo a determinadas especies sacerdotales. No todos los sacerdocios coinciden en ella; hay algo más elevado, más general, en lo que se dan cita. La mediación es esencial al sacerdocio de Cristo, que es sacerdocio capital; también lo es al sacerdocio pontifical o supremo; también al sacerdocio ministerial. Cristo nos reconcilió con el Padre mediante el sacrificio de sí mismo. Es medio entre Dios y nosotros. El sacerdote supremo es medio entre Dios y los inferiores. El sacerdote ministro es medio entre Dios, de quien recibe los bienes, y los fieles a quienes los da.
Pero pueden darse coyunturas en las que no tenga lugar la mediación. Adán dió culto al Señor, y culto sacerdotal; y en su caso no había mediación. Su sacerdocio y su sacrificio empezaban en él y terminaban en Dios, a quien con ellos rendía culto. Otro tanto sucedió con Abel, que ofreció sacrificio sin ser mediador de nadie ni para nadie. Y su sacrificio se recuerda en el canon de la Misa. En estos casos no había pontificado ni había ministerio, y, por lo tanto, sobraba toda idea de mediación. Si se dan dos casos, pueden darse más…
Sobre la idea de mediación está la de ofrecer sacrificio. Esta es la primordial en el sacerdocio. Con ella sola hay sacerdote; con ella y con mediación hay sacerdote-mediador, sacerdote-cabeza, sacerdote-pontífice, sacerdote-ministro. Sin ella y con mediación no hay sacerdocio posible…  
Los fieles no son mediadores; por eso su sacerdocio no es pontifical ni ministerial. Ya hemos dicho que estos sacerdocios implican la idea de mediación. Pero esto no es inconveniente para que sean sacerdotes. Pueden serlo, siempre y cuando realicen activamente el sacrificio, siempre y cuando tengan una dote o un poder sagrado que les capacite para ofrecer sacrificio. 
Veamos ahora algo sobre el sacrificio, para poder luego apreciar lo que los laicos hacen en él y ver, por lo tanto, cómo ejercen su sacerdocio. Puede darse algo de miopía doctrinal en lo referente al sacrificio, a causa de un exceso de determinaciones positivas. Están tan detallados los sacrificios en el Antiguo Testamento y tiene tal relieve el sacrificio del Nuevo, que fácilmente se puede perder de vista en esta fronda lo que es de derecho natural, fijando la atención exclusivamente en lo que es de derecho positivo. El sacrificio es de derecho natural, tiene una definición fundada en este derecho, definición que no debe desaparecer cuando se concreta en los diversos derechos positivos. Santo Tomás recuerda este carácter natural del sacrificio precisamente en el artículo primero de la cuestión que le dedica en el tratado De virtute religionis (44). Interesa, pues, ver cuál es la definición general. De hecho, y por determinación positiva de Dios, el sacrificio en nuestra liturgia cristiana es el del altar. Ya tendremos ocasión de ver más adelante cómo todo cuanto cabe en la noción natural de sacrificio, y que inmediatamente vamos a recordar, tiene cabida en la Misa. 
El sacrificio es un acto exterior, en el que se encierra un sentimiento de sumisión y de adhesión a Dios, mediante el ofrecimiento de algo nuestro que previamente se victima o santifica. Victimarse o hacerse víctima lleva implícita la idea de abatimiento. La víctima ha sido vencida o sometida.
Dentro de esta idea amplia, que es la que nos da el derecho natural (45), son verdaderos sacrificios la oblación de nuestras penalidades a Dios, como dice el Salmo: "Sacrificium Deo spiritus contribulatus" (46); y el ofrecimiento de nuestro cuerpo santificado, o limpio de sus imperfecciones, o mortificado, como dice San Pablo: "Exhibeatis corpora vestra hostiam viventem, sanctam, Deo placentem" (47). 
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Volvamos a los fieles, de quienes ya hemos probado más arriba que están investidos de poder sacerdotal. También hemos dicho que el sacerdocio se explica por su relación con el sacrificio, y que éste es un acto costoso, perfecto, imperado por la virtud de la religión, virtud que lo consagra, convirtiéndolo en cultual o en acto de alabanza y honor de Dios
La teología enseña que el culto de la religión cristiana se inicia en el sacrificio de la Pasión… Toda gracia cristiana se deriva del sacrificio del Calvario, y todo culto cristiano nace en el culto supremo tributado a Dios en el Calvario también. De lo que allí sucedió reciben los sacramentos su eficacia y su virtud; de allí y por éstos nos llegan la gracia de Jesucristo y los medios con los que podemos rendirle el culto preceptuado por El. La Cruz es para nosotros la fuente de la gracia y la fuente del culto que debemos tributar al Señor. Las dos cosas se nos dan por los sacramentos…
Pero [los sacramentos] no se ordenan a los dos fines produciendo un mismo efecto. Quitan los pecados produciendo la gracia, y capacitan para el culto, según la religión de la vida cristiana, produciendo el carácter. Los caracteres sacramentales son signos espirituales indelebles, con los que los cristianos se distinguen de los que no lo son. Estos signos distintivos son potencias que capacitan para realizar el culto que los paganos no pueden realizar… La idea se repite con frecuencia en el tratado que en la Suma dedicó Santo Tomás al estudio del carácter…. clasifica los tres caracteres en dos apartados: el carácter del orden es una potencia activa, y se ordena a hacer el culto; el de la confirmación, y más particularmente el del bautismo, es una potencia pasiva, y se ordena a capacitar a quien lo recibe para ser sujeto pasivo del culto mediante la recepción válida de los otros sacramentos (53). 
Esto, expresado de manera tan absoluta, no es toda la verdad. Ciertamente que el carácter bautismal es más acusadamente pasivo, pues con él se capacita el hombre para recibir válidamente los otros sacramentos; y por ser más acusadamente pasivo se le llama potencia pasiva, ya que "res denominantur a potiori". Pero tiene también características activas, aunque no tan acusadas como las del carácter del orden. El propio Santo Tomás indica esta nota activa del carácter Bautismal cuando escribe, hablando precisamente de la diferencia que hay entre el carácter de la confirmación y el del bautismo: "In baptismo accipit homo potestatem ad ea agenda (poder o carácter activo) quae ad propriam pertinent salutem, prout scilicet secundum seipsum vivit" (54). El poder cultual que da el carácter del bautismo es acusadamente pasivo; pero también pueden hacerse con él actos de culto, aunque sin carácter representativo. En otras palabras, las características activas de este culto no son representativas o ministeriales. Pero que existen características activas es indudable. Con este carácter, nos ha dicho el Angélico, se capacita el hombre "ad ea agenda..."; y el agere es el acto de la potencia activa, a diferencia del pati o del recipere, que es el acto de la pasiva.
La “Mediator Dei” también recuerda el aspecto activo de la capacidad cultual del carácter del bautismo. El Papa habla en ella de que "los fieles ofrecen también la víctima divina", aunque bajo un aspecto distinto a como la ofrecen los sacerdotes-ministros, pues éstos la ofrecen consagrando y representando en la oblación a los demás fieles. Quede constancia de que los fieles ofrecen. "Ofrecen el sacrificio, no sólo por medio del sacerdote, sino también, y en cierto modo, juntamente con él". Esto respecto a la víctima principal, que es Cristo. Más adelante explicaremos que en el altar hay otras víctimas, y entre ellas el propio fiel. Pues bien: respecto a esta segunda víctima, es necesario "que los fieles se inmolen a sí mismos como víctimas". Decir que todas estas expresiones tienen sentido pasivo, creemos que sería una cosa sin sentido. Ahora bien, este poder oferente lo tienen los fieles por el carácter bautismal…
Nada de exclusivismo pasivo en el carácter bautismal; también tiene características activas. Este carácter es la primera participación del sacerdocio de Cristo, participación que alcanzan todos los bautizados.
Esta verdad sobre el sacerdocio común de los fieles comunicado en la recepción del bautismo fué profesada siempre teórica y prácticamente… en los laicos se da lo que es esencial en el sacerdocio. Este es un estado que se caracteriza por un poder sagrado para ofrecer sacrificios a Dios. Ahora bien, el sacrificio se ofrece de maneras esencialmente diversas, aunque todas son maneras propias de ofrecer sacrificialmente, o todas son auténticos ofrecimientos sacrificiales; no son maneras impropias ni ofrecimientos sacrificiales metafóricos. La “Mediator Dei” recuerda dos modos de ofrecimiento sacrificial: uno, el ofrecimiento inmolaticio que se hace al consagrar, y lo hace el sacerdote jerárquico o ministro; otro, el ofrecimiento de lo inmolado por el ministro, y lo hacen el ministro y los fieles juntamente con él.
Para hacer estos dos ofrecimientos sacrificiales, esencialmente diversos, se requieren dos poderes esencialmente diversos también, pero los dos sacerdotales, porque los dos son activos en orden al sacrificio. El primer poder es el que da el carácter del sacramento del orden; el segundo es el que da el carácter del sacramento del bautismo. Dos formas sacerdotales propias, auténticas, aunque diversas entre sí. Estamos en un caso de verdadera analogía propia. Y no en un caso de analogía metafórica
Que para realizar cada uno de estos dos ofrecimientos sacrificiales se requieran formas o poderes sacerdotales diversos, lo dice claramente también la encíclica citada…
No desearíamos terminar esta explicación sin hacer una advertencia.
Y es que no se habría dado cuenta de la verdadera dimensión teológica que tiene el sacerdocio de los laicos quien pensara que depende todo él de determinadas explicaciones del carácter sacramental y de determinadas explicaciones de los actos que los laicos realizan en el sacrificio de la Misa. Lo que hasta aquí hemos dicho sobre estas cosas lo estimamos cierto. Lo enseña la teología y lo confirma la encíclica de Pío XII. Pero no pasa, de ser una explicación del hecho. El hecho está sobre la explicación. El hecho de este sacerdocio no se prueba por los caracteres, sino por la revelación. Lo enseñan la Sagrada Escritura, la Tradición y la liturgia. La teología lo explica del modo dicho. Caso de que los caracteres no sirvieran para explicarlo, habría que recurrir a otro medio de explicación, mientras no se demostrara que el sacerdocio laical o real o común no se contiene en las fuentes de la revelación. 
La existencia del sacerdocio laical está basada en algo aún más fundamental que la explicación que la teología da de los caracteres y de los actos que los laicos realizan en la Misa. La explicación teológica que hemos dado creemos que está suficientemente autorizada, pero no pasa de ser eso, una explicación. No una prueba definitiva del sacerdocio. Esta prueba ya hemos dicho que está en la revelación y en la liturgia. El hecho lo explica la teología apelando a los caracteres sacramentales, y esta explicación creemos que es firme, porque goza del asentimiento de los grandes maestros y porque, además, ha sido propuesta por Pío XII en la “Mediator Dei”.
A pesar de todo lo dicho, el sacerdocio real de los fieles encuentra bastante oposición en algunos teólogos, cada día menos, que no han logrado desentenderse todavía de viejos prejuicios antiprotestantes y no logran ver que es una verdad muy alejada del error de los reformadores. Es curioso y distraído verles especular con las palabras de la “Mediator Dei” para persuadirse a sí mismos, por fin, de que no se habla en ella de un auténtico sacerdocio, laical, popular o común. Siendo taxativa y rotunda la doctrina afirmativa de la encíclica, como lo es, según hemos probado, la de la Escritura, la de la Tradición y la de la teología… 
Tomado de:
Sauras, E. EL LAICADO Y EL PODER CULTUAL SACERDOTAL ¿EXISTE UN SACERDOCIO LAICAL? Ponencia presentada en la XIII SEMANA ESPAÑOLA DE TEOLOGÍA, Madrid, CSIC (1954), pp. 3 y ss.


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