Publicamos hoy la última parte de nuestra selección de textos del estudio del p. Sauras. Hemos resaltado los pasajes que nos parecen más importantes.
La imagen que ilustra esta entrada es de Santa Margarita de Escocia, quien por bautizada poseyó el sacerdocio común de los fieles. Pero en cuanto mujer, nunca hubiera podido recibir el sacerdocio jerárquico, ya que las mujeres no pueden ser sujetos del sacramento del Orden. Cuando alguien pregunte "por qué en la Iglesia las mujeres no pueden ser sacerdotes", se le podrá responder: todas las mujeres lo son; pero con sacerdocio común, no jerárquico, por estar bautizadas.
c) Explicación teológica.
Vamos
a explicar este sacerdocio común o laical. Y para ello tomaremos como
punto de partida la relación inseparable que en toda religión hay entre el
sacerdocio y el sacrificio, y luego la relación que hay en la religión
cristiana entre el sacrificio y, por lo tanto, el sacerdocio y la
Eucaristía.
Explicación negativa.
¿Qué no pueden hacer en el sacrificio cristiano los
fieles con su sacerdocio común o laical, qué poder no tienen y qué no son?
No pueden inmolar la víctima sagrada que es Cristo, ni administrar o ser
ministros de lo divino para los demás. Pero pueden ofrecer dicha víctima
y, además, pueden ofrecerse e inmolarse a sí mismos juntamente con
ella. El poder que no tienen es propio del sacerdocio jerárquico o
ministerial; por eso no son sacerdotes como los que han recibido el
sacramento del orden.
Hay sacerdotes jerárquicos, instituidos mediante el
sacramento del orden. La Sagrada Escritura no los llama con este nombre,
sino con el de presbíteros. Pero no hacemos ahora hincapié en la palabra. De hecho, los
presbíteros de que se habla en los Hechos y en las Epístolas pastorales
habían recibido del Señor el poder de realizar los misterios cristianos o
de convertir el pan en el cuerpo y el vino en la sangre de Cristo.
"Haced esto en memoria mía", dijo a los Apóstoles (31), y
en ellos a sus sucesores en el sacerdocio (32). Poco importa la
diferencia de nombres cuando hay coincidencia en su significado. Ni el
Evangelio, ni las Epístolas, ni los Hechos llaman sacerdotes a quienes,
consagrando el cuerpo del Señor, le sacrifican en el altar. En el texto de
San Lucas se les llama apóstoles, pues es a los Doce a quienes dijo:
"Haced esto en memoria mía". Los que en los Hechos y en las
Epístolas paulinas se llaman presbíteros, también consagraban. Pero
insistimos en que no interesa el nombre. Consagrar, sacrificar, es propio
del sacerdote. Y a fines del siglo II, a quienes hacen esto se les llama
sacerdotes por antonomasia, nombre con el que se han quedado.
Pues
bien, los sacerdotes
con sacerdocio común, los que se nombran en la Escritura con el nombre
clásico de tales, los fieles, tienen intervención en el sacrificio, puesto
que son sacerdotes y no hay sacerdocio sin referencia al sacrificio. Pero
esta intervención no puede ser la de consagrar. En esto están conformes la
revelación, la teología y el magisterio eclesiástico.
La
Escritura asegura que convertir el pan en el cuerpo del Señor no es
menester encomendado a todos, sino a un grupo, a los Doce; no es quehacer
común, popular o laical, sino de escogidos, de grupo, clerical. Y que así
se hacía también en la celebración de los misterios cristianos en los
primeros tiempos, consta por el testimonio de los Padres más antiguos.
Baste recordar el de San Justino, quien en la minuciosa exposición que en
la Primera Apología hace de la celebración del misterio eucarístico, dice
expresamente que la oración la recitan todos; la anáfora y la consagración
la hace sólo el que preside; la administración, los diáconos (33). Los
fieles ni consagran ni administran.
Veamos
lo que enseña la teología. Pregunta Santo Tomás en un artículo de la Suma
"si la consagración del sacramento eucarístico
es función propia del sacerdote" (34). Y responde que sí, de tal
suerte que nadie más que él puede hacerla. En la dificultad segunda dice,
objetando, que también los laicos "possunt hoc sacramentum
conficere" [puede realizar este sacramento]. Intenta probar la
afirmación, pero la prueba no es eficaz. En la respuesta a la dificultad,
afirma que los laicos no tienen poder sacramental; lo que sí tienen es
"spirituale sacerdotium ad offerendum spirituales hostias, de quibus
dicitur in Psalmo: Sacrificium Deo spiritus contribulatus; et ad Romanos:
Exhíbete corpora vestra hostiam viventem. Unde
in prima Petri dicitur: Sacerdotium sanctum, offere spirituales
hostias"(35). [Un laico justo está unido espiritualmente a Cristo por la fe y la
caridad, pero no por la potestad sacramental. Por tanto, posee el sacerdocio
espiritual para ofrecer hostias espirituales, de las que se habla tanto en Sal
50,19: El sacrificio agradable a Dios es un espíritu contrito, como en Rom
12,1: Ofreced vuestros cuerpos como hostia viva. Por lo que en 1 Pe 2,5 se
atribuye a todos un sacerdocio santo para ofrecer víctimas espirituales.] La
exégesis del texto creemos que no tiene complicaciones…
Y
tenemos, por último, las enseñanzas del magisterio de la
Iglesia, recogidas en la "Mediator Dei", de Pío XII. Dice así:
"Hay una razón más profunda para que pueda decirse que todos los
cristianos, y especialmente los que asisten al altar, toman parte en el
ofrecimiento. Y para evitar errores peligrosos en asunto tan importante es
necesario precisar con exactitud el significado de la palabra
ofrecimiento. Pues la inmolación incruenta, por medio de la cual, una vez
pronunciadas las palabras de la consagración, Cristo está presente en el
altar en estado de víctima, es realizada solamente por el sacerdote, en
cuanto representa la persona de Cristo, y no en cuanto representa los
fieles”.
En
la Escritura, en la Tradición, en la teología, en las enseñanzas del
magisterio eclesiástico, encontramos la misma idea negativa del sacerdocio
laical; es un sacerdocio que no capacita para consagrar el cuerpo del
Señor. Esta función está reservada al sacerdote jerarca, quien no la hace
en nombre de los fieles, sino en nombre de Cristo. Tampoco capacita para
el culto ministerial, como varias veces hemos dicho y explicaremos más
adelante. El culto ministerial lo encomendó Cristo a los clérigos y no al
pueblo; en el pasaje de San Justino anteriormente recordado está de manifiesto
que el ministerio no era en la primitiva Iglesia cosa de los fieles; y Pío XII
lo indica también en la "Mediator Dei": "Inútil es explicar
hasta qué punto estos capciosos errores (los de la democracia o el
igualitarismo sacerdotal por derecho divino) están en contradicción con las
verdades antes demostradas... Recordemos solamente que el sacerdote hace las
veces del pueblo, porque representa a la persona de Nuestro Señor Jesucristo,
en cuanto El es cabeza de todos los miembros y se ofreció a sí mismo por ellos.
Por eso va al altar como ministro de Cristo, siendo inferior a El, pero
superior al pueblo" (39). El
que es pueblo o laico no es ministro. El sacerdocio ministerial está sobre el
laical.
Explicación positiva.
Suele describirse al sacerdote como un mediador entre
Dios y los hombres. Y es cierto. Pero es necesario entenderlo bien sino
queremos sembrar confusiones en materia tan delicada. Si la cosa fuera
así, tal como suena, y sin necesidad de precisar más el concepto, el
sacerdocio laical no existiría, porque acabamos de decir que no es
ministerial. Por eso conviene que empecemos precisando bien el concepto de
sacerdote.
En teología hemos de huir siempre de los conceptos
unívocos. Son tan diversos los sujetos de los que se predica una misma
perfección, que con la univocidad nos sería imposible dar un paso. Desde
el momento en que se acepta la analogía como criterio del
conocimiento teológico, ya no hay inconveniente en encontrar diversas
especies de una misma perfección o de un mismo atributo. No insistimos en
esta nota criteriológica, que sin embargo, hemos querido recordar para
salir al paso a las dificultades que puedan originarse del hecho de
presentarse muchas veces el sacerdocio en la Escritura como una mediación.
Hay
sacerdocio que es mediación, pero no todo. Por lo tanto, no es necesario
ser mediador para ser sacerdote, aunque sí se precise serlo para una clase
determinada de sacerdocio.
No
se puede dudar de que entre el sacerdocio y la mediación hay relaciones
muy profundas; es más, la mediación es esencial a determinadas clases de
sacerdocio. San Pablo dice que todo pontífice tomado de entre los hombres,
es instituido en favor de los hombres para las cosas que miran a Dios,
para ofrecer ofrendas y sacrificios por los pecados" (40)…
Sin
embargo, la idea de mediación no es esencial al sacerdocio, sino sólo a
determinadas especies sacerdotales. No todos los sacerdocios coinciden en
ella; hay algo más elevado, más general, en lo que se dan cita. La
mediación es esencial al sacerdocio de Cristo, que es sacerdocio capital;
también lo es al sacerdocio pontifical o supremo; también al sacerdocio
ministerial. Cristo nos reconcilió con el Padre mediante el sacrificio de
sí mismo. Es medio entre Dios y nosotros. El sacerdote supremo es medio entre
Dios y los inferiores. El sacerdote ministro es medio entre Dios, de quien
recibe los bienes, y los fieles a quienes los da.
Pero
pueden darse coyunturas en las que no tenga lugar la mediación. Adán dió culto
al Señor, y culto sacerdotal; y en su caso no había mediación. Su
sacerdocio y su sacrificio empezaban en él y terminaban en Dios, a quien
con ellos rendía culto. Otro tanto sucedió con Abel, que ofreció
sacrificio sin ser mediador de nadie ni para nadie. Y su sacrificio se recuerda
en el canon de la Misa. En estos casos no había pontificado ni había
ministerio, y, por lo tanto, sobraba toda idea de mediación. Si se
dan dos casos, pueden darse más…
Sobre
la idea de mediación está la de ofrecer sacrificio. Esta es
la primordial en el sacerdocio. Con ella sola hay sacerdote; con ella y
con mediación hay sacerdote-mediador, sacerdote-cabeza,
sacerdote-pontífice, sacerdote-ministro. Sin ella y con mediación no hay
sacerdocio posible…
Los
fieles no son mediadores; por eso su sacerdocio no es pontifical ni
ministerial. Ya hemos dicho que estos sacerdocios implican la idea de
mediación. Pero esto no es inconveniente para que sean sacerdotes. Pueden
serlo, siempre y cuando realicen activamente el sacrificio, siempre y
cuando tengan una dote o un poder sagrado que les capacite para ofrecer
sacrificio.
Veamos
ahora algo sobre el sacrificio, para poder luego apreciar lo que los
laicos hacen en él y ver, por lo tanto, cómo ejercen su sacerdocio. Puede
darse algo de miopía doctrinal en lo referente al sacrificio, a causa de
un exceso de determinaciones positivas. Están tan detallados los
sacrificios en el Antiguo Testamento y tiene tal relieve el sacrificio del
Nuevo, que fácilmente se puede perder de vista en esta fronda lo que es de
derecho natural, fijando la atención exclusivamente en lo que es de
derecho positivo. El sacrificio es de derecho natural, tiene
una definición fundada en este derecho, definición que no debe
desaparecer cuando se concreta en los diversos derechos positivos. Santo
Tomás recuerda este carácter natural del sacrificio precisamente en el
artículo primero de la cuestión que le dedica en el tratado De
virtute religionis (44). Interesa, pues, ver cuál es la definición
general. De hecho, y por determinación positiva de Dios, el sacrificio en
nuestra liturgia cristiana es el del altar. Ya tendremos ocasión de ver
más adelante cómo todo cuanto cabe en la noción natural de sacrificio, y
que inmediatamente vamos a recordar, tiene cabida en la Misa.
El
sacrificio es un acto exterior, en el que se encierra un sentimiento de
sumisión y de adhesión a Dios, mediante el ofrecimiento de algo nuestro
que previamente se victima o santifica. Victimarse o hacerse víctima lleva
implícita la idea de abatimiento. La víctima ha sido vencida o sometida.
Dentro
de esta idea amplia, que es la que nos da el derecho natural (45), son
verdaderos sacrificios la oblación de nuestras penalidades a Dios, como
dice el Salmo: "Sacrificium Deo spiritus contribulatus" (46); y
el ofrecimiento de nuestro cuerpo santificado, o limpio de sus
imperfecciones, o mortificado, como dice San Pablo:
"Exhibeatis corpora vestra hostiam viventem, sanctam, Deo
placentem" (47).
*
* *
Volvamos a los fieles, de quienes ya hemos probado
más arriba que están investidos de poder sacerdotal. También hemos dicho
que el sacerdocio se explica por su relación con el sacrificio, y que éste
es un acto costoso, perfecto, imperado por la virtud de la religión,
virtud que lo consagra, convirtiéndolo en cultual o en acto de alabanza y
honor de Dios.
La
teología enseña que el culto de la religión cristiana se inicia en el
sacrificio de la Pasión… Toda gracia cristiana se deriva del sacrificio del
Calvario, y todo culto cristiano nace en el culto supremo tributado a Dios
en el Calvario también. De lo que allí sucedió reciben los sacramentos
su eficacia y su virtud; de allí y por éstos nos llegan la gracia de
Jesucristo y los medios con los que podemos rendirle el culto preceptuado
por El. La Cruz es para nosotros la fuente de la gracia y la fuente del culto
que debemos tributar al Señor. Las dos cosas se nos dan por los sacramentos…
Pero
[los sacramentos] no se ordenan a los dos fines produciendo un mismo
efecto. Quitan los pecados produciendo la gracia, y capacitan para el
culto, según la religión de la vida cristiana, produciendo el carácter.
Los caracteres sacramentales son signos espirituales indelebles, con los
que los cristianos se distinguen de los que no lo son. Estos signos distintivos son
potencias que capacitan para realizar el culto que los paganos no pueden
realizar… La idea se repite con frecuencia en el tratado que en la Suma dedicó
Santo Tomás al estudio del carácter…. clasifica los tres caracteres en dos
apartados: el carácter del orden es una potencia activa, y se
ordena a hacer el culto; el de la confirmación, y más particularmente el del
bautismo, es una potencia pasiva, y se ordena a capacitar a quien
lo recibe para ser sujeto pasivo del culto mediante la recepción válida de los
otros sacramentos (53).
Esto,
expresado de manera tan absoluta, no es toda la verdad. Ciertamente que el carácter bautismal es más
acusadamente pasivo, pues con él se capacita el hombre para recibir
válidamente los otros sacramentos; y por ser más acusadamente pasivo se le
llama potencia pasiva, ya que "res denominantur a potiori". Pero
tiene también características activas, aunque no tan acusadas como las del
carácter del orden. El propio Santo Tomás indica esta nota activa del
carácter Bautismal cuando escribe, hablando precisamente de la diferencia
que hay entre el carácter de la confirmación y el del bautismo: "In
baptismo accipit homo potestatem ad ea agenda (poder o carácter activo)
quae ad propriam pertinent salutem, prout scilicet secundum seipsum vivit" (54).
El poder cultual que da el carácter del bautismo es acusadamente pasivo;
pero también pueden hacerse con él actos de culto, aunque sin carácter
representativo. En otras palabras, las
características activas de este culto no son representativas o ministeriales. Pero
que existen características activas es indudable. Con este carácter, nos ha
dicho el Angélico, se capacita el hombre "ad ea agenda..."; y
el agere es el acto de la potencia activa, a diferencia
del pati o del recipere, que es el acto de la
pasiva.
La “Mediator Dei” también recuerda el aspecto activo
de la capacidad cultual del carácter del bautismo. El Papa habla en ella de que
"los fieles ofrecen también la víctima divina",
aunque bajo un aspecto distinto a como la ofrecen los
sacerdotes-ministros, pues éstos la ofrecen consagrando y representando en la
oblación a los demás fieles. Quede constancia de que los fieles ofrecen.
"Ofrecen el sacrificio, no sólo por medio del sacerdote, sino también, y
en cierto modo, juntamente con él". Esto respecto a la víctima principal,
que es Cristo. Más adelante explicaremos que en el altar hay otras víctimas, y
entre ellas el propio fiel. Pues bien: respecto a esta segunda víctima, es
necesario "que los fieles se inmolen a sí mismos como víctimas".
Decir que todas estas expresiones tienen sentido pasivo, creemos que sería una
cosa sin sentido. Ahora bien, este poder oferente lo tienen los fieles por el
carácter bautismal…
Nada
de exclusivismo pasivo en el carácter bautismal; también tiene características
activas. Este carácter es la primera participación del sacerdocio de Cristo,
participación que alcanzan todos los bautizados.
Esta verdad sobre el sacerdocio común de los fieles
comunicado en la recepción del bautismo fué profesada siempre teórica y
prácticamente… en los laicos se da lo que es esencial en el sacerdocio. Este es
un estado que se caracteriza por un poder sagrado para ofrecer sacrificios a
Dios. Ahora bien, el sacrificio se ofrece de maneras esencialmente diversas,
aunque todas son maneras propias de ofrecer sacrificialmente, o todas son
auténticos ofrecimientos sacrificiales; no son maneras impropias ni
ofrecimientos sacrificiales metafóricos. La “Mediator Dei” recuerda dos modos
de ofrecimiento sacrificial: uno, el ofrecimiento inmolaticio que se hace al
consagrar, y lo hace el sacerdote jerárquico o ministro; otro, el ofrecimiento
de lo inmolado por el ministro, y lo hacen el ministro y los fieles juntamente
con él.
Para
hacer estos dos ofrecimientos sacrificiales, esencialmente diversos, se
requieren dos poderes esencialmente diversos también, pero los dos
sacerdotales, porque los dos son activos en orden al sacrificio. El primer
poder es el que da el carácter del sacramento del orden; el segundo es el
que da el carácter del sacramento del bautismo. Dos formas sacerdotales
propias, auténticas, aunque diversas entre sí. Estamos en un caso de
verdadera analogía propia. Y no en un caso de analogía metafórica.
Que
para realizar cada uno de estos dos ofrecimientos sacrificiales se
requieran formas o poderes sacerdotales diversos, lo dice
claramente también la encíclica citada…
No
desearíamos terminar esta explicación sin hacer una advertencia.
Y
es que no se habría dado cuenta de la verdadera dimensión teológica que
tiene el sacerdocio de los laicos quien pensara que depende todo él de
determinadas explicaciones del carácter sacramental y de determinadas
explicaciones de los actos que los laicos realizan en el sacrificio de la
Misa. Lo que hasta aquí hemos dicho sobre estas cosas lo estimamos
cierto. Lo enseña la teología y lo confirma la encíclica de Pío XII. Pero
no pasa, de ser una explicación del hecho. El hecho está
sobre la explicación. El hecho de este sacerdocio no se prueba por los
caracteres, sino por la revelación. Lo enseñan la Sagrada Escritura, la
Tradición y la liturgia. La teología lo explica del modo dicho. Caso de
que los caracteres no sirvieran para explicarlo, habría que recurrir a
otro medio de explicación, mientras no se demostrara que el sacerdocio
laical o real o común no se contiene en las fuentes de la revelación.
La
existencia del sacerdocio laical está basada en algo aún más fundamental
que la explicación que la teología da de los caracteres y de los actos que
los laicos realizan en la Misa. La explicación teológica que hemos dado
creemos que está suficientemente autorizada, pero no pasa de ser eso, una
explicación. No una prueba definitiva del sacerdocio. Esta prueba ya hemos
dicho que está en la revelación y en la liturgia. El hecho lo explica la
teología apelando a los caracteres sacramentales, y esta explicación
creemos que es firme, porque goza del asentimiento de los grandes maestros y
porque, además, ha sido propuesta por Pío XII en la “Mediator Dei”.
A pesar de todo lo dicho, el sacerdocio real de los
fieles encuentra bastante oposición en algunos teólogos, cada día menos,
que no han logrado desentenderse todavía de viejos prejuicios
antiprotestantes y no logran ver que es una verdad muy alejada del error
de los reformadores. Es curioso y distraído verles especular con las
palabras de la “Mediator Dei” para persuadirse a sí mismos, por fin, de
que no se habla en ella de un auténtico sacerdocio, laical, popular o
común. Siendo taxativa y rotunda la doctrina afirmativa de la encíclica,
como lo es, según hemos probado, la de la Escritura, la de la Tradición y
la de la teología…
Tomado de:
Sauras, E. EL LAICADO Y EL PODER CULTUAL SACERDOTAL
¿EXISTE UN SACERDOCIO LAICAL? Ponencia
presentada en la XIII SEMANA ESPAÑOLA DE TEOLOGÍA, Madrid, CSIC (1954), pp. 3 y
ss.
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