domingo, 6 de septiembre de 2015

El Syllabus es claro (y 3)


Cerramos con esta entrada la serie dedicada a la claridad del Syllabus. El obispo Dupanloup aplica una simple regla de hermenéutica a la célebre proposición 80. Si completamos esta sugerencia con la lectura de la fuente de dicha proposición, podremos llegar a una interpretación fiel al espíritu del documento.
Es otra regla de interpretación y de sensatez aquella que indica que se debe estudiar y sopesar atentamente todos los términos de una proposición condenada, para ver sobre qué recae o no recae la condena.
¡Y bien! Es sobre todo esta regla, tan simple, tan evidente, a la cual la ligereza de los periódicos y del publico parece no haber prestado aquí ninguna atención. Sobre ello podría citar veinte ejemplos.
Así, el Papa condena la siguiente proposición: “El Pontífice romano puede y debe reconciliarse y transigir con la civilización moderna”.
Luego, se concluye, el Papado se declara enemigo irreconciliable de la civilización moderna.
Todo aquello que constituye la civilización moderna es, según los periódicos, enemigo de la Iglesia, condenado por el Papa.
Esta interpretación es, simplemente, una absurdidad.
Las palabras que sería necesario subrayar aquí son reconciliarse y transigir.
En aquello que nuestros adversarios designan bajo ese nombre tan vagamente complejo de civilización moderna, hay cosas buenas, indiferentes, y hay también cosas malas.
Decir que el Papa tiene que reconciliarse con lo que es bueno o indiferente en la civilización moderna sería una impertinencia y una injuria, como si uno le dijera a un hombre honesto: “reconcíliate con la justicia”.
Con lo que es malo, el Papa no debe ni puede reconciliarse ni transigir. Pretenderlo sería un horror.
He aquí el sentido, muy simple, de la condenación dirigida contra la proposición 80ª, sobre la cual, por otra parte, volveré  a tratar.
Del mismo modo, en la misma proposición 80ª existen otras palabras igualmente vagas y complejas como progreso y liberalismo*. Aquellos que de bueno puede haber en esas palabras y en esas cosas, el Papa no las rechaza; de aquello que es indiferente, él no tiene por qué ocuparse; aquello que es malo, él lo reprueba; este es su derecho y su deber.
Y, por otra parte, era oportuno y muy oportuno el hacer notar al mundo cómo ciertos hombres confunden y desorientan con palabras altisonantes y mal definidas, bajo las cuales, junto al bien, se encubren y se propagan tantos errores funestos, intelectuales, religiosos, morales, políticos y sociales.

* N. de R.: sobre las dificultades para definir al polisémico liberalismo tratamos en nuestra bitácora en tres entradas.


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