Cerramos con esta entrada la serie
dedicada a la claridad del Syllabus. El
obispo Dupanloup aplica una simple regla de hermenéutica a la célebre proposición
80. Si completamos esta sugerencia con la lectura de la fuente de dicha
proposición, podremos llegar a una interpretación fiel al espíritu del
documento.
Es otra regla de interpretación y
de sensatez aquella que indica que se debe estudiar y sopesar atentamente todos
los términos de una proposición condenada, para ver sobre qué recae o no recae
la condena.
¡Y bien! Es sobre todo esta regla, tan simple, tan evidente, a la cual
la ligereza de los periódicos y del publico parece no haber prestado aquí
ninguna atención. Sobre ello podría citar veinte ejemplos.
Así, el Papa condena la siguiente proposición: “El Pontífice romano
puede y debe reconciliarse y transigir con la civilización moderna”.
Luego, se concluye, el Papado se declara enemigo irreconciliable de la
civilización moderna.
Todo aquello que constituye la
civilización moderna es, según los periódicos, enemigo de la Iglesia , condenado por el
Papa.
Esta interpretación es,
simplemente, una absurdidad.
Las palabras que sería necesario
subrayar aquí son reconciliarse y transigir.
En aquello que nuestros adversarios designan bajo ese nombre tan
vagamente complejo de civilización moderna, hay cosas buenas, indiferentes, y
hay también cosas malas.
Decir que el Papa tiene que reconciliarse con lo que es bueno o
indiferente en la civilización moderna sería una impertinencia y una injuria,
como si uno le dijera a un hombre honesto: “reconcíliate con la justicia”.
Con lo que es malo, el Papa no debe ni puede reconciliarse ni
transigir. Pretenderlo sería un horror.
He aquí el sentido, muy simple, de la condenación dirigida contra la
proposición 80ª, sobre la cual, por otra parte, volveré a tratar.
Del mismo modo, en la misma
proposición 80ª existen otras palabras igualmente vagas y complejas como
progreso y liberalismo*. Aquellos que de bueno puede haber en esas palabras
y en esas cosas, el Papa no las rechaza; de aquello que es indiferente, él no
tiene por qué ocuparse; aquello que es malo, él lo reprueba; este es su derecho
y su deber.
Y, por otra parte, era oportuno y muy oportuno el hacer notar al mundo
cómo ciertos hombres confunden y desorientan con palabras altisonantes y mal
definidas, bajo las cuales, junto al bien, se encubren y se propagan tantos
errores funestos, intelectuales, religiosos, morales, políticos y sociales.
* N. de R.: sobre las dificultades
para definir al polisémico liberalismo tratamos en nuestra bitácora en tres entradas.
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