miércoles, 30 de diciembre de 2015

Los amargos y la materia venerable

Decía Ignacio Anzoátegui que el católico –laico o sacerdote- no tiene que poner cara de «drogadicto de la virtud». Pero algunos olvidan que la eutrapelia es una virtud, que se ubica en un justo medio entre el espíritu de relajación lúdica y el exceso en la seriedad. Sin eutrapelia, falta equilibro y madurez en el cristiano.
El exceso en la seriedad, típico del jansenismo, no sólo tiene una dimensión moral, sino que es preludio o expresión de mala salud psíquica. Cuando uno es incapaz de toda relajación lúdica, no es temerario predecir que en algún momento sufrirá un quiebre psicológico o moral.
Aristóteles llama agroikía a la diversión viciosa por defecto (que algunos creen es «gravedad»). El agroico, que el Filósofo llama también duro o rústico, es aquél para quien toda diversión es inútil, o sospechosa de pecado, y no se permite bromear bajo ningún concepto, ni tolera que los demás lo hagan en su presencia. Santo Tomás los llama «agrii», es decir, «amargos». La palabra «rusticidad», que en castellano remite a la persona sencilla, poco sofisticada, pero no necesariamente viciosa, no hace justicia a la noción de agroicismo; será más exacto hablar de «dureza» o «amargura».
Una idea implícita -no pocas veces- en los agroicos es cierto maniqueísmo que pone bajo sospecha de mal a la materia. Pero lo malo no es la materia, sino el desorden que introduce el pecado en el uso de los bienes materiales. El vino, que es materia, es cosa buena. Y su uso -ordenado- incluso llega a ser objeto de una sana virtud, la eutrapelia. 
Los agroicos tienden a menospreciar la materia en aras de la espiritualidad, la trascendencia y la gravedad. Como si no fuese posible llegar a lo espiritual por lo material, alcanzar a Dios por la materia, a ese Dios que precisamente se ha hecho hombre, se ha hecho materia. No sin razón, San Juan Damasceno, comentando un texto de San Basilio, decía que si queríamos unirnos a Dios sólo con la mente, entonces era menester renunciar a todas las cosas materiales, las luces, el incienso, las oraciones vocales, los sacramentos mismos, que se confeccionan a partir de la materia, sea ésta pan, vino u óleo. Todas esas cosas constan de materia. Decía San Juan Damasceno por que la Encarnación Dios «se dignó habitar en la materia y obrar nuestra salvación a través de la materia». Y es autor de un texto que constituye una suerte de himno jubiloso a la materia:
«Vilipendias la materia y la declaras vil; los maniqueos hicieron lo mismo. Pero la Sagrada Escritura la proclama buena porque dice: "Dios vio lo que había hecho y todo eso era muy bueno" (Gen 1, 31). Por tanto la materia también es obra de Dios, y yo la proclamo buena; pero tú, si la declaras mala, debes confesar, o que no viene de Dios, o que Dios es el autor del mal. Pues bien, escucha lo que dice la Santa Escritura de la materia que tú miras como despreciable: "Moisés habló a toda la asamblea de los hijos de Israel y dijo: He aquí lo que el Eterno ha ordenado: Tomad de lo que os pertenece una ofrenda para el Eterno. Todo hombre cuyo corazón esté bien dispuesto aportará una ofrenda al Eterno: de oro, de plata y de bronce; telas teñidas de azul; madera de acacia; aceite para el candelabro; aromas para el óleo de unción y para el incienso aromático; piedras de ónice y otras piedras para el adorno del efod y el pectoral. Cuantos de entre vosotros sean hábiles, venid y realizad todo lo que el Eterno ha ordenado: el tabernáculo" (Ex 25, 1 ss.). He aquí, pues, que la materia es honrada, por despreciable que sea para vosotros. No adoro la materia, pero adoro al autor de la materia, que por mí se hizo materia, habitó en la materia, y realizó mi salvación por la materia. Porque "el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1, 14). Nadie ignora que la carne es materia y que ha sido creada. Yo venero, pues, y reverencio la materia mediante la cual se ha realizado mi salvación. La venero, no como Dios, sino como llena de eficacia y de gracia divina. ¿No es acaso materia aquel afortunadísimo y fecundísimo leño de la Cruz? ¿No es acaso materia el monte venerando y santo, el lugar del Calvario? ¿No es acaso materia, piedra madre y vital, monumento santo, la fuente de nuestra resurrección? ¿Acaso no son materia la tinta y las hojas del libro de los Evangelios? ¿No es acaso materia aquella mesa que nos da el pan de vida? ¿Acaso no son materia el oro y la plata con que se hacen las cruces, las patenas sagradas y los cálices? ¿No es acaso materia, de lejos más excelente que todo lo dicho hasta aquí, no es materia el cuerpo y la sangre de mi Dios? Quita el culto y la adoración de todas estas cosas, o acepta, según la tradición de la Iglesia, que las imágenes consagradas con el nombre de Dios y de sus amigos, y por tanto divinas, fecundas por la gracia del Espíritu, sean veneradas» (De imaginibus oratio I, PG 9 II, 14: 1300. Traducción de Alfredo Sáenz, tomada de su libro El Icono esplendor de lo sagrado, Bs. As. (2004), pp. 96-97)-

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Por sus frutos los conocereis...
Quien trata con este grupito y con el otro de los sedes no puede menos que observar una amargura, aun cuando pretenden divertirse, que huele mal.
Lo digo como testigo.
Si estaran locos, que es bastante habitual que se peleen o dejen de querer frecuentar a quienes no vieron las defecciones que ellos, iluminados, han visto...
Entonces siempre andan entre poquitos, son los pocos que son, repotenciando sus amarguras y tragando bilis, como si el hecho de dejar en claro que conocen el pasado y el futuro a la perfeccion pudiese cambiar algo...

Batman.

Anónimo dijo...

Muy buena entrada, también hay que recordar que demasiada seriedad es señal de orgullo y escrúpulos, yo lo he sufrido y debo reconocer que la rigidez excesiva nos acerca más a fallar que lograr la victoria. Gracias

Puritanos everywhere dijo...

* El beato Pio IX fue tan aficionado al rapé que se tenía que cambiar varias veces al día su sotana blanca debido a las manchas que el polvo de tabaco dejaba sobre sus vestiduras. Y durante su cautiverio en el Vaticano, el pontífice ofreció una de sus cajitas de rapé, bellamente decorada con dos corderos paciendo tranquilamente, como premio para la lotería internacional que se organizó para recaudar fondos para la Iglesia.
* San Pio X tomaba rapé y fumaba puros.
* La afición de los santos al tabaco fue utilizada como tacha durante sus procesos de beatificación en los casos de san Jose Cupertino, san Juan Bosco y san Felipe Neri. En los dos primeros casos el abogado del diablo argumentó que el tabaco les ayudaba a permanecer despiertos durante sus horas de oración y les permitía soportar largos ayunos. En el caso de san Felipe Neri, el examen de su cadáver permitió comprobar que una parte del tejido de su nariz había desaparecido, por lo que no se podía hablar de incorruptibilidad. Este hecho se atribuyó a su intenso uso del rapé. En cualquier caso, ninguna de estas objeciones fueron suficientes para cerrarles el camino a los altares.
* Quizás una de las consumidoras de tabaco molido más sorprendentes sea santa Bernadette Soubirous. La vidente de Lourdes era asmática y los médicos de la época le prescribieron rapé, pues entonces se pensaba que dilataba los bronquios.
* San Alfonso Maria de Ligorio, consumidor de rapé, en su manual para confesores dejó escrito que "el tabaco tomado a través de la nariz no rompe el ayuno, incluso si una porción desciende hasta el estómago”

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