Por desgracia no pocas veces estamos influenciados por esquematismos
que contraponen artificiosamente realidades que son complementarias. Hay como
una «maldición del aut-aut» en lo que
puede armonizarse con un et-et. Esto
sucede en muchos temas y de modo singular en la contraposición Occidente-Oriente.
En esta entrada, y en las dos
siguientes, reproducimos una introducción de Louis Bouyer.
Sólo
consideraremos aquí las diferencias más notables entre las perspectivas
teológicas o filosóficas de oriente y occidente. Hablaremos primero y en
especial de la oposición comúnmente hecha entre el occidente y el oriente
cristianos, diremos después algunas palabras sobre la oposición más general que
se puede establecer entre el pensamiento occidental, entendiendo ahora bajo
ese término lo que hay de común en todas las formas de pensar surgidas en el
mundo mediterráneo, y las formas de pensamiento propias de las grandes
civilizaciones del Extremo Oriente, especialmente de la India y de la China.
Sobre el primer punto, lo primero que debe señalarse es el
peligro de oposiciones simplificadoras, que o bien toman como típico de oriente
o de occidente lo que no lo es en absoluto, o bien no destacan más que
particularidades mediocremente representativas. Por ejemplo, se ha repetido que
el espíritu de la teología oriental está impregnado de platonismo, mientras que
el de la teología occidental lo está de aristotelismo; que el oriente cristiano
es místico, mientras que el occidente es jurídico. Esto es olvidar que la
teología clásica de Bizancio ha considerado siempre con suspicacia, y con
suspicacia creciente en toda la edad media, el pensamiento platónico, mientras
que éste no ha dejado nunca de conocer en occidente adeptos entusiastas (no se
podría encontrar en oriente una escuela de pensamiento religioso de inspiración
tan profundamente platónica como la mística renana). De la misma manera, el
juridicismo de los canonistas occidentales no es sino heredero del de los
canonistas de Bizancio, y las tendencias centralizadoras que se manifestaron en
occidente con respecto a la antigua Roma, no tienen mucho que envidiar a las
que tuvieron su foco en Bizancio, calificada como «nueva Roma», por no hablar
nada de Moscú considerada, a su vez, como «tercera Roma». Y sobre todo se debe
desconfiar de ciertas síntesis precipitadas y artificiosas que últimamente se
han hecho del pensamiento cristiano oriental, dejándose seducir por una escuela
brillante pero muy particular como la de los eslavófilos rusos del siglo XIX,
para oponerla a formas decadentes del occidente latino en la misma época. Lo
que a menudo se hace con eso es enfrentar el pensamiento de espíritus a veces
geniales, pero que son sobre todo poetas y entusiastas, con un heterogéneo
conglomerado de lo que han podido decir del otro lado... los ignorantes y los
imbéciles.
Hay que recordar después que el cristianismo fue primero
oriental, en el sentido de que se presentó en formas primitivas de pensamiento semítico,
progresivamente helenizadas, pero no sin que el helenismo, al cristianizarse,
sufriese en él una refundición total. Los padres griegos, la mayor parte de los
cuales eran de hecho semitas helenizados, egipcios, sirios o asiáticos, no son
una fuente paralela e independiente del cristianismo oriental que coexiste al
lado de los padres latinos, reputados como la fuente del cristianismo
occidental. Los padres latinos, los más notables de los cuales eran o bien
africanos que hablaban latín, como Tertuliano, san Cipriano o san Agustín, o
simplemente levantinos profundamente orientalizados, como san Jerónimo, son en
primer lugar los herederos de los más importantes padres griegos, y la originalidad
que aportaron al pensamiento de éstos apenas es más notable que la demostrada
por los escritores de lengua siria a partir del siglo v, o por los mismos
bizantinos con respecto a las mismas fuentes. Hay que añadir además que todos
los grandes espíritus de una u otra tradición, incluso mucho tiempo después de
la ruptura de 1054 que consumaría en principio la mutua alienación de la
cristiandad oriental y occidental, permanecieron siempre abiertos a las
riquezas, nuevas o antiguas, que podían venirles del otro lado. Aunque haya
escrito un tratado Contra los errores de los griegos y haya producido la
obra más representativa de la teología occidental, santo Tomás de Aquino
manifestó una curiosidad y una simpatía inagotables hacia todo lo que se podía
conocer en su época de la tradición teológica oriental. Dos siglos más tarde,
Jorge Scholarios, el más poderoso de los teólogos bizantinos del fin de la edad
media, y el más decidido antagonista de lo que consideraba errores de los
latinos, no dejará por ello de ser un excelente conocedor (y un propagador
convencido) del pensamiento tomista en oriente.
Hechas estas reservas preliminares, podemos intentar, aunque
con mucha prudencia, definir la originalidad propia de las tradiciones
teológicas orientales y occidentales.
1 comentario:
Gran aporte de Bouyer.
En efecto, durante el primer milenio al menos, fue Bizancio y no Occidente quien mantuvo el legado del derecho romano por medio de la compilación de Justiniano. En el Codex se mantuvo la legislación ampulosa del bajo Imperio, mientras que el Digesto conservó -si bien con muchas interpolaciones- lo esencial de la jurisprudencia clásica. En Occidente se desarrolló un "derecho romano vulgar" influenciado por la costumbre y las reglas de los reyes bárbaros. La "recepción" europea del Corpus Iuris recien parte en el siglo XII.
La razón del "juridicismo" de la teología occidental hay que buscarla, ergo, en otras razones. Puede ser las responsabilidades políticas que el clero debió asumir en Occidente ante el derrumbe del Imperio y el tránsito de los funcionarios romanos a los reyes bárbaros, fenómeno que no se dió en Bizancio. Si a ello agregamos la posterior creación del dominio territorial del Obispo de Roma, es comprensible entender que los obispos se hayan acostumbrado a manejar un lenguaje más propio del gobernante que del teólogo.
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