Si pasamos ahora a la oposición entre las formas de
pensamiento salidas del helenismo romanizado combinado con el cristianismo
bíblico y las del Extremo Oriente, debemos comenzar por observar la dualidad, y
aun la multiplicidad, sin duda irreductible, de estas últimas. Para atenernos a
lo esencial, hay que distinguir entre las que
provienen de la India
y las que se han desarrollado en China. El hinduismo ha conocido múltiples
filosofías, que coinciden en oponer a las apariencias, al mundo de la ilusión
en perpetuo devenir, una realidad suprema en la que se borran las diferencias.
Pero eso no les impide diferir profundamente en sus concepciones sobre esta
realidad. Esto es tan cierto que no es fácil decir si el budismo primitivo,
descendiente del hinduismo, no es más que una forma depurada de su oposición
fundamental, o si es por el contrario una apertura fuera de su universo mental
exuberante y confuso. En otros términos, el nirvana al cual aspira su
liberación ¿es el ser sin forma, una pura nada juzgada preferible a todo ser, o
bien (como lo interpreta el filósofo cristiano Soloviev) una tentativa heroica
por escapar hacia una trascendencia desconocida hasta entonces en el
pensamiento tradicional de la
India ? Ningún indianista se atrevería hoy a pronunciarse
decididamente por una u otra de estas posibles respuestas. Todo lo que se puede
afirmar, es que estos diversos pensamientos originarios de la India , pasen o no por
ortodoxos, parecen igualmente opuestos no sólo al activismo del extremo
occidente moderno, sino también al ideal de transfiguración del cosmos por el
Espíritu divino al que desemboca la línea más contemplativa del cristianismo
bajo su forma que consideramos como oriental.
Las orientaciones fundamentales
del pensamiento chino son muy diferentes, aunque son igualmente muy diversas
entre sí. El taoísmo parece representar una especie de panteísmo muy especial,
en el que las tendencias dualistas y monistas se encuentran paradójicamente
reconciliadas, en una especie de vitalismo cósmico, de misticismo naturista. El
confucianismo es, por el contrario, esencialmente un humanismo, racionalista y
social, pero que ha sabido desarrollar una moral de relaciones personales que
parece dejar muy atrás los más bellos logros de la ética postsocrática antes de
Cristo. El budismo chino a su vez ha sintetizado estas dos orientaciones tan
diferentes de la más antigua civilización china, no reteniendo apenas del
budismo indio más que su ascesis de desprendimiento universal y su moral de la
piedad. Es quizás ante todo en las mejores producciones del arte Song donde se
revelan las asombrosas posibilidades de contemplación religiosa del mundo,
enriqueciendo un humanismo a la vez realista y refinado que el alma china
conservaba pero sólo desarrolló a impulsos de una doctrina extranjera, cuyo
sentido primitivo debía en cambio modificar hasta hacerlo incognoscible. Nos
encontramos aquí ciertamente en presencia de una riqueza de pensamiento y de
experiencia humana que, por lejos que estén de las diversas conclusiones del
pensamiento y de la experiencia grecolatina cristianizada, parecen más capaces
de armonizarse con dicho pensamiento y experiencia que ninguna de las formas
del pensamiento indio. Parecen sobre todo susceptibles de prestarse a nuevas
expresiones de la actitud esencialmente positiva frente a la creación y a la
humanidad concreta que es inherente al cristianismo, mucho más fácilmente que
la filosofía religiosa de la
India. Ésta, sin embargo, no es menos capaz de enriquecer
prodigiosamente nuestra metafísica, por la numerosa variedad de sus
meditaciones ontológicas. Pero no parece que pueda ser nunca cristianizada en
tanto permanezca encerrada en su desdén por la historia y la persona.
Fuente:
Bouyer,
L. Diccionario de teología. Barcelona,
1974.
3 comentarios:
Muchísimas gracias por el texto de Bouyer;
un autor relevante al que lamentablemente
las editoriales españolas han ninguneado,
sobre todo en sus textos capitales.
Le agradecería si nos indica la fuente
de donde ha etomado esta cita.
Saludos en el Señor
Fuente:
Bouyer, L. Diccionario de teología. Barcelona, 1974.
Muchas gracias por la cortesía
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